El caballo reprime sus
comportamientos naturales cuando se doma. Una persona lo monta, le coloca un
freno, le delimita un espacio, más grande o más chico, pero acotado. Las
modalidades de doma cambiaron a lo largo del tiempo. Antes, las formas eran
mucho más violentas y forzosas. Algunos jinetes mantienen esas formas, pero en
las últimas décadas tomaron protagonismo conceptos como “doma racional” y “doma
natural”.
A Espalter no le gusta encasillar su
estilo dentro de ninguno de estos conceptos. “Hago iniciación de potros en un
proceso de aprendizaje. Sin violencia”, resume. “Pero la idea es que sea
natural para ellos”, le agrega Mac Gillycuddy. “¿Pero qué es natural? No
concibo otra manera. Hablan de doma racional, ¿y qué es?, ¿usar la razón?, ¿y
cómo pueden domar un caballo sin usar la razón? Es inexplicable”, responde
Espalter con cierto tono de indignación.
El espacio que necesita el caballo
puede variar según la raza, según su alimentación, la edad, el tamaño y otros
factores. Pero, en promedio, se calcula como mínimo una hectárea por cada
equino, explica MacGillycuddy. Agrega que el caballo es un animal de manada,
entonces necesita espacio, pero también estar cerca de sus pares, no aislado.
“Así como nuestros hijos necesitan que nosotros seamos responsables en la
tenencia, un caballo necesita una tenencia responsable”, opina.
Foto: Adrián Echeverriaga
Larrobla se detiene en las
características de cada equino como animal único. Asegura que cada caballo
tiene su personalidad, con sus tiempos, con su carácter, con lo que le gusta y
lo que no. Lo ideal es que los animales estén sueltos, día y noche, en esa
hectárea como espacio mínimo. En algunos casos, los dueños optan por
encerrarlos de noche en boxes por motivos de seguridad. Cuando se elige
esa opción, al otro día el equino no puede salir directo a una sesión de
equinoterapia, por ejemplo. Larrobla opina que primero debe gastar un poco de
energía en un corral circular para que baje sus revoluciones.
Por su lado, Espalter recomienda que
los boxes tengan una cama cómoda, y que a los caballos se los alimente
con una ración adecuada, con fibra. También es importante usar monturas y
embocaduras adecuadas y mantener la higiene del animal. Se deben cuidar los
cascos de sus patas. Herrarlos o no es decisión de cada jinete, pero sí es
fundamental mantenerlos sanos. “Si yo no tengo casco sano, no tengo caballo”,
advierte el domador.
Otra parte importante del cuerpo del
caballo es la boca, sus dientes. Existen dentistas de caballos, especialistas
que en Uruguay tienen una relativa novedad pero que en el mundo se contratan
desde hace más de 30 años, según afirman estos especialistas. “A los caballos
les crecen los dientes y si no tienen una dentadura correcta, el freno golpea
en un diente, en una muela, en un colmillo, y se generan infecciones”, explica
Larrobla. El dueño de La Soleada agrega que hay que tener en cuenta que estos
animales “no nacieron para tener un fierro en la boca y andar”, sino que son
los humanos los que les colocan esos elementos.
Espalter sugiere un control
odontológico de los equinos al menos dos veces por año. Siempre una de esas
veces, dice, requiere alguna intervención. La otra suele ser más de control,
pero puede encontrarse algo para curar o corregir.
Los tres coinciden en que hace falta capacitación sobre
los cuidados del caballo. Se avanzó en los últimos años, pero todavía muchos
jinetes, criadores y competidores de deportes ecuestres siguen tradiciones
obsoletas o costumbres que pueden perjudicar al animal.
“Así como se aplicó que no se fume
más en lugares cerrados, o que hay que tener una tenencia responsable de los
animales, necesitamos que los cuidados de los caballos se establezcan y se
cumplan”, opina Larrobla.
Errores y omisiones. “Hay mucha gente que tiene un corazón enorme y le
encantan los caballos pero que no sabe”, advierte Espalter. Y es que, en
general, los errores ocurren por desconocimiento y no con la intención de hacer
daño o descuidar al animal. Caballos con el freno colocado en la boca, atados
de las riendas a un alambrado o un poste son algunas de las malas prácticas que
se ven con más frecuencia en el campo. La boca es la zona más delicada del
caballo. La usa el animal para alimentarse y la usa el jinete para manejarlo. Y
por más que el caballo pueda ser muy manso, todos se asustan, porque pasa una
liebre, porque dos perros se pelean y se dan contra sus patas. Y cuando eso
sucede, “o cortan la rienda o se cortan la lengua”, dice Espalter. Lo correcto
sería usar los bozales. “Si me bajo (del caballo) y lo voy a atar, saco el
freno, dejo las riendas atadas y el bozal puesto, y lo ato del bozal”, agrega.
Foto: Adrián Echeverriaga
Dos emprendedoras. MacGillycuddy empezó a tener contacto con caballos
cuando era una niña, en el campo de su familia. De más grande hizo equitación,
adiestramiento y después un curso de equinoterapia. En ese curso conoció a
Larrobla.
La familia de Larrobla no tenía
campo, pero a ella siempre le gustaron todos los animales. Vivió un tiempo en
Asunción, Paraguay, en una casa grande con jardín. Entraban caballos a comer y
ella pedía por favor que los dejaran, recuerda. Vivió también en Mozambique
(África). Allí comenzó a practicar equitación. Hizo durante un tiempo corto
hasta que un día se asustó y por un tiempo no volvió a montar. No se llegó a
caer, pero su profesor la apuró. Tuvo que trotar y galopar sin todavía sentirse
segura arriba del caballo.
