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La conciencia que llegó para quedarse

La educación ambiental recorre de forma transversal todas las materias escolares pero aún no ocupa el espacio que debería; expertos sugieren abordar el tema desde lo lúdico y no generar preocupación en los niños

Hubo un momento en el cual los niños empezaron a sentir angustia por las fieras encerradas en minúsculos cubiles en los zoológicos de tipo victoriano. Hubo un tiempo en que en los cumpleaños infantiles empezó a servirse agua mineral. Más o menos por entonces, los chicos, incluso aquellos en edad de Jardinera, comenzaron a plantar en las huertas escolares y a clasificar los residuos en sus casas. Se puede decir que ese tiempo, ese momento, ese entonces, fue ayer.

Los niños de hoy, hijos de aquellos que fueron niños cuando algo llamado agujero de ozono concitó la preocupación mundial, nietos de aquellos que fueron niños cuando se desarrolló el concepto de efecto invernadero, tienen cada vez más conciencia medioambiental. Eso es algo en que coinciden padres, maestros y psicopedagogos, más allá de que no se pueda determinar cuándo y cómo surgió el cambio, si como una evolución del espíritu de los tiempos, más sensibles con lo ecológico, si a través de expresiones culturales de gran repercusión mundial (como el documental Una verdad incómoda, de 2006), o a través de su inclusión en los programas educativos. Tampoco hay consenso en qué de estos conceptos precedió al otro, tal como si fuera el huevo o la gallina.

“Hace unas décadas atrás, cuando abordábamos temas medioambientales en el aula, los niños no tenían idea de lo que hablábamos o tenían muy pocas nociones”, afirma a Galería Ivonne Constantino, directora de División de Planeamiento Educativo del Consejo de Educación Inicial y Primaria (CEIP). “Hoy, cuando lo hacemos, vemos que los niños ya vienen con ideas e información de las casas, algo más coherente con el paradigma actual. Eso se nota incluso en educación inicial. Tiene que ver con que sus padres también son producto de la educación ambiental”.

Es un tema más de generaciones que de hechos que marcaron un punto de inflexión. Y es universal. Según una nota publicada en Magisnet, un periódico digital español dedicado a la educación, así como la generación de nacidos entre 1974 y 1989 fueron fundamentales en la lucha contra el tabaquismo, aquellos que lo hicieron entre 2004 y 2019 también obligan a cambiar hábitos de conducta enquistados. “Lo hemos vivido en Sanidad con el tabaco: los mejores agentes antitabaco que ha tenido el sistema sanitario han sido los menores en los domicilios luchando con los padres cuando estos fumaban. Un niño que toma conciencia desde las etapas iniciales de la educación en sostenibilidad, en la prevención del cambio climático y en la alteración del ecosistema, es clave para que el resultado sea más exitoso. La sostenibilidad, el consumo responsable, las energías limpias o el reciclaje tienen que trabajarse de forma transversal en todos los contenidos curriculares desde pequeñitos”, decía en 2020 a ese portal Isabel Marín, presidenta de la Sociedad Española de Sanidad Ambiental.

Julieta, de 12 años, alumna de sexto de escuela, asiste a un colegio en la Ciudad Vieja con huerta abierta a la comunidad, proyecto de ciencias sobre medio ambiente, tachos de basura diferenciados por residuo, marionetas de lana y papel en los talleres de manualidades, y prepara tanto un trabajo sobre el autóctono sapito de Darwin como una performance musical con el Ska de la tierra de la española Bebe (la de Malo): “La tierra tiene fiebre, / tiembla, llora, se duele del dolor más doloroso. / Y es que piensa que ya no la quieren”.

Sus definiciones sobre ecología (“cuidar el medio ambiente, ¿no?”) o medio ambiente (“creo que es toda la naturaleza, flora y fauna”) está lejos de cualquier retórica militante, pero eso es porque tiene hábitos incorporados: coloca la basura orgánica en una bolsa y el cartón, papel y latas en otra, guarda las tapitas de las botellas y deja los envoltorios en los bolsillos hasta que consiga un lugar donde tirarlos. “Vos tirás un papel en el piso y decís ‘una vez, no pasa nada’, ¡imaginate si todos piensan lo mismo!”, dice Julieta con una lógica irrefutable. Se indigna con los plásticos que atentan con la fauna marina. Su madre es de la época en que la tarea educativa más parecida era germinar una semilla de poroto en algodón.

