"Les quiero hacer una pregunta delicada”, decía el mensaje que mandó una periodista días
atrás a un grupo de WhatsApp de colegas. “¿Qué pasó?”, respondió una de ellas.
Sin más vueltas, lanzó lo que anticipaba difícil de preguntar o de responder, o
ambas cosas: “¿Cuánto ganan?”. De la decena de integrantes del grupo, recibió
una sola respuesta. La periodista, entonces, acudió a una explicación simple:
le ofrecieron un nuevo trabajo, y saber si la propuesta salarial era acorde al puesto
le sería de gran ayuda a la hora de tomar una decisión. Aún así, no obtuvo más
respuestas.
Un reciente estudio de Capital Group, consultora estadounidense de
servicios financieros, reveló que las personas se sienten más cómodas al
discutir con amigos sobre política, religión, problemas maritales, sexo o
problemas de salud mental antes que sobre sus sueldos, considerado un tópico
“muy tabú”. “Los problemas que alguna vez se consideraron demasiado personales
o atrevidos ahora se discuten abiertamente entre amigos y colegas. Sin embargo,
un tema de discusión que continúa contradiciendo la tendencia por un margen
significativo, son las finanzas personales”, señala el estudio.
¿Por qué tanto misterio? Sentir
incomodidad ante la pregunta del millón, o no atreverse a consultarle a alguien
cuánto gana no es casualidad, ni una sensación propia de las generaciones
actuales. En verdad, se trata de un tema censurado hace por lo menos dos
siglos. En 1830, durante la Revolución Industrial aparecieron los primeros
“manuales de etiqueta”, que pretendían estandarizar el código de conducta de
los trabajadores de las fábricas en Estados Unidos para evitar conflictos. Una
de las reglas era no hablar de dinero. Ese código trascendió las páginas del
escrito y con el tiempo no hizo más que retroalimentarse. En 1922, la
estadounidense, novelista y pionera en normas de etiqueta Emily Post escribió
en su manual que “a un hombre muy bien educado le desagrada intensamente la
mención del dinero, y nunca habla de ello si puede evitarlo”. El tabú se fue
extendiendo del trabajo al hogar, del hogar a los círculos de amistades, y a
buena parte de la sociedad.
Ahora, ¿por qué tanto empeño en anular un tema que podría ser trivial? En
el artículo How I broke the last taboo, de Business Insider, la
periodista Aki Ito explica por qué el capitalismo puede considerarse como el
gran desencadenante: “A medida que explotó el capitalismo sin control, la
desigualdad de ingresos se disparó y la subsiguiente división de clases se
convirtió en una burla del ideal democrático de igualdad de Estados Unidos”.
Para la burguesía, detalla, la solución más conveniente era fingir que no existía
tal desigualdad. Y qué mejor para hacer la vista gorda que mantener en secreto
los salarios. Ojos que no ven…
El tabú también tiene un origen antropológico que va un poco más allá del
capitalismo. A esto se refiere Álvarez: “Como seres humanos, evolucionamos en
tribus, manadas, y en ese sentido, el que tenía mayor estatus social dentro de
la manada era el que tenía más privilegios”. Llámese privilegio a dormir cerca
del fuego, comer antes que el resto, procrear con los considerados “mejores”
especímenes del sexo opuesto, entre muchos otros. “En aquellos tiempos el
prestigio estaba dado por el tamaño de los músculos o la cantidad de hijos que
se pudiera tener. Pasó el tiempo y hoy el estatus social no se mide por eso,
sino por lo que ganamos”, subraya Álvarez. Quién diría que habría tanta
influencia de la conducta humana primigenia en esa incomodidad que se siente al
hablar o preguntar sobre cuánta plata se deposita en la propia cuenta cada mes.
“Sin darnos cuenta volvemos a intentar destacarnos dentro de la manada por la
cantidad de dinero que ganamos”, resume el fundador de Neurona
Financiera.
En el modelo capitalista, le guste a quien le guste, la plata es “el
elemento estructurante en nuestras vidas, lo que permite vivir”, indica el
sociólogo Ricardo Klein. “Te condiciona para bien o para mal, y de alguna
manera te va construyendo la trayectoria de vida”. Es, también, un sinónimo de
éxito.
Los billetes fueron ocupando un lugar cada vez más importante, al punto
de convertirse —aunque sea de forma inconsciente— en la vara con la que se mide
nada más y nada menos que el valor de una persona. Y la incomodidad al hablar
sobre sueldos, en una sensación prácticamente inherente al humano.
Momento incómodo. Enojo, irritabilidad, tristeza,
vergüenza, indignación o bien alegría, bienestar o hasta complejo de
superioridad. Enterarse del sueldo de un par —o no tan par— y revelar el propio
puede disparar emociones de todo tipo. Le pasó hasta a la magíster en Finanzas
Stephanie Shellman cuando se enteró por accidente del sueldo de un colega. “Era
hombre y ganaba 50% más que yo. Me generó una sensación de ¿cómo puede ser?”,
recordó a Galería la directora ejecutiva de ShellmanWealth.
Álvarez, por su parte, cita un estudio que figura en el libro Lo que el
dinero no puede pagar, del político argentino Martín Tetaz. “Es la historia
de un tipo que estaba refeliz. Estaba rebien con lo que ganaba. Cuando se
entera de que sus compañeros de trabajo ganan más, se reduce su nivel de
felicidad”, cuenta. En conclusión, para Álvarez no contar el sueldo puede
llegar a ser una forma de evitar esa infelicidad o indignación que se sentiría
al saber que otros ganan más por hacer una misma tarea. “Por lo general ganar
más no me hace más feliz, pero ganar menos me hace más infeliz”, agrega.
