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    El trienio que no fue

    N° 2052 - 26 de Diciembre de 2019 al 01 de Enero de 2020

    Aunque en los últimos días se dieron acontecimientos importantes en el ámbito futbolístico local, como el cese casi simultáneo de los cuerpos técnicos de los dos equipos grandes, y la casi inmediata designación de sus reemplazantes (Gustavo Munúa en Nacional y Diego Forlán en Peñarol), en nuestra última columna dejamos planteada la pregunta de si la reciente conquista del equipo tricolor del máximo lauro de la presente temporada, obedecía a un mérito propio o a la imprevista defección de su rival tradicional.

    Obviamente una respuesta categórica a esa interrogante es harto difícil, más aún cuando fueron tantas y tan cambiantes las circunstancias que se fueron dando a lo largo de los torneos oficiales de este año que termina. El punto de partida de dicha cuestión estuvo dado por una circunstancia a la que cierta parte de la afición tricolor le otorgó una importancia desmedida: poder cortar la racha victoriosa de Peñarol, tras haber obtenido el lauro máximo en los dos años anteriores. La consigna era… ¡impedir el trienio! No tanto por lo que ello implicaba por sí mismo, sino para cortar de raíz una continuidad de victorias aurinegras que pudiera acercarle un paso más a un nuevo quinquenio. Y esa suerte de consigna, nacida en algunas tiendas tricolores, con el tiempo también repercutió en las de su rival, al punto de erigirse en un tema obligado de conversación, especialmente en el incierto tramo final del torneo Clausura.

    Curiosa historia esta de los títulos obtenidos en años sucesivos por los dos equipos grandes, sempiternos dominadores de las estadísticas respectivas. A título ilustrativo, desde el año 1900 hasta hoy, el historial del Campeonato Uruguayo (con distintas denominaciones y formas de disputa) registra un total de 115 ediciones, pautadas por una suerte de rítmica alternancia entre albos y aurinegros en las posiciones de privilegio. Por tanto, la obtención de un trienio solo se ha dado en contadas ocasiones. Nacional lo logró cuatro veces (1915 a 1917, 1922 a 1924, 1955 a 1957 y 2000 a 2002), y Peñarol en una sola oportunidad (1973 a 1975). Cuatrienio hubo solo dos: uno de Nacional (1968 a 1972) y otro de Peñarol (1935 a 1938). En tanto que, como es sabido, los quinquenios fueron solo tres: uno primero de Nacional (1939 a 1943) y posteriormente dos de Peñarol (1958 a 1962) y (1993 a 1997).

    Con ese contrapuesto objetivo, el comienzo del año en el plano local fue ampliamente favorable a Peñarol, más allá de sus profundos altibajos y de la frustración de no haber podido quedarse con la ansiada victoria (fue empate) en el primer clásico jugado como local, en el coqueto Campeón del Siglo. Nacional, que había decidido desprenderse del técnico argentino Domínguez, apenas iniciado el Apertura, mejoró bastante desde la asunción de Álvaro Gutiérrez, aunque igualmente quedó lejos de la instancia culminante del certamen. La superioridad aurinegra (que había logrado mantener la base del equipo que ganara el título máximo del año anterior) fue tan manifiesta que, tras vencer a Fénix —que insólitamente fue visitante en su propia cancha— ya se quedó con dicho torneo en sus manos, a falta de solo dos fechas para su culminación. Todo, pues, venía viento en popa para que el equipo mirasol aspirara fundadamente, a repetir los éxitos del año anterior. Sin embargo, y como es sabido, ello no habría de ser así.

    “En qué momento se jodió el Perú”, se pregunta Mario Vargas Llosa en uno de sus libros más famosos (Conversación en la catedral), pretendiendo ubicar el origen de los males ancestrales que afligían a su país. Parafraseándolo, cabría preguntarse en qué momento esa prometedora campaña aurinegra, que parecía llevarle cómodamente a ese trienio tan temido por su tradicional adversario, empezó a desmoronarse. A nuestro entender el origen de todo bien pudo haber sido el empate ante Progreso y la derrota ante Cerro Largo, en las dos últimas fechas del Apertura, cuando Peñarol ya se había quedado anticipadamente con el título en juego. No solo dio claras ventajas en la integración del equipo, sino que, incluso, autorizó el viaje al exterior, por asuntos particulares, de uno de sus futbolistas más valiosos. Casi como dando a entender —a esa altura aún prematura de la temporada— que la amplia ventaja que le llevaba a todos sus rivales, Nacional incluido, le colocaba en una posición privilegiada para aspirar a repetir la dominante campaña del año anterior. Pero lo cierto es que esos cinco puntos dilapidados en ambos cotejos hicieron que se acortara de nueve a cuatro la distancia que les separaba, y que renaciera consecuentemente la chance del elenco tricolor, más allá de los continuos vaivenes que exhibieran en los dos campeonatos que luego se jugaron.

    A lo que viene de decirse, fueron sumándose otros aspectos que también influyeron para mermar la primaria chance aurinegra. La disminución en número y calidad de su plantel, por las transferencias de varios futbolistas (Brian Rodríguez, Gabriel Fernández, Lucas Hernández, Darwin Núñez y Christian Lema), no cubiertas con reemplazos de la misma o parecida jerarquía; el imprevisto alejamiento del profesor Valenzuela y el consiguiente cambio de preparador físico en plena temporada; y, asimismo, la interminable secuela de lesiones de varias de sus figuras principales, como el Cebolla Rodríguez y el Mota Gargano, entre otros.

    Claro que hubo también (y ello fue señalado en las últimas columnas) un claro repunte futbolístico y también anímico de Nacional, que de la firme mano de Álvaro Gutiérrez, y con un rendimiento mayúsculo en los varios clásicos que se jugaron, le permitió llegar —aun con un pronunciado bajón promediando el Clausura— mano a mano con Peñarol, a las instancias culminantes del presente año futbolístico. Pero aun así, en esta postrera y decisiva etapa, volvió a presentársele al equipo mirasol una inmejorable oportunidad de afirmar sus aspiraciones a quedarse finalmente con el título. En la penúltima fecha debió enfrentar a Progreso en su cancha, sabedor de que si ganaba (y hacía otro tanto en la última fecha) se quedaba con el Clausura y también con la Tabla Anual, sin importarle lo que pudiera acontecer con sus más directos contendientes. Sin embargo, defeccionó y solo pudo empatarle al dueño de casa, de modo que finalizó igualado en puntos con Nacional, y debieron ambos jugarse toda su chance al resultado de los clásicos entre ellos. Y en un ambiente convulsionado por cuestionados fallos arbitrales, y con el ingrediente novedoso del VAR, la balanza terminó inclinándose de forma terminante en favor de Nacional, a la postre el legítimo dueño de la presente temporada.

    Dejamos al buen criterio de nuestros lectores decidir qué, de todo lo expuesto precedentemente, resultó determinante para que Peñarol no completara el tan mentado trienio y fuera en cambio Nacional el que iniciara una cuenta nueva, a ese respecto.