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Carolina Cosse: “La vida me devuelve algo cuando a mis hijos les gusta lo que dije”

La intendenta de Montevideo y precandidata por el Frente Amplio no se vale de la maternidad para mostrar una imagen más cálida, pero reconoce que haber tenido dos hijos, a los 19 y 20 años, fue y sigue siendo un "efluvio de amor brutal"

Redactora de Galería

La reina de Montevideo vive en un palacio poco convencional. No está rodeado por ningún bosque, sino que está ubicado en un punto intermedio entre el barrio Cordón y Pocitos. Para entrar, en lugar de atravesar un interminable jardín frontal basta con cruzar una puerta que da a la vereda de la calle Charrúa. Y nadie la abre por ella. Ni les preparan el mate, ni les ofrecen de beber a los invitados. Ella lo hace, no sin antes amenazarlos con cortarles los dedos si no usan el posavasos.

Para tranquilidad de ellos, así como no tiene murallas, torres ni balcones impresionantes —lo más palaciego es un sofisticado sistema de riego de las plantas del patio, en donde estaría el trono, si lo tuviera, rodeado de verde—, tampoco tiene mazmorras ni calabozos. Lo que sí tiene en el segundo piso es un lugar reservado para la familia: un pequeño hall con fotos de sus abuelos comunica con una especie de comedor-parrillero que da a una terraza. Hay también pinturas y dibujos de su hija, de cuando era una niña y adolescente.

Sus hijos están por todas partes aunque ella viva sola. En un living con cocina integrada, sin candelabros, decoración exuberante ni tapicería cara, conversó con Galería esta mamá. Y es que en realidad el palacio no era un palacio y la reina, lejos de ser una reina, es Carolina Cosse, actual intendenta de la capital del país, en plena campaña por su precandidatura.

Además de una bandera impresa del Frente Amplio coloreada (presumiblemente) por un niño con la leyenda “presidenta”, los adornos de las mesitas y la biblioteca son en su mayoría retratos. En uno de ellos aparece Carolina sosteniendo a uno de sus hijos, embarazada del otro. Tendrá alrededor de 40 años esa foto. Era una Carolina (muy) diferente, de otra época, con pelo negro, menos coqueta, pero siempre política y mamá; las dos cosas que más la emocionan en el mundo, más aún cuando se combinan.

La hija de Cosse tiene una faceta artística que la casa de la intendenta se encarga de exaltar. Se dibujó en brazos de su madre junto a su hermano. La hija de Cosse tiene una faceta artística que la casa de la intendenta se encarga de exaltar. Se dibujó en brazos de su madre junto a su hermano.

Mientras cuenta que parir es como estar en el centro del universo, que fue madre a los 19 años y lo pudo conciliar con su carrera gracias al apoyo de su madre y su abuela, y que le gusta que sus hijos brillen con luz propia y por eso no exhibe demasiado su lado materno, se le hacen nudos en la garganta que amenazan con romper aguas y arruinarle el delineado.

Fue una madre joven.

Sí, con 19 años, tuve a mis dos hijos seguidos. Estaba estudiando Ingeniería ya, empezando segundo de facultad con una barriga que crecía y crecía. Me acuerdo de estar en el salón de actos atendiendo una clase y la panza me hacía movimientos, una compañera al lado mío me la señala y enseguida señala cómo otro grupo de compañeros estaban mirándola divertidos. Mi nena y yo hicimos segundo juntas, fui hasta que no podía más. A los ocho meses ya no podía tomarme un 300 o un 405. Justo en estos días pensaba que cuando estaba embarazada no sentía que éramos dos compartiendo un cuerpo. Éramos una cosa distinta, no sé qué. Pero te cambia la mentalidad, te cambia todo. Me acuerdo una vez que estando embarazada fui a agarrar una taza para tomarme un té, se me cayó la taza y me puse a llorar desconsoladamente.

¿Cómo hizo para no abandonar sus estudios?

