El ícono. En el kilómetro 109 de Ruta Interbalnearia está Sauce de Portezuelo. Para llegar a él hay que estar atentos. Hay mucho menos cartelería que para Piriápolis, incluso menos que para Chihuahua. No hay calles asfaltadas. No hay comercios a la vista. Hay un letrero que dice “pizzería” y un teléfono celular. Yendo en dirección a su vecino Ocean Park, exactamente a 170 metros de la línea del mar, aparece él, esa cosa rara, el Mirador, el mayor símbolo del lugar, pero una completa sorpresa para la gran mayoría de la gente, por más conocida que sea la costa de Maldonado. ¿Es el helicóptero que se le perdió a Leonardo Da Vinci? ¿Es el esqueleto de un trompo gigantesco? ¿Era la alternativa al monolito que se le escapó a Stanley Kubrick, en 2001: Odisea del espacio?
No es fácil describirlo. Es un único pilar cilíndrico de hormigón armado, de un metro de diámetro, rodeado de una escalera helicoidal que remite a los diseños del genio renacentista Da Vinci. Alcanza en su totalidad los 12 metros de altura. Es imposible no verlo; es imposible no pensar que encaja solo con fórceps en el paisaje agreste. A unos ocho metros de altura, fijada con ménsulas, hay una plataforma de contemplación, de forma ovalada, cuyo eje mayor casi llega a los 10 metros de extensión. Ahí, allá por 1945 y 1946, cuando fue construido, funcionaba el famoso bar. Hacia él se llegaba subiendo una sinuosa y angosta escalera que entonces tenía barandas y hoy no, por lo que subir requiere tener poco vértigo y mucho equilibrio. Claro que el orgulloso atalaya hoy está lleno de grafitis, hierros a la vista, herrumbre y dejadez.
El Mirador nació junto con Sauce de Portezuelo. Lo mandó construir Dino Lapi, el mismo que fraccionó, forestó y urbanizó el lugar, que le pensaba un destino luminoso como Piriápolis, Atlántida o —¿por qué no?— Punta del Este. En esos tiempos, la costa rochense estaba muy lejos. Lo imaginó como un lugar para que turistas e inversores —todos argentinos, como él pretendía— pudieran tomar un trago y disfrutar desde las alturas el paisaje, agreste y marítimo, no tan distinto al de hoy.
Esos sueños quedaron truncos, pero en los últimos años la zona ha tenido una suerte de renacimiento a través de movidas ecológicas, amigables con el medio ambiente y la bioconstrucción, impulsadas por la Asociación de Fomento y Turismo de Sauce de Portezuelo. Su presidente, Alfonso Di Paulo, la secretaria Gabriela Cores y la tesorera Marisa Raffo se entusiasman al describir a Galería su lugar en el mundo y los proyectos que tienen para él. El balneario consta de 365 hectáreas de mucho bosque, con predominio de eucaliptos y acacias, mucha solución habitacional en forma de containers y algunas centenas de casas salpicadas en 3.051 solares. Es puramente residencial; los comercios y servicios están instalados en la vecina La Capuera, cruzando la ruta. La estación de servicio más cercana está en Solanas, a unos 10 kilómetros.
El Mercadillo de Sauce de Portezuelo, una feria de productos artesanales que desde mediados de 2020 se desarrolla los sábados, al lado del Centro Cultural que alberga a la Asociación, ha traído nuevos aires al lugar. Esa sede, una construcción amigable con el entorno, que costó unos 90.000 dólares, de los cuales las dos terceras partes las aportó el Ministerio de Transporte y Obras Públicas, es parte de la estrategia de “darle identidad a la zona”, en la que hace énfasis Di Paulo. Como un plato apto solo para determinados paladares, este punto era originalmente escogido por personas adultas, parejas ya mayores, que tenían auto y querían un retiro en el total desenchufe. Ahora han llegado familias más jóvenes, con niños, para quienes el modo de vida ecológico y sostenible, ahí donde la naturaleza aún predomina, es lo que buscan para sus hijos. En verano, el gran atractivo sigue siendo una hermosa playa de arena gruesa, segura por las corrientes no traicioneras, pero honda para el nadador poco ducho.
