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Llegar a los 21 años, esa adultez napoleónica e histórica

Por más que la mayoría de edad es desde 1995 a los 18 años, es en ese umbral mágico donde se acaban todas las obligaciones de los padres

Mucho, muchísimo deseaba Andrea cumplir los 21 años ese 26 de octubre de 1995. Había una razón de peso: teniendo 21 ya podía irse de viaje con su novio Felipe a Brasil sin la autorización de sus padres. Tenían los pasajes que él se había ganado en una rifa que compró por compromiso a la hija de su jefe, pero necesitaba el permiso de menor para cruzar la frontera. A su padre, ocioso es precisarlo, no le hacía ninguna gracia que su princesa viajara a un paraíso extranjero sin más compañía que su proyecto de yerno. Dos años estuvo esperando cumplir los 21, casi como en una cuenta regresiva; y cuando apenas faltaban quince días, las noticias que llegaron del Parlamento le generaron algo que podría definirse técnicamente como flor de calentura: el 11 de octubre de 1995 se promulgó la Ley 16.719, la que rebajó la mayoría de edad, y con ella el fin de la patria potestad, de 21 a 18 años. Ya no hacía falta el permiso parental para viajar al exterior o casarse apenas se cumplieran los 18. Andrea bramó pensando en las broncas hogareñas que se hubiera ahorrado de haberse adelantado los tiempos legislativos. De cualquier forma, pudo viajar con su entonces novio, luego marido, padre de sus hijas y finalmente exmarido.

“Yo era senador al momento de votarse esa ley. Me acuerdo que vinieron a verme varios jóvenes al despacho y yo les decía que no ganaban nada al respecto. Ellos decían que eran más maduros, más inteligentes, más rápidos. Yo siempre les dije a mis alumnos que la minoría de edad no es un castigo sino una protección. Pero se votó y se bajó la mayoría de edad de 21 a 18 años”, cuenta a Galería el abogado Juan Andrés Ramírez, exprofesor de Derecho Civil y exdecano de la Facultad de Derecho. Él mismo sintió en su propia historia los cambios legislativos: “Cuando me casé, en 1970, le tuve que pedir autorización a mis padres porque era menor de 25 años, tenía 24”. Ese umbral —excepcional y bastante difícil de entender— se bajó a 21 años con el decreto-ley 14.350 de 1975 (en plena dictadura) y a los 18 en 1995.

“A los 21 años yo estudiaba en el IPA y en la Escuela Nacional de Danza. Como a toda persona joven me encantaba salir y reunirme con amigos y amigas. Me acuerdo mucho los domingos de invierno, cuando nos juntábamos varias personas, casi todas gays, en una casa o espacio abierto, siempre con el miedo a que nos llevaran presas. Es que era la época de las razzias, su momento más fuerte. Por eso siempre andábamos a escondidas o en alguna casa. Y ahí nos divertíamos, hacíamos chistes, nos disfrazábamos, desfilábamos, nos hablábamos en femenino. No teníamos ninguna solvencia económica, por lo que nos divertíamos compartiendo mate y tortas fritas. En la comunidad ya era conocida como Collette, pero afuera no podía expresar mi identidad de género: yo transité toda mi formación como docente y bailarina disfrazada de varón. En el IPA, mi primer profesor me vio y me dijo: ‘Así vestido, acá, no; así, a Bulevar’. Había miedo, había inseguridad, pero también encontrábamos las cosas positivas, la felicidad de estar juntos, de salir a bailar a lugares como Arco Iris y volver todavía en la madrugada para que no nos agarrara el amanecer y con el riesgo de terminar presas. En esa época no pensaba estar como estoy ahora. Solo imaginaba poder expresarme con mi propia identidad de género, algo que logré. Me acuerdo de lo que me decía mi padre cuando volvía a casa llorando porque me habían gritado algo en la calle o porque no conseguía trabajo: ‘Vos un día vas a estar detrás de un escritorio y los que te gritan cosas no’. Y eso me terminó resonando cada vez que he entrado a dar una clase”.  Collette Spinetti (bailarina folklórica, profesora de Literatura y activista trans, 56 años)

Ese umbral mágico de los 21 años, los mismos que está cumpliendo esta revista, ya no tiene la misma significación legal desde hace un cuarto de siglo. La única excepción está marcada por el artículo tercero de la Ley 16.719, donde se establece algo que todos los padres divorciados tienen bien claro: no se modifica “el derecho de los menores de 21 años a recibir alimentos, excepto cuando se trate de mayores de 18 años que dispongan de medios de vida propios y suficientes para su congrua y decente sustentación”.

