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El estudio de Clara Aguayo queda sobre la calle Pablo de María, en Cordón. Sin embargo, parece un pedacito de París, con su tragaluz y sus molduras de yeso. Cuando lo vio ella creyó lo mismo, y por eso lo eligió, aun cuando la viabilidad de su negocio era todavía incierta. Ella lo llama “el palacio” y allí reina lo “caórdico”, como le dice la diseñadora. Orden, con una cuota de caos. Su mesa de trabajo está despejada, pero debajo se acumulan rollos y retazos de tela que pronto serán prendas. Nada se tira.
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En la pared cuelgan los moldes de todas las piezas que alguna vez creó para su marca; no descarta ninguno, porque entiende que trascienden el tiempo y, si algún cliente lo pide, puede confeccionar una pieza de 2017. Tal vez lo único que cambie sea la tela, porque el stock en Uruguay no abunda. Así es que sigue produciendo una jumper que creó por primera vez hace cinco años, aunque en aquel momento el público “no la entendió”.
También en la pared tiene una extensa lista de pedidos, organizada en una planilla de Excel por su mano derecha, Natalia Horvath. No anota el nombre de sus clientes, sino su usuario de Instagram. Clara no tiene stock, trabaja a demanda. Ella crea una colección —o a veces una prenda sola— y la publica en su Instagram. Sus seguidores le pasan sus medidas y le hacen el encargo. Rara vez hace descuentos y no trabaja con tarjetas de crédito, dos cosas que van en contra de su filosofía. “La cultura del sale no tiene sentido. Cuando hago una ganga prefiero tomármelo como una fiesta, para que puedan acceder todas esas personas que de otra manera quedarían por fuera. No quiero liquidarlo porque tengo una inversión parada”, explica a Galería.
Sus prendas tampoco tienen género ni talla, algo vanguardista a escala global y una rareza en el mercado local. Para Clara, “es violento pedirle a alguien que se encasille de esa forma”. Rosario San Juan, referente y productora de moda en Uruguay, cree que allí yace una de las claves del éxito de Aguayo. “Clara es vanguardia y diseño en todo. Cuando no se hablaba del diseño sin género, ella ya lo había hecho. Su éxito es la neutralidad y la sofisticación de lo simple. Tener una prenda de ella te valida”, asegura.
Cuando Clara termina una prenda, en lugar de avisar directamente al cliente, sube una historia a Instagram con todos los pedidos para entregar. No solo es una forma de simplificar la comunicación, sino que también sirve para crear comunidad. En el pequeño círculo de la moda local tener una prenda de ella es un orgullo, un código compartido. Y cuanta más gente se entere, mejor.
“Mi propuesta siempre es muy personal y se ve eso ‘caórdico’ que tengo. Entonces mi público tiende a ser un poco así también, hay una afinidad de personalidades, nos entendemos. Saben el amor que les ponemos a las cosas, el cuidado que hay en todo. Cuando me atraso o se me pasa un pedido, entienden. Está bueno humanizarnos: humanizar al cliente y que el cliente te humanice como marca”, sostiene.
Foto: Adrián Echeverriaga.
Crisis y oportunidad. Era mayo de 2020 y la pandemia de Covid-19 había obligado a la mayoría de los uruguayos a quedarse en sus casas. La moda, para algunos, había dejado de tener sentido. ¿Para qué vestirse si no hay a quién impresionar? Sin embargo, Clara estaba atravesando una crisis personal profunda, una separación, y necesitaba verse “autónoma, productiva y generadora” de su propio sustento. Por eso recurrió a lo que mejor sabe hacer: diseñar.
