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¿Qué tanto apretaban las plataformas de la zapatería Giuliano a la hora de salir? ¿Cómo era conocer a alguien al ritmo de Banana Pueyrredón y volverse a casa en un Renault 12, que con su radio a cassette prometía que la fiesta duraría un poco más? Imágenes lejanas como estas se apelotonan de golpe todos los 24 de agosto por la noche cuando el uruguayo de segunda edad une dos de sus (tantas) pasiones nacionales: reunirse y nostalgiar, que no necesariamente se circunscriben a una noche en particular sino a todo el año, ni tampoco a una moda retro —tanto en la música como en la ropa—, que por extranjera casi que no le pertenece.
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Uno de los debates más ociosos de la historia del país es poder zanjar qué es lo que significa ser uruguayo. Esta discusión siempre encuentra la forma de hacerse un sitio, pero nunca aterriza en otro terreno que no sea uno baldío, donde entre tantas posibilidades para construir una respuesta, triunfa la haraganería de los lugares comunes. Ser uruguayo significa muchas cosas, algunas tan cliché que no hace falta ni mencionarlas, y aún así, no se puede asegurar que todos los que viven en este país se identifiquen con un termo y un mate abajo del brazo, pero sí, con el mismo pasado.
Al uruguayo se lo percibe como un individuo con un espejo retrovisor apuntando siempre al tiempo del miriñaque. Esta sensación de nostalgia por lo que alguna vez se consiguió es, según Ricardo Klein, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Valencia e investigador de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), uno de los posibles componentes de uno de los posibles tipos de uruguayo.
Aunque las comparaciones a través del tiempo nunca fueron demasiado justas, la frase del poeta español Jorge Manrique “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor” tiene, dentro de la idiosincrasia del país, un sustento real, según explicó a Galería Richard Danta, profesor de Semiótica del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay. La expresión por excelencia de lo que el uruguayo quiere y efectivamente alguna vez logró ser quedó inmortalizada en los primeros 50 años del siglo XX; un tiempo de vacas gordas, de un Uruguay moderno, social y culturalmente desarrollado, y protagonista de importantes triunfos futbolísticos. El país de hoy se alimenta día a día de la nostalgia del de ayer, nostalgia que la Real Academia Española define justamente como la tristeza que se produce con el recuerdo de una (o varias) dicha perdida.
Mariana Álvarez, directora de Psicología Positiva Uruguay, señala que hay varias formas posibles de encauzar ese sentimiento: una tiene que ver con la manera de castigarse ante las oportunidades desperdiciadas y el duelo por lo que ya no vuelve. Pero este no es el caso uruguayo. Cuando las emociones positivas relacionadas con logros del pasado pueden trasladarse al aquí y ahora, la nostalgia se tiñe un poco de la esperanza de repetirlos. Visto de esta forma, Uruguay no se ve como un país melancólico sino tan visionario como orgulloso, cuando con cada uno de sus relatos en el presente se inventa una nueva forma de resucitar el pasado, deformado por una inclinación por lo épico que está instalada y a la que nunca deja de remontarse. Este país no puede proyectar un moderno mundial como el de Catar 2022 sin ponerse a pensar en quién será el próximo Alcides Ghiggia. No sabe elogiar a los nuevos talentos sin decir que letras eran las de Zitarrosa ni hablar de política sin mencionar debates de referentes de antaño. Traer todo esto al presente, en palabras del semiólogo Fernando Rius, docente responsable del Departamento de Semiótica de la Facultad de Información y Comunicación, produce “un íntimo placer”. Y sentir eso es ser uruguayo.
Que fantástica fantástica esta fiesta. Este enamoramiento por el pasado así como la inclinación de volverlo todo motivo de reunión y festejo llevó no solo a que en Uruguay la Noche de la Nostalgia funcione, sino que se vuelve una de las fechas más taquilleras del país, lo que dejó en evidencia que el culto al pasado en cualquiera de sus etapas es más importante para los uruguayos que sus propias fechas patrias. Este evento aprovecha la víspera del feriado que conmemora la independencia para que, quien corresponda, desempolve sus oxfords, sacos de solapas anchas y jeans Lee para bailar hits de los 60, 70 y 80. Y aunque una de las fiestas patrias más importantes quede eclipsada por un evento bailable presidido, casi como si fuera una broma, por un menú de canciones extranjeras, la noche del 24 de agosto se instaló dentro del calendario país no para aplaudir la cultura musical norteamericana, sino para restaurar aquel “tiempo dichoso” en donde se bailaban esas canciones. La Noche de la Nostalgia es “una cita agendada en la memoria colectiva”, señala Rius, gestionada a lo largo de los años por los medios de comunicación, la publicidad y el marketing.
No se puede saber con exactitud qué fue lo que hizo que 40 años después de aquella primera fiesta en la discoteca Ton Ton, después en Lancelot y finalmente en Zum-Zum, el mundo de la música y el entretenimiento nacional siguiera reinventando año tras año lo que se había convertido en el evento nocturno con mayor convocatoria y despliegue del país después de Navidad y Año Nuevo. Rius explica la permanencia de esta fiesta dentro de lo que se conoce como el efecto mariposa, es decir, “cuando una mariposa bate las alas en Pekín y produce una tempestad en Nueva York”. Se refiere a lo impensado que puede llegar a ser el rumbo de las cosas, sobre todo, lo completamente casual que es que una experiencia se asiente en la memoria.
