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Dime qué me regalas y te diré cuánto me quieres

Expectativas, frustraciones, mensajes implícitos y la verdadera importancia del factor sorpresa
Editora de Galería

Expectativas, frustraciones, mensajes implícitos y la verdadera importancia del factor sorpresa

La abuela de alguien solía decirle a sus nietos algo que luego ellos repetirían a sus hijos cada vez que les decían que un regalo era excesivo: "No le pongas límite a mi generosidad". Los regalos tienen un sinfín de connotaciones, tantas como pueden ser las intenciones de sus remitentes. El tema no se limita al aspecto material, al punto de que los mecanismos internos que pone en funcionamiento el acto de regalar han sido objeto de estudio para psicólogos, antropólogos, economistas y expertos en marketing.

Dime qué regalas y te diré quién eres aplica también en este ámbito; tanto, que se han esbozado incluso diferentes perfiles psicológicos de regaladores. Está el regalador narcisista (suele hacer regalos caros y ostentosos en un intento de hacer el mejor regalo, el que deje una huella y dé muestras de su carácter único: el del regalo y el de ellos mismos), el emocional (busca demostrar sus sentimientos, por lo que hace una búsqueda exhaustiva del regalo perfecto, acorde a los intereses del destinatario, lo envuelve con meticulosidad y agrega una tarjeta que termine de evidenciar su cariño, por si hacía falta), el falto de empatía (regalará por compromiso algo elegido casi al azar y poco personal, más fiel a su propio gusto que al del otro), el perfeccionista (atenderá con igual detalle el contenido que el envoltorio) y el aventurero (más proclive a escapar del regalo tradicional y obsequiar experiencias).

Y después están los destinatarios, que, si bien no han sido catalogados aún por profesionales, identificarlos es bastante sencillo: está el receptor difícil, al que todos temen regalar; está el que siempre cambia los regalos; el que se toma su tiempo y termina enamorándose a segunda vista de un objeto poco acertado; el que rompe el papel por mucho esmero que se haya puesto en el envoltorio; y el que, por el contrario, guarda las moñas para reciclarlas en otro paquete; entre otros tantos.

Los regalos hablan no solo de los sentimientos del emisor del regalo por el receptor: hablan también de la personalidad de quien lo entrega y de cómo quiere ser percibido por el otro. Por eso, un presente puede fortalecer un vínculo o ponerlo en la cuerda floja, puede decir "te quiero y conozco tus gustos" o dar muestras de un desinterés preocupante, puede querer decir gracias o perdón, puede reconfortar o incomodar, puede tener una exigencia tácita o una deuda a futuro o, como sucede en la mayoría de los casos (afortunadamente), simplemente causar alegría.

Una microencuesta organizada por Galería reveló que la mayoría de los participantes presta especial atención en los días previos a la Navidad (o cumpleaños, o la instancia que sea que amerite regalos) para captar o interpretar algún deseo del otro, dicho de manera explícita o al pasar. Cualquier pista sirve. Ahí empieza el viaje del regalador que disfruta de serlo, y termina en el acto menos importante del trayecto: pagar por él. "Me gusta regalar porque considero que es una forma de demostrar lo importante que es para vos esa persona y por esa misma razón es que me gusta recibirlos", dijo una de las encuestadas.

El proceso de pensar el regalo da una sensación de cercanía, tal vez más a quien lo entrega que a quien lo recibe. Muchas veces el regalo trasciende el objeto con su significado. Un anillo de compromiso vale mucho más que su peso en metálico.

"Yo soy muy rara. Me gusta regalar random cuando me encuentro con cosas que me hacen acordar a las personas por algo. Fui a buscar un sacacorchos, me encontré con cuatro cucharitas que me gustaron para una amiga y se las compré. No necesariamente hago regalos en Navidad o en el día del cumpleaños. Me embola el regalo por el regalo", dijo una de las encuestadas. Tal vez sea la decisión más inteligente: en vez de buscar el regalo, encontrarlo cuando no se lo busca y regalarlo cuando no se lo espera; pero no es lo más habitual.