Siempre estuve acompañada. Por mis amigas y amigos, mamá, la abuela, el papá de los nenes en ese momento. Yo vivía con ellos en el límite de Villa Española, era lejos y no era lo mismo que ahora. No teníamos ni Zoom ni WhatsApp, había que ir, tomarse un bondi para estar. Tengo hermanos y hermanas de la vida, de ese momento. Igual estuve como dos años sin estudiar, era inviable. Ahí comprendí lo que era ser ama de casa, lo viví, pero en cuanto pude retomé y no lo podría haber hecho sin mi madre y mi abuela. Tenía una clase importante a las dos de la tarde, a la una ya tenía que estar en la parada, y había veces que teníamos práctico después de eso. Volvía a mi casa tarde, empapada en leche, me ponía toallitas entre el sutien y la camisa. Llegaba y me encontraba con mi madre y mi abuela barajándose a la nena que estaba rompiendo las paredes con su energía. Crecimos juntos de alguna manera, les debo muchísimo a mis hijos.

Una Carolina Cosse veinteañera, con su primer hijo en brazos, embarazada de la nena. Una Carolina Cosse veinteañera, con su primer hijo en brazos, embarazada de la nena.

¿Fueron buscados?

Siempre son buscados. Bueno, no sé si siempre, pero en mi caso yo era muy mamá. Lo sigo siendo. Me da ternura, los hijos despiertan lo mejor de uno. Pero hasta con mis amigas soy medio madre, se sienten mal y les empiezo a recetar cosas. Es cuidar de los tuyos porque querés que estén bien.

Esa faceta no es la que más la caracteriza.

Hablan tan mal de mí…

¿Se empeña en evitar la exposición de sus hijos?

Desde chiquititos, con cuatro años, ya estaban en política conmigo. Íbamos a ferias y festivales del Frente Amplio y siempre me acompañaron a votar. A mis hijos les importa la política, están politizados. Son cultos, intelectuales, y me apoyan, pero trato de ser muy cuidadosa porque no los quiero usar. Ninguna madre va a querer usar a sus hijos, ¿no? Por el momento lo venimos logrando. No sé por qué, no pasó nada que me hiciera tomar esa decisión, fue por amor supongo. Yo soy hija de un gran artista y no lo ando diciendo, pero me siento orgullosísima. Solo que lo respeto tanto que por ese mismo respeto no lo ando nombrando. Lo mismo con mis hijos. Ellos son brillantes, entonces quiero que brillen con esa luz propia. Estoy muy orgullosa de que sean buenas personas, un hombre y una mujer honestos, que también me cuidan a mí. Me aconsejan mucho, también me critican mucho, en el buen sentido.

¿Y cómo viven ellos la exposición suya?

Cuando era presidenta de Antel ellos ya eran grandes, veintipico. A veces les tengo que explicar: “Miren que soy humana”. Ellos sienten que mamá banca, que no se preocupa, y me da mucho orgullo que me vean así, pero a veces me gusta parar un poquito y poder decirles que algo me afectó. Ahí me escuchan. Los consejos más sabios me los han dado ellos porque cuando hay amor aparece el consejo que más va al punto. Y es que nos conocemos mucho, yo los conozco desde que nacieron (risas). Al ser grandes la profundidad de las conversaciones es otra y está cargada de afectividad.

¿Qué le explicaba de política a un niño de cuatro años? ¿Considera un logro propio el hecho de que, a pesar de venir de una familia tan politizada, se interesen igual en el tema? Muchas veces se produce el efecto contrario…

Con esa edad no les explicaba tanto, pero sí me acuerdo de algún episodio vinculado que nos marcó mucho. En marzo del 85, cuando liberaron a aquel conjunto de presas políticas, yo estaba volviendo de trabajar y encontré la tele prendida. Mostraba justo cuando estaban siendo liberadas y yo exploté de emoción. Salí corriendo a buscar a mis hijos, pobres, que estaban jugando en el patio. Me arrodillé con ellos, los abracé llorando y les pedí que no olvidaran nunca lo que estábamos viendo. No entendían nada, pero nunca se olvidaron de ese momento. Después se fueron a jugar, yo me hice un mate y me puse a jugar con ellos. Es cierto, a veces uno es tan pasional con estas cosas… Pero no somos monotemáticos. No se habla de política todo el tiempo, y cuando hablamos es de geopolítica o historia. Hablábamos mucho de historia con mamá (era profesora), venimos de un hogar verdaderamente humilde, pero donde siempre se estimuló la lectura y mis hijos son grandes lectores.

