En los hoteles pequeños cerca del 40% de la ocupación corresponde a personas que viven allí, una tendencia que se acentuó con la pandemia y permite reconvertir el negocio
En los hoteles pequeños cerca del 40% de la ocupación corresponde a personas que viven allí, una tendencia que se acentuó con la pandemia y permite reconvertir el negocio
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa televisión está en el canal AXN. Los crucigramas, los medicamentos y la cafetera están distribuidos en las distintas mesas de la amplia habitación, donde reina una cama king size. Se ven fotos de algunos de los 11 nietos de don Oreste y una muñeca rusa, lúdico homenaje a la procedencia de su esposa, de quien enviudó a principios de este año, cuando vivían en un residencial en Carrasco.
Don Oreste, de 92 años, jubilado de Industria y Comercio, es desde hace dos meses y medio el huésped permanente de un hotel, el MySuites, de Pocitos. Llegó ahí por la gestión de sus hijas, luego de enviudar y de que la pandemia del Covid-19 hiciera que el contacto entre usuarios y familiares en los residenciales de reducirse pasara a ser prácticamente nulo. El hombre, vale decirlo, es autosuficiente: apenas cuenta con un bastón canadiense y un botón de pánico por si se cae. Esta es una condición sine qua non para ser admitido en los muchos hoteles que recientemente se han reconvertido, totalmente o en parte, para recibir a adultos mayores; pues no cuentan con personal médico ni enfermeros especializados.
"Me siento muy cómodo, mucho más que antes. En el residencial llegué a estar postrado 10 meses en una silla de ruedas (que está en la habitación, plegada, recuerdo de un pasado reciente), sin ganas de conversar. Ahora, estar en contacto con otro tipo de gente me anima más. ¡Hasta más económico me resultó! Leo mucho y estoy esperando que mejore el clima para salir a caminar", dice y señala a la calle Benito Blanco. "Realmente espero terminar mi vida acá", subraya.
Siempre hubo personas que han optado por habitaciones de hotel para vivir, sostiene a galería Francisco Rodríguez, presidente de la Asociación de Hoteles y Restaurantes del Uruguay (AHRU). Muchas veces tenía más que ver, asegura, con la "bohemia" o con distintas transiciones de la vida, como una separación o diplomáticos que llegan al país, que con el deseo de olvidarse de pagar cuentas más allá del hospedaje o que alguien le haga la limpieza. Por lo general suele ser pensada como una solución transitoria más que el antojo de un bon vivant; aunque, se sabe, a veces no hay nada más permanente que lo transitorio. En el hotel céntrico del que Rodríguez es dueño, el Metro, tuvo hasta hace seis meses a dos huéspedes que alojó durante 10 años. Últimamente, muchos hoteles, mayormente en el Centro y en otros barrios, se han adaptado para recibir a adultos mayores "que tengan independencia de movimientos".
"En los hoteles chicos, hasta 30% o 50% de sus habitaciones son ocupadas por este tipo de huéspedes permanentes. En los grandes, ya se manejan de forma más corporativa que personal", asegura Rodríguez.
Por huésped o pasajero permanente, dice Matilde Elhordoy, directora comercial de Regency Hotels, se entiende a aquellos "que tienen una estadía mínima de un mes". Hay casos, empero, que superan ampliamente ese período. En los cuatro hoteles que esta cadena tiene en Montevideo hay unos 25 habitantes en esta situación. Uno de ellos lleva aproximadamente un año.
Según distintos operadores consultados, pagar un mes representa abonar aproximadamente 30% menos de lo que sería la tarifa diaria habitual. Dependiendo del hotel, esto puede variar de unos 18.000 pesos a bastante más de 40.000 pesos mensuales. En todos los casos, el pasajero se olvidará de pagar UTE, Antel, gastos comunes, OSE y wifi (si hay), además de contar siempre con alguien a disposición por cualquier contingencia. Dependiendo de lo que se pague, tendrá servicio de limpieza o desayuno incluido. Hay establecimientos pet friendly y otros que no. Algunos tienen spa y gimnasio incluidos. No hace falta contrato ni garantía de alquiler, aunque muchos hoteles piden una tarjeta de crédito al ingreso. Y toda persona que llegue de visita -especialmente en el caso de solteros o divorciados- tiene que quedar registrada en la recepción.
"Es como vivir de vacaciones", grafica Mónica Rossi, gerenta de MySuites. "La comodidad, la tranquilidad y la seguridad son claves". Justamente, "vivir de vacaciones" es, más allá de la operativa habitual de su establecimiento, su proyecto pensado para adultos mayores, como don Oreste. "No está pensado para quienes no puedan moverse solos. El costo incluye alojamiento, mantenimiento, desayuno y un dispositivo de helpline", precisa. Ella tiene ocho huéspedes permanentes, que incluyen un matrimonio mayor, varios profesionales y un padre que a veces trae a sus pequeñas hijas a quedarse con él.