Empezó con dos modelos, los que entendió que mejor se adaptaban a los tiempos que corrían, en los que la ropa comfy era furor. La primera fue la campera bomber, un rediseño de algo que ya había creado, con mangas anchas y dos jaretas regulables para poder adaptarla al gusto de cada uno. Luego vino un buzo de algodón con un diseño intrincado y simple a la vez, con mangas al estilo murciélago, puño con un agujero para poder pasar el dedo y cuello alto. Andrógino, cómodo y sofisticado. Las dos piezas eran complementarias y, a la vez, se podían usar por separado. Apenas las lanzó fueron un éxito y tuvo 30 pedidos en las primeras dos semanas.
“Fue un proceso de maduración. Necesitaba la validación de saber que podía vivir de lo que hacía, que no tenía que encontrar a un productor en París que viera mis cosas para hacer algo. La vida es ahora, si esa persona llega bárbaro, pero yo necesitaba activar en ese momento. Empecé a vivir de esto, en mayo de 2020 dejé de trabajar para otros y en octubre me mudé al taller. No tenía un antecedente estable, sabía que podía cubrir el alquiler, pero no sabía si además me daba para vivir. Pero sentí que esto me iba a dar motivación, libertad, puntualidad y disciplina”, recuerda. Un año después, con un equipo de dos personas trabajando en “el palacio”, la decisión parece más que acertada.
¿Cómo llegaste a donde estás ahora?
Fue necesario el momento en el que dejé de ser medio snob y medio pretenciosa y entendí con qué puedo trabajar, qué tengo, qué puedo hacer, qué tengo para dar acá, ahora, hoy. Bajarle al síndrome del impostor. Entendí que tengo que ser accesible, estoy dando mi servicio al cuerpo de las personas, es un vínculo superíntimo. Ser confiable. Ellos compran a distancia, me pasan sus medidas y saben que probablemente quede perfecto y que si no, lo voy a arreglar.
Un éxito no accidental. El buzo y la bomber podrían ser dos golpes de suerte de una diseñadora que supo leer los tiempos que corrían. Sin embargo, no lo son; son mucho más, son la maduración de una carrera tan interesante como atípica en la escena de la moda local.
Antes de adentrarse en su trayectoria, hay algunos elementos que hay que saber para conocer quién es Clara Aguayo. Su padre es escultor y estudió Bellas Artes, su madre es profesora de francés y “como típica capricorniana es muy exigente”. Tiene una hermana que es trapecista en París. De chica luchó con una enfermedad autoinmune y “era una niña con mucho miedo”, tímida e introspectiva, pero también resiliente. Ya siendo más grande comenzó a practicar ballet. Hasta los 17 años creía que iba a ser bailarina profesional y entrenaba a diario, lo que le enseñó a ser disciplinada.
Cuando terminó el liceo, estudió en la Escuela Universitaria Centro de Diseño (EUCD) y le fue bien. El perfeccionismo a veces le jugaba en contra, no la dejaba disfrutar de los procesos de la manera en la que hoy lo haría. Cuando egresó se sentía a la deriva. “Tenés toda esa creatividad, todas esas ganas y no sabés qué hacer. Entonces me anoté en UTU para poder empezar a ver lo que boceté. Yo creo que ese fue el año más feliz de mi vida. El oficio tiene una magia que me emociona”, recuerda.
Ese año en los talleres de la UTU la hizo enamorarse del proceso, algo que resulta fundamental para sus creaciones. A Clara le gusta saber cómo trasladar eso que tiene en la mente a una prenda, sin intermediarios. Cree en las cosas bien hechas, con el tiempo que eso conlleva, en el slow fashion. Por eso, también trabajó tres años con Ana Livni y Fernando Escuder, pioneros de la moda lenta en Uruguay y en el mundo.
La sostenibilidad, lo exquisito, el lujo, el minimalismo, la moda lenta. Todos esos conceptos estaban decantando en la mente de Clara cuando fue elegida para participar en la décima edición del concurso de diseño Lúmina, en 2016 —era la tercera vez que se presentaba—. Desde la organización le dieron un presupuesto para que creara esa colección que los había cautivado desde el papel y Clara decidió usarlo todo en las mejores materias primas y coser las prendas ella misma, no solo porque de esa manera se ahorraba pagar a una modista, sino porque también le permitía más control creativo.
