Para acceder al edificio de 1.105 metros cuadrados hay que ingresar una clave en un panel electrónico. Enseguida, justo al lado de la entrada, descansan varias bicicletas de la marca Gron a disposición de los colivers, como le llaman en ZAG. Enfrente está el hermoso ascensor de madera con una chapa de bronce en la que se lee Hotel Artigas, testimonio del pasado del edificio patrimonial, construido a principios del siglo XX.
En el segundo piso se encuentra el espacio de cowork, la cocina y el comedor. Los últimos rayos de luz entran por un espectacular ventanal que da a la calle Bartolomé Mitre, que tiene unos sillones estratégicamente ubicados al lado para crear un ambiente acogedor. Hay diarios, libros, instrumentos de música y hasta un tocadiscos; en este espacio no hay forma de aburrirse. En la decoración -que estuvo a cargo de Agustín Menini y Carlo Nicola-, lo antiguo, la madera y lo analógico interactúan con lo moderno, lo colorido y lo vibrante.
Más allá, en la cocina, todo está impecablemente limpio y ordenado, y varios carteles piden -amablemente- que se mantenga así. En las repisas hay varios tipos de café (que es gratis) y té, pero también Campari, Fernet y caña brasileña: es un área de productividad tanto como de relajación. Hacia el fondo, la palabra home ocupa toda una pared. Un pizarrón indica cuándo hay que regar la huerta ubicada en la azotea. Al lado hay varios mensajes de personas que supieron pasar por ZAG. "Los fugaces somos nosotros. Gracias, los voy a extrañar mucho", dice uno de ellos. "El coliving significa compartir, queremos espacios y actividades de encuentro. ¡Salgamos de la cueva! Generemos compañerismo, vínculos y, ¿por qué no? amistades", reza otro.
Las habitaciones están en el tercer y cuarto pisos y llevan nombres de ciudades innovadoras como Beijing, Londres, Barcelona y Melbourne. Por dentro son todas iguales, aunque con algunas mínimas diferencias. Se repiten las camas tamaño king, los sillones y despojadores de Menini Nicola, las mesas de Lateral, los cuadros de Santiago Velazco y las bolas de nieve con el Palacio Salvo de Alfredo Ghierra; lo mejor del diseño local para crear ambientes innegablemente cool. Cada cuarto cuenta además con su propio baño, un frigobar y una jarra para calentar agua. Afuera, en los espacios comunes, hay una sala de cine (con un carrito para hacer pop), una sala de Skype, un lavadero, un playroom y un área de lectura. La cuota mensual de ZAG incluye actividades en grupo como clases de yoga o de cocina, porque la idea es que las cosas sucedan "fuera de la habitación".
En el último piso, la azotea, con una de las vistas más increíbles de Montevideo. Por un lado, para el puerto y, por otro, hacia la Puerta de la Ciudadela. Allí hay un parrillero, una barbacoa cerrada y una huerta que todos los miembros del edificio pueden usar con libertad. El sol se esconde entre los edificios de la Ciudad Vieja y en el coliving empieza a haber movimiento.

Quiénes viven allí. Sobre las siete de la tarde llegan de trabajar Álvaro y Daniela, habitantes de ZAG prácticamente desde que abrió, en abril de 2018. Hablando con ellos es prácticamente imposible no querer mudarse: están enamorados del lugar, aunque advierten que no es para todo el mundo. "Tenés que tener una predisposición a vivir en comunidad y a entender que hay ciertas cosas que no podés hacer y otras que tenés que hacer. Igualmente, nunca se ha obligado a nadie, hay gente que vino, no se relacionó y no tuvimos vínculo", explican.
De todas maneras, a ellos tener que compartir y socializar no es algo que les pesa, sino, justamente, creen que es una de las grandes ventajas del lugar. "Cuando vivía en Barcelona residía en un edificio de apartamentos y a los vecinos solo los cruzaba en el ascensor. Acá siento que he hecho amigos, es una comunidad, se crea un vínculo de compartir no solo cosas sino también momentos, es algo mucho más profundo", cuenta Álvaro. Daniela asiente y agrega: "A mí me cambió porque empecé a hacer cosas los días de semana. Antes siempre esperaba a que llegara el finde para ir a tomar algo o salir, acá un lunes nos tomamos una cerveza, un martes nos ponemos a ver una serie entre todos. No esperás al fin de semana para vivir. Si no lo ves, no te lo imaginás".
