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¿Por qué la vuelta a la "normalidad" puede resultar agobiante?
El regreso a las viejas rutinas, a las oficinas y lugares de estudio, a los compromisos y actividades sociales puede provocar —contrario a lo que cabría suponer— altos niveles de estrés, rechazo y ansiedad
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Las dos escenas ocurrieron en la misma semana. Después de meses de teletrabajo, Omar, de 46 años, recibió un mail que comunicaba su vuelta formal a la vieja rutina en la oficina. La noticia lo entusiasmó, pero también le trajo problemas para conciliar el sueño por unos inesperados nervios y un alto nivel de ansiedad. El contador estaba abrumado y no entendía la razón. Ya hace 10 años que está en el mismo puesto y se sabe la agenda de memoria, pero tenía miedo de pasar por la puerta. De pronto se sintió como un niño desprotegido y no quería salir de su casa.
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Una situación similar vivió Jimena, de 22, antes de volver a ver a su grupo de amigas en un pequeño mercado en Punta Carretas. La excusa era perfecta: dos cumpleaños atrasados y un embarazo en camino por festejar. Sin embargo, la tarde en que se iban a encontrar sintió un pánico que la paralizó. No quería salir de su cuarto, no quería ver a nadie. Era una sensación irracional porque ni siquiera tenía miedo de contagiarse. Aquella mala pasada del inconsciente derivó en una crisis de angustia y un fuerte sentimiento de culpa, sumado a la presión social. En la consulta con un psicólogo, el especialista le explicó que su reacción era normal. O al menos esperable.
Aunque los casos son diferentes, Jimena y Omar estaban experimentando el agobio social, un fenómeno que está en el foco de las investigaciones psicológicas en todo el mundo como consecuencia (casi) directa de la salida del confinamiento por la pandemia. "Una vez que nos habíamos habituado a las nuevas rutinas, empezamos a adaptarnos y liberarnos un poco de la tensión de los cambios de hábitos, y ahora tenemos que emprender un nuevo esfuerzo. Termina resultando un poco confuso decir que estamos ‘volviendo', como si retornásemos a algo conocido, cuando en realidad estamos obligados a comenzar un tránsito adaptativo hacia una cotidianidad que, aunque no es del todo desconocida, tampoco deja de vivirse con extrañeza", explica la psicóloga Ana López Martirena, integrante de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay.
La adaptación lleva un tiempo y los expertos dicen que quizás es un momento para pensar qué viejas estructuras queremos mantener. "Todo cambio genera dos cosas: una cuota de ansiedad y mucha incertidumbre. Los uruguayos cambiaron drásticamente la rutina social y los hogares se vieron recargados por múltiples funciones que antes se distribuían, como el trabajo, las escuelas. En estos meses se generó cierta rutina y la vuelta despierta dudas sobre qué será como antes", dice el presidente del Colegio de Sociólogos del Uruguay, Miguel Serna.
¿Una reacción esperable? A pesar de que en Uruguay no hubo cuarentena obligatoria, el día en que el gobierno avaló el retorno progresivo a una suerte de "nueva normalidad" hubo quienes sintieron euforia, se pusieron a organizar la agenda y respiraron aliviados por retomar el contacto con el mundo exterior. Y es cierto que el encierro no afectó a todos de la misma manera (sin contar a los que perdieron el trabajo y tuvieron que encontrar la manera de llegar a fin de mes), pero sí hubo un sector de la sociedad que romantizó la pausa obligada. "Hubo personas que conectaron con un formato de vida cotidiana que al final, lejos de ser espantoso, resultó más agradable de lo imaginado", explica López Marirena. El teletrabajo y las nuevas rutinas en los hogares hicieron que muchos bajaran las revoluciones, se volcaran a una introspección y se reencontraran con sus familias. También hubo quienes (sobre todo jóvenes) mejoraron sus niveles de ansiedad al no tener que cumplir con una vida social activa ni ver a otros siendo "felices" en las redes sociales. Algunos, incluso, encontraron en las actividades del hogar un refugio y una forma de sobrellevar la incertidumbre; aprendieron a valorar y distribuir mejor sus tiempos.
Así como los filósofos debatieron -y algunos idealizaron- sobre un cambio en el sistema y el estilo de vida, algunas personas se protegieron en la ilusión de que después del confinamiento iban a salir convertidos en una mejor versión de sí mismos. Y una vez que abrieron las puertas, la vuelta a la rutina y el ritmo de las ciudades de antes se sintieron con un peso doble. "En esos casos, la idea de volver a la vida ‘de antes' nos hace darnos cuenta de hasta qué punto esa vida nos resulta de alguna manera ajena en este momento, de muchas maneras ‘inhumana', generando el agobio entendible a la hora de tener que volver a la ‘ruedita del hámster'", explica López Marirena.
