Es autor de las novelas que inspiraron El secreto de sus ojos y La odisea de los giles, estuvo en Montevideo para presentar Lo mucho que te amé
Es autor de las novelas que inspiraron El secreto de sus ojos y La odisea de los giles, estuvo en Montevideo para presentar Lo mucho que te amé
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHay que tener talento y hay que demostrarlo. Pero también es fundamental que, aunque sea una vez en la vida, el que arroja los dados lo haga a favor. Bien lo sabe Eduardo Sacheri (51), un profesor de Historia, bonaerense de Castelar, fanático de Independiente de Avellaneda, uno de los grandes del fútbol argentino. Y si hay un tema que lo apasiona, es ese.
"Yo estaba en la cancha de Ferro el día que se nos lesiona el arquero (Sergio) Vargas y entra (Eduardo) Pereyra". A Sacheri le encanta hablar de fútbol. "Creo que fue en febrero (de 1989), un día como con 70 grados a la sombra, en un partido que Argentinos Jrs. nos ganaba 3 a 0 encajándonos un peludo bárbaro. Y entra Pereyra, con pantalones largos, el pelo largo hasta acá... Y yo, y varios, en la tribuna nos preguntamos: ‘¿Y este quién carajo es?'. No era la época de hoy con Google; en aquella época al arquero suplente, si no había atajado antes en el fútbol argentino, capaz que ni lo registrabas. No nos meten más goles. Días después, Vargas se recupera pero Pereyra sigue atajando, salimos campeones y el tipo deja un recuerdo espectacular. ¡Vos fijate lo que es que justo te pase el bondi! Capaz que Vargas no se lesionaba nunca y Pereyra se iba al terminar el contrato, sin dejar huella".
Lo que le pasó al arquero uruguayo Eduardo Pereyra, de breve pero brillante pasaje por el rojo de Avellaneda, bien se puede trasladar al propio Sacheri, autor de best-sellers desde su primera novela, La pregunta de sus ojos (2005), llevada al cine cuatro años después como El secreto de sus ojos (2009), y que resultó ganadora del Oscar a Mejor película extranjera. Que tiene talento para escribir no hay quién lo dude, éxitos como Papeles en el viento (2011) y La noche de la usina (2016), también ambas con una versión fílmica, lo demuestran. Pero si el periodista Alejandro Apo no hubiera leído al aire en su programa Todo con afecto los cuentos de fútbol que el aún completo desconocido insistía en enviar a la porteñísima radio Continental, allá a mediados de la década de 1990, captando el interés de los oyentes y las editoriales, nada de lo que vino después hubiera pasado.
Hoy vive y disfruta el momento, entendiendo que un día esa rara avis llamada éxito, más de la mano de la fortuna que lo que muchos están en condiciones de admitir, se puede acabar.
Eduardo Sacheri estuvo en Montevideo para presentar su último libro, Lo mucho que te amé, en la Feria del Libro. Es la historia, narrada en primera persona, de Ofelia, tercera de cuatro hermanas que vive en una Argentina convulsionada, dividida entre peronistas y antiperonistas, sumida en una grieta antes que esta palabra se popularizara. Ella enfrenta un "dilema moral" de los fuertes: se enamora del novio de su hermana menor y él de ella, algo incompatible con lo que se esperaba de una mujer en una sociedad muy conservadora a mediados del siglo pasado.
Es un buen momento para el autor: Argentina eligió La odisea de los giles (aún en cartel), versión cinematográfica de La noche de la usina, para que la represente en la competencia por los Oscar. En diálogo con galería, sobre este y otros temas -como la docencia, las divisiones políticas, el éxito y que un gil es una persona honesta-, Sacheri aún no quiere lanzar las campanas al vuelo sobre la idea de convertirse en el primer argentino en ganar dos de estas estatuillas por coescribir sendos guiones basados en sus novelas.
Tomás Rolán, Ricardo Pavoni, Antonio Alzamendi, Carlos Goyén, Eduardo Pereyra... ¿qué uruguayo recuerda más con la camiseta del rojo?
Al Chivo Pavoni (gran sonrisa). Lo vi de niño y fue el protagonista de mi primer póster colgado en la pared de mi cuarto. Era de la revista El Gráfico: estaba encorvado, medias rojas marcadas con cal, a punto de patear un penal. En el epígrafe contaba su técnica para patear penales.