“Me hice una playlist, que para mí capturaba la esencia de la colección y la escuché todos los días durante ocho meses. Creo que gané porque hice todas las prendas de la colección. Yo tomé una decisión cuando empecé Lúmina que era que no me iba a separar ni medio milímetro del proceso creativo, que iba a soñar con la prenda, iba a bocetarla, iba a elegir las telas e iba a hacerla. Hasta que no veía el dibujo puesto en mi cuerpo no paraba”, cuenta.
Durante el período de creación se aisló en un taller que se había montado en la casa de sus padres y todos los días se sentaba a trabajar. Ese proceso introspectivo fue similar al que vivía de niña cada verano, cuando se iba de vacaciones a Valizas con su familia, donde prácticamente no veía a nadie. “La soledad se vuelve creativa”, dice. Así nació Taro, una colección sin género, noble y minimalista.
Foto: Brian Ojeda.
Como ganadora del concurso fue premiada con un viaje a Italia para estudiar Marketing de Moda. Le enseñaron cómo funcionaban la mayoría de las marcas y enseguida supo que no quería recorrer ese camino. “Si no sabés qué querés hacer, lo primero es saber qué es lo que no querés y yo sabía que no quería poner el dinero, la marca, por delante de lo que quiero dar al mundo, de quién soy y lo que quiero transmitir. Yo quiero darle al mundo lo mejor de mí”, reflexiona.
Por eso, cuando volvió creó Estudio Null con Renata Casanova —compañera de la EUCD a quien conoció en UTU—, una grifaque apostaba a hacer prendas atemporales, con foco en la sastrería, sin género y sin desperdicio textil. La experiencia de tener su propia marca fue rica, tuvo su local, sus clientes fieles y entendió que “lo redituable también puede tener un valor”. Sin embargo, un año después la dupla resolvió disolver el proyecto. “Sentía que le estaba imponiendo algo a la gente que no estaba lista para entender”, explica.
¿Qué es para vos el lujo?
El lujo es el disfrute, el placer. Aplicado a la moda es la calidad, la experiencia y el sentimiento de pertenencia
Esos conceptos son los que identifican a tu marca también.
Es que yo siempre soñé con tener una marca high end, por más que tuviera prendas más deportivas, más casuales. Fue algo que aprendí en Londres. Y no todo puede ser lujo, tiene que haber ciertas cosas, ciertos cuidados en los procesos. Los aplico lo máximo que puedo.
¿Y qué pasa acá?
En Uruguay no existe la moda en realidad, estamos coqueteando, pero lo que hay es ropa. Sin desmerecer a nadie, estamos recién entendiendo ciertos conceptos. Cuando éramos chicas consumíamos las cosas seis meses después y las redes sociales nos trajeron eso de que las tendencias suceden más o menos al mismo tiempo, pero es una cosa relativamente nueva.
Como dice el dicho, cuando se cierra una puerta se abre otra y tras el cierre de Estudio Null fue seleccionada por el British Council para participar en el International Fashion Showcase, un concurso que buscaba encontrar “las nuevas voces del diseño” alrededor del mundo. Según Pablo Giménez, director de la Escuela Pablo Giménez y encargado de preseleccionar a los diseñadores uruguayos, lo que le atrajo a la organización fue la visión “comercial pero de autor” de Clara.
El concurso la llevó a presentar la colección Brave New Worlds durante la semana de la moda de Londres y a ganar una beca para cursar el Business Development Program en el London College of Fashion. “El curso me voló la cabeza. Ahí entendí la importancia de tener un tono de voz, de saber cuál es tu ADN”, cuenta.
La experiencia en Inglaterra también le sirvió para hacer contactos y en mayo de 2020 iba a viajar a París para reunirse con una posible compradora, que quería vender su colección en esa ciudad. Estaba lista para irse a diseñar para su marca high end en Europa cuando llegó la pandemia.
