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“Cada vez hay más trastornos psicológicos, y la causa es este excesivo individualismo"

El popular psicólogo español Joan Garriga, especializado en constelaciones familiares, visitó Uruguay para presentar su nuevo libro, Decir sí a la vida, sobre aprender a aceptar la realidad y transitar las adversidades
Editora de Galería

El popular psicólogo español Joan Garriga, especializado en constelaciones familiares, visitó Uruguay para presentar su nuevo libro, Decir sí a la vida, sobre aprender a aceptar la realidad y transitar las adversidades

Cuando se ve en la necesidad de volver a explicar que las constelaciones familiares nada tienen que ver con astrología, Joan Garriga lo hace de buena gana y aclara que así como se llaman constelaciones, podrían llamarse configuraciones. Hace más de 20 años que entró en contacto con esta disciplina terapéutica que ayuda a entender las relaciones familiares y a trabajar algunas dinámicas propias de ese sistema, que se repiten muchas veces de manera inconsciente a través de las generaciones. Fundador del Institut Gestalt de Barcelona en 1986, Garriga es hoy un referente en constelaciones familiares en el mundo de habla hispana. Tiene seis libros publicados, varios de ellos dedicados a la pareja, un tópico al que se ha ido orientando naturalmente. Su último libro, Decir sí a la vida. Ganar fortaleza y abandonar el sufrimiento, aborda la importancia de aprender a aceptar la realidad y transitar las adversidades de manera de poder integrarlas, avanzar y no quedar anclado en el sufrimiento.

En su charla con Galería Garriga explicó cómo las experiencias traumáticas pueden llegar a transmitirse en los genes, por qué le genera compasión el dolor pero no el sufrimiento y en qué sentido nos ha hecho daño el mito de la media naranja. A la vez, dio su visión particular sobre si la sociedad actual todavía debería soñar con el amor eterno.

Empieza su nuevo libro citando el texto de Eduardo Galeano Un mar de fueguitos, de El libro de los abrazos, como una metáfora de la condición humana.

Es una metáfora tan bonita la de un ser humano como un fueguito. Siempre me gustó mucho Galeano, lo admiré aunque no soy un lector disciplinado. En algún otro texto mío lo he parafraseado también con “La perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses”. Cosas que se me quedan en la cabeza, porque no soy de recopilar.

El título del libro se vincula con la idea de aceptar la realidad y no perder el tiempo discutiendo con ella con preguntas como ¿por qué a mí?

La hipótesis central es que la realidad es como es. Los seres humanos decimos: “Me conviene” o “no me conviene”, “me gusta” o “no me gusta”, pero la realidad es neutra. El libro está precedido por una cita de Spinoza que dice: “Por realidad y perfección entiendo la misma cosa”. Esto tiene efectos en cómo vivimos la vida, porque lo que observo en mi trabajo terapéutico es que las personas y las familias que, en lugar de integrar aquello que ha ocurrido, viven en oposición a lo que ocurrió, sufren. Pasan cosas en todas las familias, hay también herencias de dolor, de adversidad, que si un campo de concentración, que si un hijo que murió, que si un abuelo que se fue con otra mujer; pasan cosas que son espinosas y difíciles para las familias, y cuando hacen el proceso para integrarlas esto les abre una puerta de libertad y de fortaleza. Pero cuando dicen: “No, esto debería de haber sido de otra manera”, quedan atadas a la debilidad. Esto (aplica) incluso con los padres, que también son una realidad. Hay gente que hace un proceso para decir: “Sí, los tomo tal como me han tocado y los aprovecho”, y hay gente que construye una vida de oposición diciendo: “Mi padre debería haber sido de otra manera”. La tesis del libro tiene que ver con lo que dicen algunos sabios espirituales, que asentimiento es liberación y oposición es sufrimiento. Hay gente que dice: “Pero a la realidad hay que cambiarla”. Sí, claro. Pero ¿cómo vas a cambiar lo que pasó ayer? Puedes cambiar tu manera de mirarlo, de conceptualizarlo, de percibirlo, de relacionarte con eso; puedes aprovecharlo para cambiar cosas mañana, para hacerte más fuerte, o más capaz, o más generoso, o más amoroso.

Decir sí a la vida, de Joan Garriga. Ediciones Destino, 192 páginas, 690 pesos.

Ha dicho que las dificultades son inevitables, y también necesarias. ¿Por qué?

Porque en la vida a veces necesitamos ser corregidos por la realidad. Las dificultades también contribuyen a mejorarnos como personas, con suerte.

¿Por qué tendemos a elegir vivir en un relato de la realidad que es la versión que más nos conviene, la que reafirma nuestros puntos de vista?

No podemos vivir sin relatarnos la realidad. Estamos fabricados para relatarnos la realidad. Pero es cierto que el mejor relato es el no relato, la contemplación.

¿Puede lograrse eso?