Ese sentido de comunidad es el principal diferencial que buscan proponer desde ZAG con su coliving. "Con un apartamento, un Airbnb o una pensión lo que no está es el concepto de comunidad. Vos alquilás un cuarto en una pensión y no te va a recibir nadie, no se trabaja para que suceda eso. Nosotros ya veníamos de gestionar muchos años el coworking y entendíamos que ese concepto de comunidad podía ser llevado a la vivienda", explica Martín Larre, director de ZAG y de la cadena de coworks Sinergia.
Es que, por más que el vivir en comunidad sea prácticamente inherente al ser humano, se ha ido perdiendo a lo largo de los años (por ejemplo, los hogares unipersonales aumentaron de 16,9% a 25% en 15 años, según datos de 2016) y que los colivings buscan recuperar. De hecho, la soledad es uno de los grandes problemas contemporáneos, sobre todo en los países desarrollados, al punto tal que el Reino Unido creó un Ministerio de la Soledad en 2018 para enfrentar un asunto que afecta a unos 9 millones de personas en ese país (13,7% de la población total). Según varios informes, la soledad es tan perjudicial para la salud como fumar 15 cigarrillos al día: nos hace bien el compartir. Sin embargo, con la tecnología y las nuevas modalidades de trabajo, como el freelancing, resulta cada vez más difícil.
En ese sentido, entonces, el coliving puede ser una de las viviendas del futuro. Sobre todo para los que buscan un perfil social que ni los edificios ni las casas pueden ofrecer. "No es un problema que nos habíamos propuesto solucionar, pero sí me parece que es un modelo que puede resultar muy atractivo para ellos, para los que no quieren estar solos. Por ejemplo, los chicos que viven en ZAG valoran mucho que cuando están enfermos haya alguien que los cuide o les vaya a comprar algo. Creo que es un mercado que va a crecer, que se está generando y que van a surgir más propuestas: más premium o más accesibles, para jubilados, para inmigrantes, etcétera", sostiene Larre.

En el mundo. Si bien las experiencias de vivienda compartida existen hace miles de años, el concepto coliving empezó a popularizarse hace unos cuatro años de la mano de WeLive en New York y Washington DC (parte de la multinacional WeWork), The Collective en Londres y Projects en Berlín. En ciudades tan cosmopolitas como esas, tiene más que sentido: el enorme flujo de inmigrantes que reciben hace que muchos lleguen a la ciudad sin conocer a una sola persona, ávidos de generar vínculos. Eso es lo que le sucedió a Álvaro cuando llegó a Montevideo desde su Barcelona natal."Tenía una necesidad social, porque o hacía actividades con mi novia y sus amigos -que no está tan bueno porque lo mejor es que cada uno tenga su grupo- o con la gente del trabajo. Entonces, para mí fue ideal, hacer amigos y conocer gente. Eso me lo da también el que haya extranjeros, porque están en la misma situación", afirma.
Además de abordar el problema de la soledad, los colivings pretenden acompañar una nueva forma de vivir a la que cada vez más jóvenes adhieren. "Algo que estamos viendo es que a las personas les interesa disponer de las cosas y ya no les interesa poseer. No les importa que la casa no sea de ellos. Quieren que esté el piano para cuando quieran tocarlo una vez al año, pero no ser los dueños del piano. Es otra manera de relacionarse. Por ejemplo, nunca nos preguntaron cuántos metros cuadrados tiene la habitación, sino que se trata de las experiencias que suceden ahí adentro", explica Larre.
Los dos colivers coinciden en que no tienen interés de tener más posesiones que su ropa y algún que otro recuerdo como una fotografía o una alfombra. "No sé si es para todo el mundo, pero yo, entre pagar un alquiler y pagar por vivir en un lugar así, prefiero pagar por vivir en un lugar así", sentencia Álvaro.
La contracara: el costo de la vivienda
Si bien la experiencia compartida y la flexibilidad son los grandes llamadores de los espacios de coliving, muchos críticos señalan que el hecho de que los jóvenes (a quienes apunta este tipo de propuestas) no puedan pagarse sus propios apartamentos habla de un problema en el acceso a la vivienda: es prácticamente imposible para un veinteañero mudarse solo.
En el caso de ZAG, las habitaciones cuestan entre 18.500 y 24.000 pesos, dependiendo del tamaño, con todos los servicios (como Internet, luz, lavadero, Netflix, televisión por cable, agua y limpieza semanal) y equipamiento incluido. No tienen que pagar garantías ni firmar un contrato. En Uruguay, el sueldo mínimo es de 15.000 pesos y el sueldo promedio de 30.312 pesos, según un informe del Centro de Investigaciones Económicas (Cinve) publicado en octubre de 2018.