El mejor plan B. Cuando vio que Europa se alejaba de su horizonte decidió ir por el plan B, crear su marca propia en Uruguay. Con 28 años pero una vasta experiencia en diferentes áreas de la moda, era hora. Se distanció un poco de lo que venía creando hasta ese momento y tomó un rumbo más deportivo, casual, aunque sin perder la elegancia que la caracteriza. “Me medí conmigo misma y me cuestioné: ¿me siento mal porque estoy haciendo un producto para más personas, con un público más amplio? ¿Me siento mal porque dejé de hacer esa cosa de ocasión única y pasé a producir en serie? Y no, me sentía bien, ver a la gente con mi ropa en la calle me hacía sentir bien y me di cuenta de que en realidad me interesaba más eso que lo que creía que me interesaba”, reflexiona.
El furor por las prendas de Clara no terminó con el buzo o la bomber, sino que logró mantener el interés en su marca. Tiene un acercamiento poco convencional: si bien crea colecciones, también va lanzando prendas nuevas cuando así lo siente. Muchas veces ella misma las modela desde su estudio y sube el material a historias de Instagram. Y la gente responde, porque en parte todos quieren ser como ella, a quien se ve tan segura de sí misma, tan elocuente. “Se viene el verano más lindo de tu vida”, escribe en redes sociales, mientras luce un vestido en degradé azul con botas acordonadas y saca la lengua. Eso, tan genuino, termina siendo más convincente que la más perfecta de las modelos.
No tenés miedo de defender tus principios en redes sociales, algo poco habitual entre los diseñadores uruguayos.
No me puedo desligar de lo que soy, porque también sé el precio que se paga cuando uno empieza a hablar con un tono que no es el suyo, a hablar en tercera persona cuando sos vos sentado en la máquina sufriendo para sacar una prenda. Si comunicás como que tenés una infraestructura y sos vos, ya estás empezando con una mentira. Y no digo que esté mal, pero prefiero ser quien soy, mostrarme imperfecta, como una persona que tiene sentimientos, que tiene días buenos y días malos, a la que le pasan cosas. Me enfermo y no puedo cumplir, como se enferma cualquiera. Con eso generé un espacio de creación bastante contenido. Se necesitó mucho coraje.
Yo no soy una uruguaya clásica y es muy difícil que yo enganche a un uruguayo clásico, a quién voy a engañar. Hay que enfocarse en lo que uno es y crear desde ahí, hay un material infinito. No necesito entibiarme para ser más digerible.
¿Qué es para vos la sensualidad?
Siento que por un lado es estar cómodo con tu cuerpo, con lo que tenés puesto, y animarte a ser lo que siempre quisiste ser, esa persona que admirás. Tu cuerpo es hermoso, con todo lo que tiene, llevalo a donde querés que llegue, jugá. Paradójicamente yo soy muy de los básicos, pero es porque quiero que seas esa persona todos los días, no para ir a un evento. Para mí es clave la comodidad, por lo menos para mí. Siempre vuelvo a mí, para entender qué es lo que les pasa a las personas cuando se visten, sé cuáles suelen ser nuestras necesidades. Hay gente que se siente espectacular con faldas tubo, pero yo no me voy a sentir sexy, me voy a sentir incómoda. Busco una sensualidad sostenible.
¿Sos perfeccionista?
Soy perfeccionista sin torturarme, eso me lo saqué. Una amiga me decía que me identificaba con el poeta maldito, con esa cosa del perfeccionismo flagelante, eso me lo tuve que sacar. Eso se me fue cuando me separé, que morí y renací, renací sin ansiedad y perfeccionismo flagelante. Yo hago lo mejor que puedo y lo mejor que puedo es hermoso. La ansiedad es miedo al futuro, a escenarios que no son reales, pero yo necesitaba permitirme vivir el presente.