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    Muerte en el fútbol

    N° 2040 - 03 al 09 de Octubre de 2019

    No hubo fútbol este último fin de semana. La razón es ampliamente conocida. Agustín Martínez, un chico de apenas 17 años, nacido en Fray Marcos, sufrió una crisis cardíaca —apenas salido de la cancha, lesionado en un tobillo—  en el partido entre su equipo Boston River y Cerro, en tercera división, falleciendo días después en el nosocomio donde había sido internado.

    En un país como el nuestro, donde el fútbol es parte de su propia esencia, la muerte de un futbolista siempre trasciende de un modo especial, cualesquiera hayan sido sus causas. Así, se recordará eternamente la de los hermanos Bolívar y Carlos Céspedes (con el tiempo figuras emblemáticas del Club Nacional de Fútbol) en 1905, víctimas de una epidemia de viruela que asoló a nuestro país. O el suicidio de Abdón Porte, disparándose un tiro en el centro de la cancha del viejo Parque Central, en el mes de marzo de 1918, por sentirse desplazado de la titularidad del equipo de sus amores. O más vinculado al caso que nos ocupa (porque ocurrió en ocasión de un partido) al golero aurinegro Roberto Chery, que defendiendo a Uruguay ante Chile, en el Sudamericano de 1919, al esforzarse por detener un remate contra su valla, se le estranguló una hernia, falleciendo a los pocos días. Hubo también equipos de futbol completos siniestrados en accidentes aéreos, como el Torino (en 1949), el Manchester United (en 1958) y, más recientemente, el Chapecoense (en 2016).

    Aunque es probable que situaciones similares a la de Agustín hayan ocurrido en los cientos de partidos que miles de futbolistas han disputado en nuestro país, a lo largo de tantísimos años, su caso trascendió especialmente, y resultó el disparador, no solo de la paralización de la actual actividad oficial, sino de una severa introspección colectiva, en torno al modo como puede prevenirse (o atenderse debidamente), a todos los niveles, una situación cómo la que le tocó en desgracia.

    El tema no es nuevo. Un poco antes del comienzo del Mundial de Brasil 2014, la FIFA había anunciado la confección de un registro de casos de muerte súbita de futbolistas en todo el mundo. Es que en años anteriores fallecieron, por esa causa, algunos relativamente conocidos, como el rumano Marc-Vivien Foe (en un partido de la Copa Confederaciones frente a Colombia, en 2003); el húngaro Miklos Feher (en un partido entre Benfica y Guimaraens, en 2004) o el peruano Yair Clavijo (en un match entre Sporting Cristal y Real Garcilaso, en 2013). Y un reciente estudio de la londinense Universidad St.George’s, indica que esa causa de muerte puede afectar a uno de cada 266 jugadores afiliados a la Asociación Inglesa de Fútbol.

    En nuestro medio mucho se ha realizado, pero lamentablemente fallan los controles para el debido acatamiento de las regulaciones existentes. Así, desde el año pasado, la AUF dispuso que los clubes de primera división deben contar con un “programa de desarrollo juvenil”, y que para obtener la licencia ante la Conmebol tienen que asegurar los controles médicos necesarios para los “jóvenes jugadores”. Sin embargo, la presencia obligatoria de un médico en los partidos de las divisiones formativas no se da comúnmente.

    Sin discusión, lo más positivo en esta materia fue el programa Gol al Futuro, impulsado en 2009 por el gobierno de la época, y comandado por un grupo de desatacados deportistas, el que ha aportado recursos económicos y un respaldo médico a los jóvenes futbolistas. Precisamente, uno de sus planes es el Premude (Prevención de la Muerte Súbita en el Deporte) –con la participación de la Facultad de Medicina y una reconocida empresa de emergencia médica— que permitió la realización de exámenes médicos anuales (electrocardiograma y ecografía) a prácticamente el 100% de los futbolistas que compiten de la séptima hasta la cuarta división. Y según se supo, por esos controles de rutina lograron detectarse anomalías cardiovasculares en algunos jugadores, y uno de ellos (el juvenil Ignacio Laquintana) tuvo que ser sometido a un par de operaciones quirúrgicas, que actualmente le permiten seguir jugando con total normalidad. Lamentablemente el fallecido Agustín Martínez, aunque estaba en la franja etaria antes indicada, no pasó por esos exámenes médicos, porque recién había sido fichado por Boston River.

    Pero además de la prevención de este tipo de episodios cardíacos, para el caso que ellos se verifiquen, está prevista la presencia en todos los escenarios de un desfibrilador automático (DEA), que posibilita una reanimación casi inmediata de la persona afectada, a la espera de poder acceder posteriormente a una atención médica especializada. A este respecto, hay incluso una ley (Nº 18.360), del año 2008, que dispone que “los espacios públicos o privados donde exista afluencia de público (…) deberán contar como mínimo con un desfibrilador externo automático”, agregando, por si acaso “que deberá ser mantenido en condiciones aptas de funcionamiento y disponible para el uso inmediato en caso de necesidad de las personas que por allí transiten o permanezcan”. En tal sentido, la AUF repartió desfibriladores a los clubes en dos ocasiones (en 2023 y 2015), esta última vez con aparatos aportados por la Conmebol. Cabe acotar que estos tienen un manejo muy simple (el propio aparato instruye a sus eventuales operadores) sin perjuicio de que existió una especial capacitación para su debido uso, que debería actualizarse. En el caso de Agustín, al parecer sí había un DEA en el escenario del partido, pero no estaba en condiciones apropiadas para su uso. Y –en ausencia de un médico, que debía estar presente— aquel fue atendido por el árbitro asistente, que atinó a practicarle una reanimación cardiopulmonar (RCP), hasta la tardía llegada de una ambulancia.

    A instancias de la Mutual de Futbolistas se suspendió íntegramente la actividad futbolística del fin de semana. Medida que, según se dijo, pretendía contemplar el deprimido estado de ánimo de los colegas del fallecido, a la vez que llamar la atención a los clubes para que dieran cabal cumplimiento a las obligaciones oportunamente asumidas, para prevenir la futura ocurrencia de casos similares. Esto último, algo que bien pudo haberse reclamado sin necesidad de parar el fútbol, salvo lógicamente el partido entre Boston River y Nacional.

    La ciencia médica –que obviamente no dominamos— ha explicado que existen determinadas situaciones del tipo de la que afectó al chico de Boston River que no tienen solución. Pero respecto de las que sí pueden tenerla, deberá extremarse el celo para que todos los obligados a evitarlas, cumplan fiel y cabalmente con las obligaciones contraídas. Que los desfibriladores funcionen y que haya más personas capacitadas para utilizarlo. Y que además se extreme la vigilancia al respecto, sancionándose severamente las omisiones que se comprueben.

    Es claro que no habrá consuelo para la injusta muerte de este joven deportista, pero si se actúa de ese modo, podrá evitarse alguna más.