Juan Andrés Cendán, su colega del Cala di Volpe, en Punta Carretas, agrega otros beneficios como "comer bien, ir a un gimnasio con tecnología, dormir en una cama de buena calidad que te dé ganas de seguir durmiendo y poder invitar a familiares y amigos porque es como tu casa grande". El 10% de sus habitaciones están ocupadas por huéspedes fijos.
Sin embargo, no es una política común a todos los hoteles. En el Hotel Radisson, en Plaza Independencia, no hay pasajeros permanentes ni se promociona este servicio, asegura su gerente comercial, Fernando Meléndez. "Puede ser, sí, que alguno se haya quedado alojado más tiempo de lo habitual por causa de la cuarentena", precisa. La pandemia, que cerró las fronteras de medio mundo, obligó a cambios operativos en el mundo hotelero.
Con buena vista. "Mirá, mirá la vista que tengo", dice con una sonrisa que le divide la cara Nicolás Rossi, mientras se asoma a uno de los dos balcones de su habitación-residencia en el Hotel Spléndido, en la Ciudad Vieja. El Teatro Solís despliega toda su majestuosidad al mediodía. "De noche, iluminado, es un disparate. No tiene precio", agrega este hombre de 45 años.
Lejos de los modernos amenities en los que varios hoteles basan su oferta, el Spléndido, un edificio de dos plantas de 1901, es un viaje retro: se nota en las llaves, las puertas, la claraboya, los muebles, las peceras, los televisores y hasta en el piano que engalana el comedor. Varias de sus habitaciones están ocupadas por pasajeros permanentes. "Acá siempre primó el espíritu joven, muchos artistas, mucho público europeo que se queda acá y planifica la visita en el día, pero con el tema del Covid apuntamos más hacia los alojamientos más prolongados", dice a galería Leandro Dufau, uno de sus encargados. El público, muy ecléctico, va de los 20 a los 60 años; todos encuentran privacidad en sus cuartos espaciosos con TV cable o wifi, o sociabilidad en el comedor o la cocina. De la limpieza se encarga el hotel, pero ya no se sirve desayuno. No todos los cuartos tienen baño privado. De a poco ha ido virando hacia un hostel, pero muchos lo han tomado como su casa; uno de los huéspedes lleva ahí cuatro años. Nunca falta un recientemente separado o alguien que está esperando por una sucesión y que encuentra ahí una solución provisoria más que aceptable; y también está Nicolás.
"Yo vine acá por motivos de salud", cuenta este padre de dos hijos de 15 y 12, que se debió jubilar tempranamente por problemas cardíacos crónicos. Evita el contacto con sus familiares por la pandemia; cerca, justamente, tiene la atención médica. Saluda a una vecina de una habitación contigua que sale al pasillo -ella está hace nueve meses; él, hace cuatro- y a la mucama que hace la cama ("ella es la uno"), elogia la construcción, el lugar y su gente. "Esto es la comodidad absoluta: aire acondicionado, vista directa al Solís, cama doble y simple, ropero, internet. Me quedaré dos o tres meses más; bah, me encantaría quedarme más, ¡tengo todo!", dice. No le molesta compartir la ducha o el inodoro con gente que, a esta altura, es casi de su familia. "Si tengo una urgencia, siempre habrá algún baño libre". La vista compensa todo, subraya.
Reconversión. El sector hotelero está en crisis desde mediados de 2018, indica Rodríguez, de AHRU. Si lo que llama "el informalismo y la falta de regulación de los alojamientos" (en referencia a Airbnb) afectó especialmente a Montevideo y al Este, así como la crisis regional castigó al litoral y a Colonia, la pandemia del coronavirus y el cierre de fronteras lo profundizó. "A más grandes los hoteles, más grandes los problemas". Y muchos debieron reconvertirse.
En algunos casos, la ya existencia de pasajeros permanentes fue lo que salvó a varios hoteles de bajar las cortinas. En esos días de mayor cuarentena, de marzo y abril, estos poco menos que fueron más anfitriones que huéspedes.
El proyecto Vivir de Vacaciones, de MySuites, por caso, debió acelerar su implementación porque muchos adultos mayores -el público objetivo de este producto- comenzaron a consultar ante el temor que los residenciales no los dejaran ver a sus familias, indica Mónica Rossi. El Regency, que tuvo la experiencia de alojar a los tripulantes del Greg Mortimer, ajustó sus tarifas en sus habitaciones con kitchenette y más de un ambiente, lo que le permite competir con los alquileres, teniendo los beneficios de un hotel (la no necesidad de una garantía, habitaciones amuebladas, no pago de tarifas), afirma Matilde Elhordoy.