Diferentes realidades. Sin embargo, esa conciencia no es homogénea, precisa Galia Leibovici, magíster en Psicología Infantil y psicopedagoga. “Hay una diferencia significativa según las instituciones educativas a la que asistan, porque si bien la educación ambiental está en el programa, la currícula de Primaria convoca e invita a hacer actividades. Mucho depende de la institución, la dirección y los maestros”, señala esta profesional a Galería.

En algunos centros educativos este tema es más relevante que en otros. “Sí se puede decir que hay más conciencia por la cultura social que penaliza tirar un papel en la calle, que lleva a cuidar la ciudad. Pero es muy notoria la diferencia en un niño que participa de propuestas de cuidado medioambiental donde se trabaja desde la acción y la palabra, que cuando no las hay”.

Las huertas se han vuelto una actividad común en las escuelas. Su aparición es de reciente data. La magíster en Educación Emocional y psicopedagoga Agustina Ponce de León, que trabaja en un colegio en el Prado, no recuerda haber tenido algo así como escolar. Y ella tiene 27 años.

“Alguna noción igual tenía. Yo tenía que llevar las bolsas de leche y separar la basura según los tachos, reciclable o no. Si bien tenía la idea, no todo estaba claro. Ahora se avanzó más”, cuenta. Este mayor avance tiene muchas representaciones: usar bolsas de papel o tela, no pedir pajitas para las bebidas o una visión más positiva sobre la ropa de segunda mano. El cariño por los animales, que no sabe de épocas, también hace punta: “Ahora prefieren adoptar un perro y no tanto comprar uno de raza, está el sufrimiento con las tortugas por la basura marina, buscan comprar cosas que tengan la grifa cruelty-free” muy comunes en la cosmética, añade.

Como todas las cosas presentes en el zeitgeist, no queda claro si es algo que empieza en las escuelas y luego va a las casas —esto en sintonía con esa idea tan linda de ser pensada que habla de que los niños enseñan a los adultos, algo infinitamente relativizado en la práctica—, o es al revés. “Si hay padres poco acostumbrados a las prácticas medioambientales, eso va a ser más difícil. Lo veo con amigas, hay algunas superpreocupadas por el tema y otras que no. Yo viví en España, donde hay contenedores coloridos y diferenciados en todos lados, y acá estamos más atrasados. En todo caso, si lo que se hace en casa o en la escuela no puede ser sostenido en comunidades, todo cambio va a ser más complicado”.

Es que más allá de los discursos, hay cuestiones institucionales que no ayudan. A principios de mes, el responsable para América del Sur de la Dirección de Asociaciones Internacionales de la Comisión Europea, Jorge de la Caballería, visitó Uruguay para impulsar —entre otras iniciativas— el Pacto Verde. En su agenda incluyó recorridas por los vertederos municipales de Melo y Florida, que no lo impresionaron para nada bien. “No puedes educar a la ciudadanía sobre el reciclaje, incluso el doméstico, separando las cosas, si tú luego las vas a tirar todas juntas en un mismo sitio”, aseguró a Búsqueda, en una entrevista publicada el 16 de junio.

Hay cosas que tienen que cambiar en el mundo adulto.

Educando. Galia Leibovici ve “estupendo” el interés de los niños en explorar, conocer y descubrir el mundo que les rodea con una perspectiva medioambiental. “Si involucrás a los niños en los porqués, en el reciclado de papel, usar ómnibus eléctricos o no tener un hámster para no encerrarlo, los empoderamos en los motivos de algunas conductas y los hacemos cada vez más autónomos en sus decisiones. ¡Pero lo que tenemos que hacer todavía es trabajar con los adultos!”.

El biólogo Emanuel Machín es uno de los difusores en Uruguay de la llamada Enseñanza de la Ecología en el Patio de la Escuela (EEPE). Esta es una propuesta pedagógica que se basa en hacerse preguntas, actuar recogiendo información y reflexionando, más en el terreno que en el aula. Su trabajo más que nada es en talleres con docentes, investigadores y técnicos. Recién después, explica a Galería, trabaja con los niños en caso de ser invitado a actividades en las escuelas.

