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En el país que "se hizo a caballo", falta capacitación sobre los cuidados del equino

Muchos jinetes, criadores y competidores ecuestres siguen tradiciones obsoletas que pueden perjudicar a los caballos.

En las plazas más importantes de las ciudades hay un hombre a caballo. Puede ser José Artigas o Fructuoso Rivera. Juan Antonio Lavalleja o Aparicio Saravia. Se dice que Uruguay se hizo a caballo. El equino es parte de su historia. Un animal que protagonizó batallas y hechos que fueron parte de la fundación del país.

En el ranking mundial, Uruguay se encuentra en el puesto número 24 en cantidad de caballos en todo su territorio. Si se mide la relación entre equinos y habitantes, el país asciende al cuarto lugar, con un animal cada ocho personas. En los departamentos del norte se concentra el mayor número de caballos, pero aquellos destinados a competencias, enseñanza y paseo están en Montevideo. Estos datos se desprenden de un informe de Uruguay XXI sobre el sector ecuestre, publicado en agosto de 2021.

El caballo es uno de los cuatro símbolos del escudo nacional y, a lo largo de la historia, ha sido vehículo, herramienta de trabajo, elemento para deportes, para espectáculos, objeto de negocios. También se usa para terapias que mejoran la calidad de vida de las personas.

En un país rural por excelencia, son mayoría las personas que tienen acceso a un caballo. Propio, prestado, alquilado. Para cualquiera de sus usos. Todos pueden relacionarse con el caballo. La clave está en cómo sucede ese relacionamiento entre la persona y el animal.

¿Qué necesita el caballo? “Espacio”, responden a coro Mariana Larrobla y Clementina MacGillycuddy, creadoras de la tecnicatura en Gestión de Equinos de la Universidad de la Empresa (UDE). En el centro ecuestre La Soleada, el día redunda con el nombre del lugar, y Galería conversa con las socias debajo de un techo de madera desde donde se ve campo. A donde se mire, todo es verde y caballos. “Dignidad, dejarlo ser caballo”, agrega de costado Ricardo Espalter, dueño de La Soleada y domador.

El caballo reprime sus comportamientos naturales cuando se doma. Una persona lo monta, le coloca un freno, le delimita un espacio, más grande o más chico, pero acotado. Las modalidades de doma cambiaron a lo largo del tiempo. Antes, las formas eran mucho más violentas y forzosas. Algunos jinetes mantienen esas formas, pero en las últimas décadas tomaron protagonismo conceptos como “doma racional” y “doma natural”.

A Espalter no le gusta encasillar su estilo dentro de ninguno de estos conceptos. “Hago iniciación de potros en un proceso de aprendizaje. Sin violencia”, resume. “Pero la idea es que sea natural para ellos”, le agrega Mac Gillycuddy. “¿Pero qué es natural? No concibo otra manera. Hablan de doma racional, ¿y qué es?, ¿usar la razón?, ¿y cómo pueden domar un caballo sin usar la razón? Es inexplicable”, responde Espalter con cierto tono de indignación.

El espacio que necesita el caballo puede variar según la raza, según su alimentación, la edad, el tamaño y otros factores. Pero, en promedio, se calcula como mínimo una hectárea por cada equino, explica MacGillycuddy. Agrega que el caballo es un animal de manada, entonces necesita espacio, pero también estar cerca de sus pares, no aislado. “Así como nuestros hijos necesitan que nosotros seamos responsables en la tenencia, un caballo necesita una tenencia responsable”, opina. 

Foto: Adrián Echeverriaga Foto: Adrián Echeverriaga

Larrobla se detiene en las características de cada equino como animal único. Asegura que cada caballo tiene su personalidad, con sus tiempos, con su carácter, con lo que le gusta y lo que no. Lo ideal es que los animales estén sueltos, día y noche, en esa hectárea como espacio mínimo. En algunos casos, los dueños optan por encerrarlos de noche en boxes por motivos de seguridad. Cuando se elige esa opción, al otro día el equino no puede salir directo a una sesión de equinoterapia, por ejemplo. Larrobla opina que primero debe gastar un poco de energía en un corral circular para que baje sus revoluciones.