En las redes sociales, eso le valió el título de "pensión cheta". "Si dicen que es ‘cheta' porque es linda, lo entiendo. ¿Cara? No sé si es cara si lo comparás con alquilar un monoambiente y sumarle todos los servicios. Pero nuestra propuesta de valor no es ‘la manera más barata de vivir', sino la más flexible o la más simple. Siempre hay gente que no los entiende o no los valora", responde Larre.
Sin embargo, la demanda por las habitaciones del coliving es alta y actualmente solo hay una disponible de las 20 que tienen para ofrecer en el ex Hotel Plaza Fuerte. Por eso, decidieron hacer un nuevo coliving, esta vez en el ex Hotel Los Ángeles, en 18 de Julio y Julio Herrera y Obes. Este espacio tendrá una capacidad cuatro veces mayor, con 80 habitaciones. "Las soluciones de vivienda no han evolucionado en nada en los últimos años. Tenemos el que compra y el que alquila. Lo único nuevo es Airbnb, pero no ha cambiado en nada la regulación y no se fomentan nuevos modelos. La ley de alquileres es de 1974 y en realidad la forma en la que vive la gente cambió completamente", asegura el director de ZAG. También planean expandirse a Santiago de Chile y Buenos Aires en 2020.
En este nuevo proyecto en Montevideo, que aún se encuentra en construcción, van a aplicar los conocimientos adquiridos en el primer ZAG. Por ejemplo, además de la gran cocina común cada piso tendrá su propia cocina para descongestionar ese espacio en horas pico. El secreto del éxito, según cuentan en la comunidad del edificio de Bartolomé Mitre, está en escuchar qué es lo que quieren los colivers.
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Dos colivers
Nombre: Álvaro Espuña
Edad: 28 años
Nacionalidad: español
Ocupación: ingeniero de sistemas.
Lo mejor de vivir en un coliving: La dualidad de tener gente con quien hacer cosas -siempre hay alguien en la vuelta-. Pero también si llegás cansado o lo que sea, podés encerrarte en tu habitación. Combina lo mejor de las dos partes. Se respeta mucho la privacidad.
Lo peor: Los ruidos de la calle.
Qué lo motivó a mudarse: Cuando llegué a Uruguay tenía que buscar trabajo y dónde vivir, pero una de las cosas que me frenaban a la hora de alquilar era el tema de la residencia, que estaba en trámite. Entonces, era difícil conseguir la garantía. Esto era una solución perfecta porque la única garantía que ponés es un mes de adelanto y solo te piden el pasaporte. Fue decisivo saber que iba a trabajar en plaza Independencia, porque en Barcelona yo estaba acostumbrado a ir caminando a trabajar, entonces era ideal ahorrarme el ómnibus. Acá hay pocas opciones de transporte y es poco eficiente, entonces, que sea cerca sumó.
¿Sentís tu cuarto como tuyo?: Yo al principio lo sentía como habitación de hotel, pero después no. Incluso se me ha dado la oportunidad de cambiar de habitación y me cuesta, por el hecho de que ya me acostumbré a la mía. La siento como mi casa.

Nombre: Daniela Cabrera
Edad: 29 años
Nacionalidad: uruguaya
Ocupación: trabaja en el MEC
Lo mejor de vivir en un coliving: Los vínculos, conocés gente de todos lados: españoles, canadienses, checos. Ahora justo somos bastantes uruguayos. Hacemos cosas juntos, miramos películas, cocinamos. Me gusta porque si querés estar solo, tenés tu privacidad.
Lo peor: Los ruidos de la calle.
Qué la motivó a mudarse: Yo vivía con mis padres, me quería independizar pero no me daba para irme sola del todo. Conseguí esto que era más accesible porque están todos los servicios incluidos, no pagás gastos comunes, luz, Internet, Netflix. Después terminó siendo algo más que lo económico. En el último tiempo comparé precios y por la misma plata no me voy sola, prefiero mil veces vivir acá. Siempre digo que tengo una casa de cinco pisos. En el ambiente que esté me siento como en casa. Nunca me imaginé viviendo en la Ciudad Vieja, pero el lugar me enamoró. También suma que sea muy cerca de mi trabajo.
¿Sentís tu cuarto como tuyo?: Sí; además, no son todos exactamente iguales.
