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Qué es la positividad tóxica y por qué ser demasiado optimista tiene sus riesgos

Ver solo el lado bueno de las cosas, empeñarse en alcanzar la felicidad y minimizar toda negatividad o sufrimiento puede ser muy dañino. De eso se trata la positividad tóxica, una actitud que los filósofos ya señalan como uno de los grandes problemas del siglo XXI

Ver solo el lado bueno de las cosas, empeñarse en alcanzar la felicidad y minimizar toda negatividad o sufrimiento puede ser muy dañino. De eso se trata la positividad tóxica, una actitud que los filósofos ya señalan como uno de los grandes problemas del siglo XXI

Hay que ser feliz. La felicidad depende de uno mismo. No es feliz el que no quiere. Porque querer es poder. Con voluntad todo se logra. Imposible is nothing. Pensamientos positivos atraen cosas positivas. Fuera negatividad. Good vibes only. 

Hasta que de tanto optimismo, llega el colapso. Sí, derrumbarse por exceso de positividad es posible. Y nunca el ser humano estuvo tan expuesto —sobreexpuesto— a ese fenómeno escondido entre frases hechas (¿motivacionales?), sonrisas y vidas felices en Instagram, gurús espirituales, recetas para ser feliz, productivo y exitoso en libros de 100 páginas; la denominada positividad tóxica. 

Ahora, en una sociedad que no se detiene a cuestionar las frases que dicen que el optimismo trae consigo más optimismo y que la mentalidad positiva es clave para el buen vivir, asociar esa actitud mental con la toxicidad parece un total contrasentido, pero no lo es. Para casi todo en la vida existe un límite, inclusive para el optimismo. Sin embargo, reconocer esa frontera en estos tiempos es un desafío sin precedentes. 

Ningún extremo. Por supuesto que el optimismo per se es sano, e inherente a la condición humana. Es el que lleva a las personas a salir de la cama todos los días, es el impulso y motor de la vida. “Es aquello que nos da esperanza, nos hace crecer, apostar, animarnos a un trabajo, mudarnos, porque esperamos que pasen cosas buenas”, señala el psicólogo especializado en psicología positiva e integrante de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay Roberto Martínez. Naturalmente, el ser humano busca la felicidad, el placer y bienestar, sentirse bien.

El problema —la parte tóxica— empieza cuando parece imposible quitarse los lentes que todo lo perciben en color de rosa; cuando se espera que la vida propia y la de los demás sean solo un cúmulo de cosas buenas y momentos agradables. En ese empeño por encontrar la felicidad y evitar o negar a toda costa el sufrimiento es donde empieza un camino de aparente optimismo que, en realidad, nada tiene de positivo. Roberto Martínez lo llama “dictadura de la sonrisa”: “Una cosa es sonreír ante todo, y otra muy distinta es usar tus recursos personales para afrontar del mejor modo posible una realidad que puede ser adversa. La primera puede ocasionar un verdadero daño a las personas”. La psicóloga Elisa Di Giovanni, por su parte, considera que este optimismo extremo es algo así como vivir anestesiado. 

Ya hay quienes advierten que la positividad tóxica es uno de los grandes problemas del siglo XXI. Entre ellos está el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, quien se dedicó en el best seller La sociedad del cansancio a afirmar que la sociedad occidental está sufriendo un silencioso y dañino cambio de paradigma impulsado por el exceso de positividad. Según el filósofo, si en el pasado las grandes enfermedades provenían de bacterias o virus, en el siglo actual la depresión, el trastorno por déficit de atención, la hiperactividad, el trastorno límite de la personalidad, el síndrome de desgaste profesional o burnout y otras enfermedades neuronales son la moneda corriente. ¿El culpable?, el optimismo excesivo. Este tipo de positividad de la que habla Chul Han es causada por algo sospechosamente simple: la libertad de poder hacer lo que uno quiera. 

