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El legado eterno de Issey Miyake, el rey de los plisados y arquitecto de los cuerpos

El diseñador japonés Issey Miyake, rey de los plisados y pionero en la unión del arte y la tecnología en la moda, dejó un legado eterno y varias lecciones intachables para la industria

A Issey Miyake no le quedó frontera ni límite por atravesar. Hay quienes dicen que el japonés, más que diseñador de moda, fue un inventor. Un arquitecto textil y de los cuerpos. O una especie de científico de la moda. Fue, quizás, un poco de todo al mismo tiempo. 

El 5 de agosto, a raíz de un cáncer de hígado, murió a los 84 años uno de los diseñadores que revolucionó el panorama de la moda. Porque Miyake logró lo que pocos, o nadie: crear prendas que fueran más bien obras de arte dignas de exhibición en museos y, a la vez —de la mano, en gran parte, de la tecnología—, sus propios métodos para desarrollarlas.-

Toda esta genialidad en el mundo de la creación tuvo, paradójicamente, su origen en la destrucción. Miyake, nacido en la ciudad de Hiroshima en 1938, tenía siete años cuando la bomba atómica destrozó y redujo a cenizas todo lo que tenía a su alrededor. A esa edad, ya era un sobreviviente de uno de los ataques más feroces de la historia. Y aunque haya confesado en 2009 —cuando escribió un artículo para The New York Times— que no quería ser reconocido como el diseñador sobreviviente de la bomba atómica, el japonés nunca negó el impacto de este suceso en su pasión y obsesión por la creación. “Cuando cierro los ojos, sigo viendo cosas que nadie debería experimentar, por eso prefiero pensar en cosas que se pueden crear, no destruir, y que traen belleza y alegría”, escribió en la misma columna. 

Sed experimental. Primero quiso ser bailarín o atleta, hasta que se topó con las revistas de moda de su hermana y se redescubrió con el nuevo y más profundo anhelo de triunfar como diseñador. Las primeras elecciones de su carrera hablan de esa búsqueda de la victoria. Primero estudió diseño gráfico en la Tama Art University de Tokyo; ya con un título bajo el brazo viajó a París para aprender de los mejores. Fue así que amplió sus estudios en la École de la Chambre Syndicale de la Couture Parissiene (Escuela de la Cámara de la Alta Costura de París) y al terminarlos consiguió su primer trabajo con el diseñador de moda francés —fundador de la empresa homónima— Guy Laroche. A los dos años entró a trabajar como asistente a Givenchy, y al año se mudó a Nueva York para ser aprendiz del estadounidense Geoffrey Beene. Al trabajar con semejantes íconos de la moda se acercó a la excelencia, mientras que empezó a forjar su impronta. Influido en parte por la revolución social de 1968, esos años de experiencia le dieron algunas certezas sobre su futura carrera: no querría, nunca, convertirse en un diseñador elitista al servicio de una clientela privilegiada. 

Tenía las herramientas y el aprendizaje de los mejores mentores. Y un perfil que deambulaba entre lo sereno y cortés —tal vez heredado de la cultura japonesa— con lo atropellado, rápido y verborrágico. Con todo ese andamiaje emprendió el rumbo a Japón y abrió su primer estudio de diseño bajo una premisa: que sus piezas vestirían solo el 80% de un cuerpo, el otro 20% sería completado por el usuario. Al poco tiempo abrió una tienda en París y para 1980 su nombre ya era una referencia en el ambiente de la moda de la capital francesa.

Issey Miyake era especial y el mundo entero no tardó en darse cuenta de ello. Esas prendas de telas tan ligeras que caían al cuerpo como una segunda piel eran algo nunca visto; tan novedoso que llevó a que la industria incluso empleara el término “arquitectura del arte” para referirse a la estética innovadora del diseñador nipón.

Tal impacto fue fruto de su sed experimental. No usaba bocetos y su proceso creativo se centraba en la relación entre el cuerpo humano y los tejidos, investigados casi microscópicamente en sus estudios, donde el trabajo se asemejaba al de un laboratorio. Desde el comienzo, la tecnología aplicada a los diseños y confecciones fue clave en su trabajo. Su método consistía en descubrir la inclinación natural de los materiales; serían ellos —y las sensaciones que provocaran en la piel— los responsables de definir el rumbo de cualquier diseño. “Creo envolviendo un trozo de tela alrededor de mi cuerpo. Es un proceso de trabajo manual. Mi ropa nace del movimiento de mis manos y mi cuerpo”, dice en el libro Issey Miyake Body Works, de 1983. 

Miyake experimentó con diferentes telas, métodos de confección y técnicas de hilado japonés, desde plástico hasta metal, alambre y papel artesanal japonés. Recuperaba telas tradicionales japonesas como el sashiko o el oniyoryu, al tiempo que experimentaba con otras vanguardistas como el ratán. Fue justamente esa mezcla entre tradición y vanguardia la que lo llevó a la fama. Sin embargo, cada década tuvo su enfoque: durante los años 70 se centró en la experimentación e investigación, mientras que en los 80 viró hacia diseños mucho más prácticos y ready to wear (listos para usar).

