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El periplo de la científica uruguaya premiada por su investigación vinculada a la transmisión del VIH

Daiana Mir fue estatua viviente en Estados Unidos, se doctoró en Brasil y fue premiada por sus investigaciones en Salto

Daiana Mir siempre fue inquieta, curiosa, siempre quiso saber de todo. Quizá ahí, desde niña, preguntándose de dónde vienen los seres humanos, los animales y las flores, nació la científica que es hoy. Nunca fue religiosa, así que las respuestas a esas cuestiones tenían que venir desde la razón y no la fe. Fue lectora desde muy chica y muy preguntona. “Podría haber sido una buena periodista”, se ríe. Pero todo tuvo que esperar.

Daiana, doctora en Ciencias Biológicas por la Fundação Oswaldo Cruz (Fiocruz) de Brasil, hoy es la flamante ganadora de la decimoquinta edición del Premio Nacional L’Oréal - Unesco Por las Mujeres en la Ciencia. Lo hizo con un proyecto que lidera en la sede de la Universidad de la República (Udelar) en Salto, en la Unidad de Genómica e Informática del Centro Universitario Regional (Cenur). Pero antes de enorgullecerse de poder demostrar que “se puede hacer ciencia de calidad en el interior del país”, hubo muchos kilómetros recorridos. Miles.

Las respuestas a las preguntas que se hacía casi desde que nació, en Montevideo, el 18 de marzo de 1981, las quiso averiguar en el Laboratorio de Evolución del Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias de la Udelar, dirigido por Enrique Lessa. “Ahí realmente detoné”. Pero su título de grado, licenciada en Ciencias Biológicas, no lo obtuvo de un tirón. “Luego de un año y medio o dos me fui de viaje sin fecha de vuelta. Es que antes de entrar a la facultad y también durante los primeros años estudié teatro, algo que realmente hizo un cambio en mí y provocó muchas cosas. Surgió entonces la posibilidad de hacer un viaje por América Latina a dedo”.

Antes de su doctorado, su maestría en Bioinformática por el Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba) y aun de su licenciatura, y por supuesto una vida antes de obtener un premio, reconocimiento y visibilidad (y veinte mil dólares) por su proyecto sobre Vigilancia genómica del Virus de la Inmunodeficiencia Humana Tipo 1 (VIH-1) en Uruguay, Daiana recorrió a dedo, como artista callejera (de estatua viviente) Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. “Desde ahí me fui a Estados Unidos donde viví alrededor de un año. No trabajé en nada académico. Hice miles de cosas, moza sobre todo, pero también en una fábrica de filtros de café. En un momento comencé a extrañar estudiar, ¡me compraba libros de biología! Entonces decidí irme a España para continuar lo que había empezado en Uruguay”.

Daiana hizo la reválida en Barcelona. No fue fácil, como no lo es nada en la formación en ciencia: los teóricos eran multitudinarios y en catalán. Ella, bastante perdida en la lengua local, se manejaba mejor en las clases prácticas, donde los grupos eran más chicos y había un ambiente más amigable con el español. Antes de cumplir un año en se país decidió volver a Uruguay. Lo hizo en el momento en que todo el mundo quería volar de aquí, en 2002.

“Extrañaba mucho estudiar acá, pero mis padres me decían: ‘¡No podés volver ahora, esto es un desastre!’. Claro, en Uruguay se vivía lo peor de las crisis. Me vine de visita y empecé a enumerar los pros y los contras de quedarme. Y los pros ganaron, así que decidí retomar la licenciatura. No me arrepiento para nada de eso. Es más: creo que es lo mejor que hice, yo siento que la formación que tuve acá fue excelente”.

