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Anna Wintour: aferrada al trono de la moda

Anna Wintour dirige la edición estadounidense de Vogue, una revista que da pérdidas y que es criticada en casi todos los frentes. Sin embargo, Condé Nast anunció que la ascenderá a Directora de contenido global

Anna Wintour dirige la edición estadounidense de Vogue, una revista que da pérdidas y que es criticada en casi todos los frentes. Sin embargo, Condé Nast anunció que la ascenderá a Directora de contenido global

Anna Wintour se levanta a las cuatro de la mañana, a veces a las cinco. Madruga para poder jugar al tenis antes de ir a trabajar. Según sus estándares juega terrible, aunque practica el deporte todos los días -e incluso organiza amistosos con Roger Federer y Serena Williams, dos buenos amigos que algo saben de tenis. Después de hacer ejercicio toma un baño, se maquilla y apronta su impecable carré, un corte que la acompaña desde hace décadas. En cuanto a su atuendo, probablemente elija un vestido floreado, sin mangas y cuello a la base, de alguno de sus amigos diseñadores como Tom Ford o Marc Jacobs. Lo que no pueden faltar son los lentes negros que la caracterizan y que tienen la doble función de protegerla del sol y de la mirada del otro. Es que Wintour es la mujer más poderosa de la industria de la moda y pocas veces se da el lujo de mostrarse vulnerable.

Desde su oficina -blanca, despojada, en el corazón de Manhattan- esta señora toma decisiones sobre todos los aspectos de la edición estadounidense de la revista Vogue. "La revista Vogue es la revista de Anna y todos lo saben", dice mirando a cámara Candy Pratts Price, directora ejecutiva de moda de Vogue en The September Issue (2009). El documental retrata cómo se hace uno de los números más importantes del año, el de setiembre, ese que dicta las tendencias de la temporada que vendrá.

Y en ese documental Anna Wintour queda expuesta en las sutilezas. Todos a su alrededor andan en puntas de pie, como si el mínimo error se pagara con la vida. Es evidente el terror que atraviesa los ojos de los empleados cuando tienen que presentarle a la editora en jefe una idea, que es recibida con displicencia y frialdad por parte de Wintour. Es la "reina de hielo", "nuclear Wintour", y puede hacerlo. Es parte del mito que la ha llevado a mantenerse más de 30 años en el puesto, un récord en la publicación y que ha inspirado personajes como Edna Moda, de la saga de Pixar Los Increíbles o Miranda Priestly, interpretada por Meryl Streep en El Diablo viste a la moda.

El poder de Wintour es tangible e innegable. Durante décadas ha decidido qué está de moda y qué no, quién aparece en tapa y quién es ignorado, cuáles son los diseñadores talentosos y cuáles se van a quedar en el camino. Le ha conseguido trabajo a sus favoritos, como el estadounidense Marc Jacobs, que llegó a Louis Vuitton gracias a su recomendación, y ha desterrado a otros. Como escribió David Carr en The Times: "No es que ella levante el dedo para ver hacia dónde va el viento de las tendencias: ella es el viento".

Wintour es gran fanática del tenis, deporte que practica todas las mañanas, y es común verla entre los espectadores del US Open y otros campeonatos. Además, es muy amiga de Roger Federer y las hermanas Williams.

¿El fin de una era? Sin embargo, se sienten aires de cambio en la industria. Los medios están en crisis por una combinación de factores que tiene que ver con la irrupción de lo digital y la pérdida de anunciantes, y tanto Vogue como su imperio, el de Condé Nast -que también publica Vanity Fair, GQ, The New Yorker, Teen Vogue y más- no son la excepción. En los últimos años han dejado de publicar revistas como Lucky o Self y transformado en productos digitales a otras, como Teen Vogue. A pesar de esas reestructuras, según reportes de The New York Times, la división estadounidense de Condé Nast reportó pérdidas de 100 millones de dólares. Para mitigar estas pérdidas la empresa ha despedido a cientos de empleados y recortado el sueldo de aquellos que ganan más de 100.000 dólares al año -que se estima que son la mitad de la plantilla. La propia Wintour redujo su sueldo en 20% -de un estimado de tres millones de dólares anuales- y Roger Lynch, el CEO, lo bajó a la mitad.

En 2017, cuando actrices y modelos comenzaron a denunciar situaciones de acoso y abuso sexual en el marco del movimiento #MeToo, todas las miradas se posaron en ella. La editora en jefe era -o es, tal vez no tan públicamente- gran amiga de Harvey Weinstein y su esposa Georgina Chapman y cofundadora de la marca de alta costura, Marchesa. También fue parte instrumental en el ascenso de los fotógrafos Mario Testino, Patrick Demarchelier y Terry Richardson, que fueron denunciados por modelos masculinos (los dos primeros) y femeninos por comportamientos inapropiados y acoso en el set. Luego de un artículo publicado por The New York Times que expuso la situación, Condé Nast comenzó a implementar un "código de conducta" diseñado para proteger a los modelos.

También se le ha achacado a la revista la glamorización de la anorexia, con modelos extremadamente delgadas -en muchos casos menores de edad- y una generalizada falta de sensibilidad. André Leon Talley, examigo de Wintour que trabajó varias décadas en Vogue, la tildó de gordofóbica en su biografía Las trincheras de chiffon, publicada este año.