Por su lado, Espalter recomienda que los boxes tengan una cama cómoda, y que a los caballos se los alimente con una ración adecuada, con fibra. También es importante usar monturas y embocaduras adecuadas y mantener la higiene del animal. Se deben cuidar los cascos de sus patas. Herrarlos o no es decisión de cada jinete, pero sí es fundamental mantenerlos sanos. “Si yo no tengo casco sano, no tengo caballo”, advierte el domador.

Otra parte importante del cuerpo del caballo es la boca, sus dientes. Existen dentistas de caballos, especialistas que en Uruguay tienen una relativa novedad pero que en el mundo se contratan desde hace más de 30 años, según afirman estos especialistas. “A los caballos les crecen los dientes y si no tienen una dentadura correcta, el freno golpea en un diente, en una muela, en un colmillo, y se generan infecciones”, explica Larrobla. El dueño de La Soleada agrega que hay que tener en cuenta que estos animales “no nacieron para tener un fierro en la boca y andar”, sino que son los humanos los que les colocan esos elementos.

Espalter sugiere un control odontológico de los equinos al menos dos veces por año. Siempre una de esas veces, dice, requiere alguna intervención. La otra suele ser más de control, pero puede encontrarse algo para curar o corregir.

Los tres coinciden en que hace falta capacitación sobre los cuidados del caballo. Se avanzó en los últimos años, pero todavía muchos jinetes, criadores y competidores de deportes ecuestres siguen tradiciones obsoletas o costumbres que pueden perjudicar al animal.

“Así como se aplicó que no se fume más en lugares cerrados, o que hay que tener una tenencia responsable de los animales, necesitamos que los cuidados de los caballos se establezcan y se cumplan”, opina Larrobla.

Errores y omisiones. “Hay mucha gente que tiene un corazón enorme y le encantan los caballos pero que no sabe”, advierte Espalter. Y es que, en general, los errores ocurren por desconocimiento y no con la intención de hacer daño o descuidar al animal. Caballos con el freno colocado en la boca, atados de las riendas a un alambrado o un poste son algunas de las malas prácticas que se ven con más frecuencia en el campo. La boca es la zona más delicada del caballo. La usa el animal para alimentarse y la usa el jinete para manejarlo. Y por más que el caballo pueda ser muy manso, todos se asustan, porque pasa una liebre, porque dos perros se pelean y se dan contra sus patas. Y cuando eso sucede, “o cortan la rienda o se cortan la lengua”, dice Espalter. Lo correcto sería usar los bozales. “Si me bajo (del caballo) y lo voy a atar, saco el freno, dejo las riendas atadas y el bozal puesto, y lo ato del bozal”, agrega.

Foto: Adrián Echeverriaga Foto: Adrián Echeverriaga

Dos emprendedoras. MacGillycuddy empezó a tener contacto con caballos cuando era una niña, en el campo de su familia. De más grande hizo equitación, adiestramiento y después un curso de equinoterapia. En ese curso conoció a Larrobla.

La familia de Larrobla no tenía campo, pero a ella siempre le gustaron todos los animales. Vivió un tiempo en Asunción, Paraguay, en una casa grande con jardín. Entraban caballos a comer y ella pedía por favor que los dejaran, recuerda. Vivió también en Mozambique (África). Allí comenzó a practicar equitación. Hizo durante un tiempo corto hasta que un día se asustó y por un tiempo no volvió a montar. No se llegó a caer, pero su profesor la apuró. Tuvo que trotar y galopar sin todavía sentirse segura arriba del caballo.

Larrobla dejó de montar a caballo en Mozambique pero se quedó con ganas de una revancha. En Uruguay, un día se encontró con una nota en un diario que hablaba sobre la equinoterapia. “Estos caballos tienen que ser muy buenos, muy pacientes”, pensó. El artículo mencionaba un club y Larrobla decidió acercarse. Averiguó, se convenció y empezó a asistir de forma voluntaria. Al tiempo se anotó en el curso de Instructor de Equinoterapia que ofrecía el lugar. “Y enganché, retomé el tema caballos, me amigué, encontré gente que tenía paciencia, respetaba tiempos”, cuenta.