En la era de la inmediatez y el desarrollo tecnológico, las personas están convencidas —aún inconscientemente— de que todo lo pueden. Que la felicidad está al alcance de la mano y está todo dado para salir a buscarla y encontrarla. Así resume esta visión la filósofa y psicóloga Magdalena Reyes: “En ese ‘tú puedes’ hay una demanda, un mandato. Tú podés ser feliz y si no lo sos, sos un fracasado, porque todos podemos ser felices. La felicidad es algo que todos podemos alcanzar, porque la cultura te proporciona los medios necesarios para eso. Y si no sos feliz es porque no estás pudiendo serlo, tiene que ver con un demérito propio”. Este bombardeo de positividad tóxica está muy relacionado con el ritmo de vida que trajeron las nuevas tecnologías, dice Reyes. No hay tiempo para sufrir. El tiempo apremia. Hay que escapar ahora mismo de este tormento. Y las opciones para hacerlo abundan. Sobre eso habla Di Giovanni: “Hay muchas psicoterapias alternativas que tratan de imprimir o impregnar en el otro esto de ‘vos tenés que estar siempre bien, y si estás siempre bien vas a estar mejor, y si estás mejor esto se vuelve cada vez mejor”. Pero está bien no estar de acuerdo con algunas cosas. No sé si el objetivo es ser feliz, sino tratar de lograr un equilibrio con uno mismo. La armonía total con el mundo, las personas, la naturaleza en general no creo que sea un estado continuo. Es parte de la naturaleza del ser humano sentir cosas diferentes”. Y agrega: “el ser humano tiene un montón de demandas diarias cotidianas y no va a estar siempre feliz y contento con lo que le pasa con el mundo y la vida”. 

El sentido de la tristeza. Esa presión por encontrar la felicidad y evitar a toda costa cualquier emoción más o menos incómoda como la tristeza, la angustia y el dolor, paradójicamente, puede traer mayor sufrimiento. No es casual que la ansiedad y los picos de estrés sean padecimientos tan comunes hoy en día. Es una especie de daño autoinfligido por no concebir lo menos agradable como parte de la vida. Una consecuencia directa de esconder las emociones negativas o minimizarlas, y de culparse por sentirlas. ¿Cómo sufrir si tengo todo para ser feliz? ¿Cómo puedo sentir dolor si sé que hay cosas peores? ¿Será que no estoy haciendo todo el esfuerzo que debería para ser feliz? El camino saludable está muy lejos de este hilo de pensamientos. Así lo explica Reyes: “Si amamos la vida, la amamos con lo que es. Es placer y es dolor, alegría y tristeza, felicidad e infelicidad, o sufrimiento. Y esta tristeza o ausencia de felicidad es parte de la vida. Uno no busca el dolor, pero a veces toca a la puerta y uno tiene que transitar la tormenta, y encontrar en ese tránsito el sentido de la vida”, apunta Reyes. 

Pero cuidado: lo contrario a la positividad tóxica no es simplemente aceptar la tormenta y esperar que pase de brazos cruzados. Mucho menos vivir esperando la tormenta, que sería caer en una actitud pesimista. “La felicidad también depende en parte de uno. No es solo tolerar el sufrimiento. También uno pone su cuota en ese proceso de superación. Ahora, eso lleva su tiempo y mientras uno lo transita es importante encontrarle sentido, que atravieses la tormenta y estés aprendiendo algo, comprendiendo más y mejor la vida misma”. 

En un extremo —no tan extremo— la positividad tóxica puede ser riesgosa no solo debido a la represión o negación de ciertas emociones. Una persona demasiado optimista puede, por ejemplo, descuidar su salud física porque entiende que nada podría pasarle. O asumir conductas riesgosas por no percibirlas como tales. Martínez habla de la importancia de encontrar un optimismo inteligente, “uno que permita estar bien, que equilibre emocionalmente sin quitar esa capacidad de crítica o reflexión acerca de los riesgos y de las situaciones”.