Es imposible. Hay momentos en que vivimos esta gracia, que parece que nuestro pensar las cosas se queda por un momento colgado y entonces aparece la maravilla de la contemplación de las cosas. Es como una criatura. Un niño de un año vive así, constantemente maravillado con las cosas, simplemente las ve. Pero claro, pasamos de vivir la vida vivida a vivir la vida pensada o relatada. Lo que digo es que, primero, los relatos generalmente son falsos, en el sentido de que están en sintonía con nuestras pasiones emocionales, y muchas veces son creencias y cosas que nos contamos, muy parciales y muy interesadas. Todos nos contamos historias sobre quiénes somos nosotros y sobre nuestra familia. Y hay buenos relatos y malos relatos. Los mejores son los que abren caminos de vida, son aquellos en los que en principio no hay buenos y malos, son integrativos, son inclusivos. Hay historias que tienen amor y contienen semillas de futuro, y hay historias que son pavorosas.

¿Por qué ha dicho que el dolor le genera compasión, mientras que el sufrimiento no? ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro?

El sufrimiento es un uso del dolor. Como dicen los budistas, el dolor es inevitable, se trata de mirarlo a los ojos y hacer el proceso para cogerlo. Ejemplo: mi mujer me deja, duele. Mi hijo se enferma, duele. Mi madre murió, y esto es real, hace tres meses, duele. Entonces, uno tiene que cabalgar y navegar en esta vivencia del dolor que no es tan nítida, porque hay dolor, hay enojo, uno hace el proceso. Hay gente que quiere evitar el proceso del dolor, entonces pasan 10 años y sigue contando a los amigos: “Mira lo que me hizo mi exmujer, me dejó, me lastimó”. Han pasado 10 años, has tenido tiempo para procesar todo y quedarte en paz, y poner las cosas en su lugar. Es decir, el sufrimiento es aquello que ocurre cuando no hacemos el proceso para integrar el dolor que nos toca, y está surtido de una galería de posiciones que son el victimismo, el enojo, el espíritu vengativo, la invisibilidad, la excesiva adaptación o la pseudobondad, el orgullo. Por eso, si yo me encuentro con un amigo y la mujer le ha anunciado que lo deja porque ha conocido a otro hombre, y está muy herido y muy lastimado, me conmueve. Si me encuentro con un amigo que hace 10 años lo dejó la mujer y se quedó muy lastimado y muy herido y me cuenta que él es el pobre desgraciado, me aburre. Lo he visto en los grupos (de constelaciones familiares) también. Cuando alguien abre un dolor real, significativo, el impulso natural de la gente es compasivo, de ponerse al lado, de acompañar al doliente. Pero cuando alguien hace un juego donde se falsifica a sí mismo y trata de enredar a los demás desde estas posiciones de sufrimiento, la gente se aparta. Y es que la vida es movimiento, y lo que se queda estático empieza a oler mal.

En el libro habla de epigenética, que estudia cómo el impacto de algunas experiencias traumáticas pueden llegar a transmitirse en los genes. ¿Cómo se vincula esa ciencia con las constelaciones familiares?

La epigenética estudia la expresión de los genes en función de los hechos que han sucedido. En un experimento hecho con ratones les daban a oler un olor, café, por ejemplo, y cuando olían este olor les daban una descarga eléctrica, con lo cual los ratones entraban en trauma. Huelen café, descarga eléctrica. Cuando están condicionados les das a oler café y siguen en estrés, en tensión. Los hijos, los nietos, los bisnietos y los tataranietos de estos ratones, que no tuvieron esta experiencia, cuando olían este olor entraban en contracción. Esto es una evidencia empírica de que experiencias vividas por los abuelos, bisabuelos y tatarabuelos pueden tener un impacto en los bisnietos y en los nietos. Nosotros somos mamíferos también. Se han hecho ideaciones de que ciertas hambrunas ocurridas en Noruega tienen efectos de obesidad en los nietos, y en los bisnietos también. Parece que hay una herencia de información que se transmite; si se transmite por códigos celulares, genéticos o ambientales, no se sabe muy bien.

¿En su trabajo con constelaciones familiares ha visto algún caso que pueda ser consecuencia de la epigenética?

No hay ninguna duda. En el trabajo sistémico se ve que a veces una familia funciona como un todo; no distingue generaciones. Nuestra vida podríamos decir que no empieza exactamente ni cuando nacemos ni cuando somos concebidos, sino que empieza mucho antes. Aristóteles decía que somos tabulas rasas para ir escribiendo y rellenando; yo creo que somos maderos ya con inscripciones, luego escribimos mucho más. Por eso la idea de la libertad o del yo personal está muy bien, pero no hay que olvidar quién está en tu cuerpo, porque también está tu padre, está tu madre, están tus abuelos, la gente que vino de Italia o de Polonia y todo lo que les sucedió. Es información que, en su mayoría, es fuerza; qué cantidad de cosas ha vivido cada familia y ha logrado superar y avanzar y tirar y generar y sostener vida. Pero también hay grietas, agujeros, heridas que afectan por generaciones. Esos impactos muy graves dejan huella en el sistema familiar que hay que trabajar e integrar para que no causen más desgracias.

