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Tres restaurantes que son referentes indiscutidos de los balnearios donde están ubicados

Un recorrido por clásicos de Piriápolis, Playa Verde y Punta Fría.

Un recorrido por clásicos de Piriápolis, Playa Verde y Punta Fría. 

Cada balneario tiene sus personajes icónicos: pescadores, heladeros, almaceneros, vendedores ambulantes y lugareños. Pero no solo ellos aportan al folclore único de los distintos rincones de la costa uruguaya. Las tradiciones del lugar, sus paisajes, esquinas y puntos de encuentro también. Por eso, galería recorrió parte de la costa y eligió tres restaurantes que respiran la historia del balneario en que se alojan, convirtiéndose en emblemas del lugar: Restaurante Calvette, en Playa Verde, Café Picasso en Piriápolis y El Puertito Don Anselmo en Punta Fría. Con improntas bien distintas, lo que une a estas tres propuestas gastronómicas es el amor por la zona en la que trabajan y la tradición.

El Puertito Don Anselmo y sus mejillones a la provenzal

Donde hoy funciona el Puertito Don Anselmo, en 1960 funcionaba un Club de Pesca fundado por don Anselmo Meirana, un conocido emprendedor de la zona que también fundó el club de fútbol de Piriápolis, el club de bochas y fue propietario del parador Las Flores. Había un embarcadero, galpones para dejar las lanchas y se salía a pescar desde la rampa que se ve hoy en la terraza del restaurante con vista al mar. En 1966 empezó a funcionar el restaurante, con don Anselmo y su esposa en la cocina. Comenzó muy pequeño, con una carta acotada y una vista privilegiada, que aún mantiene. La carta, sin embargo, se ha ampliado mucho; el fuerte son los platos de pescados y mariscos pero también hay pasta, minutas y comida para celíacos. "Uno no se puede encasillar solo en pescado y mariscos porque pierde parte de la clientela", explica Mario Giovine, hijo de Anselmo.

"La historia es larga", advierte, "porque hace muchos años que estamos acá". "Hoy recibimos a los nietos o bisnietos de los que venían al Puertito", cuenta Mario, quien dice haber nacido entre ollas y es uno de los tres propietarios del Puertito, junto a su hermano Arturo y su hermana María, que ya se retiró.

Son 13 personas, incluyendo a los socios Mario y Arturo, que trabajan en el restaurante, algunos mozos desde hace más de 30 años y el chef Javier García, desde hace 15. "Somos muy sencillos, trabajamos con platos fáciles y rápidos, por más que tenemos mucha variedad de comida", explica. Y agrega que "el uruguayo es muy de la fritura". Los platos estrella son los mejillones a la provenzal, las miniaturas de lenguado y las rabas.

A pesar de su fama y de ser una parada obligada en Punta Fría, no ha sido siempre un camino fácil. El temporal de 2002 prácticamente destruyó el restaurante, se llevó mesas, sillas, puertas y ventanas; tuvieron que hacer todo el lugar de nuevo. Y en 2016 otro temporal los volvió a golpear. Pero ese es el costo de la ubicación privilegiada del restaurante, que se encuentra casi sobre el mar. Y a personas como Mario y Arturo, que comparten su historia de vida con la del Puertito, no les pesa volver a empezar.

En temporada abre todos los días de 12 a 16.30 y de 20 a 0 horas. Precio promedio por persona: 800 pesos. Tel.: 4432 2925.


Restaurante Calvette y su napolitana casera

Hoy, decir el apellido Calvette es sinónimo de decir Playa Verde. La historia de esta familia está ligada a la del balneario desde que Diego y Mirta, provenientes de Rocha y Lavalleja respectivamente, decidieron abrir un almacén allí en 1968. El local se inauguró el 18 de julio de 1969 y desde entonces no ha parado de crecer.

Rápidamente, el matrimonio identificó que lo único que se vendía bien en el lugar era la comida. Mirta empezó a hacer empanadas, tartas, milanesas al pan y comenzaron a vender mucho. "Era una solución para la playa", cuenta Mirta, quien a más de 50 años de empezar sigue trabajando en el emprendimiento. Comenzaron a media cuadra y en 1972 se mudaron a la esquina que ocupan hoy, sobre Maldonado (la calle principal de Playa Verde) y Buenos Aires. Con los años se fueron afianzando y el 8 de diciembre de 1978, un día de tormenta, abrieron las puertas del restaurante: una construcción simple que levantaron pegado al almacén. Más allá de las complicaciones que trajo la lluvia ese día, fue un buen augurio, porque a partir de ahí nunca pararon de servir platos clásicos y abundantes, comida casera con una carta variada en la que se puede encontrar algo para todos los gustos, desde pasta hasta minutas, carnes y pescado. "Todo era improvisado pero la gente venía igual y estaban contentísimos, porque en ese entonces acá no había ningún otro lugar para ir a comer", recuerda Mirta, quien de a poco fue enseñando y dando paso en la cocina a su hija y hoy suele ocupar el lugar de la caja en el restaurante. "En el noventa y pico se casó mi hija Carolina y junto a su esposo compraron el terreno de al lado, construyeron la pizzería y agrandaron el local", continúa Mirta, tratando de resumir la historia de una vida en pocos minutos.

Hace unos años falleció Diego, el primer impulsor del emprendimiento, pero su amor por el trabajo y Playa Verde sigue vivo en los hijos de la pareja, quienes a pesar de haberse ido a Montevideo a estudiar, volvieron para ayudar a sus padres con el negocio familiar. El hijo varón del matrimonio hoy se encarga del almacén que lleva el nombre de su padre y Carolina está al frente del restaurante.