En otras palabras: la pensión alimenticia corre todavía hasta los 21 años. “Incluyeron esta norma excepcional porque recién ahí se dieron cuenta de que, con la extinción de la patria potestad, perdían el derecho pensionario”, explica Ramírez. Y no se puede decir que sean muchos los que a los 18 años se mantengan por sí solos (y no es que sobren a los 21).

“Yo cumplí 21 en el año 1983. Estaba estudiando Derecho, Ciencias de la Comunicación y dando los primeros pasos en política con Enrique Tarigo, en el Partido Colorado. Fue un año muy convulsionado, en la recta final de la dictadura; recuerdo las primeras reuniones políticas en casas de familia, a veces te dejaban (los militares) y a veces no. Yo vivía con mi familia en La Blanqueada. Teníamos TV color, que hacía muy poco había llegado al país, y había cuatro canales. Teníamos teléfono de disco y el número tenía seis dígitos. Hoy, que me dedico a los eventos, recuerdo que por entonces estaba el auge de las boites, con fiestas muy diferentes a las que hay ahora, con una tecnología muy distinta, ¡imposible imaginarse lo que hubo después! Para dar un ejemplo posterior: muy poco después yo estuve involucrado en la organización de las visitas del papa a Uruguay, para mandar una foto a Buenos Aires tenías que enviarla por ómnibus. ¿Qué le diría a mi yo de 21? Que el camino que siguió es el correcto”.  Germán Barcala (publicista, presidente de la Cámara de Eventos del Uruguay, 58 años)

El jurista afirma que a esa cifra se llega tomando como criterio general “la capacidad natural, la madurez intelectual y emocional para determinados actos jurídicos”. Hay un componente biológico que sustenta esto: para un artículo anterior, la médica Laura Batalla, especializada en adolescentes y familia, señaló que el desarrollo neuropsíquico, coincidente con el final del desarrollo del lóbulo frontal del cerebro, ocurre entre los 21 y 23 años.

De cualquier forma, con la excepción del derecho pensionario, hoy a los 18 años ya se tiene control total sobre uno mismo, con sus acciones y decisiones, siendo responsable por ellas.

“A los 21 años vivía con mis padres. Era estudiante de Comunicación en la Universidad Católica porque ya tenía proyectos de ser periodista. También estaba haciendo cursos de televisión y periodismo en el Instituto de la Imagen y la Palabra de Cristina Morán. Estaba en ese proceso de ver para qué lado iba, pensaba que podía rumbear para lo escrito pero opté por la oralidad. Vivía en Punta Gorda, iba a Lancelot, al Náutico y a Zum Zum, y trabajaba en horario nocturno en Canal 5. Cuando cumplí 21, como no había tenido fiesta de 15, mi viejo me regaló un Fitito y eso me ayudó mucho para moverme e ir a trabajar. No tenía celular y no tenía computadora en casa, para hacer una nota había que llamar y preguntar. Como Google no existía, la elaboración periodística la construías y peleabas vos. No le diría mucho a la mujer que fui a los 21. Sí creo que esa joven le diría a esta vieja de 53 que se relaje un poco más, que disfrute un poco más, que sea más relajada y flexible. Creo que estoy volviendo a eso”. Claudia García (periodista, 53 años)

Pero también hay escalas. A los diez años, un niño ya puede tener responsabilidad civil (aunque los que la liguen sean sus padres o tutores). Se calcula que esa edad si bien no se le considera habilitado para suscribir un contrato ya tiene noción, por ejemplo, de que no está bien prenderle fuego el auto al vecino. A los 13 años ya se tiene una responsabilidad penal particular. A los 12 años una niña y a los 14 un varón, si bien siguen sin tener capacidad contractual, sí pueden testar. “¿Por qué es esto? Porque nadie se perjudica al firmar un testamento; para que eso entre en vigencia ya tenés que estar muerto. En cambio, te podés perjudicar si se te ocurre vender tu casa, por caso”, precisa Ramírez.

