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El diseñador Ángel Fernández, del equipo de Maléfica y La Favorita, llegó a Montevideo
El diseñador de moda español Ángel Fernández, quien ha participado en grandes producciones de cine como Maléfica y La Favorita, está a cargo del vestuario de la ópera Dido y Eneas, que el Teatro Solís estrena el jueves 19
En el taller de vestuario del Teatro Solís hay varios vestidos de color pastel que cuelgan de un perchero, una campera de cuero a medio teñir en dorado, y una docena de zapatos y sombreros sobre una mesa bien larga. Hay una máquina de coser, maniquíes y más de 10 papeles pegados sobre una pared. Tienen dibujos hechos a mano, retazos de tela y anotaciones. Es el moodboard final que Ángel Fernández, más conocido como Ángel Amor, hizo para empezar a diseñar y confeccionar el vestuario de la ópera Dido y Eneas, que el jueves 19 inaugura la temporada lírica del Teatro Solís, bajo la dirección escénica de Igor Yebra y la dirección musical de Cristina García Banegas.
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El diseñador de moda y vestuarista español, que compartió cursos en una de las universidades más prestigiosas del mundo, Central Saint Martins en Londres, con Stella McCartney y Alexander McQueen, explica que ese moodboard es el resultado final de años de trabajo. “La etapa más importante del proceso creativo es la de documentación, para luego poder darle forma a todas las ideas”, señala. “Se trata de buscar referencias, investigar sobre distintas épocas y estilos. (…) Una vez que uno conoce los distintos estilos, puede jugar con ellos”.
Foto: Adrián Echeverriaga.
Sentado en una silla de utilería y rodeado de herramientas para crear accesorios, como alambres, pinzas y plumas, Ángel Amor conversó con Galería sobre su experiencia en el equipo de vestuario de Maléfica (2014), Cenicienta (2015) y La Favorita (2018), y sobre el proceso de creación de un vestuario para películas y teatro.
Nacido en el pueblo de Erandio, a 8 kilómetros de Bilbao, fue invitado por su amigo Igor Yebra para diseñar el vestuario de la ópera que tendrá funciones el jueves 19, sábado 21 y lunes 23.
La obra de tres actos es una historia de amor extraída de la Eneida de Virgilio, sobre la reina de Cartago, al norte de África, llamada Dido, y el refugiado troyano Eneas. Debutando como vestuarista de ópera, Amor jugó con el estilo grecorromano y lo mezcló con diseños contemporáneos. Así, prendas que parecen antiguas, también podrían ser vistas hoy por la calle. “Lo que intento con mi trabajo es transmitir la esencia y la magia que Igor quiere que se logre en cada personaje”, dijo el diseñador.
Foto: Adrián Echeverriaga.
¿Cómo nació su pasión por la moda?
Mi mamá y hermana cosían y tejían desde que yo era niño. Con 14 años yo ayudaba a cortar la ropa y sabía coser. Siempre fui muy bueno dibujando, entonces toda mi familia pensaba que iba a estudiar Bellas Artes. Pero con 16 años tenía clarísimo que quería estudiar moda. Mi marca, Ángel Amor, nació en el 2003 como una marca de sombreros. Esa es mi especialidad. Varios años después de fundarla me empezaron a llamar para trabajar en cine.
¿Qué importancia tiene el sombrero en el estilismo?
Para el vestuario cinematográfico y escénico es indispensable. El retrato es siempre lo que más ocupa la pantalla. En Cenicienta, la pantalla la ocupa la protagonista, Cate Blanchett, con mis sombreros. En esa película fui el encargado de sombrerería, un departamento que casi siempre trabaja también los corsets, collares, joyería y otros complementos. Me dedico mucho a novias y pasa lo mismo, lo que más se ve en las fotos de su día es el sombrero, no tanto los zapatos o la cola del vestido. Desde los años 70 el sombrero dejó de ser moda, pero antes era la moda de la calle, era un símbolo de distinción. Protege del sol, del frío, tiene su función. Hoy le tenemos prejuicio a los sombreros porque no son la moda, es un accesorio que quedó un poco en el tiempo. Pero si vamos a cualquier película de época o de fantasía, los sombreros son clave. Pasó lo mismo con los zapatos de taco, ahora se usan los trainers. Es algo sociológico. Yo espero, y lo noto, que se vuelva a usar el sombrero de la misma manera que hoy se usa un bolso o un buen calzado; son para todas un signo de distinción.
