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Carla Rosso: “China es un laboratorio social”

La familia, la crianza, la belleza, la muerte: una instantánea de la sociedad china hoy, según la magíster en Filosofía china Carla Rosso, que en estos días imparte un curso de aproximación a la cultura y filosofía de ese país en la Universidad Católica
Editora de Galería

La familia, la crianza, la belleza, la muerte: una instantánea de la sociedad china hoy, según la magíster en Filosofía china Carla Rosso, que en estos días imparte un curso de aproximación a la cultura y filosofía de ese país en la Universidad Católica

En setiembre de 2018 Carla Rosso aterrizó en Shangái para pasar allí, como mínimo, los dos años que duraba la maestría en Filosofía China de la Universidad de Fudan. Su primera conexión con la cultura oriental había sido con la práctica de karate, y así, como quien tira de la punta de un ovillo, llegó de ese arte marcial japonés a lo que se terminó convirtiendo en su verdadero interés: China. “Japón le debe muchísimo a China”, dice la licenciada en Filosofía y magíster en Filosofía China.

Su primera impresión de Shangái fue abrumadora; una ciudad de esas dimensiones no es fácil de asimilar. No sabía chino, y por más que la maestría se dictaba en inglés, le preocupaba no poder comunicarse en el idioma local. Así que en esos años, además de aprender cómo ser oriental (de los del otro lado del Atlántico), aprendió a leer, hablar y escribir chino.

Rosso estaba cursando el último semestre de la maestría cuando el primer caso de coronavirus apareció en Wuhan. Primero vino la confusión y los intentos de entender la nueva situación, después, el aislamiento y la incertidumbre. “En Shangái hubo mucho de autorrecluirse. A nosotros nos encuarentenaron en la universidad. Después empezamos a poder salir, pero era muy shockeante, porque estaba la ciudad vacía. En Shangái, que es una ciudad tan viva, llena de gente, de movimiento, salías de noche y parecía el apocalipsis. Sentí que estaba en un momento histórico”, recuerda.

La forma en que China se sobrepuso a la pandemia dice mucho de su cultura; habla de un pensamiento colectivista y una clara obediencia, dos cualidades absolutamente orientales, en su concepción más tradicional. Pero, según Rosso, el país vive un momento de gran “efervescencia”, en el que los cambios de las últimas décadas empiezan a manifestarse en las nuevas generaciones, creando “grietas” y “contradicciones”. En una cultura caracterizada por la paciencia y la valoración del tiempo, las jornadas de trabajo son de 12 horas, seis días a la semana, que atentan contra esas virtudes ancestrales. Los más jóvenes, ya no tan obedientes, empiezan a expresar su descontento y a buscar un cambio. Tal vez entonces logren reposicionar al país algunos puestos más arriba en el Informe Mundial de la Felicidad de ONU, que este año ubicó a China en el lugar número 72.

Su estancia en China, que al final se prolongó un año más —al instalarse en Lanzhou, una ciudad en la provincia de Gansu—, demostró a la filósofa que desde Uruguay no había visto en toda su magnitud el impacto directo que tiene China en occidente. No visualizaba tan claramente “esta idea de que lo que pasa en China nos determina”. De eso habla, entre otros temas, en el curso que imparte en la Universidad Católica titulado Los otros orientales: aproximación a la cultura y filosofía china, que comenzó el martes 6 (va solo los martes de noche) y se extiende hasta el 25 de octubre.

Conversando con Galería, Rosso recordó algunas de sus experiencias en el gigante asiático, y profundizó en el lugar de la mujer y de los niños en la familia, y el de la familia en la sociedad, sus sistemas de jerarquías, el respeto hacia sus mayores, la visión imperante de la muerte y la importancia de la belleza, en una sociedad diversa que se cuestiona a sí misma.

Como mujer occidental, instalada por un tiempo en un escenario cultural tan diferente, ¿cómo fue ese shock cultural en cuanto al lugar que ocupa la mujer en la sociedad china?

