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Florencia Infante: "En esta generación estamos todos intentando mucho"

La actriz y comediante Florencia Infante publicó recientemente La fiesta de los nadie, un libro en el que muestra su lado más íntimo y caótico, y una invitación a vivir en coherencia, con empatía y honestidad

Florencia Infante, de polera fucsia y saco azul con toques de rosado y blanco, debe ser la del atuendo más colorido de esa tarde en el café en el centro de Montevideo. Por fuera ella es eso: colorida, divertida, graciosa, muy sociable, extrovertida y otro sinnúmero de características que seguramente hayan sido las que la llevaron a ocupar espacios en tantos medios y a recorrer un camino ascendente como actriz y comunicadora.

“Quiero ser como vos”, le dicen a menudo. “Me lo dicen pila. En un momento dije: ‘bo, no tenés idea lo que es ser como yo’”, cuenta la comediante que comenzó su carrera en teatro a los 14 años, que formó parte del programa radial Segunda Pelota —donde era la única mujer del equipo—, del elenco de humoristas Cyranos, y que protagonizó las obras Jardín de Infante (2018), Intensidad (2019 y 2021) y Yo soy la tormenta (2022), obra que la llevó a ser la primera mujer en estrenar un unipersonal en la sala principal del Auditorio Nacional del Sodre.

No es que Flor no sea la imagen que proyecta a esos que quieren ser como ella —la colorida, graciosa—. Es eso, pero es también otras cosas que podrían llegar a sonar menos aspiracionales. Es hiperactiva, por eso duerme poco, muy poco, tiene inseguridades y dudas como todos, no tuvo una infancia memorable ni que recuerde y añore como época de extrema felicidad, tuvo meningitis a los 21, y en 2020 una “seguidilla de sucesos catastróficos” sacudió su vida.

Fue durante ese año que empezó a escribir, hasta que llegó a las 136 páginas de lo que terminó titulando La fiesta de los nadie, su primer libro. Su verdad. Su diario íntimo. La historia de —como ella misma se autodefine— una “nadie” que como tantos otros “nadie” tiene muchas cosas para decir. El libro es una invitación a ver qué hay más allá de su superficie. Y a partir de eso, ver qué pasa. Puede ser risa, llanto, alivio. Lo cierto es que lo que inició como una catarsis personal terminó siendo un compendio de vivencias que también echan luz sobre temas tan de todos como el amor, la muerte, la amistad, la soledad, la maternidad, la infancia o el bullying.

¿Cómo se gesta su libro, La fiesta de los nadie?

El viaje del libro empieza sin saber que era de un libro. Escribo mis unipersonales desde 2017 porque encontré que había algo ahí que me salía naturalmente, obviamente necesité la mano de Ernesto Muniz para traducir textos de una actriz de arte dramático al mundo de la comedia. En 2020 tengo una seguidilla de sucesos catastróficos. Nos echan a todos de Océano, mi papá nos comunica a todos los hijos que tiene una leucemia, que se va a morir pero no sabe si en dos meses o dos años. Tomo la decisión de separarme, heredo una deuda. Y ahí me agarro covid, y soy de las primeras en tenerlo. Mis hijos también, casi me muero porque en ese momento no se sabía nada. Te daban el alta con hisopado negativo, y estuve 26 días encerrada. Yo creo que si fuese más joven tendría algún diagnóstico de ansiedad o algo porque hago mil cosas a la vez. Estoy hablando contigo pero mirando qué pasa allá, y se me disparan ideas, aprendí a vivir con eso. Dije: 26 días acá me voy a volver loca, pero no poéticamente. Loca, loca. Hablando con amigas me dijeron: “escribí”. No tengo balcón, ver series me reembola, dormir no me sale. Me pongo a escribir para salvarme, para no ahogarme. Y escribía así como una purga. A los cuatro días dije: esto no es un unipersonal, no es una charla Ted. Me puse a hablar con Soledad Gago y me dice: ¿no tendrás un libro? Dije: pah, no sé, viste que los libros son cosas muy enormes, conceptualmente. ¿Libro de qué?, ¿cómo sigo? Aparece la figura de Gonzalo Cammarota, me dice: “escribí”, y Danna Liberman me dice: “escribí”. Del escribí, escribí, termino teniendo una reunión con la editorial. A los 26 días me dieron el alta, al otro viernes estaba en La Trastienda, me llaman de la editorial y me dicen: queremos hacer un libro con vos. Ahí empezó otro viaje. La editorial me dio muchas licencias poéticas, podía hacer el libro que me represente. Tiene mucho color, es como yo soy. Dije: quiero que el libro se parezca a mi cabeza, que lo puedas leer en desorden e igual tenga sentido, que los dibujos te inviten a imaginar. Empezó siendo un escribir para salvarse, y terminó siendo un libro.