¿Cuánto heredaron de Ud.?

Esta es la parte peligrosa (risas). Frente a algunas actitudes de ellos esbozo una sonrisa para adentro porque me doy cuenta de que están teniendo una reacción Cosse pura. Ellos también se dan cuenta, lo recontrasaben y me lo echan en cara. Pero son muy auténticos. Tienen muchísimas más cosas que yo, producto de la vida, de que son otros seres humanos.

Otra generación.

Sí, pero tengo unas charlas con los dos… Aprendo muchísimo de mis hijos, eso nos hace muy cercanos, pero soy la mamá. No soy su amiga, soy su madre. No confundo los roles. Si tienen algún riesgo, voy a poner todo mi cuerpo para apartarlos de ese riesgo.

¿Cuál fue la edad más complicada?

La adolescencia. Pero sabía que iba a pasar, porque yo también era así. Volví loca a mi madre cuando era adolescente, me di cuenta después. Cuando me hice gran amiga de mi madre en un proceso interno en el que la reconocí como un ser humano independiente de mí. Mirá que me costó. Darme cuenta de que era una mujer más allá de ser mi madre. Ahí la quise mucho más como mamá.

Ella fue muy importante para Ud.

Fue la compañera de mi vida. A veces me surgía alguna duda específica sobre algún punto de la historia y la llamaba a ella, que me lo respondía en un minuto. Y si no estaba segura, revolvía entre sus libros, podía pasarse hasta horas y al otro día me respondía al detalle. Me sigue pasando de estar pensando en cosas y lo primero que me surge es preguntarle a mamá. Ahí me encuentro con el vacío de que ya no la tengo y eso es muy duro. No es lo mismo buscar en internet. Hay días que la extraño, que me duele, y otros que la siento acá conmigo. Cuando estoy eligiendo la ropa para las giras, era cantado que tenía que estar. Me decía qué ponerme, me iba a probar un vestido y me preguntaba: “¿Y eso cuándo te lo pondrías?”. Eso significaba que no. Cuando festejamos los 300 años de Montevideo, que la Filarmónica­ tocó en el Cerro la música de 2001: odisea del espacio, enseguida pensé: ¡cómo le hubiera gustado esto a mi madre! Y me puse a llorar a mares. Me acuerdo que ella le había pedido permiso a mi maestra para faltar a la escuela y llevarme a ver esa película cuando se estrenó. Era esa clase de intelectual, que si te hacía faltar era para ver una de Stanley Kubrick­ con siete años.

¿Cuánto heredó de ella?

(Se ríe) Ni me lo planteo. No me obsesiona parecerme a nadie. Ella está conmigo, está en mi corazón.

Es muy sensible.

Soy.

¿Se esfuerza por esconderlo?

No me empeño para nada en esconderlo.

¿Cómo recuerda el momento del parto?

Es como si estuvieras en el centro del universo. Sin saber por qué, no te lo cuestionás tampoco, es una cosa maravillosa. En esa época se tenía sola a los hijos, no se usaba que entrara el padre a la sala de partos. No me voy a olvidar nunca del rostro de mi hija y de mi hijo cuando recién nacieron. Cierro los ojos y lo veo, me quedó grabado. Me acuerdo que sentí un efluvio de amor brutal. No tuve miedo. Mi mamá había sido pionera en todo lo que era el parto sin dolor, que fue una novedad en la Escuela­ de Medicina, con el doctor Hugo­ Sacchi­, y me hizo ir a mí también. Hoy todo eso debe estar superado ampliamente. Ahora es todo mucho más fácil, hay tanta información por todos lados... Lo interesante era que en ese curso no te contaban todo de entrada, te iban induciendo a lo que te iba a pasar. Es una línea fundamental conocida, que si sabés lo que te va a pasar, cuando te pase no vas a tener miedo porque justamente sabías. Estás menos expuesta a la reacción natural del cuerpo de contraerse, endurecerse. Me acuerdo que la última clase nos mostraron fotos de partos reales, era como terapia de shock. Volví a casa y le conté a mamá lo que había visto, y que me daba mucho miedo. Ella, pragmatismo total. Yo siempre hice mucha gimnasia pero la parte final del embarazo me estaba pesando, me dolía la columna, ya no era dueña de mi cuerpo. Entonces mamá me respondió que la única forma de que esto terminara era dar a luz. Tenía razón. Al final viví una experiencia hermosa, los tuve por parto natural a los dos.