Hay muchas influencias. Por un lado, hay cierta jerarquía masculina; está la preponderancia de la familia, que muchas veces tiene que ver mucho con el varón, el que manda en la familia. Pero por otro lado hay una especie de matriarcado, hay un gran poder de la mujer en cierto manejo de espacios. Me parece que ahí hubo una influencia positiva del maoísmo, con esta idea de que la mujer está en la misma posición, de que la mujer es una guerrera, es una obrera. Todas estas influencias conviven, por eso cuando uno se acerca a China es difícil categorizarla, te encontrás bajo una complejidad muy grande. Cuando nosotros hablamos de los chinos, de qué piensan, obviamente es desde un lugar muy parcial, y esa parcialidad se ve exacerbada por su realidad: China es un continente, tiene 56 etnias, y no todas tienen de base el mandarín. Entonces hay una complejidad y una diversidad infinitas, y a su vez hay una unidad. Uno generaliza para tener una base de la que partir, pero siempre hay que acordarse, o tener la voz de fondo diciendo: esto hay que complejizarlo. Y más con todos los cambios que ha vivido China desde la apertura económica. Eso también tuvo muchísimas influencias que no pasan desapercibidas y todavía hay que desentrañarlas. Es algo muy nuevo.

¿Y qué pasa con las familias? ¿Qué estatus tienen en la sociedad? ¿Funcionan con un sistema de jerarquías?

Yo creo que la familia todavía tiene un rol superfuerte. Con muchos jóvenes, cuando hablás, sienten el peso de la relevancia de la familia. Está en la planificación de la educación, con el mensaje de la importancia de, por ejemplo, la piedad filial, una virtud que tiene su origen en Confucio y que habla del cuidado de los padres y del respeto que se les debe a las generaciones mayores. Esto obviamente tiene muchas vetas. Por un lado tenés que el confucionismo en un momento se volvió la ideología del Estado, y eso es una forma de reforzar las figuras de autoridad y las jerarquías: esta es la línea, obedecé a tu esposo, obedecé a tu gobernante. Pero por otro lado Confucio tampoco plantea una obediencia a ciegas, sino que también plantea que todas las personas que tienen un rol de autoridad, deben hacerle honor. Para ser un gobernante tengo que ser bueno, si no, estoy deshonrando a esa figura. Y las personas que me rodean me pueden ayudar a corregir eso, porque el cultivo moral empieza por uno: uno es ejemplo y moviliza a los otros. Entonces sí, la familia es importantísima y tiene un rol, pero ¿eso implica solo obedecer? No. Pero ¿cómo lo viven hoy los chinos? Hay un artículo que habla del sur de China y trabaja con cómo los patrones de consumo se vinculan con la idea de la piedad filial. Un caso que menciona es el de una muchacha y su tía, que vive en otra ciudad, como a una hora y media, y no encuentra un medicamento, entonces le pide a su sobrina que vaya hasta su ciudad, le busque el medicamento, se lo lleve y vuelva. Y el entrevistador le pregunta: ¿No podés decirle a tu tía que lo busque ella? Y ella le dice que no es una opción: “Ella esperaba que yo hiciera eso, y eso es como parte de mi deber”. Hay mucha reflexión de los autores en torno a esto. Algunos lo ven como una cuestión de costo-beneficio: yo te ayudo porque vos después me vas a ayudar, como un intercambio, de cuidarse mutuamente. Otros plantean que no, que sigue estando esa presencia de lo comunitario, que determinadas tendencias más individualistas no han ganado todavía tanto terreno en China. Entonces no se puede simplificar su realidad, porque sin duda hay un peso del confucionismo supergrande, pero no es lo único que les pasó: está el maoísmo, el impulso reformista que copia a occidente, está el rechazo a occidente, el nacionalismo. Todo eso convive ahí. Es un laboratorio social.

