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Fue curioso. Antes de enviar un
contacto, una persona me hizo una advertencia: “(Fulana) es muy buena en lo que
hace, pero mirá que es muy, muy intensa”. Pocos días después, antes de recibir
el contacto de otro entrevistado, otra persona me hizo la misma advertencia.
“(Mengano) es un intenso, ¡te lo advierto! Pero gestiona todo bastante rápido”.
Efectivamente, la gestión de Mengano —alias Intenso— fue veloz. Sin embargo, en
ninguna de las conversaciones surgió algo fuera de lo común o esperado. Porque
¿cuál es el verdadero significado que se le da a aquel término tan escuchado?
¿Qué se espera de una persona catalogada como intensa? ¿Que sea muy
verborrágica? ¿Que tenga el enojo fácil? A juzgar por aquellas lapidarias
advertencias sobre los entrevistados, parece claro que ese adjetivo, para
algunas personas, no es precisamente una cualidad.
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Sí parece serlo, sin embargo, para la experta en gestión
del estrés, Pilar Sánchez. De hecho, lo primero que hace cuando alguien la
cataloga de esa manera, es agradecer. “Después, al ver la cara de quien me lo
decía he tenido que frenarme”, escribe en una columna de Huffington Post.
La experta española tiene una opinión formada, y su intensidad está lejos de
ser vivida como un defecto. Más bien, considera que el mundo en el que vive padece
deficiencia de intensidad. “Estamos llegando a creer que cuanto menos se
escuche una carcajada, cuanto menos te vean llorar y cuanto menos hables de tus
miedos, mejor persona eres (...). No queremos que nada nos despeine o nos corra
el rímel por si alguien envía un tuit riéndose de nosotros. Y así, se pierde
intensidad y se pierde el sentido de la vida”, dice. En Uruguay, la médica de
Familia y directora de la Clínica del Estrés, Verónica Morín, también se
considera defensora de la intensidad. “Parto de la base de que la intensidad es
algo bueno, es vitalidad, fuerza, emoción, es la energía que te mueve a hacer
las cosas, es cambio. Las personas intensas son muy apasionadas”,
subraya.
¿Cómo es posible que un mismo adjetivo pueda vivirse
como el mejor halago para algunos y el peor insulto para otros?
Intenso, según la Real
Academia Española, es “muy vehemente y vivo”, o sea, alguien que se manifiesta
con ímpetu o pasión. Y, al igual que las prendas de ropa, las palabras también
se ponen de moda; eso ningún especialista lo discute. Así es como el adjetivo intenso,
en el mundo hispanohablante, goza hace varios años de su momento de estrellato.
Esta palabra, en particular, está sumamente cargada de contenido; no es casual
que sea estigma y motivo de orgullo a la vez. “Hay una utilización de nuevos
términos de lenguaje que tienen una carga impresionante, ves cómo afectan a las
personas, se vuelven como paradigmas”, explica el psicólogo Richard Prieto,
quien considera que la intensidad está dentro de ese grupo de términos.
Aunque su connotación dependa principalmente del
contexto, lo cierto es que en general la palabra se utiliza para denotar algo
negativo. Por ejemplo, ser intenso puede ser sinónimo de “pesado” o “excesivo
en sus intereses”, entre tantas otras definiciones, apunta Prieto. Por un lado,
“es terrible que te digan que sos intenso, porque es toda una catalogación de
una actitud”. Del otro lado, agrega, están quienes se definen orgullosamente
como intensos a nivel laboral, algo que hasta puede ser aplaudido por el
entorno mientras que en realidad puede ser signo de estrés. “Tiene que ver con
una familia de terminología actual que a veces hasta se contradice. Si bien
pensamos que una persona intensa es un poco pesada, si en tu trabajo no sos
intenso, algo falla. Así es como se ve la catalogación social hoy”, explica el
psicólogo.
Detrás del intenso. Más allá de sus
tantas interpretaciones, zonas grises y el uso excesivo de la palabra, las
personas emocionalmente intensas siempre existieron. Y el empleo popular y
social no está necesariamente errado. De hecho, la palabra navega entre
acepciones que hasta parecen opuestas porque es así como, de cierta forma,
viven las personas intensas: son altamente sensibles y, por ende, así como
sienten alegría de manera desbordante, otras emociones como ansiedad, angustia
y tristeza también pueden ser vividas de manera profunda y desesperante.