Lo de Calvette abre todo el año (en invierno, viernes y sábado, mediodía y noche, y domingo al mediodía). A partir de diciembre abren todos los días mediodía y noche ya que el trabajo se multiplica con la llegada de los veraneantes, deseosos de darse un baño en la reconocida Playa de los Lamas, famosa en la zona por su aguas profundas y de gran oleaje.

Los comensales no se acercan al restaurante por ser su única opción, como tal vez sí lo fue en los primeros años. Hoy la oferta gastronómica es variada para un balneario chico y año a año aparecen nuevos lugares, que algunas veces prosperan y otras no. Pero Calvette permanece. El secreto, dice Mirta, es no tener miedo a la competencia y seguir haciendo las cosas bien. "Mientras continuemos haciendo las cosas bien, el que está acostumbrado a venir acá va a seguir viniendo", explica Mirta confiada. La respaldan 40 años de experiencia y una clientela muy fiel. A tal punto que son capaces de recorrer muchos kilómetros para comer un buen plato de ñoquis -que tienen la capacidad de salir iguales desde hace más de 25 años- o una milanesa napolitana o rellena de gran tamaño.

En cuanto a la clientela, explica que los que van a comer al mediodía lo hacen por necesidad, para simplificar, mientras que los que van a la noche lo hacen para divertirse. Y en Calvette encuentran el espacio ideal, pues se sienten como en casa. Allí se encuentran los amigos de la playa, los vecinos y algún paracaidista que pasa rumbo al Este y justo frena en el corazón del lugar.

En temporada abre todos los días de 12.30 a 16.30 horas y de 20.30 a 0.30. Precio promedio por persona: 600 pesos. Tel.: 4432 5945.


Café Picasso y el doré

"Yo nací a una cuadra de La Mora, esa piedra negra que le da nombre a Punta Negra, en 1940", cuenta el cocinero Carlos Núñez, propietario de Café Picasso, en Piriápolis. "Vivíamos en un rancho a una cuadra del agua y después nos mudamos a un kilómetro de la costa. Con mi padre íbamos a pescar a la encandilada y ese pescado luego lo fritábamos con grasa... Ese es un gusto que no olvidé jamás", explica Núñez, quien dice -un poco en chiste, un poco en serio- que es el único indígena de Piriápolis, ya que nació en su casa, donde vivían muy aislados y de forma muy primitiva.

Sus primeros pasos en la cocina los dio en la Hostería Bella Vista, donde empezó a trabajar cuando tenía 15 años. Allí comenzó su interés por la gastronomía, que fue creciendo al visitar restaurantes para ver cómo hacían los platos. Café Picasso surgió en el año 95 como una derivación de un emprendimiento gastronómico fallido en el centro de Piriápolis. Núñez había trabajado más de 40 años como mozo y podía volver a su antigua profesión, pero decidió darle una oportunidad a tener un emprendimiento propio una vez más. Y esta vez la apuesta funcionó.

Desde su casa comenzó a preparar comida para sus vecinos; hacía de todo un poco, desde tortas fritas hasta milanesas. De a poco fue creciendo y la gente le empezó a pedir para comer en su jardín, bajo la sombra de los árboles. Como tenía las mesas que habían quedado del otro emprendimiento les dijo que sí y así fue armando un restaurante con la infraestructura que tenía en su hogar, ubicado en las calles Celedonio Rojas y Caseros, a ocho cuadras de la rambla.

"Tengo 80 años y estoy trabajando, estoy muy conforme", explica orgulloso, aunque se queja de no tener casi tiempo libre: no le alcanza para jugar al ajedrez, que es uno de sus principales hobbies, ni tiene tiempo siquiera para leer. "No parece un lugar competitivo por su infraestructura, pero hemos logrado mantenerlo", explica el chef haciendo referencia a que el restaurante funciona en lo que era su casa. "Tenemos una clientela estable y consecuente", agrega. Eso le permite trabajar todos los mediodías y las noches de viernes y sábado del año, con el mismo equipo, que rota en invierno para que ninguno se quede sin trabajo. Es una empresa familiar, Carlos hoy trabaja con su nieto y su nuera y sigue cocinando como le gusta, en una cocina abierta, brindando un espectáculo para los comensales. Aunque la carta es variada, el fuerte es el pescado y el plato insignia son los lomos de pescado al doré (a la milanesa). Sin embargo, el plato que Núñez prefiere cocinar es la brótola al roquefort. Entre los logros que enorgullecen a este cocinero está la invención del pescado a la manteca rubia, una derivación de la manteca negra pero sin llegar a quemarse, que dice es más sana y cae mejor. El sencillo y tranquilo restaurante ha sido visitado por embajadores, políticos y miembros de la farándula. Carlos disfruta de cocinarles a todos ellos así como al resto de sus comensales, con quienes, cuando el trabajo se lo permite, se detiene a conversar.

Todo el pescado se lo compra a proveedores locales, con quienes tiene relación desde hace muchos años y explica que, aunque la pesca ha cambiado y no siempre se consiguen todas las variedades, él prefiere cocinar con el pescado de la zona que llega fresco a su cocina.

En temporada abre todos los días de 12 a 15.15 horas y de 20 a 23.15. Precio promedio por persona: 500 pesos. Tel.: 4432 2597.