Mi hermano Gervasio me mandó ayer un enlace a una cuenta de Instagram que se llama Hot Dudes Reading. Tiene 1,2 millones de seguidores y en ella aparece una colección de maromos, a cual más macizo y guapérrimo, leyendo. Un bombero, un modelo de Armani churrazo, un surfista, un ciclista y cientos más, todos sorprendidos en plena lectura. Porque, según me entero documentándome para escribir este artículo, resulta que leer se ha vuelto sexy. En realidad, siempre lo ha sido, porque es un método rápido de entrar en la intimidad de otra persona. Cuenta Woody Allen en sus memorias que él era un adolescente al que solo le gustaban los cómics o, dicho en sus propias palabras, un perfecto zote banal, hasta que se dio cuenta de que para ligar con las chicas que le interesaban no le quedaba otra que hincar codos. Fue así que, además de conocer a la adorable Sybill, a la encantadora Tessie y la inconformista Nora, conoció también a Herman Hesse, a Joseph Roth o a su adorado Dostoievski. Personalmente no puedo decir que haya utilizado demasiado este método de ligue, pero sí me ha servido para descartar candidatos. Por ejemplo, si un tipo guapísimo me decía con arrobo que su autor favorito era Paulo Coelho, ya podía ser la reencarnación de Steve McQueen que R.I.P., nuestro romance moría ahí mismo. También tenía —y aún tengo— mis manías. Si alguien me cuenta, por ejemplo, que adora a Paul Auster… R.I.P. también. Porque los devotos de Paul Auster (o de Murakami) pertenecen para mí a un irritante club, el de los lectores obvios y miméticos que, a falta de criterio propio, leen —o dicen que leen— a autores que piensan que les dan lustre. Otro tanto me ocurre con los que dicen adorar a Stefan Zweig o a Chéjov. No porque yo no valore a uno u otro (me interesan mucho, sobre todo el segundo), sino porque resulta que ahora están de moda y todo el mundo dice adorarlos. Aburridísimo tanto topicazo, la verdad. Por eso, cuando se trata de ligar a través de las lecturas, casi prefiero a los que tienen gustos muy diferentes a los míos y los defienden con inteligencia. Por ejemplo, no me interesa la ciencia ficción, me aburre hasta las lágrimas, pero no hace mucho en un avión me tocó al lado un señor no muy agraciado y algo barrigón que era fan total de Ray Bradbury. Cuando llegamos a destino, hasta me parecía guapo de lo interesante que fue nuestra conversación. Ahora caigo en que llevo escrito más de medio artículo y no he mencionado ni una sola mujer. Antes de que me lapiden me apresuro a decir que las escritoras también son muy útiles a la hora de descubrir afinidades, ya sean amorosas o de simple amistad. Por ejemplo, ahora es indispensable alabar sin tasa a Jane Austen o a Virginia Woolf. Una vez más me apresuro a decir que las dos me parecen extraordinarias, pero ponerlas por las nubes es otro topicazo si pretende uno valerse de ellas para ligar con alguien muy versado en literatura. Si se quiere conquistar —o simplemente entablar amistad con una o un ratón de biblioteca—, hay que ser un poquito más original. Siempre queda bien hablar de Hannah Arendt, de Santa Teresa o de Marguerite Yourcenar, pero a mí me resultan más interesantes las personas que se salen del caminito trillado y, o bien me descubren a una autora joven nueva y con talento, o van y se mandan un “Corín Tellado”. ¿Que qué es un Corín Tellado? Ahora mismo se lo explico: Hace años Cabrera Infante, Juan Cueto y Vargas Llosa parecieron ponerse de acuerdo para reivindicar a Corín Tellado como autora de talento. Vargas la entrevistó en un programa de televisión, Cueto alabó su capacidad de construir una historia y Cabrera llegó a afirmar que la asturiana había reforzado definitivamente su decisión de dedicarse a la literatura. Obviamente no quiero decir con esto que Corín Tellado sea Marguerite Yourcenar y menos aún Santa Teresa. Pero sí afirmo que alguien que realmente ama la literatura sabe encontrar destellos de talento en cualquier autor y no hace falta ponerse estupendo e invocar a los genios ni a los escritores de moda para demostrar que uno es buen lector. Tal vez por eso los maromos guapísimos de Hot Dudes Reading (que son hombres a los que gente anónima sorprende y fotografía en plena lectura) leen de todo. Porque no hay nada más sexy que no intentar serlo. Y si es con un libro en la mano, entonces éxito seguro.