Usted tenía una columna en la revista El Gráfico, y en sus novelas anteriores el fútbol siempre ocupó lugares más o menos centrales. ¿Por qué cree que es tan escasa la buena literatura basada en este deporte, el más popular?
En una época, el fútbol estuvo erosionado por los prejuicios tanto por derecha como por izquierda. Para unos era populachero, carnavalesco y del vulgo; para otros era el opio de los pueblos que distraía al proletariado de la verdadera revolución. Recién cuando se metieron intelectuales como (Osvaldo) Soriano, (Roberto) Fontanarrosa, (Eduardo) Galeano o (Mario) Benedetti, que dijeron que como les gustaba el fútbol iban a escribir de él, ese prejuicio empezó a retroceder.
Sobre su nueva novela, la protagonista y narradora es una mujer. La dedica a las mujeres de su familia. ¿Tiene muchas referencias personales? ¿En qué se basó?
Esas mujeres -mi madre, mi abuela, mi tía, mi hermana y mis primas- son aquellas con las que me crie. Sus modos de hablar y sentir, sus maneras de ver el mundo, impregnaron mi niñez. No es casual que Ofelia sea de la generación de mi madre. Es una generación que aunque le faltaron un montón de conquistas, lograron consolidar sus derechos, al menos pudieron estudiar. No escaparon a su tiempo, aunque ninguna se considere una feminista de vanguardia.
¿La sensibilidad actual sobre el feminismo tuvo algo que ver?
No lo creo o al menos no conscientemente. El motivo consciente para elegir una voz femenina es que iba a plantear una historia de amor compleja, un dilema moral fuerte en el contexto de una familia que puede sancionar severamente esa desviación moral. Y me dio la sensación de que la mujer padecía esa censura moral mucho más que los hombres, que se la han llevado más de arriba o más suave en esos temas. De ahí la conveniencia.
Lo mucho que te amé ocurre en las décadas de 1950 y 1960, un país políticamente muy dividido en bandos aparentemente irreconciliables. Hoy pasa lo mismo. Como licenciado y profesor de Historia, ¿qué similitudes y qué diferencias hay entre ambas épocas?
La similitud está en la profundidad de estas oposiciones. Pero hay una diferencia fundamental. Me da la sensación de que en esas discusiones de peronistas y antiperonistas, que eran muy fuertes, en el seno de las familias había un punto en el que se detenían, ya se sabía lo que el otro pensaba y se consideraba que no tenía sentido porfiar en la pelea. Me parece que hoy en día hay gente dispuesta a porfiar cueste lo que cueste, como si necesitara pronunciarse siempre, así signifique romper todo, no hablar más con el otro, como si lo único que te constituyera fuera tu posicionamiento político.
¿Le pasó de cortar los vínculos con alguien por política?
No al punto de dejar de hablar, pero... si vos vas a limitar tu cotidianidad a eso, la verdad es que rompe las pelotas, no me da muchas ganas juntarme con vos.
Todavía sigue dando clases en un liceo. ¿Cuál es la principal enseñanza que les deja a sus alumnos?
Quiero alentarles la curiosidad y el esfuerzo. La curiosidad entendida en preguntar y no quedarse con la pregunta. El esfuerzo de buscar respuestas da laburo.
¿Cuántos días pide al año por ferias y viajes?
No pido, es que doy clases solamente los lunes. Armo mis viajes en función de eso. Doy clases en la mañana y en la tarde ya viajo. Al lunes siguiente doy clases de nuevo.
Sin condiciones. Casado con una psicóloga, padre de un varón de 23 años y una joven de 19, Eduardo Sacheri asegura que nunca pregunta cuántos ejemplares vende. "Lo hago para no condicionarme". El día que sus novelas no tengan el éxito actual, dice, pedirá más horas de clase. Desde hace una década, cuando se estrenó la película El secreto de sus ojos, su vida tiene similitudes con la de un rockstar en gira: hoteles, viajes, ferias, entrevistas, presentaciones. De Montevideo volverá a Buenos Aires y de ahí a Cipolleti, en la provincia argentina de Río Negro. Los lunes estará en Ramos Mejía, dictando clases a adolescentes de 16 años, a punto de terminar "el secundario".