Foto: Adrián Echeverriaga.
¿Cómo es el proceso creativo de un vestuario?
Siempre es largo. El proyecto de Dido y Eneas lo vengo trabajando con Igor desde septiembre de 2020. La pandemia dilató el proceso y nos dio más tiempo para elegir los diseños, colores y materiales. El equipo lleva dos meses comprando telas y haciendo videollamada conmigo desde Europa mientras confeccionan. Me he acostado a altas horas de la madrugada porque teníamos cinco horas de diferencia (ríe). Ahora llegué, y voy a trabajar en el taller por 20 días. La etapa más importante del proceso creativo es la de documentación, para luego poder darle forma a todas las ideas. Se trata de buscar referencias, investigar sobre distintas épocas y estilos. A mis alumnos siempre les digo que las cosas se han hecho mil veces y que está bueno mirar lo que hicieron otros para no repetir y también enriquecerse. Los looks se van definiendo de a poco a medida que se arman los moodboards, con los paneles de cada personaje y las referencias que te inspiran para vestirlo. En el caso de Cenicienta, todo el vestuario fue inspirado en el estilo del siglo XVII, con excepción del de la madrastra. Este fue completamente inspirado en las divas de Hollywood de los años 50. Una vez que uno conoce los distintos estilos, puede jugar con ellos.
Foto: Adrián Echeverriaga.
¿Cómo es el caso de Dido y Eneas?
Lo que intento con mi trabajo es transmitir la esencia y la magia que Igor quiere que se logre en cada personaje. Dido y Eneas es una historia que se ha representado de todas las maneras. En estilo contemporáneo, de época del siglo XVIII, también en el estilo troyano, y varios más. En mi caso, le di un poco de estilo grecorromano, mezclado con lo contemporáneo. Si miramos los vestidos, que teñimos a mano y confeccionamos, dan un aire tunecino y marroquí, pero a la vez se podrían usar para la playa un día cualquiera. Son totalmente contemporáneos. Lo mismo con la chaqueta de Eneas. Podría parecer de la época romana pero rockera al mismo tiempo.
Foto: Adrián Echeverriaga.
¿Cómo se diferencia el proceso de diseño para cine con el de teatro?
La diferencia más grande es el presupuesto. El de las películas de producciones grandes rondan los 250 millones de dólares. Los tiempos también son distintos, la producción de cine se hace en cinco meses y la de teatro en semanas. El proceso creativo es el mismo. Todo es artesanal, se trabaja a mano. En el teatro tengo que tener en cuenta la distancia del público con el escenario, pero en el cine pasa algo similar. Lo único que se ve bien es lo que está en primer plano. En la última película que trabajé, Muerte en el Nilo (2022), estuve un mes entero, con otras tres personas, haciendo los trajes de unas monjas que se ven un segundo y, si no te cuento que están ahí, no los ves. Pasean por atrás de la protagonista, y la escena está en blanco y negro. Con lo que costó hacer esas ocho monjas, hacemos cinco funciones de teatro como esta (ríe). En la escena final pasa lo mismo, hicimos un trabajo supermeticuloso para los sombreros de los militares belgas, pero se ven al fondo y en desenfoque (ríe). En Maléfica gastaron un dineral y horas en el calzado. Angelina llevó botas de 500 libras de Vivienne Westwood pero no se ven nunca.
Foto: Adrián Echeverriaga.
¿Cómo describiría su estilo de diseño?
Lo definiría como gótico-romántico. Soy muy romántico pero me gusta mucho el lado oscuro, es algo que tiene que ver con el fetichismo, con la idea de preservar la belleza después de la muerte. Creo que por eso, por ejemplo, me gustan las plumas.
¿Qué se hace con el vestuario una vez que se filmó la película o terminó la obra?
