“A
los 21 años yo estudiaba en el IPA y en la Escuela Nacional de Danza. Como a
toda persona joven me encantaba salir y reunirme con amigos y amigas. Me
acuerdo mucho los domingos de invierno, cuando nos juntábamos varias personas,
casi todas gays, en una casa o espacio abierto, siempre con el miedo a que nos
llevaran presas. Es que era la época de las razzias, su momento más fuerte. Por
eso siempre andábamos a escondidas o en alguna casa. Y ahí nos divertíamos,
hacíamos chistes, nos disfrazábamos, desfilábamos, nos hablábamos en femenino.
No teníamos ninguna solvencia económica, por lo que nos divertíamos
compartiendo mate y tortas fritas. En la comunidad ya era conocida como
Collette, pero afuera no podía expresar mi identidad de género: yo transité
toda mi formación como docente y bailarina disfrazada de varón. En el IPA, mi
primer profesor me vio y me dijo: ‘Así vestido, acá, no; así, a Bulevar’. Había
miedo, había inseguridad, pero también encontrábamos las cosas positivas, la
felicidad de estar juntos, de salir a bailar a lugares como Arco Iris y volver
todavía en la madrugada para que no nos agarrara el amanecer y con el riesgo de
terminar presas. En esa época no pensaba estar como estoy ahora. Solo imaginaba
poder expresarme con mi propia identidad de género, algo que logré. Me acuerdo
de lo que me decía mi padre cuando volvía a casa llorando porque me habían
gritado algo en la calle o porque no conseguía trabajo: ‘Vos un día vas a estar
detrás de un escritorio y los que te gritan cosas no’. Y eso me terminó
resonando cada vez que he entrado a dar una clase”. Collette Spinetti (bailarina folklórica, profesora de
Literatura y activista trans, 56 años)
“Yo
cumplí 21 en el año 1983. Estaba estudiando Derecho, Ciencias de la
Comunicación y dando los primeros pasos en política con Enrique Tarigo, en el
Partido Colorado. Fue un año muy convulsionado, en la recta final de la
dictadura; recuerdo las primeras reuniones políticas en casas de familia, a
veces te dejaban (los militares) y a veces no. Yo vivía con mi familia en La
Blanqueada. Teníamos TV color, que hacía muy poco había llegado al país, y
había cuatro canales. Teníamos teléfono de disco y el número tenía seis
dígitos. Hoy, que me dedico a los eventos, recuerdo que por entonces estaba el
auge de las boites, con fiestas muy diferentes a las que hay ahora, con
una tecnología muy distinta, ¡imposible imaginarse lo que hubo después! Para
dar un ejemplo posterior: muy poco después yo estuve involucrado en la
organización de las visitas del papa a Uruguay, para mandar una foto a Buenos
Aires tenías que enviarla por ómnibus. ¿Qué le diría a mi yo de 21? Que el
camino que siguió es el correcto”. Germán Barcala (publicista, presidente de la Cámara de
Eventos del Uruguay, 58 años)
El jurista afirma que a esa cifra se llega tomando como
criterio general “la capacidad natural, la madurez intelectual y emocional para
determinados actos jurídicos”. Hay un componente biológico que sustenta esto:
para un artículo anterior, la médica Laura Batalla, especializada en
adolescentes y familia, señaló que el desarrollo neuropsíquico, coincidente con
el final del desarrollo del lóbulo frontal del cerebro, ocurre entre los 21 y
23 años.
De cualquier forma, con la
excepción del derecho pensionario, hoy a los 18 años ya se tiene control total
sobre uno mismo, con sus acciones y decisiones, siendo responsable por ellas.
“A
los 21 años vivía con mis padres. Era estudiante de Comunicación en la
Universidad Católica porque ya tenía proyectos de ser periodista. También
estaba haciendo cursos de televisión y periodismo en el Instituto de la Imagen
y la Palabra de Cristina Morán. Estaba en ese proceso de ver para qué lado iba,
pensaba que podía rumbear para lo escrito pero opté por la oralidad. Vivía en
Punta Gorda, iba a Lancelot, al Náutico y a Zum Zum, y trabajaba en horario
nocturno en Canal 5. Cuando cumplí 21, como no había tenido fiesta de 15, mi
viejo me regaló un Fitito y eso me ayudó mucho para moverme e ir a trabajar. No
tenía celular y no tenía computadora en casa, para hacer una nota había que
llamar y preguntar. Como Google no existía, la elaboración periodística la
construías y peleabas vos. No le diría mucho a la mujer que fui a los 21. Sí
creo que esa joven le diría a esta vieja de 53 que se relaje un poco más, que
disfrute un poco más, que sea más relajada y flexible. Creo que estoy volviendo
a eso”. Claudia García (periodista, 53 años)
Pero también hay
escalas. A los diez años, un niño ya puede
tener responsabilidad civil (aunque los que la liguen sean sus padres o
tutores). Se calcula que esa edad si bien no se le considera habilitado para
suscribir un contrato ya tiene noción, por ejemplo, de que no está bien
prenderle fuego el auto al vecino. A los 13 años ya se tiene una
responsabilidad penal particular. A los 12 años una niña y a los 14 un varón,
si bien siguen sin tener capacidad contractual, sí pueden testar. “¿Por qué es
esto? Porque nadie se perjudica al firmar un testamento; para que eso entre en
vigencia ya tenés que estar muerto. En cambio, te podés perjudicar si se te
ocurre vender tu casa, por caso”, precisa Ramírez.
