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"Todos tenemos un anhelo, en lo más profundo, de que nuestra vida no termine así nomás"

Nombre: Juan Andrés Verde Edad: 31 Ocupación: sacerdote Señas particulares: le gusta que le llamen el Gordo Verde; lo pueden el asado y la chocolatada; estudió Veterinaria y fue mundialista sub-20 con Los Teros.

Nombre: Juan Andrés Verde Edad: 31 Ocupación: sacerdote Señas particulares: le gusta que le llamen el Gordo Verde; lo pueden el asado y la chocolatada; estudió Veterinaria y fue mundialista sub-20 con Los Teros.

¿Qué enseñanzas le dejó este año, relacionadas con la fe?

Algo fuerte de este año que nos afectó a todos, creyentes o no, es que un virus minúsculo vino a cuestionarnos y poner en juego todas nuestras seguridades: trabajo, estudios, abrazos y besos. Vino a recordarnos que somos limitados y que aun el más poderoso es vulnerable. Esto nos abre a cuestionarnos y a buscar a Dios, o a la trascendencia.

¿Y qué mensaje debería darse en esta Navidad?

Que Dios Todopoderoso quiso hacerse pequeño, humilde y sencillo y nacer en un pesebre. José y María pedían permiso rancho por rancho para que Jesús pudiera nacer. La enseñanza es que tenemos el corazón ocupado con muchas cosas que creemos imprescindibles y son secundarias. Y que cuando le hacemos lugar a Dios, aún queda espacio para la esperanza. Que aun en el último minuto de nuestras vidas consuela saber que es más lo que nos espera que lo que pasó. Más en estos tiempos de pandemia, donde hemos despedido a seres queridos.

¿Le ha pasado?

Claro que sí. Me tocó despedir al Pino (José Marciano), dirigente de Rentistas y padre de un gran amigo, el padre Marcelo Marciano. Luego me tocó estar en entierros donde solo pudo participar un hijo, con la esposa contagiada e internada; tengo conocidos, muy cercanos, en el CTI.

¿Cómo fue la experiencia de dar misa por Instagram?

Fue toda una novedad. Para mí fue una gran alegría. Vengo usando las redes hace tiempo y no es una realidad muy metida entre los curas de la Iglesia, más allá de las cuentas del papa Francisco y el cardenal (Daniel) Sturla. Pero son caminos válidos y muy adecuados, más allá de que no podamos comparar con una misa presencial. ¡Las primeras conexiones superaban los 3.000 conectados!

Relacionado con eso, ¿por qué el sacerdocio atrae a poca gente joven?

Creo que en estos tiempos surgen vocaciones más genuinas, aunque suene fuerte. Antes las había pero también había gente que quería meterse a cura para seguir avanzando en otros estudios de astronomía, física o lo que sea. Hoy el que se mete, se mete para cura por vocación. Y no es fácil serlo, menos aún en Uruguay.

¿Por eso de la isla laica en un continente religioso?

Sí. No todo el mundo respeta mínimamente al sacerdote. En otros países se los respeta hasta por demás, cosa que no me va, como tampoco me va el otro extremo. A mí no me ha pasado, quizá porque me reconocen como el Gordo Verde, pero a un par de hermanos le han dicho guarangadas en el ómnibus, cosas por las que yo reaccionaría.

¿Qué tipo de guarangadas? ¿Alusiones a la abstinencia sexual o a las acusaciones de pederastia?

De todo tipo. Cosas que no corresponden... ¡a mí me duelen esas cosas que no tienen nada que ver con la Iglesia!

Usted tenía novia, estudiaba Veterinaria, jugaba al rugby a nivel competitivo, no pensaba en ser cura de chico. ¿Cómo lo tomó su familia?

Mis padres son católicos y siempre me apoyaron, pero fue sorpresivo. Cuando se lo conté a mi padre me dijo: "Ya se te va a pasar".

¿Y su novia?

Ella en cierta manera me impulsó. Me veía muy feliz cada vez que volvía de una misión con los salesianos -yo fui al Pío y al Juan XXIII- y una vez me escribió una carta pidiéndome que me cuestionara qué era lo que en verdad quería. Fue muy valiente con eso. Yo en un primer momento le dije: "No jorobes", pero ella percibía cosas que yo no.

¿Y qué encontró en esas misiones?

Que Dios dejó de ser algo para ser alguien, a un Dios amigo y cercano que tenía mucho que ver conmigo. Algún amigo se me acercó y me dijo: "Gordo, no jorobes, ¿vamo' a tomar una?" (risas). Tuve altibajos, claro, como todo el mundo; yo hace tres años que soy cura y estuve formándome los siete anteriores. Pero estoy muy feliz con serlo.

Vive entre realidades antagónicas: trabaja en la parroquia Stella Maris de Carrasco y en el asentamiento Santa Eugenia. ¿El mensaje de Dios es el mismo?

Sí, totalmente. Lo que cambia es la forma de transmitirlo para lograr ser asertivo con las personas a las que te dirigís. Dios viene a decirnos que nuestra vida tiene sentido, que la muerte no tiene la última palabra, que nos espera el Cielo, que con esa esperanza vale la pena vivir dejando todo en la cancha, que la fe te da alas.

¿Alguna vez le criticaron una excesiva presencia en los medios? Es un cura conocido.

De colegas sacerdotes, no. Capaz lo piensan. Sí hubo feligreses que me han increpado que haya estado con (Orlando) Petinatti, que haya ido a Santo y Seña. "¿Cómo vas a exponerte?, ¿cómo te prestás a eso?". Y yo pienso que trato de seguir los pasos de Jesús, que le hablaba a todo el mundo. ¡Es muy fácil hablarle al que va a la Iglesia todos los días! ¡Lo difícil es hablarle al que no va nunca y capaz es el que más necesita una palabra de aliento! Es la parábola de la oveja perdida. Mi director espiritual y el cardenal Sturla, que es mi arzobispo y también fue director mío cuando iba al Juan XXIII, me han respaldado.

Está el dicho que asegura: "Todos somos ateos hasta la medianoche". ¿Piensa que es cierto?

Mirá... yo creo que todos tenemos un anhelo, en lo más profundo del corazón, de que nuestra vida no termine así nomás, sin dar fruto ni haber dado lo que tenemos que dar. Me impactaron mucho las palabras del presidente (Tabaré) Vázquez poco antes de partir: "Muchas veces desearía que hubiera un Dios". Eso fue en (el programa) El legado. Me erizó. Muchas veces hay gente que se dice atea, pero llega un momento, a veces antes y a veces después, en el que al menos deseás creer, en que haya alguien que te espera, que todo lo que hiciste en tu vida no va a terminar en cenizas. Por eso digo que la fe da alas y esperanza. Estoy absolutamente convencido de que nos espera el Cielo. Si no fuera así, no sería cura. Y no me lo puedo callar.