En estas fechas en que los regalos se hacen al por mayor, muchos opinan que el foco debería estar puesto más en lo espiritual, en la conexión emocional con los seres queridos, y no tanto en lo material. Los psicólogos Tim Kasser y Kennon M. Sheldon, estudiosos del bienestar vinculado al materialismo, se propusieron estudiar el vínculo entre la Navidad y la felicidad midiendo la importancia y el efecto de dar y recibir regalos en estas fechas. La conclusión a la que arribaron fue que lo que da felicidad a la gente no es recibir regalos ni gastar dinero en adquirirlos, sino el tiempo que invierten en pensar en el otro y elegirlos, en comprarlos y envolverlos.

La acción tiene entonces también una faceta menos altruista. Algunos estudios indican que gastar dinero en otros proporciona más felicidad que invertirlo en uno mismo, además de que nos gratifica, reforzando nuestros sentimientos y nuestra capacidad de cuidar del otro y hacerlo sentir importante y querido.

Los regalos exitosos. El que crea que es bueno eligiendo regalos basándose en las reacciones del destinatario puede estar muy equivocado. De acuerdo con la encuesta de Galería, la mayoría exagera o directamente finge agrado por pura cortesía.

Regalar bien es un arte. Requiere atención y dedicación; escuchar y conocer. Los regalos sorpresa tienen su encanto, pero solo si dan en el clavo. Si no son un bluff, una movida efectista pero vacía. Por eso, sorprender realmente es arriesgado. A veces es preferible preguntar directamente al destinatario qué quiere o necesita para no generar falsas expectativas. La magia de la sorpresa suele estar sobrevalorada.

De todas maneras, estar atento a posibles pistas tampoco es garantía de nada, porque la memoria juega a veces malas pasadas. Es el caso de una de las encuestadas. "Cuando teníamos pocos meses de novios con el que hoy es mi marido, una tarde fuimos al Mercado de los Artesanos y delante de un puesto de cajitas hechas con cáscaras de naranja yo dije algo así como ‘no entiendo quién puede comprar estas cosas'. Al poco tiempo, él estaba buscando un regalo para una fecha de novios y fue al Mercado..., se acordaba de que yo había hecho un comentario, pero no se acordaba qué había dicho. Así que compró dos cajitas de naranja y me las regaló. Cuando abrí el paquete no lo podía creer, pensé que era una broma. Por amor, las tuve durante años. Al final quedaron feas y las tiramos (por suerte). Hasta hoy nos reímos con el cuento".

Un docente de Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Chicago, Nicholas Epley, manifestó en un informe publicado en el Journal of Experimental Social Psychology que, según sus investigaciones, "es equivocada la creencia generalizada de que quien recibe nuestro regalo valora el tiempo que uno pasó pensando en él e intentando elegir lo mejor". En lo primero que pensamos es, según él, en si nos gusta o no, independientemente de si fue elegido al azar o con sumo cuidado.

Gastar más dinero tampoco es sinónimo de éxito. Un estudio publicado por el mismo diario sostiene que un regalo costoso no produce automáticamente un aprecio por el regalo o el emisor. Otro estudioso del tema, Jeff Galak, profesor de Marketing en la Escuela de Negocios de la Universidad de Carnegie Mellon, en Pittsburgh, confirma esta hipótesis. "Parece bastante intuitivo que, si gastas más, darás un mejor regalo. Resulta que no hay evidencia de que los destinatarios sean sensibles al costo de un regalo cuando calculan cuánto disfrutarán de ese regalo", afirma, y se aventura a decir que el truco para hacer un buen regalo es no pensar tanto en el momento de la entrega, en la cara de alegría o desilusión del otro, sino en el uso y disfrute posterior. A veces, dice, es mejor no buscar el regalo más exclusivo o diferente. A veces, un regalo no tan original es el regalo perfecto. Y a veces, regalar exactamente lo que el otro pidió es la mejor opción. Pero para esto hace falta que quien regala haga a un lado sus ansias de lucirse.