Según datos recogidos en el último informe de la organización benéfica de salud mental Anxiety UK, el mundo está siendo testigo de un nuevo tipo de ansiedad que es consecuencia directa de la pandemia. "Esta es ocasionada por el miedo o la preocupación hacia la vuelta a la vida normal y el abandono de la cuarentena; puede ir desde la preocupación por estar en lugares públicos hasta el miedo a salir de la casa", señala el investigador Samuel Ledger. En esta línea, la revista médica británica The Lancet publicó un artículo que advertía el impacto de la pandemia en la salud mental. Y aunque sería irresponsable hacer una comparación entre los efectos del encierro voluntario de la población uruguaya y la obligatoriedad de otros países, como España o Italia, los expertos aseguran que la cuarentena tiene efectos "amplios, sustanciales y duraderos".
Entre los afectados, los síntomas más habituales son la irritabilidad, el bajo estado de ánimo, los problemas como el insomnio, la angustia y el estrés postraumático. En los casos más leves, el agobio social puede afectar a ciudadanos con la personalidad de Omar y de Jimena. A los pocos días, ambos se sintieron más cómodos y se fueron adaptando a tomar un ritmo que aún no está del todo definido. "La ansiedad y la incertidumbre es normal. Es un fenómeno que hay que observar y analizar; la perspectiva que necesitamos es estudiar el contexto", asegura Serna. Y no hay que sentirse culpable por no saber cómo sobrellevar la situación.
"Las rutinas se ven nuevamente jaqueadas por la desactivación de lo aprendido y automatizado para instalar nuevas acciones de protección. Todo esto requiere un esfuerzo impresionante por el hecho de tener que desaprender y reaprender conductas cotidianas constantemente. Estos fenómenos insumen energía psíquica, demandan nuestra atención a cada momento interrumpiendo la sensación de fluidez vital, dejándonos más expuestos a reacciones de irritabilidad, con una sensación de pérdida de espontaneidad y naturalidad en nuestras conductas más habituales", explica López Marirena desde la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, que ya tiene planificada una serie de coloquios y conversatorios para reflexionar sobre la sociedad pospandemia.
Cuando el agobio es un problema. Que los primeros encuentros, la vuelta a los trabajos y la adaptación de nuevas (y cambiantes) rutinas en los hogares sean agobiantes no es un problema grave. Los últimos meses pueden haber despertado una montaña rusa de emociones en generaciones que, además, parecen ser los reyes de la ansiedad. La pandemia significó el estancamiento de países enteros, envíos a seguro de paro, agotamiento mental y físico, y trajo aparejado el miedo (y el reconocimiento) a la finitud humana. Por un tiempo, la ansiedad social -que es identificada por los filósofos como "el mal del siglo"- fue suplantada por los problemas en torno a la soledad, la economía y la seguridad. Ahora, es normal sentirse sobrepasado. Al igual que algunos animales, los seres humanos utilizamos la ansiedad como una herramienta para hacerles frente a las amenazas y sobrevivir. Este impulso, incluso, es una de las razones que explica el acatamiento de las recomendaciones para controlar el avance del coronavirus.
Ya en 2006, la Organización Panamericana de la Salud hizo un informe centrado en la protección de la salud mental en sociedades trastocadas por las pandemias y estudió los efectos como el estrés postraumático y el duelo en tiempos de crisis. La investigación mostró que los trastornos de adaptación se caracterizan por el estado de malestar y las alteraciones emocionales que, como se está viendo con el coronavirus, afectan la vida social.
Además del agobio social, el mundo está padeciendo la aparición del síndrome de la cabaña, un fenómeno que provoca miedo, pánico o incluso fobia al salir a la calle por temor a ser contagiado o estar desprotegido. A veces es difícil identificarlo, sobre todo en los jóvenes. "Te juro que no es una excusa. No quiero volver a las clases. Me siento mejor haciéndolas acá, sin el miedo a ir a las clases y que le pase algo a la abuela. No quiero salir de casa", gritaba llorando una adolescente de 17 años a su madre en una consulta telefónica con una psicóloga.
Salvando las distancias, esta escena se repitió en hogares de todo el mundo por el impacto de la crisis en los niños, adolescentes y adultos mayores. Hay que recordar que hubo 860 millones de niños que pasaron de estar el día en el aula a quedarse sin clase, sin jugar con sus amigos ni visitar a sus abuelos. Lo mismo ocurrió al revés: sin preparación ni entrenamiento psicológico, los adultos mayores se quedaron aislados y lejos de los nietos. Después de aquel sacudón, puede ser difícil que dejen de ver las calles como una amenaza.
Según los expertos, la situación es compleja y llevará años de estudio. Aunque la primera emergencia sanitaria mundial estuvo vinculada a proteger a los ciudadanos y cuidar a los enfermos de coronavirus, la segunda podrá asociarse a los problemas psiquiátricos y psicológicos que crecen de forma silenciosa. O al menos así lo advierten quienes investigan sobre salud mental. "Una de las estrategias más útiles para transitar ese momento agobiante es tener siempre presente todo lo que hemos aprendido en este intenso período de pandemia. Los resultados obtenidos hasta ahora son una buena fuente de motivación para volver a comprometernos con el nuevo paquete de medidas y protocolos de esta etapa de ‘retorno' parcial, sin bajar la guardia pero sin obsesionarnos", concluye la psicóloga López Marirena. Tal vez es momento de quitarse la presión y adaptarse a los cambios. No somos ni seremos los mismos. Tampoco deberíamos serlo.