Lejos de lo que podría pensarse, el estudio de Capital Group halló que
los más dispuestos a hablar sobre cuánto ganan son quienes están en los
extremos: o ganan mucho y se sienten conformes, o ganan muy poco y sienten
total inseguridad al respecto. Según este informe, cuanto más en el medio,
mayor es el tabú. Hay quienes dicen que es más fuerte en algunos lugares que en
otros; que en Londres se habla sobre sueldos como si se estuviera conversando
sobre el clima, que los nórdicos son más abiertos al respecto, que es un tabú
fundamentalmente latinoamericano. Aunque sí puede estar más arraigado en
algunos países que en otros, los especialistas afirman que la censura implícita
es más bien global.
Y en Uruguay,
opinan los colegas, es un tema bastante prohibido. Klein opina que “tiene que
ver con la construcción que tenemos como uruguayos, que dentro de ciertos
estratos existe un cierto pudor”. Álvarez, por su parte, sostiene que quienes
tienen sueldos que se consideran altos tienden a reservarse el dato por temor a
ser juzgados. “Existe esa tendencia bastante latina de pensar que van a creer
que soy materialista, o que me van a pedir algo prestado, o al que gana bien,
pensar que está en la joda. Tenemos miedo de que nos juzguen por lo bien o mal que
nos va”, sostiene.
Del informe de Capital Group también se desprende que es mayor la
cantidad de mujeres que preferirían no hablar sobre cuánto ganan, que la de
varones. Un 45% de las encuestadas ubicó este tema como el de mayor tabú entre
otros 11 posibles tópicos de conversación, mientras que de los hombres lo hizo
un 39%. “Aunque el estereotipo es que las mujeres son más propensas que los
hombres a hablar sobre temas sensibles con sus amigos, la investigación dice
otra cosa”, apunta el estudio. En los hechos, sin embargo, fueron más las
mujeres encuestadas que dijeron haber hablado del asunto en los últimos seis
meses (40%) que los hombres (30%). O sea, pese a que es un tema más sensible
para los varones, de igual forma son ellas las más lo conversan. Stephanie
Shellman coincide: “Creo que las mujeres buscan conversar sobre cosas mucho más
que los hombres. Nos gusta compartir información”.
Información es poder. Tres palabras que parecen resumirlo
todo. El tema empieza a figurar en diferentes ámbitos, y en ciertos países o
estados incluso se aprueban leyes en pos de una mayor transparencia salarial.
Es el caso de Colorado (Estados Unidos), que en 2021 se convirtió en el primer
estado en obligar a las empresas privadas a publicar el desglose de los salarios
que pagan en sus llamados laborales. Por efecto contagio, compañías como
Microsoft, Google y American Express se adelantaron y empezaron a transparentar
sus salarios en todos sus llamados.
Y hasta los bancos empiezan a poner este tema sobre la mesa. “Lloyds Bank
sabe que debatir abiertamente sobre el dinero de que disponemos nos ayuda a
administrar mejor nuestras finanzas”, señala la institución británica en su
sitio web.
Lo dicen estudios, artículos de diferentes medios de todo el mundo y
expertos en finanzas. Lejos de lo que lograron inculcar exitosamente aquellos
antiguos manuales de etiqueta, ahora todo parece indicar que hablar
abiertamente sobre las finanzas, contar cuánto se gana y averiguar cuánto gana
el resto, es altamente beneficioso, y no solo para la propia salud financiera.
“La transparencia alterará fundamentalmente nuestra relación con nuestros
empleadores y nos permitirá defendernos mejor”, opina en su columna de Business
Insider la periodista Aki Ito. “Con los salarios a la vista no será tan
fácil para las empresas pagar a las mujeres menos que a los hombres, o a los
nuevos empleados más que a los veteranos”, añade. Difícilmente una empresa se
arriesgue a pagar más a unos que a otros por hacer exactamente la misma tarea.
Con mayor transparencia, entonces, es probable que se alcancen sueldos más
equitativos y justos.
Saber cuánto ganan colegas o pares, por ejemplo, es información que da
poder a la hora de negociar un aumento de sueldo o simplemente comprender
cuánto se valoriza cierto empleo en un mercado. Para Shellman, “es una barrera
que hay que trabajar, porque al no tener información, uno termina dando poder a
otros sobre nuestro capital humano”.
Pero no se trata de salir de un día para el otro a preguntarle a todo el
mundo cuánto gana. Shellman considera que no es una pregunta que deba hacerse
de manera fría, porque sí. Será mejor —si se quiere evitar la incomodidad— que
venga acompañada de un contexto. La idea es que el tema surja naturalmente y de
manera constructiva. ¿Cuánto dinero necesita para vivir bien y proyectarse en
el futuro? ¿Cuántas horas está dispuesto a trabajar por semana? ¿Cómo lograr
esa meta? Con un mayor conocimiento de las aspiraciones personales, es momento
de exponerlas, de empezar por uno para buscar la conversación fructífera con el
resto. “Ahí empezás a preguntar para ver si es factible o no, pero con una
razón. Hay que buscar una forma de ir hablando y darse cuenta de que el salario
es una fuente de bienestar”, sostiene Shellman.
Pero
empezar a derribar este tabú implica cambiar de raíz la concepción que se tiene
del dinero. Dejar de verlo como el elemento que define el valor de una persona,
para pasar a tomarlo como una herramienta más, dice Álvarez. “Es eso, una
herramienta. La raíz de todo esto está en conceptualizar el dinero como lo que
es. No juzgarnos por si ganamos mucho o poco”. Al fin y al cabo, como toda
herramienta, lo que importa —más que la cantidad— es aprender a utilizarla. La
transparencia a la hora de hablar de sueldos es uno de los caminos, aunque
lleno de obstáculos. ¿Quién está listo para derribarlos?