Un complejo hotelero que no llegó a inaugurarse ocupa toda una manzana de Sauce de Portezuelo; los que fueron a analizar el Mirador lo llamaron Área 51.
Raffo afirma que en toda la zona, que incluye La Capuera, Ocean Park y que llega hasta El Pejerrey y Chihuahua, hoy hay entre 10.000 y 12.000 personas como residentes permanentes. Solo en Sauce de Portezuelo contabilizan “800 medidores de UTE” para dar idea de su población fija (algo así como 3.200 personas). Pero en la Asociación quieren más. Y ahí es cuando entra en juego el Mirador. Claro que este, diseñado por el ingeniero Enrique Chiancone, que sí era un admirador de Da Vinci, no está hoy en condiciones de recibir visitas.
La buena noticia es que de acuerdo con un informe del Instituto de la Construcción de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de la República de 2017, a pesar del abandono y las “múltiples patologías existentes”, la estructura aún tiene rigidez y la forma se mantiene estable. “O sea, se puede intervenir en él. Hay que reconstruirlo ya, lo antes posible, pero se puede”, le explica a Galería Di Paulo.
La muy buena noticia es que “recién en estos meses”, se emociona el presidente, la Intendencia de Maldonado (IM) llegó a la conclusión de que el Mirador está erigido en terrenos fiscales. En criollo, esto quiere decir que se puede restaurar. Si estuviera en una propiedad privada o embargada, historias de las que Sauce de Portezuelo sabe largo y tendido, no se podría hacer nada, salvo esperar a que se derrumbara.
Los cactus de candelabros son parte de la flora típica del proyecto de un parque lineal.
La buenísima noticia, todavía no concretada, es que aparezca(n) un(os) inversor(es) y se encargue(n) de la plata que se necesita para que el Mirador recobre los brillos perdidos. Algo parecido a lo que pasó en Atlántida con el Águila, construcción con la que tiene ciertos puntos en común. Según Di Paulo, ya hay algunas líneas tiradas para que eso se concrete.
La idea, explican los directivos, es que se genere un “parque lineal a cielo abierto” paralelo a la línea del agua con el Mirador, una vez refaccionado, como punto de partida. Nadie quiere un bar en las alturas, pero sí un lugar para avistar la flora, la fauna, el mar y las dunas, al que se pueda subir por una escalera segura. Todo en sintonía con la naturaleza. Entre los atractivos de la zona costera hay una importante cantidad de cactus candelabro como prácticamente no hay en todo el resto del país, aseguran. Cada tanto se puede avistar guazubirás, unos bellos ciervos de tamaño medio que suelen ser víctimas de la cacería ilegal.
“El mirador es una obra que no se puede perder. Es un ícono. Lo que suceda en consecuencia, una vez reconstruido, no lo sabemos”, dice Di Paulo.
Misterios y leyendas. Lo que suceda en consecuencia no se sabe. Y lo que ocurrió en el pasado se ha transmitido de generación en generación en forma de narrativa oral, cosa que no se sepa qué cosa es real y qué leyenda. Y se habla de él casi que en voz baja.
Así como el Mirador recuerda a el Águila de Atlántida, aunque sea por pertenecer a esa categoría no escrita de “cosas raras en la costa uruguaya”, Dino Lapi es definido por varios de los vecinos más caracterizados del lugar como un “mini -Piria”. Pero mientras el Águila resurgió de su decadencia y el sueño de Francisco Piria desembocó en Piriápolis, uno de los balnearios más importantes del país, el futuro del otrora bar aéreo es todavía incierto y el destino de Sauce de Portezuelo resultó menos esplendente.
Un afiche de la época promocionaba el balneario en Argentina.
