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Daniel Mella: "La mayor parte de lo que escribís no está bueno"

Nombre: Daniel Mella • Edad: 46 • Ocupación: Escritor • Señas particulares: Nunca responde de inmediato por WhatsApp; le hubiera gustado ser jugador de la NBA; está aprendiendo a convivir con un hijo adolescente; necesita tener la casa limpia y ordenada para escribir.

Nombre: Daniel Mella • Edad: 46 • Ocupación: Escritor • Señas particulares: Nunca responde de inmediato por WhatsApp; le hubiera gustado ser jugador de la NBA; está aprendiendo a convivir con un hijo adolescente; necesita tener la casa limpia y ordenada para escribir.

Creció en Shangrilá, vivió en Ciudad Vieja, en Nueva York, en Parque del Plata, y ahora en el Centro. ¿Necesita alternar naturaleza con ciudad?
Me encantan las dos. Ahora no quiero estar en ningún otro lugar que no sea Montevideo. Me mudé dos días antes de que empezara la pandemia. El 13 se cayó todo, la ciudad vacía, yo en mi nuevo apartamento y por un momento pensé: ¿no hubiera sido mejor que me agarrara allá, en Parque del Plata? No había modo, era el lugar perfecto para pasarla. 

La gente tendió a irse de la ciudad. 
Yo me la gocé. Para mí fueron dos de los mejores años de mi vida. 

¿Por qué?
Estaba en el lugar donde quería estar. Las clases por Zoom fueron buenísimas igual y podía estar con mis hijos cuando quería y ellos podían estar conmigo. Era más fácil la dinámica. No tenía la necesidad de socializar demasiado en Montevideo porque venía de vivir en Parque del Plata, no me interesaba la noche ni las salidas al teatro ni los bares. Estaba llevando la misma vida que llevaba en Parque del Plata pero acá. Me di cuenta de que extrañaba Montevideo. 

Como parte de sus caminatas mañaneras se sienta en cafeterías a leer el diario. ¿A qué páginas va primero?
Siempre voy a Cultura. Lo demás no me interesa mucho. Las paso por arribita a las internacionales o de política.

En sus talleres, ¿nota cuando alguien escribe en busca de su aprobación?
Sí, les advierto sobre eso. Pero también es algo inevitable si venís a un taller querer complacer al profesor o a los demás compañeros. A mí lo que más me va a complacer va a ser un texto que el alumno sienta que a él o a ella le interesó. Si se metió a full a escribir de cosas que realmente le importaban, esa persona ya va a estar complacida. Esa es la única receta que les machaco de principio a fin. 

¿Escribe para usted mismo?
Sí, pero por cada 100 páginas que publico capaz descarto cuatro veces más. La mayor parte de lo que escribís no está bueno. Esa es otra cosa que van descubriendo los alumnos a medida que pasa el tiempo: tenés que llegar a escribir cantidad para llegar a escribir calidad. Sería muy raro que cada cosa que escribieras estuviera buena, y lidiar con esa parte del proceso que puede ser frustrante es algo a lo que te tenés que acostumbrar. 

¿Cómo se lleva con la tecnología?
Me negué a tener WhatsApp, Facebook e Instagram hasta hace poco. Si la gente se quería comunicar conmigo quería que le costara, que tuviera que pagar un peso en un sms, porque si es gratis me vas a mandar mensajes a cualquier hora, porque podés, y no tengo mucha gente de la que necesite saber en qué andan todo el tiempo. Ahora WhatsApp me sirve mucho para los talleres. Y mi receta en Instagram es no seguir a nadie más que a mi hijo, no me interesa enterarme de la vida de nadie por ese medio, y me evito la tentación de quedarme mirando pelotudeces durante una hora y media. 

¿No contesta los mensajes cuando los lee?
Nunca contesto en el momento, a no ser que sean mis hijos. Interpreto que no hay un mensaje urgente que llegue por WhatsApp, y si es así respondo enseguida. Eso lo aprendí en el uso, dejar pasar media hora, una hora, dos horas, un día. Que la gente no se acostumbre a que le vas a responder de inmediato porque después se enoja, se agarra el hábito de tenerte ahí. 

¿Qué lugar sigue teniendo el básquetbol en su vida?
Miro los playoffs de la NBA, algo de básquetbol europeo de vez en cuando. Bajo a tirar a la canchita de Cebollatí y Minas, a chivear, cuando me canso de caminar.

De chico era mormón. ¿Conserva algo de esa faceta religiosa?
Totalmente. Eso de amar a todo el mundo, de considerar que el otro es tu hermano. Después esa cosa de aceptar que hay algo que te trasciende. Cuando me peleé con la religión eso fue lo primero que se derrumbó. Después, cuando dejé de estar peleado, me di cuenta de que era obvio que estamos siendo trascendidos todo el tiempo. No creo en la existencia de un Dios, pero sí creo que hay cosas que nos superan y que no podemos ni siquiera comenzar a explicar. 

Iba al Uruguayan American School, un colegio internacional al que van hijos de diplomáticos. ¿Se sentía a gusto?
Me encantaba esa escuela. Estaba de más. Iba con mis padres en el auto, ellos iban a laburar y yo iba a clase. Tenía a mi viejo de profesor de gimnasia y a mi madre de arte. Todavía no era tan consciente de que yo era pobre en comparación con ellos, entonces no me molestaba. Lo que era medio doloroso era que cambiaran los compañeros, nunca estaba con alguien tres años de corrido, siempre se estaban yendo. No tenía una amistad duradera con nadie.

¿Algún libro o autor que le dé culpa admitir que le gustó?
Los cuatro acuerdos, de Miguel Ruiz, que es un libro que se podría considerar de autoayuda, e igual lo recomiendo. Me doy cuenta de que tengo que hacer todo un esfuerzo por justificar y presentarlo bien porque por lo general le produce rechazo a la gente que se lo recomiendo. 

¿Tiene alguna estrategia para ordenar su biblioteca?
Varias. Un estante con libros fundamentales. Libros del mismo autor juntos, pero a veces hay editoriales que queda lindo que estén juntas. A veces meto los del mismo tamaño juntitos. Siempre sé dónde están los libros y siempre estoy ordenando porque viajan muchos libros de acá.

¿Reclama seguido libros prestados?
No reclamo porque no me acuerdo a quién se los presté. Hay libros que paso prestando y los tengo que volver a comprar cuatro o cinco veces, no me molesta. Cuando era pendejo la mayoría de los libros que leía eran prestados. Devolvía la mayoría pero hay tres o cuatro que no devolvés. Lo hacés medio inconsciente, haciéndote el sota. Cuento con que es probable que un libro prestado no vuelva.