¿Ese sentido del deber de los más jóvenes de la familia hace que la figura del adulto mayor sea más respetada?

Sí, hay un valor de la persona mayor, sin duda. Pero también hay imágenes muy particulares. Como los padres trabajan todo el día, vas en el ómnibus y ves a los abuelos con sus nietos, porque el sistema de cuidados son los abuelos. Y ellos, los mayores, les dan el asiento a sus nietos, porque tienen esta idea de: yo ya estoy, ya está, no importo; el futuro está ahí, esto es lo que hay que cuidar. Entonces está esa dualidad, de que se valora mucho y se cuida mucho a las personas mayores, pero también los mayores tienen el pensamiento colectivista mucho más arraigado, piensan en la sociedad como un todo: “Si alguien se tiene que sacrificar soy yo, que ya viví mi vida”.

Esto del pensamiento colectivista, de la solidaridad, fue en parte lo que los ayudó a sobreponerse al Covid.

Sí, tal cual. Esto de acatar, de tener una conciencia colectiva que trasciende lo individual. Hay contradicciones, sin duda, pero hay una generalidad que está bien presente. Allá está el WeChat, que es como el WhatsApp chino. Es una aplicación abarcativa, porque hacés todo desde ahí: pagás el alquiler, la luz, el agua; comprás billetes de avión, de tren y tenés como un muro en el que las personas publican… Hasta donde sé, es lo que quería lograr Facebook con WhatsApp. En la pandemia, WeChat también te daba un código verde, y con ese código entrabas a los lugares o no. Si tu código no era verde había lugares que se te iban cerrando. Ese código está dado porque en definitiva hay un seguimiento de tus movimientos, saben dónde estuviste. Que también lo hace Google, cuando después de que saliste de un lugar te dice: ¿Cómo estuvo tu experiencia? Pero en este caso no es una empresa, es el gobierno. Ese código está asociado a tu número de teléfono, que en China es algo serio, porque está asociado a su vez con tu identidad, con tu pasaporte, y con tu cuenta bancaria. Eso implica que el teléfono dice mucho de vos. Así que sobreponerse a la pandemia tuvo que ver con esto, con que los datos son algo compartido, hay un acceso (del gobierno) a eso.

¿Qué vínculo tienen con la muerte? ¿Por dónde pasa su espiritualidad?

No hay una concepción de cielo e infierno. Sí hay una visión de trascendencia, pero es distinta a la concepción que tenemos nosotros. Tienen esta idea de que tus ancestros conviven contigo en cierta forma, y lo ves en los hogares más tradicionales. En una visita de campo fuimos con un profesor a ver cómo se celebraba una fiesta tradicional en un pueblo chiquito, al sur de Shangái. Visitamos una casa, de quien era como la autoridad del pueblo, y tenía todo un altar dedicado a sus ancestros. Hay un culto a los ancestros, se les prende incienso, se los recuerda en determinadas prácticas que se hacen en la privacidad del hogar. Y por otro lado también se los recuerda en un momento más colectivo, que es en el ching ming (“claridad” en chino), el barrido de tumbas, en abril.

Volviendo a los niños, a su educación y a lo que se espera de ellos: ¿para qué tipo de futuro los preparan?

Hay una cuestión con poder salir adelante, ser exitoso, prosperar. Ese prosperar en un país que se volvió muy competitivo implica ser, en cierta forma, el mejor. Y para eso tengo que, desde chiquito, trabajar para eso. Es una contradicción que viven muchos padres. Están las tiger moms, que le meten todos los cartuchos al hijo, un exceso de actividades. Hay generaciones que sienten mucho el peso del éxito. Hace poco hubo movimientos de la generación que está en contra del 996: nueve de la mañana a nueve de la noche, seis días a la semana. No es que la ley lo avale, pero es un tema cultural muy asiático de trabajar, de esforzarse, de perseverar, de prosperar y ser diligente; de vuelta, tomando la generalidad. Y ahora hay una generación que no quiere más esos sacrificios, y que además no siente que esos sacrificios tengan un buen puerto, que les den el rédito que ellos quieren, que esperan. No quieren estar toda su vida encerrados en una oficina.