Según publicó Mario Scasso Burghi en su Blog de Historia de Maldonado, el lugar fue originalmente parte de una estancia expropiada por el Estado, adquirida por Lapi, quien se encargó de su fraccionamiento y puesta a la venta. El texto destaca que el emprendedor mandó construir, siempre a través del ingeniero Chiancone, el arco de entrada al balneario ya mencionado, una capilla a imagen y semejanza de una que había pertenecido a su familia en Génova, y el Mirador.
A diferencia del de Salinas, el arco de Sauce de Portezuelo fue tirado abajo durante el ensanchamiento de la Ruta Interbalnearia. En la capilla nunca se dio misa: la Curia no permitió los deseos de Lapi de ser enterrado ahí al morir; en represalia, el desarrollador nunca les dio el templo para su servicio. Su fe parecía empezar y terminar en él. “Desde entonces somos todos ateos”, bromea Cores.
En la capilla, a imagen y semejanza de una ubicada en Génova, nunca se ofició una misa.
Esta capilla, aun grafiteada y tapiadas sus ventanas, sin fieles pero sí un importante panal de avispas que obliga a mantener una prudente distancia, permite adivinar que hubiera sido hermosa. Tiene una también bella escalera que permite alcanzar el campanario. Pero como está en un terreno privado y nadie en el pueblo sabe exactamente quién es su dueño, no se espera de ella una posible resurrección como la del Mirador, el verdadero protagonista de toda esta historia.
Los vecinos aseguran que a Lapi le gustaba organizar excursiones desde Buenos Aires a Laguna del Sauce para ofrecerles a los interesados pantagruélicos asados y copetines en el bar aéreo del Mirador, con la esperanza de que con la panza llena y el ánimo festivo aflojaran el bolsillo. Estos asados los hacía, continúa la historia, en unos parrilleros instalados en el padrón 42. Muchos años después, cuando Lapi ya había fallecido, otro particular quiso construir ahí un hotel de gran tamaño que en invierno también sirviera para concentración de equipos deportivos. Todavía pueden verse, como si fuera una ciudad fantasma, las construcciones blancas, tapiadas y silenciosas de un complejo que incluía habitaciones, apartamentos, comedores, salas comunes y espacio suficiente para una piscina en el centro del padrón. Circunvalando la plaza interior están las únicas calles asfaltadas de Sauce de Portezuelo.
Hace unos 15 años, cuando al complejo hotelero le quedaba poco para inaugurarse, todo quedó en la nada. “Ahora está en sucesión”, dicen los vecinos. Ellos aseguran que cuando los técnicos de la FADU que analizaron el Mirador repararon en el lugar lo rebautizaron Área 51, como la base aérea norteamericana que ha servido de pasto a todo tipo de teorías conspirativas.
La Curia no aceptó que Dino Lapi fuera enterrado ahí, así que el empresario nunca la entregó.
Son varios los misterios en Sauce de Portezuelo. ¿Por qué no se desarrolló el lugar? En su blog, Scasso Burghi afirma que el potencial negocio se vino abajo durante la crisis entre los gobiernos de Luis Batlle Berres de Uruguay y Juan Domingo Perón de Argentina, que cerró las fronteras binacionales en la década de 1950.
Hay otra hipótesis sostenida por algunos vecinos que se basaría en que las cláusulas contractuales en las compra-ventas de los terrenos hablaban de pérdidas de derechos para los potenciales compradores si estos se atrasaban en el pago de tres cuotas mensuales. Esto sería facilitado, como aseguran algunos lugareños, porque la firma propietaria de los terrenos “mudaba” sus oficinas, aparentemente sin avisar a los interesados. El desenlace a todo esto fue una avalancha de embargos que impidió todo crecimiento.
Se espera que, así como el Águila de Atlántida tuvo su resurgimiento gracias al aporte del sector público y de privados, luego de décadas de dejadez y vandalismo, pase lo mismo con el Mirador de Sauce de Portezuelo.
Fotos: Adrián Echeverriaga