Larrobla dejó de montar a caballo en
Mozambique pero se quedó con ganas de una revancha. En Uruguay, un día se
encontró con una nota en un diario que hablaba sobre la equinoterapia. “Estos
caballos tienen que ser muy buenos, muy pacientes”, pensó. El artículo
mencionaba un club y Larrobla decidió acercarse. Averiguó, se convenció y
empezó a asistir de forma voluntaria. Al tiempo se anotó en el curso de Instructor
de Equinoterapia que ofrecía el lugar. “Y enganché, retomé el tema caballos, me
amigué, encontré gente que tenía paciencia, respetaba tiempos”, cuenta.
Larrobla es licenciada en
Comunicación, un área que nada tiene que ver con caballos ni con animales en
general. Cuando terminó la carrera trabajó un tiempo en Canal 10 y al año
siguiente fue que se convirtió en instructora de equinoterapia. MacGillycuddy
licenciada en Gestión Agropecuaria y magíster en Agronegocios fue alumna del
curso de instructor cuando Larrobla ya lo había terminado. Pero ella había
quedado vinculada con el club, iba a las prácticas, ayudaba en las terapias.
Ambas compartían el amor por los caballos, los mismos valores en cuanto al
relacionamiento y al cuidado del animal y comenzaron a sembrar la idea de crear
algo juntas.
Primero necesitaban un espacio
grande. Después, los caballos. Cuando ya tenían lo primero y también algún que
otro ejemplar de lo segundo, empezaron las tareas de difusión para captar
jinetes —así le llaman a todo el que monta a caballo—, que serían sus alumnos o
pacientes de equinoterapia. “El desafío era cómo hacerlo sustentable, que
generase también un ingreso”, recuerda Larrobla.
Con gran esfuerzo lograron encontrar
a quienes las acompañaran en la tarea de mantener lo que a partir de 2005 sería
el Centro Ecuestre Pegasus. Se llenó de personas deseosas de ser jinetes y
practicar equinoterapia o principios de equitación. En 2007 agregaron algunos
cursos cortos, de manejo de caballos, doma e imprinting, una disciplina que
tiene que ver con el primer contacto entre humano y caballo al nacer, para
facilitar el vínculo a medida que crecen.
En esa época “todo el mundo tenía
acceso al caballo, pero hacían cosas que no estaba bien. Faltaba mucha
capacitación”, recuerda MacGillycuddy. Así se les ocurrió la idea de empezar a
informar y difundir pautas para el manejo y cuidado correcto de los caballos a
través de un programa de televisión. En 2009 surgió El Monturero, una
propuesta de “educación en casa” emitido por Canal 10, según MacGillycuddy.
Pero las socias quisieron que esa
inciativa educativa atravesara la pantalla. Notaron que no existía en Uruguay
una propuesta de formación terciaria dedicada de forma exclusiva al animal
icónico de la historia del país. Algo sobre caballos se enseñaba en la carrera
de Veterinaria. Algo también en Agronomía.
“¿Por qué no una tecnicatura en Gestión de Equinos?”, se
preguntaron. Entraron en contacto con la Universidad de la Empresa (UDE) y,
durante tres años, se dedicaron a armar el programa de la tecnicatura. Hablaron
con veterinarios y otros expertos, diseñaron las materias, incorporaron
cuestiones vinculadas a primeros auxilios, razas, genética. Pero también
administración, recursos humanos, marketing y derecho. El objetivo es que, en
dos años, los técnicos en Gestión de Equinos aprendan a “llevar adelante
cualquier centro ecuestre y administrar una empresa”, sostiene MacGillycuddy.
La UDE recibió a la primera
generación de estudiantes de la tecnicatura en 2011 y en la actualidad espera
las inscripciones de los alumnos de su edición número 14. Además, hace poco se
presentó una opción internacional. Surgió al recibir el interés de muchas
personas de otros países de América Latina e incluso algunos extrarregión. La
tecnicatura se cursa de forma online y los estudiantes extranjeros deben
visitar Uruguay en un período de 10 días corridos durante el año para realizar
sus prácticas.
La pandemia popularizó la opción de
ofrecer seminarios online sobre diversos temas vinculados al mundo ecuestre.
Algunos cortos, de pocos días de duración, otros de meses. De allí surgió la
posibilidad de incorporar también docentes extranjeros, expertos en varios
temas vinculados a los equinos y al manejo de una empresa del rubro.
En su oferta académica, la UDE
también cuenta con una carrera de Instructor de Equitación Terapéutica (o
equinoterapia), una opción bastante nueva, que recién está tomando
inscripciones para la cuarta generación de estudiantes.
El interés en el sector ecuestre
crece. La cría de caballos de sangre pura de carrera, según el informe de
Uruguay XXI, tiene un gran peso en la economía nacional. De acuerdo con la
Federación Internacional de Autoridades Hípicas, el país poseía 1,96% del stock
mundial de caballos de cría en 2019, incluidos padrillos, yeguas madres y
potrillos. Los datos dan cuenta de una especialización cada vez más marcada en
la actividad de cría de caballos para competiciones, y Uruguay tiene
condiciones propicias para esa actividad.
“Uruguay se está convirtiendo en un polo
ecuestre”, asegura MacGillycuddy. Desde otras partes del mundo miran con
atención al país de los caballos en las plazas y vienen a buscar a los que
están en el campo, en los clubes. Vienen a buscar caballos y también jinetes.