Es importante tener presente la falta de veracidad de aquel dicho que dice que la intención es lo que cuenta. "Soy de los que piensan que cuentan las acciones. Las intenciones no se pueden ver, las acciones sí", dijo uno de los encuestados. El psicólogo Nicholas Epley, concuerda: "No es la intención lo que cuenta, es el regalo". Ampararse en las intenciones es la mejor estrategia para el regalador de último momento, pero una buena intención mal ejecutada suele dar un resultado mediocre y poco sentido.

Los amorosos. Hacer un regalo es, o debería ser -cuando no hay una sensación de compromiso mediante-, un acto de amor.

La generosidad siempre es una virtud atractiva, y no solo en lo material; ser generoso con el tiempo que se dedica al otro es una muestra clara de interés.

Los hombres y las mujeres se involucran de manera diferente en la búsqueda de un regalo, y eso es así desde la infancia. Un estudio realizado por la Loyola University Chicago a niños de tres y cuatro años invitados a la misma fiesta de cumpleaños confirmó que cada género suele asumir una actitud distinta respecto al hecho de regalar, una característica que puede extenderse hasta la adultez. Casi todas las niñas habían ido a elegir y comprar el regalo con sus madres. Casi todos los varones ni siquiera sabían cuál era el regalo. Según reporta una de las investigadoras, Ann McGrath, una respuesta recurrente entre ellos fue que estaban tomando una siesta mientras sus madres habían ido a comprarlo.

Si los regalos hablan, cuando se trata del vínculo de pareja, los mensajes implícitos son mucho más significativos y se toman más a pecho. Una de las encuestadas contó que se dio cuenta de que su pareja estaba en problemas cuando él le regaló a su hermana las mismas caravanas que le había regalado a ella en su cumpleaños. Algo similar le pasa al personaje de Emma Thompson en la película Realmente amor. Días antes de la Navidad había encontrado en el bolsillo de un saco de su marido un collar precioso con un dije, que asumió sería su regalo, así que no dijo nada. Cuando llegó el día y recibió una pequeña cajita sintió que el mundo se le venía encima cuando vio que en vez de una alhaja había un disco de Joni Mitchell: el collar tenía otra destinataria.

Los regalos intrapareja pueden tener una carga demasiado pesada. La lectura que hacemos de un presente poco atinado en el escenario romántico suele ir en una misma dirección: un cuestionamiento de cuánto nos conoce el otro.

El uso y el valor emocional que le da el receptor al regalo (a ojos del emisor) puede ser también un tema de conflicto. Hay quienes, por ejemplo, no conciben que su pareja preste un regalo suyo por considerarlo un elemento demasiado íntimo. Como si prestarlo fuera desacralizar el objeto, quitarle significado, y eso desvalorizara de alguna manera el gesto y por consiguiente la relación.

Cuando se trata de la pareja, las emociones suelen polarizarse aún más, y lograr que el regalo esté a la altura de las expectativas del otro, o que al menos se aproxime ligeramente, puede tornarse una misión casi imposible causando en el regalador un pico de ansiedad.

En otros casos, en cambio, porque se mimetizaron los gustos o porque simplemente hay un profundo conocimiento del otro, el conflicto no existe. "En la Navidad del 2018 con mi novio nos regalamos lo mismo; no estuvo planificado, ni hablado, ni nada. Los dos llegamos con una bolsa igual: él me compró las Birkenstock de goma eva rojas y yo le compré a él unas Birkenstock de goma eva verdes. Su cara fue un poema porque abrió primero su regalo y puso cara de póker pensando en que él me había comprado lo mismo", contó una de las encuestadas.