De acuerdo a las constelaciones familiares, repetimos con nuestras parejas patrones o buscamos en ellas referencias al vínculo con nuestros padres.

En 2016 di un taller aquí en Montevideo y pedí a algunas personas que me transcribieran algunas vivencias, y en este libro puse pequeños fragmentos. Incluí en concreto el caso de un hombre (con su permiso) al que la mujer lo había dejado. Yo le preguntaba: “¿Quién dentro de ti está jodido, qué parte de ti?”. Él salió con dos argumentos. Dijo: “Es que en mi familia la gente no se separa. Hay una creencia de que no hay que separarse. Mi madre le aguantó todo a mi padre, y no se separó”. Y luego dijo: “¿Cómo mi mujer se ha atrevido a dejarme a mí?”. Cómo hemos vivido la infancia y nuestra posición infantil con los padres tiene mucho que ver con la posición que tomamos en una pareja. Estamos a merced de las historias que hemos vivido. En el libro Bailando juntos yo explico que hay un niño amoroso y hay un niño tiránico, que profetiza que el futuro tiene que parecerse a lo que sucedió. También están los modelos de relación de pareja de nuestros padres, de nuestros abuelos, entonces tomamos los modelos de ellos y nos oponemos a nuevos modelos; o una mujer lucha con los hombres porque la abuela sufrió en manos del abuelo. Y luego también están los hechos que nos hemos ganado a pulso, que nos tocan como adultos y por los que no podemos culpar a los padres ni a nadie, como una separación que no se ha podido cerrar bien y luego provoca dificultades para caer con fuerza en otra relación.

¿Por qué no es recomendable creer en la idea de la media naranja?

La culpa es de Platón, porque puso en boca de Aristófanes, en El banquete, la idea de que en cada cuerpo vivían dos, que estaban unidos, y luego pidieron ser separados, entonces experimentaron la falta. Desde esta perspectiva se supone que estamos buscando siempre nuestra media naranja que nos complete. Que nos falta algo es evidente, si no nos faltara nada no seríamos humanos, y no existiría probablemente la pareja. Ahora, imaginar que hay alguien que es exactamente la persona que nos completará, yo creo que es poco generoso, porque hay tantas personas con las que podemos compartir y enriquecernos, sentirnos más amplios. Conviene decirle a la pareja: “Sin ti también me iría bien, aunque obviamente prefiero mil veces que sea contigo, y te elijo a ti, y te quiero a ti”. Porque si te digo: “Sin ti me muero”, si hago depender mi vida de ti, es demasiado. Y es falso. Cuando uno tiene un año de vida depende de que la madre lo atienda, pero cuando se tiene 20 o 30 duele, pero sobrevives.

¿Cómo se encara hoy un compromiso de por vida, el matrimonio, por ejemplo, si los estudios demuestran que lo habitual será tener entre tres y cuatro parejas importantes en la vida? ¿El amor ya no puede ser eterno?

Siempre digo en mis libros que necesitamos un otro significativo, estar acompañados. Ahora, la forma que toma esto puede ser muy cambiante; yo creo que la pareja está al servicio de la sociedad en la que nos toca vivir. Hace 100 años la conveniencia eran familias amplias, luego fue conveniente que fueran familias nucleares para tener más consumidores, y luego más personas solas para tener aún más consumidores. Nos han endilgado el mito de que tenemos que ser felices, que tenemos que ser libres, y esto en el fondo significa que prevalece el yo al nosotros, con lo cual las relaciones también crujen antes, ante cualquier conflicto. En estos tiempos nos toca vivir en este estrés porque, por un lado, es cierto que tenemos muchas opciones, pero por otro lado el proceso de vincularse y desvincularse, si es verdadero y desde el corazón, no es tan sencillo. Si solo nos usamos y nos instrumentalizamos para entretenernos o darnos placer o cuidar nuestra soledad, ahí sí puede ser más frugal, más líquido, como decía (Zygmunt) Bauman. Pero si uno involucró su corazón no es tan sencillo separarse, soltarse y luego volver a retomar otra relación. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han habla de la sociedad paliativa, que es justamente fóbica al dolor. Como que estamos obligados a ser felices, a no tener que vivir ninguna privación, ningún dolor; nos han vendido un mundo muy algodonado, y ante realidades un poquito más complejas nos venimos abajo. Es cierto que se habla de monogamia secuencial, pero creo que el anhelo de muchos es tener relaciones más duraderas. Personalmente echo de menos la familia amplia. Cada vez hay más enfermedades mentales, cada vez hay más trastornos psicológicos, y creo que la causa es justamente este excesivo individualismo. Nuestra naturaleza es mamífera, es gregaria, es de pertenencia.