Nombre: Carolina Anastasiadis Edad: 38 Ocupación: comunicadora y cofundadora de Mamás reales Señas particulares: La Floresta es su lugar en el mundo; de niña fue mascota de Montevideo Wanderers; tiene dos hijas
Nombre: Carolina Anastasiadis Edad: 38 Ocupación: comunicadora y cofundadora de Mamás reales Señas particulares: La Floresta es su lugar en el mundo; de niña fue mascota de Montevideo Wanderers; tiene dos hijas
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTenía veintipocos cuando empezó a trabajar en la radio. Actualmente está en Quién te dice, en Del Sol, y paralelamente siempre hizo algo de prensa. ¿Cómo concilia ambas facetas?
La radio saca más mi espontaneidad. En Quién te dice mi rol principal es de productora y entro al aire cuando el tema me queda cómodo, me divierte o cuando el equipo lo requiere. No me va tanto la improvisación, y por suerte tengo al lado a Pablito (Fabregat) y a Gonza (Delgado), que tienen la cancha para hablar una hora sobre el vuelo de la mosca y hacer de eso algo interesante. Ellos probablemente se enteren por esta nota que hace dos años investigo para un libro. La escritura es algo más íntimo, que despunto mucho en el blog.
El libro Mamás reales nació del blog. Y a su vez, el blog nació de la necesidad de escribirle a su primera hija, Alfonsina.
Quería dejarle un registro de lo que me sucedía durante el embarazo, un torbellino emocional que, si estás un poco despierta, te lleva a autoconocerte. Después de parir, prendía la compu y me escribía. Empecé a registrar emociones que nunca había sentido. Cuando sos madre estás en una especie de cuarentena, no podés salir porque estás dando la teta, te duele todo, te ves fea y estás como muy sola. De todo eso no se hablaba. Empecé a blanquearlo, un poco de caradura, y con un poco de humor también. Del otro lado hubo mujeres que respondieron agradecidas. Han pasado siete años ya.
¿Es verdad que su perro fue el primero en detectar que estaba embarazada?
En ese momento trabajaba mucho en casa y estábamos pegados. Un día empezó a oler la panza. Así que me fui a hacerme el examen y cuando conté lo de mi perro me dijeron: "Ah, estás embarazada". Había un tema hormonal que yo no percibía pero él sí.
Suele hablar de la maternidad como un viaje espiritual, ¿por qué?
Los viajes generan expectativa e incertidumbre. No sabés con qué te vas a encontrar hasta que vivís la experiencia. Leés y te imaginás un montón de cosas, pero hay mucho que no vas a entender hasta que las emociones pasen por tu cuerpo. Ese es el viaje físico. Un hijo es como un espejo: te muestra la responsabilidad que tenés sobre esa vida y te lleva a cuestionar tu propia crianza y todo lo que traés con vos, que viene de generaciones atrás. Ese es el otro viaje, más espiritual. Los niños decodifican el amor según como fueron amados en esos primeros años de vida. Si tenés una figura primaria de apego para quien el amor es dar abrazos y besos, cuando busques el amor, en el sentido más amplio, vas a amar de esa manera. Si tuviste padres o madres para quienes el amor era resolverte la comida y la ropa, vas a entender por amor la resolución de lo material. Eso vas a buscar y eso vas a dar. No lo hacés por mala intención, lo hacés porque así te enseñaron.
Tiene una relación muy estrecha con el deporte. ¿Siempre fue así?
Mi madre fue presidenta de Aguada, soy hincha desde que nací. Fui mascota de Wanderers, club del que mi papá fue dirigente. En mi casa, el humor de la semana dependía de los partidos del fin de semana. Además, a los dos años ya nos mandaban a natación. Pasé por Neptuno, Juventus, el Círculo de Tenis y Stokolmo, mi club de cabecera desde que empecé atletismo. En los juegos de Seúl 88, veía la tele y decía: "Papá, quiero hacer olimpíadas". Él me miraba y me preguntaba qué quería específicamente, qué deporte, y yo le decía: "¡Olimpíadas!". Entonces entendió que lo que quería era correr. Y así empecé atletismo. Arranqué a entrenar tres o cuatro veces por semana, con seis años, cuando todavía no existía categoría para mi edad. Después dejé de competir, aunque sigo corriendo hasta hoy.
También jugó al fútbol.
Amo jugar al fútbol. En un momento pensé que era mejor futbolista que atleta, pero en esa época, en Uruguay, no estaba bien visto que las mujeres jugaran al fútbol. En los recreos del colegio jugaba con los varones, hasta que me ligué una patada muy fea y un amigo me dijo: "Las nenas no juegan al fútbol". Ahí dejé, al menos en la escuela. A los 17 fui a estudiar a Woodsville, en New Hampshire. Y en el colegio eras popular si jugabas al fútbol. Todas las yanquis eran gigantes, yo era negrita, flaquita, calladita, hasta que un día me dieron la pelota. Me dijeron: "Ah, pero vos sabés". Ahora juego al fútbol cada tanto. Tengo dos hijas, Francisca y Alfonsina, y Alfonsina es refutbolera: para el cumple me pidió la pelota del Barça, y juega en Biguá
Con su padre tenían el hábito de enviarse cartas. ¿Cómo se dio esa relación?
Mi papá escribía muy bien y en su trabajo en el banco siempre le daban la tarea de escribir cartas. Lograba ilustrar sensaciones con frases bien elaboradas. Viajaba mucho y yo le escribía cada vez que se iba. Él hacía lo mismo cuando yo viajaba. Creo que de ahí viene mi gusto por la escritura. Siento que me conecto mucho conmigo cuando escribo. Cuando entré a facultad no sabía bien lo que iba a hacer, pero sabía que debía estar relacionado con la escritura.
Siempre que puede se escapa a La Floresta, a veces incluso por el día. ¿Qué hay allí?
Hay un pedacito de La Floresta que es mi lugar en el mundo. Está en la rambla, cerca de casa. Ahí tiramos las cenizas de mi perro de toda la vida. Me conecta con momentos muy felices, de mucha familia y muchos amigos. En casa se hacían asados y había música y se jugaba al básquet y al ping-pong. Había amigos de mis hermanos, amigas mías que venían a vichonear a los amigos de mis hermanos. Siempre había mucha actividad y gente. Mi casa era como un club. De hecho, un día un vecino se acercó para averiguar cuánto salía la cuota .