Con esa falta de tiempo de la población trabajadora tiene que ver eso de que los padres van a las plazas a “ofrecer” a sus hijos solteros para conseguirles pareja. ¿Cómo es eso?

Los llevan en fotos, es como una feria de hijos que se hace los sábados, en Shangái. Abren paraguas y ahí pegan, como si fuera una hoja A4 con la foto de la persona, nombre, edad, altura, peso, qué hace. Y además hay secciones, había una que era chinese overseas, chinos que viven afuera. 

Como un Tinder analógico.

Exacto, de control parental. Entonces te lo presentan ahí, porque claro, si tu hijo o hija está trabajando todo el día, no tiene tiempo para actividades sociales. En esto de que conviven distintas preocupaciones en China, los padres todavía tienen la cabeza más tradicional y les preocupa que sus hijos se casen, que formen una familia, que se continúe el legado familiar. Un gran problema que está teniendo China ahora es el de la población, que el patrón de crecimiento se ha estancado, y más allá de que ahora el gobierno permite tener tres hijos, la gente no tiene tres hijos. Se está retrasando incluso el momento en que se tienen hijos, lo ves más en las grandes ciudades. Tienen ese peso de las generaciones mayores, pero a su vez hay una influencia de occidente también, de ver sus patrones de comportamiento. Y a su vez tienen demandas del mercado laboral y económico de su país y tienen que ver cómo hacer para salir adelante. 

¿El concepto de belleza ha ido cambiando con el tiempo, tal vez por la influencia de occidente?

La atención al detalle está superpresente. Es como la cultura del detalle. Desde la tacita para tomar el té, todo es bello; todo tiene una delicadeza y se hace con un cuidado… Es como también el regalar el tiempo, que es lo más valioso para ellos: la paciencia china, la paciencia oriental. Vos estás dando algo que es muy importante. y lo ves, por ejemplo, en el ritual del té. Cuando recién había llegado, unos compañeros que estaban más avanzados en la maestría me dijeron: ¿Vamos a comprar té? Yo tenía muchas ganas de incursionar en la cultura del té chino, así que fuimos a la ciudad del té. Es un lugar en Shangái donde hay muchísimas tiendas que venden té, y cada una te hace pasar, te pregunta cuáles tés te interesan, y los probás; estás horas en cada lugar. Estuvimos todo el día; era de noche y seguía tomando té. Y no tenés por qué comprar. Ellos no están esperando que vos compres: probás, y si no te gustó ninguno, no comprás. Ellos ya saben que es así. Entonces Shangái, donde todo va rápido, tiene en su corazón una ciudad del té donde estás horas tomando la tacita y el tiempo se detiene. Y creo que esto tiene que ver también con la concepción de la belleza: estas dualidades están superpresentes.

¿Qué nos vendría bien adquirir de la cultura china?

China fue en cierta forma, para mí, un baño de humildad, de reconocer los propios límites. Me parece que estamos muy acostumbrados, en occidente, a pensar que hay determinadas cuestiones que son universales, irrenunciables, o que no son discutibles. Y ver otras culturas, otras formas de vivir y de conectarse con el sentido de la vida, me cambió un montón, me generó una apertura mayor a lo distinto, a darle más la chance. Eso no quiere decir estar de acuerdo, pero sí poder evaluarlas desde otro lugar. Acercarse a esa complejidad te shockea, y más cuando uno trata de encontrar siempre la etiqueta de la definición, y no la encontrás. Me parece que la diversidad que hay en China es bastante única en un sentido, porque sigue siendo un mismo país. n

Lotos: Lucía Durán