La maldad y la bondad son fenómenos culturales que cambian con la historia, pero la genética y factores neurológicos también influyen
La maldad y la bondad son fenómenos culturales que cambian con la historia, pero la genética y factores neurológicos también influyen
La maldad y la bondad son fenómenos culturales que cambian con la historia, pero la genética y factores neurológicos también influyen
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn algún momento de la historia, una persona podía ser intrínsecamente mala solo por pensar demasiado. El dominico Giordano Bruno pagó con la muerte en la hoguera, en 1600, por ir más allá de las ideas copernicanas y hablar de un universo infinito. Una mujer, en la Edad Media, lo podía pasar mucho peor: apelar a la naturaleza para curar enfermedades era sinónimo de brujería. Así, ellas fueron siete de los 11 condenados por la Inquisición a purificarse con fuego en el proceso recordado como el de las Brujas de Zugarramundi en 1610.
Y para los parámetros de aquella época, el ciudadano que delató, el teólogo que juzgó y el verdugo que incendió la pira actuaron sin maldad, en nombre de Dios, en nombre del Bien. "Te das cuenta de que el conocimiento empírico estaba tildado de malo. Que te prendieran fuego estaba bien visto. ¿Te imaginás que pasara eso ahora?", se pregunta el psicólogo, licenciado en Seguridad Pública y comisario mayor retirado Robert Parrado. Este experto es de la idea de que, en general, los seres humanos son en esencia buenos y adaptados a esos cánones de comportamiento que algunos llaman leyes y otros convivencia.
Ahora algo parecido despertaría estupor e indignación. Así pasó con un hombre en situación de calle prendido fuego mientras dormía en una esquina de la Ciudad Vieja, el 15 de julio. ¿Aporofobia, como clamaron al grito las redes sociales? ¿Ajuste de cuentas del mundo del narcomenudeo, como desliza una hipótesis? ¿Maldad pura y dura de un tipo que pretendió solo hacer daño (hay un hombre imputado por homicidio muy especialmente agravado en grado de tentativa y receptación, pero que espera el fallo en libertad)?
No es el primer caso de un indigente prendido fuego junto a sus escasas pertenencias. "Por supuesto, acá podría decirse que está presente la maldad. Pero también hay que ver los casos particulares. ¿Qué pasa si la persona que prende fuego a otra es un trastornado psiquiátrico en pleno delirio? No hay dudas de que es un hecho malo, ¿pero se puede hablar de una mala persona en ese caso?", desliza el psicólogo forense Gustavo Álvarez, director de la Asociación Latinoamericana de la Psicología Jurídica y Forense.
Álvarez sostiene que el concepto maldad, tomado esto como todo lo que rompe los límites impuestos por la cultura, la sociedad, la convivencia, la moral, la decencia y otras tantas entelequias, es únicamente atribuible a los seres humanos. "Ellos son los únicos animales que tienen conciencia de sí mismos y del daño que le pueden hacer a un semejante; son los únicos animales que matan, roban o delinquen por motivos no asociados a la supervivencia".
En ese criterio, entonces, la maldad es cultural y la cultura varía según el tiempo. El psicoanalista y autor Jorge Bafico recuerda el tremendo contraste que hay entre la potestad que tenía un padre de matar a sus hijos por ser considerados su propiedad, según el Derecho Romano antiguo, y la Ley 18.214 vigente en Uruguay desde 2007, más conocida como "ley del coscorrón", que prohíbe a los padres darle a su hijo un buen soplamocos, un discreto pellizcón o un pedagógico chancletazo, que tanto marcó los rumbos de los que hoy pasan los 40. Más allá de que algunas voces criticaron lo excesivo de esta norma, a nadie se le ocurriría hoy la violencia como manera de educar a un niño.
Lo genético. Pero más allá de lo cultural, se ha hablado durante décadas del "gen de la maldad". En 2011, el neurocientífico Kent Kiehl, de la Universidad de Nuevo México, tras visitar ocho prisiones de alta seguridad en Estados Unidos con el objetivo de obtener resonancias magnéticas de los cerebros de los criminales, concluyó que tenían afectado el sistema paralímbico, lo que les impedía sentir culpa, arrepentimiento o empatía por sus acciones. Luego de estudiar a 800 reclusos en Finlandia, expertos del Instituto Karolinska de Suecia resaltaron la existencia de las variantes genéticas MAOA (conocido como "el gen del guerrero") y CDH13 en aquellos condenados por los crímenes más agresivos, según informó el diario venezolano El Universal, el pasado 10 de abril. Quienes tienen esta condición, añade el texto sobre la investigación, son 13 veces más propensos a la maldad.