Ser intenso per se no es positivo, ni negativo,
ni cualidad ni defecto. Tanto Morín como la psicoterapeuta cognitivo conductual
Ivonne Spinelli explican que no existen emociones positivas ni negativas. Todas
ellas son importantes. “Nos indican por dónde tenemos que ir en la vida”,
señala Spinelli, coordinadora del libro La presencia invisible: el trauma en
nuestra vida, que aborda el tema. La psicóloga entiende que la clave es
diferenciar entre emociones y perturbaciones emocionales, ya que las personas
intensas tienden a que lo segundo se vuelva corriente. Ambas tienen
diferencias, precisamente, en su intensidad, frecuencia y duración. “La
tristeza es una emoción adecuada frente a una pérdida. La depresión es una
perturbación emocional frente a eso. Si pasa el tiempo y no elaboro lo que me
ha pasado y no puedo sobreponerme, entonces estamos hablando de una
perturbación emocional”, indica.
Nadie elige ser emocionalmente intenso. “Las personas no
elegimos ser como somos. No elegimos ser o no intensos. Esto lo vamos a
aprender o no de la regulación emocional”, añade Spinelli. Morín, por su parte,
acota que “todos nacemos intensos” y que luego las personas se van “moldeando”
para adaptarse y ser “un poco más aceptadas”. En ese camino, hay quienes logran
regularse adecuadamente, quienes no se logran regular y sobrerreaccionan
(intensos), y quienes se regulan demasiado o hiporreaccionan (reprimen), lo
opuesto a los intensos.
Según Spinelli, las personas intensas se caracterizan
por sobrerreaccionar al ambiente o a lo que ocurre a su alrededor. “Viven
muchas veces como si fueran un volcán”, ilustra.
Por eso, la intensidad emocional
suele ser un motivo muy frecuente de consulta a los psicólogos. Los pacientes,
apunta Prieto, llegan usualmente a la entrevista clínica una vez que esta
característica de su personalidad les provocó suficientes inconvenientes en sus
relaciones interpersonales y mucho malestar. “A veces creemos que nuestra forma
de amar, de querer a nuestros amigos, de vincularnos o enfocar nuestro trabajo
es la que mejor nos representa y no siempre es así, por eso uno tiene que
reflexionar con respecto a cómo se contacta con el mundo, con la vida”, apunta
el psicólogo. En la misma línea se explaya Spinelli: “No son personas que al
principio tengan mucha autoconciencia de cómo se relacionan. En principio todos
nos relacionamos de una forma que pensamos que es la más adecuada”.
Las personas emocionalmente intensas suelen catalogar
como frías y distantes a las que no lo son, señala Spinelli. “Está el reclamo
permanente de aprobación y atención, y a nivel de pareja o amistad el otro se
siente asfixiado”. Así se genera una especie de círculo vicioso: “Eso hace que
se produzca alejamiento, y ahí la persona que tiene el problema trata de
apegarse más y termina cumpliendo la profecía, porque lo rechazan y se vuelve
alguien demasiado demandante”, remarca la psicóloga.
Mientras actúan guiados por sus fuertes emociones,
empiezan a aparecer las respuestas del entorno y las dificultades en el
relacionamiento con los demás. “Muchas veces, yendo de esa manera se complican
las relaciones interpersonales, porque los otros, vinculándose con una persona
intensa si no lo son, no saben a qué atenerse, se ven sorprendidos por la
reacción de esta persona porque no saben, no entienden qué pasó para que se
desatara angustia o conflicto en la otra persona, y no tienen muy claras las
claves de por dónde ir”, dice la psicoterapeuta cognitivo conductual. Pese a
que defiende la “intensidad sana” y considera que “lo peor de todo es actuar
como si no sintiéramos”, Morín también reconoce que “cruzar la línea” hacia el
“aspecto tóxico” de la intensidad es muy simple. Una de las maneras más fáciles
de detectar ese cruce es “cuando el otro nos llama la atención”. “Las personas
intensas son particularmente sensibles, y esto les va a permitir darse cuenta
de cuando el otro les devuelve fastidio, que pasamos una línea. Por ejemplo,
‘ya me lo dijiste varias veces, estás de vuelta con lo mismo’”. Al ser personas
muy empáticas e intuitivas, cree que rápidamente captan las señales del entorno
y se automodulan.
Spinelli también plantea que la respuesta del entorno,
sumada a la autocrítica, es la forma más corriente de que la persona se vuelva
consciente de su patrón de relacionamiento. “Se trata de patrones de
relacionamiento que se repiten. Si a ti una persona te dice 'qué intensa',
quizás sos intensa para una persona. Pero si te pasa con la pareja, con los
amigos, con otro y con otro, estamos hablando de un patrón de relacionamiento,
no de un hecho aislado. Tal vez de esta manera la persona puede darse cuenta y
revisarse”.