Machín dice que la EEPE, más allá de su nombre, busca que la enseñanza sea más parte de un proceso lúdico que de algo así como un tema ideológico o de principios. “En este tema, los adultos nos empecinamos en transmitirles a los niños que todo está mal, que ellos tienen que ser la salvación. ¡Los niños tienen suficientes preocupaciones como para agregarles una más! Lo que hace la EEPE es acercar a los niños a la naturaleza sin presiones ni alertando sobre problemas; en un proceso lúdico ellos van a llegar a esa conclusión, y se tratará de un problema menor porque lo investigaron y de alguna forma encontraron una solución”.

Como ejemplo, Machín dice que los alumnos de una escuela rural de Canelones estuvieron trabajando en por qué los residuos de su patio, que era de importantes proporciones, terminaban afectando su huerta y su invernáculo. “Concluyeron que separar la basura según tipo iba a terminar mejorando su entorno. Lo llevaron incluso a la comisión de vecinos de la zona. Y se sintieron muy felices por eso”.

Uno de los cimientos de la EEPE es el trabajo en el terreno. Según su filosofía, es bastante más útil para el aprendizaje de los niños intentar hacer algo para proteger la fauna del parque cercano a casa que de las tortugas marinas o los elefantes amenazados por el marfil, cuya conciencia suele generarse en aulas y documentales. “La educación ambiental como tal se trabaja de forma separada, cuando hay toda una naturaleza que se puede usar en la currícula”, dice Machín.

En el programa del CEIP, señala Constantino, la educación ambiental recorre de forma transversal todas las materias. No es lo ideal, admite (ver aparte), pero “ya se están viendo los efectos”. Si es por mayor influencia de la educación en casa o en la escuela, ya es como discutir la precedencia del huevo o la gallina.

“Yo estoy convencida de que los niños de hoy van a hacer adultos diferentes en todo sentido, fueron criados con la cabecita pensando en el otro”, dice, esperanzada, Leibovici. “Es que hoy estamos educando para formar ciudadanos del mundo, no de su país. Eso es un cambio en el encare”. En ese paradigma, vale tanto el bosque lluvioso amazónico o los arrecifes de coral, como las zonas protegidas de Uruguay o el patio de las escuelas.

LO QUE DICE LA MAESTRA

La existencia de huertas en las escuelas es un ejemplo de “orientaciones que vienen de la inspección técnica” del Consejo de Enseñanza Inicial y Primaria (CEIP), explica la directora de División de Planeamiento Educativo del organismo, Ivonne Constantino.

El programa actual, del año 2008, aborda cuestiones ambientales de forma transversal, sobre todo en cuanto a temas del área biológica. “Que no haya una unidad ambiental en sí es algo que lamentamos”, dice esta docente, que también es la representante del CEIP en la Red Nacional de Educación Ambiental (Renea). “Sin embargo, en los últimos años hemos podido hacer énfasis en los deshechos, el reciclaje, el efecto invernadero, en los productos orgánicos… si bien no es el abordaje que desearíamos, ya se ven los efectos”.

Las huertas, por ejemplo, son parte de esa evolución en la manera de transmitir conocimiento. Décadas atrás, al enseñar lo que era una planta, era común limitarse a desmenuzar sus partes, a veces únicamente en la teoría: hojas, flores, frutos, tallo, raíces. “Eso quedó de lado, ahora directamente plantamos. Y una huerta es una herramienta asociada a la nutrición, la alimentación saludable. Pero es cierto que aún no hay una enseñanza específica sobre la sustentabilidad”.

El Plan Nacional de Educación Ambiental (Planea), elaborado en 2014, puso énfasis en la orientación a los maestros a trabajar en el territorio. Por ahora, la enseñanza seguirá así. Constantino dice que en el plan de desarrollo educativo 2020-2024 lo ambiental sigue siendo una política educativa transversal. “Pero estamos en un momento justo para una transformación curricular, no para que aparezca como disciplina en sí, sino para darle el lugar que merece en el desarrollo científico y crítico, en la educación de las ciencias ambientales, en que exceda la biología”.