¿Le gustaría ser abuela?

Que no me escuchen, pero me encantaría. Sería incondicional, no ejercería ningún límite. Frente a los riesgos taparía los enchufes, las puntas de los muebles, pero solo para que los nietos tengan total libertad. Les enseñaría a resolver ecuaciones diferenciales…

¿Le molesta que le pregunten tantas veces cómo hace para conciliar la política con la vida familiar?

No, porque espero que lo que yo tenga para contar ayude a otras mujeres porque obviamente no es fácil conciliar la maternidad con ninguna otra cosa. La clave es no separarse en tabiques. Sos la misma persona siempre, una no es una cuando está trabajando, otra cuando se está divirtiendo… Pero me llevó tiempo incorporarlo.

¿Sintió que en algún momento de su carrera o vocación política descuidó a su familia?

Sí. Sobre todo cuando era más joven. Pero esa culpa la gestionamos con más culpa, no más. Porque ese dolor es parte de la decisión de ponerse en carrera. Hay muchas mujeres que por un motivo u otro sacrifican parte de su vida familiar. O porque tienen que estudiar y rendir un examen, o hay que resolver un proyecto en el trabajo, o simplemente quedarse más horas para pagar la olla. Y eso duele mucho, el tema es entender que no lo estás haciendo por egoísmo. La mayor parte de las veces es un bien para tus propios hijos, entonces hay que atravesar ese sentimiento. Me acuerdo de una semana que había pasado, no sé, 48 horas sin ver a los míos despiertos, y al tercer día estaba hecha un mar de lágrimas. Y como ingeniera, no en política, pasaba metida en proyectos. “¿Comida de verdad cuándo vamos a comer?”, me dijo mi hijo una vez. El consejo que yo doy es que entendamos que nuestros hijos ya nos perdonaron, estoy segura. Ya se olvidaron, sos vos la que está cargando con eso.

¿Dedicarse a la política fue una decisión que se tomó junto a ellos?

Sí, lo hablamos. Es más, fueron ellos que me lo sugirieron. Que me la jugara por la política. Incluso a mí me sorprendió que me lo dijeran, yo no lo tenía como una definición. Estaba yendo a la intendencia como ingeniera para dar una mano con unos temas, nada más. ¿Qué les pasa?, pensé yo, y no les di bolilla.

¿Qué piensa que vieron en Ud. para darle esa idea?

Que banco.

¿Tiene algún ritual con sus hijos?

Nos juntamos todos los domingos o en algún momento que yo pueda proteger de la campaña, que no haya nada. Siempre venimos acá, estamos en la casa, en el piso de arriba. Yo cocino, ellos me ayudan, y estamos hasta tarde de sobremesa. Con el triunfo de la intendencia no esperaba que se fueran a poner tan contentos, ese fue el último gran festejo. No es siempre, te diré que pocas veces, pero me ha pasado de haber dado algún discurso y que uno de ellos o los dos se acerquen a decirme en privado que fue un buen discurso. No sé decir cómo me hace sentir. Me da como un calor, como una cosa, porque siempre son mis bebés. No es orgullo ni que me explota el corazón ni que se me rompen las costuras, nada por el estilo, es como: “¡qué suerte!”. La vida me devuelve algo cuando a mis hijos les gusta lo que dije.

¿Cuáles son sus fortalezas y debilidades como madre?

Asumo que la vara tiene que estar muy alta. Pero como mis hijos también son un poco así, entonces pasa más bien desapercibido. Algo tendré que ver, son muy perfeccionistas. Y cuando alguien es muy perfeccionista no se le puede decir que no lo sea. Después creo haberles transmitido que siempre voy a estar, pase lo que pase.