Detrás de lo que se cataloga
frecuentemente como “intenso”, según los especialistas, generalmente existe un
síndrome de ansiedad. Este síndrome se caracteriza por la necesidad constante
de adelantamiento a las situaciones, por “vivir en el futuro”. Así lo explica
Prieto: “En el síndrome ansioso siempre te querés adelantar y siempre te va a
parecer que va a faltar algo. Si no atendés tus relaciones afectivas, te parece
que te van a dejar, si un día antes no sabés qué vas a hacer o dónde vas a
estar, te parece que sos un poco desprolijo. Es el síndrome de adelantamiento
de las situaciones de la vida”.
Hace cinco años y tras consultas con varios psicólogos y
psiquiatras, Sofía dio con el informe que indicaba que su hijo, Juan —en aquel
entonces de ocho años— tenía trastorno de ansiedad. “Ahí pude empezar a entender
muchas cosas”, cuenta Sofía. Desde que empezó a dar sus primeros pasos, ciertas
conductas reiterativas de Juan llamaban la atención de sus padres. Comía con
mucha voracidad, miraba siempre la misma película y reaccionaba mordiendo
cuando no obtenía lo que quería. Hoy es un adolescente “muy demandante” y que
“habla mucho”. “Una vez en la consulta le dije a la psiquiatra: ‘Estoy
agotada’”, y me dijo que “ser padre de un niño ansioso es agotador”. “Capaz es
lunes o martes y precisa saber cómo nos vamos a organizar para su agenda social
del fin de semana. Estamos en octubre, noviembre y necesita saber con quién
vamos a pasar Navidad o qué vamos a hacer en las vacaciones”, detalla.
El origen. ¿Por qué hay personas emocionalmente intensas, otras que
regulan sus emociones de manera adecuada y otras que las reprimen por completo?
Todo eso se empieza a desarrollar mucho antes de balbucear las primeras
palabras. Para comprender esas diferencias, Spinelli habla sobre los estilos de
apego. En el libro La presencia invisible, se define estilo de apego
como “una forma integral de concebirnos a nosotros mismos, nuestros
pensamientos y emociones”. También dice que “se relaciona con la forma de ver
al otro, nuestros vínculos, el mundo en general y los proyectos a futuro”.
“Parece ser que este sistema engloba nuestro self”, señala el libro.
Existen cuatro estilos de apego: seguro o autónomo, inseguro evitativo,
inseguro ansioso-preocupado o ambivalente y desorganizado o no resuelto. Según
Spinelli, las personas emocionalmente intensas suelen desarrollar un tipo de
apego inseguro-ansioso preocupado o ambivalente. Son personas que viven en una
“montaña rusa emocional”, que, “están muy arriba, alegres, eufóricas, pero pasa
cualquier cosa en el ambiente y caen”, algo que a la larga también resulta
agotador para la persona. Impulsividad, irritabilidad, miedo al abandono y
dificultades para recuperarse cuando existen niveles de tensión altos son otras
de las características de las personas que desarrollan este tipo de apego. “En ocasiones,
buscan el vínculo de forma extrema; pueden ser muy demandantes o absorbentes,
por miedo a que no los quieran o los abandonen”, se explica en el libro. Buscan
altos niveles de proximidad, aprobación y capacidad de respuesta de su figura
de apego, lugar que ocupan —durante la infancia— los padres o cuidadores. En
las relaciones amorosas, suelen ser personas celosas y absorbentes y mantienen
una actitud vigilante. En el trabajo o en otros aspectos de la vida, las
personas intensas tienen miedo a perder el control, apunta Prieto. “En realidad
la persona intensa ejerce un control que no se le escapa nada. Son personas que
tratan de tener una seguridad”, analiza.