Lo que fue y lo que vendrá. Danta advierte que no se confunda el apego al pasado con un fuerte sentido de nacionalismo: “No somos nacionalistas, acá nadie se emociona por una escarapela y los políticos se ven como se ven cuando cantan el himno porque están bien entrenados”, dice. Así también pasa con los jugadores de fútbol. Pero que ni las fechas ni símbolos patrios interpelen demasiado al uruguayo no significa que en su sociedad no exista una conexión afectiva, sostenida por una mitología nacional. La palabra viene del griego mythos que significa “la historia del pueblo”; la historia del pueblo contada a través de los mitos, que no son hechos reales, sino cuentos. Y así como la memoria es irracional y selectiva, el uruguayo también lo es a la hora de escoger a qué o a quién recuerda de sus casi 200 años de historia. Por eso la nostalgia, así cómo qué es ser uruguayo, no responde a una sola cosa. Y prefieren mantenerlo así, en una nebulosa formada por conceptos dilatados como el de garra charrúa, para no tener que justificar que hay cosas que se eligen barrer debajo de la alfombra.
“Mentira que es difícil decir qué es ser uruguayo, lo difícil es decirlo en Uruguay, porque la gente no siempre quiere ser representada con todo lo que en realidad la representa”, dice Danta. Nada es totalmente positivo o negativo; la filosofía del lo atamo’ con alambre, aunque resolutiva, puede parecer mediocre. El tradicionalismo, aunque sea romántico y folclórico, es conservador y a veces intolerante. Pero a ningún uruguayo le gusta verse de esta manera, y entonces, cuanto menos se defina, hay menos lugar para que aflore lo negativo y más espacio para la construcción.
Hay dos dimensiones de un mismo pasado: los hechos tal y como ocurrieron realmente y la percepción colectiva de los mismos. Y como si se tratara de disfrazar al pasado, así como se disfrazan los salientes la noche del 24, en Uruguay, más que celebrar los hechos históricos se aplaude la fantasía de lo que fueron. “Artigas nunca pretendió ser el padre de la patria, pero el Uruguay necesitaba de un relato épico de fundación”, ejemplifica Danta. La política, la cultura y el fútbol escupieron miles de leyendas, pero lo que se sabe de cada una es lo que al Uruguay le conviene recordar, ¿o alguien durante una fiesta patria se toma algunos minutos para repasar la poco ejemplar vida amorosa y familiar del prócer? O cuando se rinde homenaje al glorioso maracanazo del 50, ¿quién habla del triste desenlace del capitán de este mundial, cuando desde el seno de un barrio humilde y sin jugar, el Negro Jefe murió en una casa que tenía gracias a una colecta? Lo mismo con Eduardo Mateo, “el músico impulsor de músicos”, que murió a causa de un cáncer diagnosticado tarde y radicalizado en la pobreza. Hay ensayos donde aparecen palabras del propio Artigas hacia el ingeniero Mayor Henrique de Beaurepaire Rohan, cuando tras asegurarse de que su nombre todavía sonaba en Uruguay, el radicado en Paraguay concluyó que eso era todo lo que le quedaba después de tanto trabajo, porque para ese entonces ya vivía de limosnas.
“Los uruguayos somos indiferentes a las condiciones de vida de la gente a la que le debemos tanto”, dice Danta. No se siente nada por los hombres reales, sino por los héroes mitológicos. Esto tiene una motivación egoísta aunque muy humana: aferrarse a las estructuras, aunque fantásticas, del pasado, para bajar la ansiedad de lo que puede llegar a pasar en el futuro. Creer en los mitos proporciona una falsa seguridad al imaginarse que la historia puede volver a repetirse. El mañana siempre tiene a la incertidumbre como componente, pero cuando pensamos primero en el pasado para esbozar un futuro, lo hacemos desde “un espacio de control’’, explica Danta. “Buscamos aferrarnos al pasado y conservarlo porque es lo conocido, y hasta para las partes más horribles estamos listos porque ya las conocemos”. La incertidumbre hacia el futuro es la misma que produce en los diferentes grupos la resistencia al cambio, que conjuga una ansiedad depresiva y una ansiedad paranoide, es decir, la sensación de no saber qué va a pasar con “sentirse perseguido por fantasmas que nosotros mismos creamos”, desarrolla Rius.
La nostalgia del uruguayo se resume entonces en un sentimiento de pérdida de lo que cree que alguna vez tuvo. Pero aunque sea el país más envejecido de América Latina y la noche del 24 de agosto parezca una ovación a ese título, “el vínculo afectivo con el pasado propio comienza a tejerse mucho antes de que la persona vea sus primeras canas en el espejo”, dice Rius. La íntima relación entre el Uruguay y todo aquello que se vincule a su pasado nace de entender desde un slogan político hasta un gol o una canción como embajadores del tiempo, en la medida en que recordarlos es la única forma de volver a respirar el clima que traen adheridos.