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Del leoncito Willie a La'eeb, las simpáticas o inentendibles mascotas mundialistas

Empezando por La’eeb, la mascota oficial del Mundial de Catar 2022, la historia de estos personajes que acompañan en la mayor cita del fútbol global es la de un símbolo que no termina de convencer a todos

Proviene del metaverso. Eso es algo, sea lo que sea que signifique, que puede decirse de La’eeb, la mascota oficial del Mundial de Catar 2022. En árabe, su nombre quiere decir “jugador habilidoso”. Y es la representación de… bueno, es… ¿qué corno es?, ¿un turbante?, ¿una túnica?, ¿un homenaje involuntario al fantasma Gasparín, quizás?

“Procedente del metaverso de las mascotas, un universo paralelo que no se puede describir con palabras y cada uno puede imaginar como quiera, La’eeb anima a todos a creer en sí mismos. Ha llegado el momento de repartir la alegría del fútbol por el mundo entero”, escribió la FIFA en su página web a la hora de presentarla, bien para que más allá de las buenas intenciones nadie entienda nada.

Presentada por la FIFA y el Comité Organizador del torneo el 1 de abril de este año, esta mascota oficial, si bien está indudablemente ligada a la tierra donde rodará la pelota, es la primera que gira en torno a un objeto típico. Eso ya la ha hecho motivo de burlas, al punto que hay quien cree que seguirá el mismo destino ominoso que Ciao, de Italia 90, o aquellas tres cosas raras que representaban Corea-Japón 2002 y hoy son recordadas de modo difuso. Desde hace 56 años, las mascotas oficiales ofician de cara y símbolo representativo de cada mundial, con éxitos y aceptaciones dispares. Y esta —el último capítulo de una historia que ya contabiliza 15— ni siquiera tiene piernas, algo por lo menos raro si se trata de fútbol.

El león y los niños. La primera fue para muchos la mejor. World Cup Willie, el leoncito Willie para los íntimos, fue quizá la única cara simpática de Inglaterra 1966, un mundial de rudezas y polémicas arbitrales siempre inclinadas hacia los europeos. Con él, diseñado por Reg Hoye, comenzó la era de las mascotas oficiales en estos torneos.

Hoye fue convocado por la Federación Inglesa de Fútbol para crear algo hasta entonces inexistente. Se inspiró en un león, en parte por la melena beatleriana tan en boga por entonces, en parte por el viejo señorío de un Imperio ya decadente que tiene al rey de la selva en su escudo de armas, y también por su hijo Leo, musa principal para que el producto final resultara ser un bichito simpático y no una bestia feroz. Lo vistió con la camiseta de la Union Jack y la pelota comenzó a rodar.

Tan influyente fue Willie que a partir de él los grandes eventos, como los Juegos Olímpicos de Verano, Invierno y Paralímpicos, incluyeron mascotas oficiales. Hubo un solitario y perdido antecedente en Smoky, un perrito terrier escocés, quien había fungido como tal para los JJ. OO. de Los Ángeles en 1932. Pero está no era una criatura diseñada a tal efecto sino un can que tuvo a bien nacer en la Villa Olímpica.

Para México 1970 llegó el turno de Juanito, un niño de unos 10 años, vestido con los colores de la selección local, pelota bajo sus pies y muy pequeño bajo un enorme sombrero mexicano típico. Revolucionario a su manera, fue la primera vez que un “humano” representara a un evento. Al igual que el caso anterior, se apelaba a un nombre habitual, a los colores del anfitrión y al fútbol, como para que no hubiera dudas sobre de qué se estaba hablando.

A diferencia del caso anterior, esta vez hubo opiniones divididas. Si bien la mayoría aceptó la simpatía y ternura de Juanito, no faltaron voces que dijeron que no les resultaba representativo. La idea del machote mexicano ensalzado en las rancheras de Vicente Fernández o José Alfredo Jiménez era demasiado fuerte por esa época.

Pero lo cierto es que esta fórmula se repitió cuatro años después, por partida doble. Tip y Tap fueron las dos mascotas oficiales de Alemania 1974. Eran dos niños, un rubio y alto y otro morocho más bajito, y ambos estaban vestidos con los colores de la selección local con una pelota al costado. Uno de ellos tenía la sigla WM en la pechera (Weltmeisterschaft, por Copa del Mundo) y el otro el número 74.

