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"No voy a hacer nada con la bandera de ningún partido político"
Nombre: Diego Ruete Edad: 45 Ocupación: Educador preescolar y cocinero Señas particulares: Trabajó como botones en un hotel; conoció a su esposa en el casamiento de su hermano; en las elecciones pasadas se presentó como vicepresidente del Partido Digital
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Nombre: Diego Ruete Edad: 45 Ocupación: Educador preescolar y cocinero Señas particulares: Trabajó como botones en un hotel; conoció a su esposa en el casamiento de su hermano; en las elecciones pasadas se presentó como vicepresidente del Partido Digital
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¿El interés por la gastronomía es herencia familiar o llegó por necesidad?
En mi casa fui muy crítico por las experiencias culinarias que tuvimos. Mi padre se dedicaba a la parrilla y le salía muy bien, pero no salía de ese lugar. Mi madre tenía algunos recursos que los hacía intensivos: teníamos semanas de hamburguesas con ensalada, de polenta con tuco... Creo que a partir de esas experiencias me empecé a involucrar más.
¿Qué cocinaba de niño?
Ya a los 10 años cocinaba scones, cosas dulces. Un día mi madre (directora de un jardín) me pidió que la acompañara a la escuela y empezara a encarpetar. Era un embole. Yo me escapaba, iba al recreo con los niños. Tenía 17 años, era un adolescente sin rumbo y no tenía ni idea de lo que quería. Me guio y me di cuenta de que tenía habilidades para trabajar con los más chicos. Cuando terminé el liceo empecé a estudiar para educador preescolar y fue una experiencia extraña.
¿Por qué?
Porque estaba rodeado por 30 mujeres.
En realidad quería estudiar Educación Física. ¿Qué lo hizo cambiar de idea?
Me puse a entrenar e hice la prueba un año en que había solo 20 cupos para Montevideo. En la prueba de ingreso quedé para ir a Paysandú y dije que no. Me fui de mi casa, estudié dos años de gastronomía y en el 2000 empecé a hacer eventos en el Conrad. Después estuve en un restaurante en Portezuelo y me surgió la oportunidad de ir a Los Negros, de Francis Mallmann.
Mientras trabajaba en Los Negros vivió entre el restaurante y una pequeña casa en la costa. ¿Cómo recuerda aquel invierno?
Llegué a finales del verano y aunque había pasado lo peor, todavía quedaba la resaca. A algunos de nosotros nos preguntaron si queríamos quedarnos en invierno y viví dos años en José Ignacio. El primer año me morí de frío, porque vivía en el restaurante de jueves a domingo y los otros días me hice un amigo en El Faro y me fui a vivir con él. En La Huella se movían las cortinas y era como estar afuera, pero surfeábamos todos los días y comíamos rico.
¿Qué platos cocinan en su casa?
Los platos de olla en invierno son un clásico. En verano hacemos ensalada con pasta, cuscús. Con Inés (su esposa) tenemos una huerta y le sacamos el máximo provecho
En su vida se lanzó a varias aventuras. ¿Qué recuerda de la temporada que pasó en Bahía?
Cuando en 2002 terminé de trabajar en José Ignacio, me fui con un grupo de surfistas cinco meses a Bahía. Habíamos hecho plata, estábamos dulces, pero la pasé mal porque me picó un bicho y se me infectó la rodilla. Fueron dos semanas de miedo, no tenía seguro médico y justo entraron a robar a la casa donde estábamos. Yo soy muy cuidadoso y había puesto plata en muchos rincones. Imaginate que le había sacado la pata a la cama y había guardado billetes en ese lugar... De ahí me fui a Estados Unidos a visitar a mi hermana y a Irlanda a vivir.
¿Cómo fue la vida en Europa como estudiante de inglés?
Fue una época muy divertida. Aunque ya sabía hablar inglés muy bien, para vivir allí tuve que ir a una escuela y conocí gente de todos lados. Empecé a salir con la profesora, que era irlandesa, y conseguí un trabajo como botones en un hotel.
Pasó por trabajos que poco tenían que ver con la gastronomía...
Claro. De repente me ofrecían trabajar en una casa que vendía trajes y yo iba. Creo que ahí solo estuve 15 días (risas). Después conseguí un trabajo de cocinero en un hogar de ancianos.
¿La preparación de la comida era diferente?
Sí, el desayuno es con salchichas, huevos y porotos rojos. En el hogar de ancianos lo que estaba salado era que muchos comían el plato licuado y con pajita. Yo seguía la rutina. Después me surgió otra oportunidad de trabajo en una isla y me fui para ahí.
¿Conoció a su esposa en el casamiento de su hermano?
Sí, ahí la conocí a Inés. Volví a Uruguay por el casamiento de mi hermano y porque un amigo que estaba en Playa Verde quería que levantáramos el club. Ella había ido toda la vida a Las Flores, al lado de dónde estábamos, y estuvo bueno porque hicimos amistad entre los balnearios. Había una rivalidad y odio de vecinos. Y cuando terminó el verano, los dos nos fuimos para Europa de nuevo. Ella trabajó como moza, yo fui de cocinero. Después le avisaron que estaban buscando promotoras, fuimos a Madrid, hicimos el casting, pero yo no tenía papeles y no quedé. Ella se quedó viviendo en un hotel y yo conseguí una casa con gente que no conocía.
Este año están viviendo y haciendo actividades de su emprendimiento Petit Gourmet junto con sus tres hijos en El Pinar. ¿Por qué eligieron instalarse allí?
Por casualidad. En abril teníamos pensado irnos a la casa de un amigo que vivía en Estados Unidos y alquilaba su casa en Parque Rodó, pero él volvió de Estados Unidos y se instaló ahí. Ahí elegimos pasar la cuarentena en El Pinar y fue un golazo; Inés encontró una casa linda y yo creo que solo había ido dos veces. Es una casa vieja, no es para el invierno, pero es divino.
El año pasado se involucró en política, integrando la fórmula presidencial del Partido Digital. ¿Le interesa ese terreno?
Me parece una buena idea la participación de la gente para alejarse de la corrupción política. Ahora me llamaron jóvenes de Cabildo Abierto, pero les dije que yo me dedico a la educación alimentaria. No voy a hacer nada con la bandera de ningún partido político.