Los que se salen de la norma. Todos hemos recibido alguna vez uno de esos regalos excéntricos que nos hacen preguntar qué señal equivocada dimos para disparar en alguien semejante idea. Una toalla de Bambi no es precisamente el regalo ansiado por un varón de 16 años, hoy adulto y participante de la encuesta.

En ocasiones lo inadecuado no está en el regalo en sí mismo, sino en quien lo entrega. "Mi jefa una vez me regaló un par de esposas de 50 sombras de Gray", contó una encuestada. "Mi madre me compró ropa interior, ¡pasados los veinte! Me dio una enorme vergüenza y le dije, lo más educadamente posible, que no era necesario", relató otro de los encuestados. Otra aseguró que en un amigo invisible organizado en un ambiente de trabajo años atrás se vivió una situación tensa cuando uno de los participantes le regaló a su amiga invisible (una colega) un camisón. Cuando se traspasan los niveles de intimidad, el receptor del regalo suele pasar mal.

Otras veces, el estupor no tiene que ver con límites, sino con diferencias en el gusto o con una mala elección. Una de las encuestadas contó que el peor regalo que recibió en su vida fue un mono de madera de colección. "Me lo regalaron mis suegros como si fuera algo muy especial; es un mono bastante caro. Incluso para la Navidad siguiente me regalaron un gorrito navideño de madera para ponerle en las fiestas. No supe qué hacer cuando me lo dieron, pero intenté disimular, fue horrible. Lo más raro igual es que después le empecé a tomar cariño y ahora tiene un lugar especial en mi casa y el 8 de diciembre le pongo su gorrito".

A veces la situación se invierte y es el regalador quien se siente abochornado. Son frecuentes en los niños, al crecer, los recuerdos de tener que hacer, ellos mismos, regalos que los avergonzaron. Según una encuestada, su padre todavía recuerda con nitidez cómo padecía el que su familia, en su infancia, lo mandara a los cumpleaños de sus amigos con las manos vacías. Otro encuestado relató que de niño asistía a los cumpleaños con un regalo muy peculiar. "Lana. Paquetes de lana envueltos en papel de regalo. Según mi madre era un buen obsequio porque la mamá del cumpleañero podía hacer cualquier cosa con esa lana (un buzo, medias, gorras, bufandas). No disponíamos de los medios materiales para hacer grandes regalos y mi madre no quería que mi hermano y yo asistiéramos a los cumpleaños sin un presente. (...) Recuerdo un episodio en particular. Llegué al cumpleaños y me condujeron, junto con el agasajado, un niño llamado Javier, hacia el cuarto donde estaban dejando los regalos. Sobre la cama había autitos, pistolas, pelotas, de todo. Javier recibió el paquete y lo abrió con entusiasmo. Recuerdo que había otros niños alrededor. Recuerdo sentir que había una cierta expectativa. Recuerdo que ese entusiasmo se apagó de inmediato al encontrarse con aquel regalo tan desabrido. Y recuerdo su voz, nasal, indiferente, diciendo: ‘Humm, lana'".

Estas experiencias explican por qué algunas personas viven con nerviosismo el momento de apertura de un regalo. Muchas veces lo que se revela dentro del envoltorio obliga a hacer gala de unas dotes histriónicas que no todo el mundo tiene, y entonces las sorpresas se vuelven algo temible. "Cuando me hacen un regalo me siento incómoda si no es lo que esperaba o lo que yo hubiera elegido. Me gustan las sorpresas, pero reconozco que soy difícil para regalar, entonces la gente de mi entorno más cercano en general me pregunta qué quiero o incluso vamos a comprar el regalo juntos".

Otros, pese a todo, siguen aferrados a la esperanza de que el regalo que reciban puede ser una sorpresa y, a la vez, el deseado. "¡No lo puedo separar! Espero que la gente cercana haga las dos, pero si tengo que elegir prefiero sorpresa. Lo que quiero o necesito cuando pueda me lo compro yo", dijo otra encuestada.

