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Emma Sanguinetti: "La construcción de una vida interior es tan importante como el afuera"

• Nombre: Emma Isabel Sanguinetti • Edad: 57 • Ocupación: Abogada, divulgadora de arte • Señas particulares: Le molesta el desorden; antes odiaba tener rulos y ahora son parte de su personalidad; para cuidarse la garganta siempre usa pañuelos.

Redactora de Galería

Es abogada recibida de la Universidad de la República. ¿Por qué escogió primero esa carrera y qué la hizo decantarse luego por el mundo del arte? Entré en el 84, pero justo en el medio me fui a Buenos Aires a estudiar historia del arte. Esa era mi vocación, fíjate que nací entre Peñarol, los cuadros y los libros, pero no existe una carrera así en Uruguay y tuve que elegir otra cosa. Porque lo que siempre me interesó es la disciplina académica que estudia el hecho artístico, no ser artista. Yo no te hago ni un fosforito. Entonces tenía dos opciones: algo más cercano a lo que me gusta, como historia, que era la profesión de mi madre, o una carrera de amplio espectro que me permitiera tener una herramienta para vivir, que era elegir la profesión de mi padre. Y no reniego de la abogacía, pero una vez recibida fui cambiando de a poco la ecuación y dedicándome cada vez más al arte, aquello que había quedado relegado al tiempo libre, y cada vez menos a la abogacía. Hasta que un día, divorciada y con dos hijos chiquitos, ya no podía más con las dos cosas y me tiré al agua. Y por suerte había agua, no me escraché.

¿Es historiadora de arte entonces? ¿O cómo definiría a qué se dedica? Yo soy divulgadora cultural. La gente que está en el arte tiende a hablarles a los que también están en el arte, y a mí me gusta hablarle al otro 95%, sin palabras difíciles ni etiquetas que excluyan a la gente. Lo que hago es leer en difícil y tratar de decirlo en fácil para dar la oportunidad de entrar a ese mundo, que, la verdad, la idea es que nadie se lo pierda porque es maravilloso. Te hace viajar, yo siempre vivo en otro siglo; es un modo de sacarte de tu propio ombligo. La pandemia ayudó a entender que la cultura y el arte son una herramienta fabulosa para alimentar el espíritu. Cuando te quedás encerrado te das cuenta de que no tenés una vida interior. Todo era el afuera, con su dinámica y rapidez, y nunca te habías sentado a cultivar tu intimidad, tu espacio, otros niveles emocionales. La construcción de una vida interior es tan importante como todo lo que hacemos por fuera. Yo estaba contenta en mi casa.

Y si mañana tuviera que mudarse, ¿de qué cuadro o libro no podría deshacerse? Me llevo todo. Cada libro y cada cuadro tiene una historia que me une. Cómo llegó a mí, por qué lo quise poner en ese lugar. Es prusiano, pero me retrotrae a los tiempos en que leí ese libro o a la persona que me regaló ese cuadro, y son momentos de mi vida. No me puedo desprender de nada, pero no soy coleccionista, no tengo afán de poseer. El único problema es que en casa los cuadros y los libros compiten por el mismo lugar, que son las paredes, y entonces tengo cuadros hasta por los pisos.

Tiene un instituto de arte. ¿Cómo se percibe como docente? Me divierte mucho cuando me dicen que soy una droga, porque es compulsivo, no pueden parar de escucharme. Me halaga mucho sentir el éxito de los cursos. Empecé en 2005 y no han parado de crecer, tuve más de 5.000, 6.000 personas. La gente quiere saber, no es que no vayan a los museos porque no les interesa. Lo que hay que hacer es acercarlos a la cultura, no expulsarlos. Y se precisaba un espacio donde pudieran entender que el arte también es para ellos. Todos pueden estudiar, no tenés por qué saber nada de arte, lo único que tenés que tener es mucha curiosidad y ganas de enriquecerte, de ver el mundo de otra manera.

¿Y cómo era como estudiante? Yo fui muy mala alumna en el liceo, la estrellita era mi hermano. Vivía colgada de un libro, enamorada de Miguel Ángel. Recién me empecé a destacar un poquito en 5° y 6° porque desapareció matemática y empecé a recoger la siembra de todo lo que había leído por las mías. Por eso me reivindico como autodidacta, lo hacía y lo sigo haciendo. Yo empecé a leer desde muy joven, me armaba mis propios programas, y hoy sigo aprendiendo todos los días. Hay una frase de Frédéric Beigbeder, gran escritor francés, que dice que los autodidactas, a diferencia de los profesionales con título, no paramos nunca de aprender porque siempre estamos prontos para dar ese examen que nunca nos van a tomar.

En su sitio web describe a su marido como un inverosímil, ¿cómo son sus hijos? Él es de no creer, es todo un personaje. Y cuando alguien es un personaje distinto, muy loco, lo siento inverosímil. En cuanto a mis hijos, yo creo que todos los padres decimos que tenerlos es la experiencia más maravillosa. Caigo en un lugar común, pero es cierto. Mis hijos son todo; lo que te pase a vos es lo que te pasa a vos, pero preparar a tus hijos para lo que les vaya o pueda pasar es el desafío más grande. La responsabilidad de ser su guía y convertirlos en gente de bien, de darle las herramientas para que se construyan y puedan defenderse ante la jungla, el afuera, que siempre está dispuesto a liquidarte.

Y entre las cosas que hicieron sus padres que sí haría, ¿hizo a sus hijos de Peñarol? No hay opción. Podés políticamente pensar lo que quieras, si querés ser comunista, trotskista, anarquista, lo que no podés no ser es de Peñarol. Nunca tuvimos el dilema tampoco, estamos expuestos desde muy chiquitos; yo crecí en el estadio. Mi familia es toda agnóstica pero nuestra religión es Peñarol. Es la tradición familiar: mi abuelo el día que nací me hizo socia, entonces mi madre, que es la más peñarolense de todos, cuando nacieron sus nietos iba al sanatorio, sacaba una foto en la nursery y de ahí se iba a la sede a hacerles el carnet.