Desde 2013, la edad mínima para
casarse en Uruguay es 16 años (requiriendo permiso paternal hasta los 18).
Recién a los 15 años, y con autorización del Instituto del Niño y el
Adolescente del Uruguay (INAU), un menor puede trabajar.
“Yo cumplí los 21 en
1997. Desde lo legal no me cambió en mucho. Pero fue un año en que trabajaba
como repartidor de pan, comenzaba una relación y una banda con unos amigos. Con
ella nos fuimos a vivir juntos, seguimos juntos y es la madre de mis hijas. Y
la banda con la que arranqué ese año es Buceo Invisible. Sí, fue tremendo año.
¿Qué le diría ese joven al Diego de hoy? Nadie puede proyectarse 24 años
después. Sí tenía claro que me iba a dedicar a escribir y componer canciones.
Sí era muy fuerte mi idea de que quería que los proyectos duraran, ¡y ya ves! A
ese Diego hoy le puedo decir que no lo traicioné”. Diego Presa (músico, 45 años)
En materia política, a los 18 años
uno puede votar (los varones desde la Constitución de 1918 y las mujeres, por
ley y a nivel nacional, desde 1938), postularse para edil departamental,
concejal municipal o alcalde; a los 25, para diputado; a los 30, para senador;
y a los 35, para la Presidencia. Según establece la Carta Magna, es a esa edad
que se tiene la madurez suficiente para dirigir los destinos del país.
“Cuando cumplí 21
años esa era la mayoría de edad, la fecha mágica en la que se entraba a la vida
adulta: el momento en que se me otorgaría formalmente el reconocimiento a mi
madurez. Tendría derecho a contratar, a viajar sin permiso, a casarme sin el
consentimiento de nadie. Pero ese 13 de enero (de 1979) no hice nada de eso,
aquella noche inauguré mi edad de ir al casino. Nunca había entrado en una sala
de juego y no sentía la menor inclinación por los juegos de azar, pero ya ni
recuerdo por qué terminé el festejo de los 21 en el viejo Nogaró. Compré dos
fichas, busqué una máquina, introduje la primera. Trinc, tranc: nada. Introduje
la segunda ficha. Trinc, tranc, trinc, tranc, trinc, tranc. Se encendió una
alarma como la de una ambulancia. Chau, rompí la máquina, pensé avergonzada
mientras veía acercarse a los guardias del casino, mientras la gente formaba un
círculo a mi alrededor y la monedas no dejaban de caer. Pasaron varios minutos
hasta que entendí que había ganado el premio mayor, y pasó alguna hora hasta
que me fui con el cheque que me serviría para vivir todo el primer año de mi
mayoría de edad. Aquella que fui no prestaba atención a los consejos: hoy le
diría que los escuche, que pare la oreja”. Mercedes Rosende (escribana, supervisora de procesos
electorales, escritora, 63 años)
El tema de las edades puede resultar un festín
sorprendente para todo aquel ajeno a las normas legales. A nadie le resulta
extraño que todo contrato llevado adelante por un “impúber”, o sea una niña
menor de 12 años y un varón de menos de 14, es nulo de toda nulidad. Claro que,
en los hechos, eso incluye que mandar a la hija de 11 años a buscar pan al
almacén o darle un dinero para que se compre una merienda en la escuela
representa, en lo estrictamente doctrinario, un ilícito.
Para superar eso, señala Ramírez, la teoría inventó “la
doctrina de los pequeños contratos”: en pocas palabras, los padres le dan
“poder” al impúber para que actuando en nombre de ellos (porque es de ellos la
plata) hagan las compras en el súper o en la cantina.