Desde 2013, la edad mínima para casarse en Uruguay es 16 años (requiriendo permiso paternal hasta los 18). Recién a los 15 años, y con autorización del Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay (INAU), un menor puede trabajar.

“Yo cumplí los 21 en 1997. Desde lo legal no me cambió en mucho. Pero fue un año en que trabajaba como repartidor de pan, comenzaba una relación y una banda con unos amigos. Con ella nos fuimos a vivir juntos, seguimos juntos y es la madre de mis hijas. Y la banda con la que arranqué ese año es Buceo Invisible. Sí, fue tremendo año. ¿Qué le diría ese joven al Diego de hoy? Nadie puede proyectarse 24 años después. Sí tenía claro que me iba a dedicar a escribir y componer canciones. Sí era muy fuerte mi idea de que quería que los proyectos duraran, ¡y ya ves! A ese Diego hoy le puedo decir que no lo traicioné”. Diego Presa (músico, 45 años)

En materia política, a los 18 años uno puede votar (los varones desde la Constitución de 1918 y las mujeres, por ley y a nivel nacional, desde 1938), postularse para edil departamental, concejal municipal o alcalde; a los 25, para diputado; a los 30, para senador; y a los 35, para la Presidencia. Según establece la Carta Magna, es a esa edad que se tiene la madurez suficiente para dirigir los destinos del país.

“Cuando cumplí 21 años esa era la mayoría de edad, la fecha mágica en la que se entraba a la vida adulta: el momento en que se me otorgaría formalmente el reconocimiento a mi madurez. Tendría derecho a contratar, a viajar sin permiso, a casarme sin el consentimiento de nadie. Pero ese 13 de enero (de 1979) no hice nada de eso, aquella noche inauguré mi edad de ir al casino. Nunca había entrado en una sala de juego y no sentía la menor inclinación por los juegos de azar, pero ya ni recuerdo por qué terminé el festejo de los 21 en el viejo Nogaró. Compré dos fichas, busqué una máquina, introduje la primera. Trinc, tranc: nada. Introduje la segunda ficha. Trinc, tranc, trinc, tranc, trinc, tranc. Se encendió una alarma como la de una ambulancia. Chau, rompí la máquina, pensé avergonzada mientras veía acercarse a los guardias del casino, mientras la gente formaba un círculo a mi alrededor y la monedas no dejaban de caer. Pasaron varios minutos hasta que entendí que había ganado el premio mayor, y pasó alguna hora hasta que me fui con el cheque que me serviría para vivir todo el primer año de mi mayoría de edad. Aquella que fui no prestaba atención a los consejos: hoy le diría que los escuche, que pare la oreja”.  Mercedes Rosende (escribana, supervisora de procesos electorales, escritora, 63 años)

El tema de las edades puede resultar un festín sorprendente para todo aquel ajeno a las normas legales. A nadie le resulta extraño que todo contrato llevado adelante por un “impúber”, o sea una niña menor de 12 años y un varón de menos de 14, es nulo de toda nulidad. Claro que, en los hechos, eso incluye que mandar a la hija de 11 años a buscar pan al almacén o darle un dinero para que se compre una merienda en la escuela representa, en lo estrictamente doctrinario, un ilícito.

Para superar eso, señala Ramírez, la teoría inventó “la doctrina de los pequeños contratos”: en pocas palabras, los padres le dan “poder” al impúber para que actuando en nombre de ellos (porque es de ellos la plata) hagan las compras en el súper o en la cantina.