Los vales de alguna tienda o centro comercial o directamente el dinero en un sobre (el típico regalo de una abuela a su nieto adolescente) son una salida práctica para el regalador desnorteado. O puede ser, también, una franca declaración de falta de conocimiento de los gustos del destinatario.

En el otro extremo, en el sitial de los regalos jugados, está el regalar experiencias. Ese voucher simbólico para un masaje con piedras calientes, una jornada de hiking, una excursión para avistar aves o entradas para un concierto dice mucho del regalador, una persona probablemente arriesgada, dispuesta a vivir con la duda de si efectivamente su regalo se habrá usufructuado o terminará en el tacho de basura varios meses después de haber vencido.

Está medido que en Estados Unidos una de cada tres personas devuelve o cambia algún regalo de Navidad. En España, lo hacen dos de cada 10 personas. "Yo digo que me queda chico o que me queda grande y que después no había el mismo modelo", dijo una encuestada. Se cambia el talle o se cambia radicalmente de ítem, y no siempre porque no haya gustado. "La mayoría de las veces los cambio. Incluso cuando me regalan algo que me gusta, voy a la tienda a ver si hay algo que me guste más", confesó otra. La idea de que tal vez nos estamos perdiendo lo mejor, un rasgo característico de este tiempo, al parecer aplica también a los regalos que recibimos.

Un par de consejos finales y contundentes para recordar. 1. Más vale una pregunta directa que lanzarse a experimentar con un regalo sorpresivo. 2. Repasar los hobbies y pasatiempos del destinatario para encontrar la manera, a través de algún presente, de mejorarle la experiencia, puede funcionar. 3. Nunca, no importa lo que pase, regalar medias.

 

REGALAR LO REGALADO

Todavía hoy, eso de pasar un regalo que nos hicieron previamente es tabú, tal vez por el sentimiento que se supone que está implícito en el acto de regalar y que en este caso queda pisoteado al pasar de un destinatario a otro. "Me parece un feo gesto para el que te lo regaló, aunque nunca se entere; me parece deshonesto", dijo una encuestada. "¡Me da vergüenza que no sepan de dónde es y que no puedan cambiarlo! No me gusta hacerlo ni que me lo hagan", aseguró otra.

Pero todos sabemos que la práctica existe, aunque nunca, jamás, se reconozca. De hecho, regalar un regalo conlleva por lo general un proceso previo de mentalización en el que la persona se autoconvence de que ese objeto en particular estaba destinado a esa otra tercera persona, y que el paso por sus manos fue necesario para que terminara allí.

Uno de los encuestados consideraba este ir y venir repudiable, pero confesó, sin embargo, haber regalado una vez un regalo: fue con un libro de Paulo Coelho. "No recuerdo si disimulé bien el disgusto cuando me lo regalaron, pero se lo endosé a una amiga enseguida. Y quedó chocha".

Pero algo de positivo y de conciencia ambiental tiene esta práctica, que la ONG estadounidense Money Management International promueve desde su web Regiftable.com. Allí sugieren que re-regalar con inteligencia es "maravilloso", y enumeran los siete principios básicos del buen re-regalador: los objetos no pueden tener uso (hasta deben mantener su empaque original), ni valor sentimental (en ese caso recomiendan donarlo), ni puede ser un objeto personalizado (con el nombre o con una cita alusiva a su primer dueño); tiene además que encajar con el nuevo destinatario (en el talle o en el gusto), considerar al regalador original (esto es, evitar que vea al nuevo dueño haciendo uso del objeto en cuestión), cuidar la presentación (pensar en un lindo envoltorio) y, por último, no sentir vergüenza. "Mientras que haya un significado, un pienso y buenas intenciones en el regalo, no te puedes equivocar", aseguran.