En el jersey de poliéster encontró mucho de lo que buscaba para impulsar su filosofía: prendas accesibles y cómodas para los cuerpos en todas sus formas, sin agregar elementos que no fueran esenciales, como botones o costuras. Fue, sin dudas, pionero en los hechos a la hora de transmitir diversidad. Para el universo de la moda ochentera, maximalista, llena de brillos, hombreras y siluetas, lo de Miyake fue una absoluta revolución. 

El rey del plisado. A inicios de los 90 los plisados, otra innovación “miyakeana”, ubicaron al diseñador en un pedestal aún más elevado. Este método, llamado Pleats Please y que se mantiene vigente, es de lo más memorable de todas sus creaciones. La técnica, basada en poliéster muy fino, consiste en cortar y coser las prendas de un tamaño más grande para luego plisarlas con una prensa térmica. Este invento se convirtió en parte de su impronta y en un género repetido en sus colecciones.

Se dice que esta creación tuvo su origen en los años 80, cuando el diseñador quedó hipnotizado con los pliegues de un pañuelo de seda y poliéster. Pensó en los que usaban en la Antigua Grecia; pensó, también, en el origami, en la vida cotidiana, y en la posibilidad de reunir todo esto en una prenda, hasta que llegó a la forma de plisar las prendas sin que esos pliegues se salieran de lugar. Estas telas no requieren de planchado y nada —ni llevarlas arrugadas en la valija— puede deformarlas. ¿Qué mejor que poder librarse de la esclavitud del planchado en una prenda tan sublime como cómoda?

Miyake llegó a la cumbre de su éxito en los años 90 de la mano de los plisados, sus desfiles siempre impactantes —tenían guitarristas japonesas, poesía, botánica— y su proyecto A_POC, “una sola pieza de tela”, de ropa cortada en un solo tubo de tela, lista para usar. La exhibición de estas prendas en los desfiles es igual de vanguardista: la ropa, colgada del techo en aros, cae sobre las modelos y se despliega sobre sus cuerpos de manera majestuosa. De nuevo, Miyake volvió a revolucionar la industria de la moda y se convirtió, esta vez, en precursor de la idea de sustentabilidad. Este proyecto fue parte de la colección permanente del Museo de Arte Moderno de España en 2006. 

Miyake abandonó su trabajo operativo de manera temprana, y desde lo más alto. En 1998 dejó de ser el director creativo de su marca para concentrarse en la experimentación de materiales, y le pasó las riendas a otro japonés, Naoki Takizawa. Desde entonces, y hasta sus últimos días, el rol del diseñador japonés pasaría a ser de supervisión y aprobación. Takizawa dejó la marca en el año 2006 para crear su propio estudio. Por estos días, quien tiene la enorme misión de dirigir la creatividad de la marca es Satoshi Kondo, quien debutó como director creativo en 2020 con total éxito. Aprobado por el genio de los plisados y arquitecto de los cuerpos, no quedan dudas: el diseñador japonés de 38 años se encargará de que el legado de Issey Miyake sea eterno. 

Prendas con fragancia

El año 1992 marcó otro hito para Issey Miyake con el lanzamiento de su primer perfume que, por si fuera poco, también se convirtió en ícono. Sus fragancias de L’eau d’Issey se inspiraron en el agua, un elemento que, mezclado con aromas florales y tonos almendrados, dieron como resultado un aroma tan liviano como sus prendas. Luego le siguieron otras líneas de perfumes que circulan exitosamente en el mercado hasta hoy. 

Miyake diseñó también carteras, accesorios y hasta lámparas y colgantes de poliéster reciclado.

Steve Jobs y Miyake: una polera con historia

Tras la muerte de Issey Miyake hubo otro nombre que acaparó titulares: Steve Jobs. Es que fue el japonés quien diseñó la icónica polera negra de cuello alto del CEO de Apple. Todo empezó cuando el empresario tecnológico visitó las oficinas de Sony en 1980. ¿Por qué los empleados usan uniforme?, le preguntó Jobs al presidente de la compañía, quien le respondió que era una forma de asociar a los trabajadores con la empresa y fortalecer el vínculo. 

El nombre detrás de esos uniformes era Miyake, y enseguida Jobs lo llamó para replicar la idea en su empresa. Entre los trabajadores de Apple, sin embargo, aquel asunto de andar siempre igual vestidos no funcionó. Pero Jobs seguía enganchado a la idea de tener una sola prenda que lo identificara. “Entonces le pedí a Issey que me hiciera algunos de sus cuellos vueltos negros que me gustaban, y me hizo como cien de ellos”, le contó a Walter Isaacson, quien escribió la biografía autorizada del empresario. La polera negra enfundó el cuerpo de Jobs hasta sus últimos días y aquel estilo inolvidable marcó una tendencia entre el mundo de los magnates de la tecnología (como Zuckerberg, recordado por usar siempre la misma remera azul). Un estilo y tendencia que lleva la firma invisible de Issey.