Dentro de la inocencia, las mascotas tenían connotaciones políticas. Por ese entonces, momentos duros de la Guerra Fría, las Alemanias estaban divididas y con Tip y Tap los hermanos aparecían abrazados. De hecho, esta fue la única participación de Alemania Oriental en una Copa del Mundo.

A Tip y Tap le siguió Mundialito, volviendo a la presencia de un solo niño en Argentina 1978. Como el nombre oficial era un verdadero ejercicio de pereza, se prefirió llamarlo Gauchito, por el país anfitrión y por su vestimenta: a la indumentaria albiceleste de la selección argentina se le sumó el talero, el sombrero y el pañuelo al cuello.

El nombre oficial original no era lo único criticable. A nadie pasaba desapercibido que Gauchito era una copia descarada de Juanito, solo que con otros colores de camiseta. Además, se vio envuelto en disputas de derechos de autor. De esta manera, terminaba la etapa que podía denominarse como la “simpatía infantil” en las mascotas oficiales.

Bichos, comidas y un adefesio. Uno de los proyectos en los que quería involucrarse a Gauchito era una serie televisiva. Esta no pudo cristalizarse debido a controversias sobre su autoría. Hubo que esperar al Mundial de España 1982 para que Naranjito tuviera su presencia en la pantalla chica.

Naranjito, como sus antecesores, estaba vestido de futbolista con los colores oficiales de la selección organizadora. La diferencia, obviamente, es que era una naranja y no un niño. Al principio generó rechazo: muchos preferían a un chaval o a un símbolo más notoriamente español, como un toro, un gitano o una pandereta. Sin embargo, terminó marcando tendencia. Mucho ayudó la teleserie animada de 26 capítulos Fútbol en Acción, de aventuras en torno a los mundiales, junto con otros personajes como su novia Clementina, su amigo el limón Citronio, el robot Imarchi y el malvado Zruspa.

La comida volvió a ser la protagonista de la mascota oficial en México 1986. Pique era su nombre y era un chile jalapeño. Como Juanito, tenía un infaltable sombrero mexicano y, quizá para lavar la culpa generada con ese niño, tenía el bigotazo tan típico de los charros. Solo con eso, el mexicanismo era tal que pasaba por alto que la camiseta de fútbol fuera roja y no verde.

Por motivos que valdrían un análisis más sesudo, para todos aquellos de más de 35 años, el Mundial de Italia 1990 tiene un especial recuerdo que va más allá de lo futbolístico (el nivel disputado fue espantoso). Además de su memorable canción oficial, todo el mundo rememora a Ciao (“hola” y “adiós” en italiano). Claro que en este caso la evocación genera sensaciones opuestas.

Fue un cambio muy drástico: Ciao no era un animal, un niño ni una comida típica. Era un objeto humanoide pretendidamente futurista hecho con cubos con los colores de la bandera italiana, en el que la pelota ya no estaba a los pies sino que era la propia cabeza de la mascota. Cabía preguntarse: ¿no le sobran símbolos a Italia —justamente a Italia— como para haber pensado en algo más representativo? Si se quería que las mascotas oficiales entrasen en una era moderna, esta no terminó siendo la mejor manera.

Estados Unidos 94 quiso jugar a lo seguro: ¿el futurismo no cuajó?, ¡entonces que vuelvan los bichos! Striker (delantero) era un perro, un pichicho sin raza definida, sonriente, vestido con los colores de EE.UU. y con la pelota al piso, como debía ser. El perro no es un animal típico de ese país, pero representa fidelidad y es amigable para todo el mundo. Surgido de las entrañas de la Warner, Striker no pasó a la historia pero tampoco generó olas. Y marcó bastante el futuro de lo que vendría.

El gallo Footix, de Francia 1998, era una innovación en sí mismo. Más allá de tener los mismos colores de les bleus y tratarse de un animal muy simbólico en eses país, no estaba vestido de futbolista, lo que era realmente revolucionario, siempre que no se cuente el fallido antecedente de Ciao. Diseñado por Fabrice Pialot, nació anónimo, surgiendo su nombre de una compulsa entre aficionados en la que Footix (síntesis de football y el sufijo tan relacionado, Astérix mediante, a los galos) ganó por amplio margen.

Alegre y dinámico, este gallito sí caló hondo en la afición, que le agarró todavía más cariño porque los locatarios salieron campeones. Francia fue el último anfitrión que levantó la copa, distinción que hermana a Footix, Gauchito, Tip y Tap y Willie.