Saber detectarla. Lo echaron de su trabajo, o se separó de su pareja, o atraviesa cualquier situación que lo tiene cabizbajo. Se lo cuenta a un amigo. Lo que menos quiere escuchar en ese momento es “todo pasa por algo”, “seguro aparecerá la persona indicada”, o “seguro ese trabajo no era para vos”, o “al menos no te pasó lo que le pasó a fulano, agradecé todo lo que tenés”, o “el tiempo lo cura todo”, o “hay cosas peores”. Acto seguido: la frase cliché sale de su boca cual respuesta predeterminada de algún chat con el bot de una empresa. Y a la tristeza se le suma la confusión. Lo cierto es que todos han sido en mayor o menor medida ese amigo o conocido que, sin malas intenciones, lanzó palabras de ese estilo con el objetivo de animar a la otra persona. No son, sin embargo, frases que demuestren una verdadera empatía, sino que son las que imperan y, por ende, parecen las más adecuadas en un mundo plagado de exceso de optimismo. 

Di Giovanni no juzga estas reacciones, ya que entiende que son una respuesta a veces natural al ver que alguien querido está pasando un mal momento. “Si ves mal a alguien que querés, por lo general vas a tender a querer llevarlo al mejor estado y acompañarlo de la forma que se pueda”. En ese sentido, no pretende que se espere que un amigo, un familiar o un conocido actúe como un profesional. Ni tampoco que la persona deje de expresar sus emociones porque no recibe del entorno cercano las respuestas que necesita. 

De todas formas, lo ideal sería no caer en el optimismo tóxico. La clave para eso es siempre ponerse en el lugar del otro. “Para vos o para mí, lo que le pasa a otra persona puede ser insignificante, pero para esa persona es un mundo. Hay que saber comprender, no hablamos de una comprensión profunda, sino simplemente de poder escuchar lo que dice el otro. Ahí está la capacidad de empatía”.

Por lo mismo, también es importante saber detectar la positividad tóxica en el ambiente, dice Martínez. Es que la idea de conducir hacia un lugar o estado de bienestar y felicidad está de sobra explotada comercialmente. Porque vender felicidad, en su opinión, es una posición cómoda para los fabricantes de todo tipo de productos. “No hay forma de comprobar que no te vendió lo que le compraste. Esos carteles que te dicen: ‘piensa positivo, sé positivo y el mundo te sonreirá’; todos esos mensajes motivadores tienen una función comercial y están muy asociados a las tendencias de mercado de hoy en día. Y si encontrás mensajes que todo el tiempo te dicen que si pensás distinto te sentirás distinto, eso puede conducir a mucha indefensión. La persona que se siente mal puede sentirse mucho peor que al principio, y en una persona depresiva puede agravar su sintomatología. Lejos de movilizarse para estar mejor, probablemente se agrave porque se culpabiliza por su propio estado”. 

No hay que dejarse engañar por eslóganes y frases motivacionales. Porque la vida no es eso que pasa en Instagram, lleno de caras sonrientes y momentos de felicidad. Bienestar, placer, dificultad, tristeza, incertidumbre, diversión, risas, dolor son parte del camino, y esconderse o escapar de cualquiera de estos estados es casi como negar la vida misma. 

Psicología positiva vs. positividad tóxica

Por especializarse en psicología positiva, Roberto Martínez se ve obligado usualmente a diferenciar esta rama con la positividad tóxica, dos términos comúnmente confundidos. Fue el psicólogo Martin Seligman quien en 1998 dio un discurso en el que habló por primera vez sobre la psicología positiva. A su entender, era necesario cuestionar la orientación de la psicología: había que dejar de tratar únicamente la solución de problemas, y empezar también a potenciar a los pacientes para que estén mejor. La conclusión surgió tanto del estudio de la filosofía clásica como de su propia experiencia trabajando con pacientes depresivos. Seligman constató que si bien estas personas dejaban de sufrir la enfermedad tras hacer terapia, no por eso pasaban a sentirse más contentos o realizados. Solucionar problemas, entonces, ya no era suficiente, sino que sería necesario trabajar sobre los procesos mentales que las personas hacían con la información. “Lo que dice Epicteto, uno de los filósofos más importantes de la escuela estoica, es que no nos afecta lo que sucede, sino lo que nos decimos sobre lo que nos sucede, el cómo nos contamos la historia genera un cambio a veces importantísimo en cómo nos sentimos al respecto”.