Ya son tres las novelas suyas que llegaron al cine. ¿Los resultados son parecidos a los que se imaginaba al terminar de escribirlas?
Nunca, pero es inevitable. De arranque, se incorpora la mirada del director. Luego están las locaciones, los rostros, la posición de la cámara... hay un proceso en el cual vos aceptás las diferencias o te frustrás.
¿Y en cuál quedó más frustrado?
Noooo... hay códigos barriales (sonríe). Quiero mucho a los directores con los que trabajé.
¿Le quita el sueño la idea de ganar otro Oscar?
Nah... igualmente, lo único que pasó hasta ahora es que Argentina la envió. Hoy hay 90 películas de todo el mundo compitiendo por Mejor película extranjera, en diciembre se cortan a nueve y en enero a cinco. ¿Sabes todo el agua que todavía tiene que correr? No me animo ni a pensarlo.
Usted perdió a su padre de joven. ¿Qué le hubiera querido decir?
Lo perdí cuando tenía 10 años. Más que decirle me hubiera gustado tener su compañía mientras crecía, me hubiera gustado preguntarle cosas sobre todos los dilemas que me planteó la vida.
Sin su presencia, ¿cómo aprendió a ser padre?
Por suerte, tenía muy buenos recuerdos y, además, mi vieja fue un gran modelo maternal. A lo mejor, mi experiencia personal me catapultó a tratar de estar muy presente en la vida de mis hijos, a partir de la sensación de que no se sabe cuánto esto puede durar. Desde que ambos vieron la luz, ellos fueron mi prioridad.
¿Y cómo han sobrellevado su notoriedad? Sobre todo al principio, cuando eran más chicos.
A lo mejor, el primer par de años nos cambió la vida a todos... más cuando salió la película (El secreto...) que cuando se publicó el libro (La pregunta...). Mis pibes no estaban acostumbrados a que me pararan en la cancha de Independiente para sacarme fotos. Pero sacamos lo positivo (hace el universal gesto del dinero con sus dedos, sonríe), ahora podemos viajar más juntos.
¿Se siente en la obligación de que sus libros sean best-sellers?
Para nada. ¿Cómo hacés para estar obligado? Nadie tiene la fórmula del éxito en nada. Si no, ¡todos seríamos Gardel!
Pero no es lo mismo un éxito mediano que tener una seguidilla como la suya. La novela que no fue al cine -Aráoz y la verdad (2008)- fue al teatro.
Sí, pero ponele... ¿Qué va a pasar con Lo mucho que te amé? No tengo la más puta idea.
¿Le preocupa?
No.
¿No?
Preocuparme, no. Ahora, si me preguntás si me gustaría que los lectores me acompañaran, ¿a quién no le gusta ser querido? No me pongo en plan: "Ah, a mí no me interesa cómo reaccionan los lectores". Pero si no pasara, agarraré más horas de clase y listo. Eso lo vengo pensando desde el segundo libro. Si Lo mucho que te amé anda bien, ya tengo un libro más, una nueva temporada de ferias literarias. Pero si en dos libros me va mal, listo, ¡se acabó ahí!
UNA PERSONA HONESTA, UN GIL
A Eduardo Sacheri no le gustó inicialmente que el título de la película basada en La noche de la usina incluyera la palabra giles. "Por un lado, está el hecho de que es una palabra muy local, muy argentina. Por otro lado, se trata de un insulto ‘suave'. ¡Pero lo cierto es que no propuse ninguna alternativa mejor!".
En el título influyó la opinión del director, Sebastián Borensztein, y del protagonista y productor, Ricardo Darín. Ellos querían explorar la posibilidad de graficar la actitud de un grupo de amigos que deciden llevar adelante un proyecto común, fracasan porque los engañan y luego, por las buenas, malas o peores, quieren vengarse y recuperar lo suyo.
"Es verdad que para caracterizar a personas así, cándidas, honradas, respetuosas de la ley y confiadas en el sistema, no se podían usar todas estas palabras. Había que resumirlo en una", indica el autor. Esa palabra fue "giles", cruel sinónimo de una persona honesta. "Ya lo dice el tango Cambalache: ‘El que no afana es un gil'".