Larrobla es licenciada en Comunicación, un área que nada tiene que ver con caballos ni con animales en general. Cuando terminó la carrera trabajó un tiempo en Canal 10 y al año siguiente fue que se convirtió en instructora de equinoterapia. MacGillycuddy licenciada en Gestión Agropecuaria y magíster en Agronegocios fue alumna del curso de instructor cuando Larrobla ya lo había terminado. Pero ella había quedado vinculada con el club, iba a las prácticas, ayudaba en las terapias. Ambas compartían el amor por los caballos, los mismos valores en cuanto al relacionamiento y al cuidado del animal y comenzaron a sembrar la idea de crear algo juntas.

Primero necesitaban un espacio grande. Después, los caballos. Cuando ya tenían lo primero y también algún que otro ejemplar de lo segundo, empezaron las tareas de difusión para captar jinetes —así le llaman a todo el que monta a caballo—, que serían sus alumnos o pacientes de equinoterapia. “El desafío era cómo hacerlo sustentable, que generase también un ingreso”, recuerda Larrobla.

Con gran esfuerzo lograron encontrar a quienes las acompañaran en la tarea de mantener lo que a partir de 2005 sería el Centro Ecuestre Pegasus. Se llenó de personas deseosas de ser jinetes y practicar equinoterapia o principios de equitación. En 2007 agregaron algunos cursos cortos, de manejo de caballos, doma e imprinting, una disciplina que tiene que ver con el primer contacto entre humano y caballo al nacer, para facilitar el vínculo a medida que crecen.

En esa época “todo el mundo tenía acceso al caballo, pero hacían cosas que no estaba bien. Faltaba mucha capacitación”, recuerda MacGillycuddy. Así se les ocurrió la idea de empezar a informar y difundir pautas para el manejo y cuidado correcto de los caballos a través de un programa de televisión. En 2009 surgió El Monturero, una propuesta de “educación en casa” emitido por Canal 10, según MacGillycuddy.

Pero las socias quisieron que esa inciativa educativa atravesara la pantalla. Notaron que no existía en Uruguay una propuesta de formación terciaria dedicada de forma exclusiva al animal icónico de la historia del país. Algo sobre caballos se enseñaba en la carrera de Veterinaria. Algo también en Agronomía.

“¿Por qué no una tecnicatura en Gestión de Equinos?”, se preguntaron. Entraron en contacto con la Universidad de la Empresa (UDE) y, durante tres años, se dedicaron a armar el programa de la tecnicatura. Hablaron con veterinarios y otros expertos, diseñaron las materias, incorporaron cuestiones vinculadas a primeros auxilios, razas, genética. Pero también administración, recursos humanos, marketing y derecho. El objetivo es que, en dos años, los técnicos en Gestión de Equinos aprendan a “llevar adelante cualquier centro ecuestre y administrar una empresa”, sostiene MacGillycuddy.

La UDE recibió a la primera generación de estudiantes de la tecnicatura en 2011 y en la actualidad espera las inscripciones de los alumnos de su edición número 14. Además, hace poco se presentó una opción internacional. Surgió al recibir el interés de muchas personas de otros países de América Latina e incluso algunos extrarregión. La tecnicatura se cursa de forma online y los estudiantes extranjeros deben visitar Uruguay en un período de 10 días corridos durante el año para realizar sus prácticas.

La pandemia popularizó la opción de ofrecer seminarios online sobre diversos temas vinculados al mundo ecuestre. Algunos cortos, de pocos días de duración, otros de meses. De allí surgió la posibilidad de incorporar también docentes extranjeros, expertos en varios temas vinculados a los equinos y al manejo de una empresa del rubro.

En su oferta académica, la UDE también cuenta con una carrera de Instructor de Equitación Terapéutica (o equinoterapia), una opción bastante nueva, que recién está tomando inscripciones para la cuarta generación de estudiantes.

El interés en el sector ecuestre crece. La cría de caballos de sangre pura de carrera, según el informe de Uruguay XXI, tiene un gran peso en la economía nacional. De acuerdo con la Federación Internacional de Autoridades Hípicas, el país poseía 1,96% del stock mundial de caballos de cría en 2019, incluidos padrillos, yeguas madres y potrillos. Los datos dan cuenta de una especialización cada vez más marcada en la actividad de cría de caballos para competiciones, y Uruguay tiene condiciones propicias para esa actividad.

“Uruguay se está convirtiendo en un polo ecuestre”, asegura MacGillycuddy. Desde otras partes del mundo miran con atención al país de los caballos en las plazas y vienen a buscar a los que están en el campo, en los clubes. Vienen a buscar caballos y también jinetes.