“La Adriana de
entonces no era muy diferente a la actual, con mucho trabajo en simultáneo, en
los inicios de mi carrera profesional. Estudiaba en la Escuela Municipal de
Arte Dramático, andaba en ensayos, trabajaba en las partes técnicas de
diferentes teatros, había hecho Cine, radio, actualidad en La Candela y Sexo,
chocolate y BCE en el Circular con (Jorge) Esmoris. Estaba en pareja pero
vivía con mis padres. Tenía el sueño de hacer una carrera teatral combinada con
un trabajo convencional. Como había estudiado Derecho mis padres tenían la
expectativa de que siguiera ahí, también hice secretariado bilingüe, pero
también trabajé en una empresa de informática y fui productora radial en Carve.
No me imaginaba tener una trayectoria en televisión… A veces me he cuestionado
si podría haber hecho otra cosa, pero todos los caminos míos siempre han
conducido a algún escenario. Trato de no cuestionarme demasiado lo que hice,
pasa que he sido muy feliz”. Adriana Da Silva
(actriz, comunicadora, 52 años)
Si algunas de estas cuestiones le
parecen anacrónicas, piense que en el Derecho romano, en el que aún se basa
buena parte de la jurisprudencia, solo el pater familias, el hombre
(siempre hombre, faltaba más) de mayor edad de la familia, podía tener
posesiones. Todos sus hijos contrataban para él, la patria potestad moría recién
con él (así sus hijos fueran senadores, cónsules o tuvieran 80 años), más allá
de que le dejara algún peculio profectitio a sus descendientes
(varones, claro) para que tuvieran algo que administrar. Ramírez explica que
detrás de eso hay una concepción religiosa ya que el pater familias
también era el sumo sacerdote del clan en el culto a los manes, los
antepasados. Al mismo tiempo, la cura minorum establecía que los menores
de 25 años precisaban un “curador” que tutelara sus negocios.
En el otro extremo estaba el Derecho germánico, el de
los bárbaros que se enfrentaban a Roma, también de gran influencia en el
ordenamiento actual. “El hijo acá dejaba de estar bajo la tutela del padre
cuando se iba de la casa, como un cachorro de león que abandona la manada”,
grafica Ramírez.
“Yo
tenía muchas dudas en mi vocación. Quise ser ingeniero porque me gustaba mucho
la matemática, no había nada parecido en Uruguay para estudiar Ciencia
Política, que también me interesaba, y en un momento pensé en irme a Chile; pero
el año en que cumplí los 21 entré en Ciencias Económicas. Era 1968, durante el
gobierno de (Jorge) Pacheco Areco, ¡no hubo un solo día de clases! Salí de
marcha por 18 de Julio, me arengó (el luego dirigente frenteamplista) León Lev,
yo tenía formación democratacristiana, no estaba muy convencido pero acompañé
igual con pedazos de baldosa en el bolsillo. Un lunes llegamos a clases y había
habido asamblea en el Paraninfo. Vi volantes del MLN-T, que se estaba
presentando al público, murió Líber Arce, hubo huelgas, la facultad estaba
cerrada, habían secuestrado a (el presidente de UTE, Ulises) Pereyra Reverbel,
había medidas prontas de seguridad, ¡el país era un despelote inclasificable;
cuando se lo contaba a mis hijos pensaban que era cuento! No tuvimos clases y
los exámenes los tuvimos que dar entre febrero y mayo de 1969, un año que
también perdimos por huelga bancaria. Recuerdo ir a manifestarme con los
obreros de Funsa por Camino Corrales; como yo jugaba al rugby y estaba
entrenado pude escapar, pero a los obreros sí los agarró la policía. Por fuera
de eso, me ganaba mis pesos dando clases particulares de Matemáticas. Y me
acuerdo que con mis amigos teníamos que alquilar corbatas por un peso para que
nos dejaran entrar al Parque Hotel Casino. ¿Y qué le diría a ese joven? Creo
que alguna cosa le susurré… ¡que eso en lo que estás participando es una
locura! Pero nunca me metí en la pesada, por entonces era moderadamente
izquierdista. Dos años después se me habían ido muchos de esos versos”. Conrado Hughes (contador
público, docente, 74 años)
Fue con el Código Civil Francés o Código
Napoleónico, ese que en 1804 pretendió dar forma legal al nuevo orden parido en
la Revolución francesa, que se estableció la mayoría de edad en 21 años. Esas
ideas recorrieron todo el mundo y llegaron acá. El primer Código Civil de
Uruguay, elaborado entre julio de 1866 y noviembre de 1867, aprobado en enero
de 1868 y cuya vigencia comenzó el 1 de enero de 1869, se inspiró en él. Los 21
años, como número mágico que simbolizaba el paso a la edad adulta,
permanecieron como tales en el país durante más de 125 años. Hoy, ese umbral lo
ocupan, en la mayor parte del mundo, los 18.