Van a los archivos del teatro o de la productora. La mayoría de lo que está en los archivos se puede reusar, alquilar o vender. Me dieron acceso a, por ejemplo, los materiales de producción de Blancanieves (2012) y La Bella y la Bestia (2017) para reciclar lo que quisiera. En las películas de Hollywood que he trabajado, Walt Disney se queda con algunas cosas para sus archivos y hace una ruta por todo el mundo con lo demás, acompañando el estreno de las películas. Se hacen carpas y exhiben el vestuario. También hay coleccionistas de vestuario por todo el mundo. Estos, antes de que se filme la película, piden que se haga una réplica de determinada prenda, para que se la puedan quedar ellos. He tenido que hacer varias réplicas por ese tema. El vestuario de Angelina Jolie en Maléfica, por dar un ejemplo, cuesta millonadas. Todos los vestuarios son muy costosos y el valor añadido, una vez filmada la película, es altísimo.
Foto: Adrián Echeverriaga.
Durante su carrera, ¿qué creación fue la más desafiante?
Todo es increíblemente desafiante. Destacaría, como ícono en el cine, el sombrero grande de Cate Blanchett en la escena que baja de la carroza. Sandy Powell, directora de diseño de vestuario, vino a verme y me dijo que era petición del director que el sombrero en esa escena fuera el más grande de la historia del cine y semi transparente. Esas fueron las directrices. Casi me viene un ataque de pánico (ríe). Fue difícil porque tenía que ser lo suficientemente transparente como para que fuera traslúcido, que ella pudiera ver a través de él y que el espectador pudiera ver su cara del otro lado. También tenía que funcionar con las luces y las cámaras. Las capas de Angelina, en el caso de Maléfica, fueron muy complicadas también. Ella llegó a tener algún momento de furia porque probamos muchas capas, llegamos a 10, hasta dar con la indicada. El modelo de capa de terciopelo que ella usa en toda la película es el mismo patrón que estoy usando para Dido en Dido y Eneas.
¿Cuál fue su trabajo en Maléfica?
La diseñadora central fue Anna Sheppard y tenía 10 personas trabajando para ella, que a su vez tenían sus propios equipos. Yo estaba en uno de esos, trabajé las capas y los cuellos. En total éramos 52 personas en vestuario. Fue duro y muy emocionante a la vez.
Foto: Adrián Echeverriaga.
¿Cómo fue esa experiencia?
Como fue la primera gran producción cinematográfica en la que trabajé y mi primer contacto con Walt Disney, para mí fue fascinante. Estuve out of myself. En todos los sitios se trabaja duro y la disciplina es clave. Pero en estas producciones de cine el contrato es de 12 horas por día. La experiencia en Maléfica fue un sueño pero no lo fue para todos, fue un trabajo muy duro y además en estas producciones se dan peleas de corona muy grandes, es un ambiente muy competitivo. Son producciones tan grandes que quieren tener a los mejores de todo, entonces hay envidia y tensión entre los creativos. Si sos la mejor haciendo calzados de tacón y vivís en Canadá, por ejemplo, te van a atraer desde Canadá, sin importar el costo ni nada. Angelina Jolie me dejó una carta sobre la mesa, que quizá un día me solucione la jubilación (ríe), que dice “muchas gracias por tu trabajo, sigue así”. Esa frase resume lo que hay que hacer: no bajar el listón. De las producciones grandes que participé, Cenicienta fue la que mejor ambiente tuvo. Había buena energía, compañerismo y nos sentíamos cuidados. Hay producciones en las que ni comes.
Vivió 12 años en Londres. ¿De qué manera cree que esa ciudad influenció su trabajo?
De manera total. Cuando estudié en Central Saint Martins, de los 26 a los 28 años, en mi curso estaban Stella McCartney y Alexander McQueen. Tuvimos de profesores a Stephen Jones, sombrerista muy respetado en el mundo de la moda, y a John Galeano, diseñador que estuvo al mando de Givenchy, Dior y Maison Margiela. También hice pasantías con Vivienne Westwood, fue todo increíble. Siempre digo esto: aprendí mucho de moda en la Saint Martins pero también mucho de vida. Haber estudiado ahí, me cambió.
Foto: Adrián Echeverriaga.
Es docente en varios lugares. ¿Qué le gusta de ese trabajo?
Mi gran pasión es la educación, más que la moda. Transmito mi conocimiento por amor, me encanta. Quedarme con todo lo que sé y con lo que sigo aprendiendo para mí solo sería triste. Todo lo que aprendo lo tengo que transmitir, es una ley de vida.