Salto de calidad. Daiana arranca temprano sus días en Salto, donde está radicada tras ganar un concurso para un cargo en el laboratorio de la Unidad de Genómica e Informática del Cenur en 2018. Vive a tres cuadras de la costanera, ahí donde aprovecha a ir a caminar y a tomar aire para despejarse, a las horas en las que el calor norteño se lo permite. Lo hace escuchando podcasts (Gastropolítica y Salvapalooza son sus favoritas) y música “variada con un fuerte sesgo hacia lo brasileño”.  Hoy es su lugar en el mundo para vivir y para desarrollarse como científica y docente. Y eso que hubo lugares antes para escoger.

“Una característica que tiene hacer ciencia es que implica mucha colaboración tanto con colegas de tu país como del extranjero. Eso conlleva viajes por pasantías y congresos. Viajar está en mi naturaleza, así que esta carrera compatibiliza con eso que tanto me gusta”, dice. Tanto le gusta que prefería no repetir lugares a visitar, para conocer más mundo. La excepción a esa regla ha sido Berlín, lugar que conoció en 2020 antes de la pandemia por un curso, regresó el año pasado gracias a otro y volvería mil veces más por la excusa que fuera.

Antes de Salto fue Río de Janeiro. Mientras ella hacía su maestría, su orientador, Héctor Romero, la contactó con otro investigador uruguayo, Gonzalo Bello, experto en el análisis bioinformático de las evoluciones virales, su área, que trabajaba en Fiocruz. Ese nexo facilitó que se fuera por cuatro años a hacer su doctorado a la cidade maravilhosa, sobre todo para quien está de paso.

“Cuando vas como turista, Río es maravillosa. Pero cuando vivís… Río es maravillosa y salvaje, llena de hermosura natural y de violencia. Fiocruz está rodeada de favelas, tenés que tomarte más de un ómnibus para llegar ahí, es común que quedes trancada horas por los embotellamientos”, describe. 

Cuando cambió Río de Janeiro por Salto, tras incontables horas de ómnibus con siete valijas en la bodega y escala en Punta del Este (aventura justificada por razones económicas y para saludar a su madre que vive en la península), sus nuevos vecinos le dieron la bienvenida advirtiéndole que “la calle estaba horrible, cada vez peor”, debido a la inseguridad creciente. A escala salteña, claro. Para ella, la posibilidad de salir a caminar tranquila ya le daba la sensación de estar en Disneylandia. Hablamos de una profesional que se acostumbró, si es que eso es posible, a que las balas picaran cerca. 

“Yo tenía que revisar todos los días una app llamada Onde tem tiroteio (Dónde hay tiroteo) para saber por dónde tenía que ir para zafar de los balazos. Estaba trabajando en el laboratorio y empezaba a escuchar ráfagas. De pronto te llegaba un email institucional que te decía que no salieras hasta un nuevo aviso… Capaz que Salto está más bravo que antes, pero si tomás en cuenta de dónde venía, era calidad de vida ganada. Salto resultó ser ideal para las necesidades que tenía. Voy caminando a trabajar y las clases no son multitudinarias. Eso te permite una relación con el alumno que no la tenés en Montevideo. Terminás conociendo bien a la persona a la que le das clases, ¡te la encontrás en la feria!”. Salto —cuyos 110.000 habitantes la convierten en la tercera ciudad más grande de Uruguay, siendo que tiene 58 veces menos gente que la otrora capital brasileña— será menos vistoso que Río, pero sus vecinos tienen muchas más chances de llegar sanos y salvos a sus casas.

Ciencia desde el norte. Daiana trabaja en la plataforma de investigación que se inauguró recientemente al lado del Cenur. Es docente grado 3 y tiene dedicación total. En esa plataforma están los aproximadamente 50 investigadores científicos radicados en Salto. “Es una sede nueva, que cuenta tanto con laboratorio húmedo como con ordenadores y servidores. Lo bueno que tiene es que estamos todos juntos, lo que no ocurre en todos lados. Eso facilita recibir aportes de colegas que trabajan en otras áreas, te brinda otras miradas”. Si no tiene clases y se siente “prolija”, le gusta hacer yoga o spinning. O vuelve a la costanera sobre el río Uruguay, cuyos atardeceres son postales.