Y acá también puede estar la razón de por qué la maldad tiene rostro de hombre. No solo está -nuevamente- el tema cultural, que ha naturalizado en algunos casos la violencia en los varones. "El MAOA se encuentra en el cromosoma X. Tener un alelo defectuoso en ese gen tiene remedio cuando se trata de mujeres porque poseen dos de esos cromosomas. En cambio, el hombre posee solo un cromosoma X, careciendo de repuesto", agrega el texto.
"Yo resumiría a una mala persona en una psicopatía: en una que tenga vínculos superficiales, que busca vínculos que siempre le redunden en un beneficio secundario, que manipule al otro, que sienta placer en el sometimiento del otro y en el daño al otro", resume el psicólogo forense Álvarez. Bafico concuerda: "Todos podemos ser malos, por un ideal, por una creencia; hoy al menos así se consideran las Cruzadas o el Nazismo, que no fueron vistas como tales por determinado segmento de la sociedad entonces. Pero en lo individual eso se relaciona más con la psicopatía, donde existe un placer en la crueldad hacia el otro, en la cosificación del otro", dice a galería.
Cirugía contra la agresividad. El 21 de junio de 2005 en el Hospital de Tacuarembó se le realizó por primera vez en Uruguay una intervención quirúrgica para tratar la agresividad incontrolable. Era un joven de 31 años.
Su madre, Ana dos Santos, quien trabajaba en el servicio diplomático, le contó al portal Ecos en setiembre de 2017 -cuando este centro de referencia regional y nacional en neurocirugía cumplió 90 años- que su conducta incontrolable le valió incidentes con vecinos, transeúntes y los propios familiares. Estas cirugías incluyen tomografías, referencias tridimensionales, marcos estereotácticos y actos médicos como hipotalamotomia posterior. No son una cura, dijo entonces el neurocirujano Pablo Hernández, pero significan un cambio fundamental en la rutina y la convivencia familiar. "La operación es un riesgo, pero se decide cuando por el imperio de los hechos hay otros riesgos. Y este tipo de pacientes igual enfrentan a un elefante cuando proceden de un modo violento", agregó en esa nota el psiquiatra Mario Orrego, quien ha dado luz verde a varias de estas intervenciones.
"Los últimos avances en imaginería cerebral indican que el lóbulo prefrontal es la estructura que tiene que ver con refrenar los impulsos, con la socialización y con la racionalidad", señala Gustavo Álvarez. Sin embargo, este especialista no quiere hablar de ningún determinismo biológico. "También influyen las experiencias, los aprendizajes de los límites. Sí hay un componente neurológico que pueda incidir, pero eso no será determinante". Por su lado, Jorge Bafico sostiene que este tipo de cirugías no reducen la agresividad sino que actúan sobre su acción. Especializado en criminales, mayores y menores de edad, desde larga data, este psicoanalista recuerda la lobotomía que le fue practicada a un paciente del Hospital Vilardebó "que le había sacado los ojos a unos niños".
Naranjas rehabilitadas. La literatura científica ha hecho mucho hincapié en personajes históricos o de la crónica policial -sobre todo en el caso de los asesinos seriales- para sacar conclusiones acerca de la maldad. Pero también en las artes se ha mostrado su fascinación hacia la personificación del mal, sin quitarle la perspectiva filosófica. Álvarez reconoce en Alex DeLarge a la maldad personificada. Es el personaje principal de La naranja mecánica, novela de 1962 de Anthony Burgess que Stanley Kubrick llevó al cine en 1971. DeLarge es el líder de una pandilla de "drugos" que se dedica noche tras noche a sesiones de ultraviolencia, incluyendo el ataque a un anciano, la violación de la esposa de un afamado escritor delante de este y el asesinato de la "señora de los gatos". Este hombre gozaba siendo cruel, incluso con los suyos, y era incapaz de sentir empatía. Ya en la cárcel, es sometido a un experimental Tratamiento Ludovico de aversión a los actos violentos, impulsado por el gobierno. Este lo vuelve inofensivo, al punto de ser incapaz de defenderse.
La interrogante queda planteada sobre todo en la película: ¿no es violento incapacitar la esencia de una persona? ¿Quién es el villano ahí, Alex o el Estado? ¿La violencia es natural o fruto del contexto? El psicólogo Robert Parrado no tiene dudas: "En la sociedad no lo entenderíamos jamás así, de la misma manera que uno no tiene derecho a controlar al otro, o a definir su existencia. Vos tenés que tener la capacidad de desarrollarte positivamente".