Más antropomorfia. Todo el mundo recuerda, aunque sea para defenestrarlo, a Ciao. Casi nadie recuerda sin embargo a Ato, Kaz y Nik, las tres mascotas oficiales de Japón y Corea del Sur 2002. La diferencia horaria —y la pobre actuación celeste— hizo que este torneo dejara por esta parte del mundo la extraña incerteza de que realmente se haya jugado.

Vale el recuerdo: Ato es alto, amarillo y entrenador de atmoball (?) en el planeta Atmozone (??); el morado Kaz y el azul Nik son jugadores. No eran animales, comidas, niños, personas ni nada que se pareciera. Es más, estaban hechos de energía. A alguien le pareció que toda esta combinación era una buena idea. Cuestión de sensibilidades, mientras que en Occidente pasaron al olvido más temprano que tarde, en el lejano Oriente su popularidad fue tal que protagonizaron su propia serie de televisión, The Spheriks.

El león volvió a ser protagonista en Alemania 2006 con Goleo. Claro que es una mascota oficial poco entendible. No es lo mismo la simbología del león en Inglaterra, donde es incluso parte de su escudo, que en Alemania, cuya rivalidad con los anteriores va mucho más allá de lo futbolístico. Su nombre, además, estaba basado en voces anglosajonas (go y goal, que onomatopéyicamente es gol) y latinas (olé). Nadie pedía un chucrut, pero sí algo que remitiera al país anfitrión más allá de la camiseta blanca del leoncito.

Para peor, se detectó que en el merchandising oficial los peluches tenían dibaticilina, una sustancia tóxica que podía causar esterilidad tanto en hombres como en mujeres, y el colorante usado en la ropa de cama, pensada sobre todo para el público infantil, tenía componentes cancerígenos. Completito. Otra crítica, más digna de moralistas en extremo, es que Goleo no usaba pantalones. No hace falta decir que la empresa que tenía los derechos de comercialización se fundió.

Zakumi, la mascota oficial del Mundial de Sudáfrica 2010, fue casi un calco de su antecesor pero con mucho menos polémica y muchos más aciertos. Era un felino antropomorfo también, pero además de que el leopardo es un animal mucho más típico del país organizador, este estaba mucho mejor diseñado, sus colores de piel (amarillo) y cabellera (verde) remitían a los colores oficiales de las delegaciones deportivas sudafricanas y, vale destacar, sí vestía un short deportivo. El nombre, además, surgía del código ISO de Sudáfrica y del vocablo que significa “diez” —número vinculado a la magia en el fútbol— en varias de sus lenguas. Sí, a diferencia de la mayoría de sus antecesores, vestía una camiseta blanca y neutra, no la de la selección nacional, con la leyenda “South Africa 2010”.

Claro que no era inmaculado: el dueño de sus derechos era Shiaan-Bin Huang, un parlamentario sudafricano de origen chino integrante del Congreso Nacional Africano, gobernante en el país desde la llegada al poder de Nelson Mandela, quien mandaba a fabricar los peluches oficiales en China, bajo condiciones laborales, cuanto menos, cuestionables.

Fuleco, el que tomó la posta de Zakumi para Brasil 2014, fue una continuación casi calcada. La mayor diferencia es el animal protagonista: de leopardo se pasó a un armadillo. La piel, el caparazón y el short forman los colores de la bandera de Brasil. Como Zakumi, viste una camiseta blanca con la leyenda del evento, “Brazil 2014”. Como ahora se les busca dotar de “personalidad”, Fuleco puede ser considerada la primera mascota “con conciencia ecológica” de la historia de los mundiales (su nombre es una síntesis de “fútbol” y “ecología”), además de ser la debutante en eso de tener cuenta propia en las redes sociales.

Los animales antropomórficos, protagonistas del inicio de esta historia, de las últimas ediciones del siglo XX y de casi todo el XXI, tuvieron en Zabivaka (algo así como “goleador”), de Rusia 2018, a su hasta ahora penúltimo representante. Ahora es un lobo, también con los colores de la selección nacional, también con la inscripción “Russia 2018” en el pecho, y ahora con anteojos deportivos como elemento distintivo. “Sociable” y “encantador” como rasgos personales (¡?), el diseño de Ekaterina Bocharova, por entonces una estudiante, venció por amplio margen al de un tigre y un gato. Mucho influyó en esa decisión el peso de la sinfonía infantil Pedro y el Lobo, de Sergei Prokofiev, que versionó años después Walt Disney. Fue la presentación más amigable al mundo que pudieron ofrecer Rusia y un lobo.