El otro extremo. “Intensa... emotiva...soy de reír hasta que me duela la
cara o la panza. Cuando lloro lo hago intensamente hasta vaciar mi corazón de
penas; (...) cuando amo, amo con locura, me entrego, doy lo mejor de mí, hago
todo lo que me gustaría que hicieran por mí (...) pongo mi magia y energía para
que vibre la danza con el otro, vibro alto, digo lo que siento, defiendo mi
punto de vista. (...) Y sí soy intensa y me quiero así, aunque hoy sea casi un
defecto para los otros. Me ha traído problemas pero también me ha dado mucho de
lo que soy y tengo”, escribió Ana a Galería. Si bien el ser intensa en
general le resulta “divertido”, también cuenta que con el tiempo empezó a
preguntarse qué tan beneficioso era para ella y su entorno. Aunque se sigue
declarando “intensa con mayúsculas”, reconoce que aprendió a regular sus
emociones. “Entiendo que uno vive en sociedad y por momentos tenés que aprender
a manejar esa intensidad. Donde le dan la bienvenida, le das de bomba y donde
no, ser lo intensa que querés pero no al extremo, sobre todo para no pasarla mal”,
apunta. Es que hoy, ser intenso puede llegar a ser hasta un estigma. Por eso,
Verónica Morín se detiene en la importancia de no estereotipar, no etiquetar a
ciertas personas como “los intensos del grupo”. En tanto, Spinelli opina que
“etiquetar sobresimplifica la realidad”. En su faceta más sana emocionalmente,
las personas intensas “aportan muchísimas ganas a los equipos y son muy
inteligentes”, resume Morín. “Las personas intensas sienten el mundo de otra
manera, se enfrentan a la vida con otra velocidad, tienen alta capacidad de
ejecución de los planes, un alto nivel de intuición”, subraya.
Las personas emocionalmente intensas pueden aprender a
regularse. Spinelli acota que “si lo trabaja, la persona aprende a reaccionar
adecuadamente al ambiente”. Como psicoanalista, Prieto se enfoca en el malestar
que la intensidad emocional les genera a sus pacientes. Como terapeuta
cognitivo-conductual, Spinelli cuenta que la terapia EMDR (reprocesamiento y
desensibilización a través del movimiento ocular, por sus siglas en inglés) es
una de las más utilizadas.
Sofía, madre de Juan, cuenta que la terapia conductista
conductual resultó ser la más eficiente para tratar el trastorno de ansiedad de
su hijo. “Lo que hace es justamente darles herramientas para que se sepan
manejar”, detalla. En su caso, para dominar la ansiedad cuenta que es de ayuda
armar listas, tachar lo que se va resolviendo, y aprender a diferenciar lo
importante de lo que no lo es.
Y una vez que aprenden a regular sus emociones para que
no se conviertan en una perturbación emocional, los especialistas explican que
también es notoria la respuesta del entorno. “Así como los demás te devuelven
en forma negativa, también lo hacen en forma positiva. ‘Te dicen, por ejemplo,
que ya no te enojás con tanta facilidad, y como está la necesidad de
aceptación, esta es una gran motivación para que la persona siga cambiando”,
apunta Spinelli.
El objetivo siempre es eliminar todo
malestar que esa falta de regulación emocional pueda causar tanto interiormente
como a escala social, y que las emociones no deseadas no se transformen en
perturbaciones. En el otro extremo, cuando se trata de emociones vivenciadas
como positivas, la idea es experimentarlas con toda la intensidad que se quiera
siempre y cuando no impacten de forma negativa en la personalidad. “Puedo
recibir un premio y ponerme sumamente contenta. Ahora, lo voy a disfrutar, pero
no me voy a sentir más ni menos si no lo recibo. Sí voy a disfrutar sin que eso
me transforme a mí como persona”, ejemplifica la psicoterapeuta
cognitivo–conductual.
En el diccionario popular y social la intensidad también
es un término que no parece dar lugar a medias tintas. Tiene sus defensores y
detractores. Una muestra de ello surgió a partir de plantear la pregunta a una
decena de personas. ¿Qué entienden por persona intensa?
Para Camila, por
ejemplo, “la intensidad tiene nombre y apellido”. “Para mí es sinónimo de
insoportable; cuanto más hacés en menos tiempo, más intenso sos, en el trabajo,
en la vida”, opina. Rodrigo entiende por intensidad el “no respetar los
tiempos o procesos de la otra persona”. Rosina se declara intensa, dice que
siente “todo al máximo” y es muy “extremista”. “Y en los vínculos amorosos, si
el otro es intenso somos capaces de vernos todos los días”, asegura.
“Es poner todo, dar lo máximo”, dice Julieta.
“Si sos muy intenso la gente se puede agotar, o estás todo el día maquinando.
Pero es darlo todo, comprometerse. El término tiene esa ambigüedad que puede
ser compleja. Si sos recontraintenso con el trabajo te podés volver workaholic”.
Romina agrega que “trabajar con personas intensas” puede ser muy difícil, ya
que “si no estás a su ritmo se vuelve imposible”. Y Silvina entiende que “nadie
te dice ‘sos intenso’ para halagarte”. “Está bueno vivir intensamente, siempre
y cuando no sea insano para uno ni para los demás”, apunta.