Hacer ciencia en Uruguay no es fácil. Hacer ciencia en Uruguay siendo mujer es más difícil. Hacer ciencia en Uruguay siendo mujer y desde el interior, es todavía más complicado. Ella es cuidadosa al hablar del tema: no tiene hijos y no le ocurrió (“o mejor, nunca sentí que me haya ocurrido”) haber sentido discriminación por género. Aunque no desconoce que esas cosas existen. 

“Yo no te hablo a nivel personal, pero en general las responsabilidades de los cuidados recaen en las mujeres. Vos en el interior no tenés la red de contención cerca, tampoco. La descentralización apunta a los estudiantes, pero la gran mayoría de los científicos que estamos acá no somos de Salto. Hay muchos colegas con hijos y todavía no tenemos acá (en la sede de la Udelar), aunque se está tramitando, un jardín para poder dejarlos mientras trabajamos. Eso también juega cuando tenés a tu cuidado personas mayores, como me puede pasar a mí. Obviamente, las distancias no son como cuando vivía en Río de Janeiro, pero yo tengo a mis nostalgias a 500 kilómetros”, expresa.

La investigación ganadora —en la que además de la plataforma de investigación salteña ha colaborado la Dirección de Laboratorios de Salud Pública del Ministerio de Salud Pública— apunta a usar las secuencias del genoma del patógeno del virus VIH para entender cómo es su transmisión. “Estamos investigando cómo ha sido el patrón de transmisión de este virus en Uruguay”, resume. Esto incluye hacer inferencias para detectar niveles geográficos y temporales de las redes de transmisión del virus. “Hemos logrado la caracterización de las variantes que circulan, hay muchas que circulan y muchas que son específicas del país. Acá hay variantes y redes que surgen en un lugar y momento específicos y que todavía no han sido mapeados. Hay que ver todavía cuál es la forma de transmisión mayoritaria en cada caso, cómo es el acceso a la terapia, qué factores demográficos o sociales inciden. También hay que ver cuál es la población más afectada por cada variante, qué alcance geográfico tiene y cómo se ubica a nivel regional. Una vez que tengas esa red podés seguir agregándole capas de información y detectar falencias. Eso a su vez podrá ser utilizado como una herramienta de los laboratorios de MSP para redireccionar políticas de salud pública”.

Lo que sigue ahora, con el proyecto premiado y financiado, es tan fácil y anhelado como “obtener resultados”. Para ello trabajará junto con una de sus alumnas de grado, que quiere utilizar esta investigación como su tesina. 

El premio L’Oréal-Unesco fue considerado como propio por el Cenur de Salto. La sociabilidad de Daiana, más allá de su actividad académica o política (milita en la Asociación de Docentes de la Universidad de la República), generó una alegría grupal. “Las autoridades también se alegraron, porque de alguna manera visibilizaba la ciencia que se hacía acá. Por eso pusieron una camioneta para que mis colegas vinieran a Montevideo” a la entrega del premio, lo que ocurrió el 7 de febrero, en el Edificio Mercosur. También estuvo su familia. Su abuela, gran hincha suya, no quiso faltar a la ceremonia, que contó con la presencia del ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, y la subsecretaria, Ana Ribeiro. “El problema es que dijo que, por un tema de comodidad, solo podía ir si se ponía championes. A ella, que es muy coqueta, eso le daba cierto resquemor”. Daiana se solidarizó con ella, yendo a recoger su premio con un vestido con notas musicales… y championes.

De todas formas, la científica sabe que más allá del logro personal, compartido en lo grupal y lo familiar, la enseñanza que este episodio deja es todavía más importante. “Pienso que este premio es valioso para incentivar a que los jóvenes en el interior se interesen en la ciencia. Se visibiliza que una científica radicada acá es capaz de ganar un premio que es importante a nivel nacional, donde se trabajó en conjunto con los laboratorios del MSP. En resumen: demuestra que se hace ciencia de calidad en el interior”, concluye.