Nuevamente está la ley, la misma que limita el libre albedrío de una persona a ser mala, o racista o apologista del odio. En la película de Kubrick -una obra maestra del cine-, Alex termina "curado" del Tratamiento Ludovico; vuelve a ser libre, o sea, ser la mismísima encarnación del mal. Sin embargo, en el capítulo final del texto original de Burguess se lo veía reformado, destacándose una evolución positiva, el triunfo del bien sobre el mal. Ese capítulo, el 21, no se publicó en Estados Unidos hasta mucho después, siendo esta versión recortada la inspiración del cineasta. Al autor le dolió mucho esta omisión, ya que era un férreo defensor de la teoría de que todo criminal puede redimirse.
Los números dicen que en Uruguay 73% de las personas privadas de libertad están alojadas en condiciones que no les permitirían rehabilitarse, según el último informe presentado por el comisionado parlamentario para el Sistema Penitenciario, Juan Miguel Petit. Son casi 9.000 personas.
Parrado -como Burguess- prefiere apuntar a los aspectos resilientes. "Yo soy de los que piensa que siempre hay que tener la mano tendida, para impedir que las situaciones de maldad se potencien". En el campo estrictamente psicológico, Jorge Bafico señala dos escenarios bien distintos: "Si alguien comete una acción malvada como un acto neurótico, puede darse una rehabilitación. Ahora, si me preguntás por una posibilidad de cambio en una psicopatía, ahí te diría que no".
LOS PEORES DE TODOS
Si bien los rankings son de dudosa fidelidad, una encuesta realizada en 2008 entre los lectores del diario británico The Telegraph es considerada una de las mejores compulsas realizadas sobre cuáles fueron los mayores malvados de la historia.
En un previsible primer lugar se encuentra Satanás, de El paraíso perdido de John Milton (1667), el ángel caído tras una rebelión fallida en el Reino de los Cielos. Importante para el arquetipo de un malvado: es hermoso de ver, muy carismático y persuasivo. Una historia infantil, El cuento de Samuel Whiskers, de Beatrix Potter (1908), aporta al segundo lugar: el ratón Samuel Whiskers. La imaginería infantil ha sido fundamental para determinar los parámetros de la maldad, ya que el tercer puesto es para Cruella de Ville, de la película de Disney 101 dálmatas (1961).
Los siguientes integrantes de ese top ten, notoriamente británico y eurocentrista, en orden son: Yago, de Otelo (William Shakespeare); Voldemort, de la serie Harry Potter (J.K. Rowling); Robert Lovelace, de Clarissa (Samuel Richardson); Ambrosio, de El monje (M.G. Lewis); Claudio, de Hamlet (William Shakespeare); Mistah Kurtz, de El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad); y Vindice, de The Revenger's Tragedy (Thomas Middleton).
Mr. Hyde, Hannibal Lecter, Dracula, Patrick Bateman, El Guasón, Don Juan y Saurón son otros de los villanos de ese listado.
LOS ATRACTIVOS ASESINOS SERIALES
Ted Bundy, Charles Manson o John Wayne Gacy en Estados Unidos. Carlos Robledo Puch y Cayetano Santos Godino (alias el Petiso Orejudo) en Argentina. Máximo Araújo (alias el Negro Caoba) o Pablo Gonçalvez, en Uruguay. Nadie ha personificado mejor la maldad que aquellos conocidos como "asesinos en serie", término acuñado por el criminólogo norteamericano Robert Ressler, en los años 70. Lo peor, y lo que más morbo causaba, eran sus fisonomías y aspectos exteriores: eran personas comunes. Y ningún otro tipo de criminales ha inspirado más a la ficción: la serie Mindhunter de Netflix es apenas un ejemplo.
Un artículo publicado en el número 999 de galería, el 26 de marzo de este año, sobre la evolución del perfil psicológico del asesino serial, aseguraba que en la década de 1980 eran definidos como personas egocéntricas, sin empatía, "que solo velaban por sus intereses y no tenían remordimientos". Solían ser hombres blancos que actuaban en la adultez, con un nivel intelectual superior a la media y cuya motivación en muchos casos era la dominación sexual. En estos tiempos "las líneas de investigación señalan que estos asesinos se mueven por una violencia proactiva o instrumental con acciones premeditadas y frías en lugares donde se sienten cómodos, aunque el tiempo y la presión (o la confianza) los puede volver más atrevidos o negligentes", decía el artículo.