A esto se le suman las acusaciones de racismo que han atravesado las distintas publicaciones de Condé Nast, de las que Vogue no está exenta. El movimiento Black Lives Matter, que tomó más fuerza que nunca tras el asesinato de George Floyd en mayo de este año, sacudió a las grandes empresas estadounidenses y cientos de empleados se animaron a hablar sobre los ambientes racistas que allí predominan. Además, se criticó la falta de personas afro delante y detrás de cámara. Por ejemplo, la primera vez que un fotógrafo negro estuvo a cargo de la tapa de Vogue fue recién en 2018, cuando Tyler Mitchell retrató a Beyoncé -por pedido de ella.

El 4 de junio, Wintour, editora en jefe de Vogue desde 1988 y directora artística de Condé Nast desde 2013, escribió un correo de disculpas a sus empleados que dejó sabor a poco. "Quiero decir claramente que sé que Vogue no ha encontrado suficientes formas de elevar y dar espacio a editores, escritores, fotógrafos y diseñadores negros", reconoció, y agregó: "Hemos cometido errores, también, publicando imágenes o artículos hirientes o intolerates. Asumo toda la responsabilidad por esos errores". Tras la divulgación de ese memo interno, en las redes sociales clamaban por su renuncia. Condé Nast, contrario a lo que todos podían esperar, decidió ascenderla a directora de contenido global.

Pero ¿por qué depositar tanta confianza en una editora que para muchos ya ha perdido su brillo y es signo de tiempos pasados?

Ascenso y legado. Siendo adolescente en Londres, donde nació, Anna Wintour comenzó a demostrar interés por la moda, rebelándose en contra del código de vestimenta de su colegio con dobladillos más cortos que lo permitido y abrigos extravagantes. Su padre, periodista e histórico editor del Evening Standard, Charles Wintour, le sugirió que tomara ese rumbo y le consiguió un trabajo en una boutique de ropa cuando ella tenía 15 años. Desde ese entonces, Anna siempre ha estado vinculada a la moda.

Aunque formalmente casi no tuvo educación en ese sentido, hizo algunos cursos pero pronto los abandonó porque, según ella, "o sabés de moda o no sabés". A los 20 años su novio le consiguió un trabajo en una revista tan popular como controversial, Oz y luego pasó a Harper's and Queen -que surgió de la fusión de Harper's Bazaar y Queen- como editora asistente. Pero pronto fue escalando posiciones porque siempre tuvo claro que quería llegar a editar Vogue. Después de años de rispideces con la editora de moda de la revista, Minn Hogg, renunció y se mudó a Estados Unidos.

En Nueva York pasó por varias revistas, donde empezó a ganar notoriedad gracias a sus llamativas producciones de fotos. Finalmente una colega le consiguió una entrevista con Grace Mirabella, editora en jefe de Vogue, a la que le dijo, sin tapujos, que quería su trabajo. Mirabella estaba desde hacía 17 años al frente de la revista y había triplicado sus ingresos con una fórmula repetitiva pero exitosa de tapas con modelos perfectas, con peinados inmaculados y sonrientes.

Eventualmente, menos de una década después, S.I Newhouse -heredero a cargo de Condé Nast- le dio el puesto a Wintour. El magnate buscaba a alguien joven, fresco y ambicioso que sacudiera la revista y que la mantuviera a la vanguardia. La productora de moda inglesa reunía todas las condiciones.

La primera tapa bajo las órdenes de Wintour retrataba a una modelo caminando por la calle, con el pelo suelto, un buzo de 10.000 dólares de Christian Lacroix y unos jeans Guess de 50 dólares. Esa campaña sintetizó la visión de la nueva editora: salir del estudio de fotografía, buscar la frescura y combinar la alta moda con piezas accesibles. Eso, que hoy es la norma, en aquel momento fue rupturista. Pero sus aciertos no terminaron allí. También fue la precursora a la hora de colocar celebridades en las tapas, en lugar de modelos. Una de las más recordadas fue la de Madonna en 1989, de espaldas y con el pelo mojado. Wintour fue instrumental para la explosión del culto a las celebridades, las fotografías de los paparazzi y la alianza estratégica entre la moda y los famosos que se extiende desde préstamos de vestidos para las alfombras rojas hasta colaboraciones para determinadas colecciones.

La primera tapa del reinado Wintour.

Para 1997, a 10 años del comienzo de la era Wintour, los dueños de la revista alardeaban de los resultados económicos en las publicaciones de negocios y los diseñadores se desesperaban por recibir el sello Vogue de validación, lo que en última instancia significaba más prestigio y mejores ventas. Durante esta época de vacas gordas la editora fue acumulando cada vez más poder, lo que se traducía en beneficios como un presupuesto mensual para gastar en ropa, chofer privado y un préstamo de los dueños de Condé Nast para comprar su casa, valuada en 1,3 millones de dólares. De acuerdo con algunas biografías publicadas por exempleados, como Dan Peres, quien fuera editor de Details, se vivía un ambiente de excesos -una versión un poco más moderada de lo que fue Wall Street en los ochenta- con salarios altos, abusos de drogas y eventos que duraban hasta la madrugada. Hoy, esa época de oro quedó atrás, y si bien Wintour no es la única responsable de la crisis de toda una industria -eso más bien se le podría atribuir a Facebook y Google- es cierto que las publicaciones a su cargo no supieron adaptarse rápidamente a los cambios y su presencia digital llegó tarde.

Es tal vez por esa fuerte historia que a Condé Nast le cuesta soltarle la mano a Wintour, la mujer que transformó la compañía a fuerza de creatividad, exigencia y visión para los negocios. Otros, más escépticos, aseguran que si la editora en jefe se va, los anunciantes -que representan entre 50% y 70% de los ingresos de la revista- lo harán con ella.