“La Adriana de entonces no era muy diferente a la actual, con mucho trabajo en simultáneo, en los inicios de mi carrera profesional. Estudiaba en la Escuela Municipal de Arte Dramático, andaba en ensayos, trabajaba en las partes técnicas de diferentes teatros, había hecho Cine, radio, actualidad en La Candela y Sexo, chocolate y BCE en el Circular con (Jorge) Esmoris. Estaba en pareja pero vivía con mis padres. Tenía el sueño de hacer una carrera teatral combinada con un trabajo convencional. Como había estudiado Derecho mis padres tenían la expectativa de que siguiera ahí, también hice secretariado bilingüe, pero también trabajé en una empresa de informática y fui productora radial en Carve. No me imaginaba tener una trayectoria en televisión… A veces me he cuestionado si podría haber hecho otra cosa, pero todos los caminos míos siempre han conducido a algún escenario. Trato de no cuestionarme demasiado lo que hice, pasa que he sido muy feliz”.  Adriana Da Silva (actriz, comunicadora, 52 años)

Si algunas de estas cuestiones le parecen anacrónicas, piense que en el Derecho romano, en el que aún se basa buena parte de la jurisprudencia, solo el pater familias, el hombre (siempre hombre, faltaba más) de mayor edad de la familia, podía tener posesiones. Todos sus hijos contrataban para él, la patria potestad moría recién con él (así sus hijos fueran senadores, cónsules o tuvieran 80 años), más allá de que le dejara algún peculio profectitio a sus descendientes (varones, claro) para que tuvieran algo que administrar. Ramírez explica que detrás de eso hay una concepción religiosa ya que el pater familias también era el sumo sacerdote del clan en el culto a los manes, los antepasados. Al mismo tiempo, la cura minorum establecía que los menores de 25 años precisaban un “curador” que tutelara sus negocios.

En el otro extremo estaba el Derecho germánico, el de los bárbaros que se enfrentaban a Roma, también de gran influencia en el ordenamiento actual. “El hijo acá dejaba de estar bajo la tutela del padre cuando se iba de la casa, como un cachorro de león que abandona la manada”, grafica Ramírez.

“Yo tenía muchas dudas en mi vocación. Quise ser ingeniero porque me gustaba mucho la matemática, no había nada parecido en Uruguay para estudiar Ciencia Política, que también me interesaba, y en un momento pensé en irme a Chile; pero el año en que cumplí los 21 entré en Ciencias Económicas. Era 1968, durante el gobierno de (Jorge) Pacheco Areco, ¡no hubo un solo día de clases! Salí de marcha por 18 de Julio, me arengó (el luego dirigente frenteamplista) León Lev, yo tenía formación democratacristiana, no estaba muy convencido pero acompañé igual con pedazos de baldosa en el bolsillo. Un lunes llegamos a clases y había habido asamblea en el Paraninfo. Vi volantes del MLN-T, que se estaba presentando al público, murió Líber Arce, hubo huelgas, la facultad estaba cerrada, habían secuestrado a (el presidente de UTE, Ulises) Pereyra Reverbel, había medidas prontas de seguridad, ¡el país era un despelote inclasificable; cuando se lo contaba a mis hijos pensaban que era cuento! No tuvimos clases y los exámenes los tuvimos que dar entre febrero y mayo de 1969, un año que también perdimos por huelga bancaria. Recuerdo ir a manifestarme con los obreros de Funsa por Camino Corrales; como yo jugaba al rugby y estaba entrenado pude escapar, pero a los obreros sí los agarró la policía. Por fuera de eso, me ganaba mis pesos dando clases particulares de Matemáticas. Y me acuerdo que con mis amigos teníamos que alquilar corbatas por un peso para que nos dejaran entrar al Parque Hotel Casino. ¿Y qué le diría a ese joven? Creo que alguna cosa le susurré… ¡que eso en lo que estás participando es una locura! Pero nunca me metí en la pesada, por entonces era moderadamente izquierdista. Dos años después se me habían ido muchos de esos versos”. Conrado Hughes (contador público, docente, 74 años)

Fue con el Código Civil Francés o Código Napoleónico, ese que en 1804 pretendió dar forma legal al nuevo orden parido en la Revolución francesa, que se estableció la mayoría de edad en 21 años. Esas ideas recorrieron todo el mundo y llegaron acá. El primer Código Civil de Uruguay, elaborado entre julio de 1866 y noviembre de 1867, aprobado en enero de 1868 y cuya vigencia comenzó el 1 de enero de 1869, se inspiró en él. Los 21 años, como número mágico que simbolizaba el paso a la edad adulta, permanecieron como tales en el país durante más de 125 años. Hoy, ese umbral lo ocupan, en la mayor parte del mundo, los 18.