La pandemia y las necesidades laborales fueron lo que movieron a Roberto Pose (38) a buscar residencia en un hotel de Pocitos. Responsable de proyectos de una de las empresas más importantes del país, con varias sucursales en Montevideo y el interior, padre separado con tenencia compartida y con padres mayores de edad, la crisis sanitaria lo encontró con la necesidad de una solución rápida para vivir y trabajar. Ante precios de alquileres de inmuebles que consideró disparatados, irse a vivir a un hotel fue la solución; ya tenía la experiencia de "nómade" durante ocho años trabajando en Argentina.
"Me metí en el hotel a probar como una solución de contingencia. Fue el 1º de abril. Y me terminó resultando cómodo no tener que preocuparme por nada", afirma. Sus dos hijas, de seis y dos años, están felices con la idea de estar con su padre en una suite y tener el desayuno pronto todos los días. "Ellas se divierten. Por ahora, el hotel me rinde", concluye Roberto.
Fenómeno global
La pandemia del coronavirus, con el cierre de las fronteras, afectó directamente la operativa de los hoteles en todo el mundo. En Norteamérica, los establecimientos de lujo se han tornado, en muchos casos, hogares, según indicó la agencia Bloomberg en un artículo fechado el 28 de agosto.
Por caso, los Auberge Resorts han experimentado un aumento de las estadías de 300%. En Barbados, varios de los mejores establecimientos permiten -desde 2.500 dólares al mes- todas las comodidades para el home office. Hoteles urbanos, como el Rosewood Miramar Beach de Montecito, California, ofrecen estadías de un año con 30% de descuento en la tarifa habitual (lo que, aun así, significaría un costo de 1,1 millones de dólares).
Ilustres huéspedes
Los hoteles han sido hogar de ilustres huéspedes. Horacio Ferrer, el poeta del tango, y uno de los mayores aportes que dio Uruguay al dos por cuatro, vivió la segunda mitad de su vida en una habitación del aristocrático Hotel Alvear de Buenos Aires, en un departamento en un octavo piso con vista al Río de la Plata, desde donde se alcanzaba a ver, en un día despejado, la costa de su país. Ahí murió, a los 81 años, en 2014.
Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir vivieron en el Hotel Mistral del parisino barrio de Montparnasse entre 1937 y 1942, soportando juntos la invasión nazi. También en la capital francesa, Coco Chanel ocupó su habitación del Ritz entre 1934 y 1971, cuando murió. De manera estacional, pero a lo largo de 40 años, Salvador Dalí transformó la suite 1610 del St. Regis de Nueva York en su residencia invernal.
Nostalgias hoteleras
En un hotel ya desaparecido pasó su primer año como estudiante de Facultad de Ingeniería William Baldisser, hoy programador informático, en el año 2000. El Hotel Español, de recuerdo más entrañable que cómodo, en el Centro, fue el lugar escogido casi que por descarte y conveniencia. "Yo soy de Salto y lo habitual para venirte acá era arreglar con alguien un alquiler conjunto. Yo no arreglé con nadie y terminé en el Hotel Español. Tenía 19 años. Era muy sencillo pero muy prolijo. No era el típico hotel del Centro de entonces que era más ‘mueble' que otra cosa. Y como por esa época me había dejado una novia, yo me daba mucho con los ‘especímenes' que también vivían ahí. Y había cada ‘espécimen'... ?Había una mujer que decía ser pariente de Jacques Cousteau, y que había viajado en el Calypso con él". Aburrirse, asegura, no se aburría.
Y también economizaba. "Un alquiler en la época salía unos 3.000 pesos. Yo me acuerdo que pagaba 1.600". Su habitación no tenía baño, así que usaba el del restaurante, que como estaba inhabilitado no lo utilizaba nadie más que él. También tenía acceso a la cocina, donde él mismo guardaba y se preparaba sus cosas. Había una mucama, pero él también ahorraba limpiándose él la minimalista habitación, de tres metros por cuatro, consistente en una cama, una tele, un ventilador, un escritorio y un placar. Los dueños, a los que recuerda con cariño, no le cobraban extra si una chica se quedaba a acompañarlo una noche, pero sí si pernoctaba un amigo. "Eso era medio raro. A veces salíamos a bailar y se quedaba alguno". Aún hoy añora toda la fauna que lo rodeaba. "No había nadie jodido, quilombero, eran trabajadores que por una u otra razón habían quedado ahí, estaba la parienta de Cousteau, otra antropóloga de 30 años que se había separado y cada tanto me invitaba a la habitación, un tipo que era muy tacaño, también divorciado, que se dosificaba las galletas al agua que comía a diario". Sin duda, recogió material para escribir un libro que aún no vio la luz. "Luego se fundió, cada vez que paso por ahí siento nostalgia".