En el libro muestra mucho de su mundo interior y su vulnerabilidad, una imagen que no se le conoce tanto. ¿Invita a ver lo que puede haber más allá de las sonrisas?

Después de lo de mi papá, siento que hay un punto de inflexión en mi vida, obviamente la comedia es tragedia con distancia y uno cree que todo lo que le pasa a uno es lo peor, pero de repente hay mojones que decís: ta, todo esto no era importante. Me quedé sin laburo, una cagada, pandemia, actriz, horrible. Pasa lo de mi papá: no, esto es horrible, todo lo otro, bueno, no tengo problema de trabajar de nada, algo iba a conseguir, mis hijos estaban sanos, tengo a mi mamá, muchos afectos, pero lo de mi papá era inminente. A partir de ahí empiezo a construir en paralelo el libro y el show Yo soy la tormenta. Son cosas distintas pero las empiezo a construir en paralelo, y empiezo a encontrar una necesidad de mostrar el lado B. Hago teatro desde que tengo 15 y este año cumplo 40. Una cosa que me dicen mucho las mujeres es: yo quiero ser como vos. En un momento dije: “bo, no tenés idea lo que es ser como yo, o lo que implica ser como yo”. El resultado es querible porque hay una parte que elijo mostrar en redes o sobre el escenario, pero lo que soy yo lo saben mi terapeuta y un núcleo duro, después es lo que vos construís y proyectás en el otro. A mí lo que más me llega es amor, tengo pocos odiadores, generalmente me siento muy querida, muy respetada por hombres y mujeres. Empecé a construir desde ese lugar de: ¿vos querés ser como yo? Y empecé a abrir puertas. El primer libro que di fue a Gonzalo Cammarota, y en ese momento digo: por primera vez le estoy dando mi diario íntimo a una persona. Se lo dije, y lo dije en la presentación. Fue: “la puta madre, qué vergüenza, qué miedo, qué pánico”. La parte más superficial está clara, soy divertida, me gusta creer en las personas, soy muy compañera, muy amiga. Entonces entregar eso a la eternidad es un montón. Ahora está ahí y lo que recibo es alivio, eso de: no estoy sola en esto entonces.

¿Le cuesta mostrarse vulnerable en el día a día?

Soy muy dura conmigo, no sé si es ansiedad, pero siempre estoy corrida del tiempo presente, entonces me cuesta mucho ser condescendiente conmigo, porque siempre estoy en otro lugar con mi cerebro. Me cuesta disfrutar, disfrutarme, creo que soy muy auténtica con mi círculo y recién ahora estoy empezando a intentar ser conmigo como soy con los demás, pero si vos sos de mi núcleo duro y leés el libro, no hay sorpresas. Soy muy auténtica y de un tiempo a esta parte hasta demasiado. Me parece que así es más fácil todo. No hay un personaje. El personaje soy yo. Si hay un personaje,  te tenés que estar cuidando todo el tiempo de no hacer agua. Ves las historias, leés el libro, me ves en el show, te encontrás conmigo en el bar y no hay mucha diferencia, hay una coherencia, y así me podés ver. Soy mucho más esto que la de la foto peinada y producida, que me encanta también ese juego; ese capaz es el personaje, porque ahora me gusta ser linda también.

Era la única mujer en Segunda Pelota, uno de los programas más escuchados de la radio, y este año fue la primera mujer en hacer un unipersonal (Yo soy la tormenta) en la sala Eduardo Fabini del Sodre. ¿Es consciente de sus logros, o ha sentido el famoso síndrome de la impostora que los atribuye a la suerte o cosas ajenas a los méritos propios?

Hice cientos de funciones en Montevideo, en el interior, exterior, cientos. No creo en Dios (a veces creo pero no todos los días). Hubo un día en que antes de salir a escena, me hice la señal de la cruz, y dije: ¿por qué estoy haciendo esto? Me pesqué ahí, como pidiendo algo, y pensé: vos estás acá porque vos te lo merecés. Entonces ahora antes de salir a escena cuando pienso: toda esta gente, qué pavor, tanta plata para verme a mí, por qué no estudié otra cosa, no los puedo defraudar, digo: vos te lo merecés. Entro y sucede, y es como un gran estado de inconsciencia hasta que termina. En el Sodre fue la primera vez que después de terminar no tenía micrófono, porque en Yo soy la tormenta al final llueve. Empiezan los truenos y rayos, me sacan todos los micrófonos, que quedan en el piso, y cuando termina y voy a saludar, no podía hablar, y lo único que podía hacer ahí era recibir, ahí sentí por primera vez “porque te lo merecés”. El aplauso del Sodre para mí fue un aplauso al trabajo, a ser la primera mujer, que es un papelón recién en el 2022, a los cientos de funciones; por los miles de espectadores, por ser una mamá, que hay muchas mamás que se sienten representadas. Fue la primera vez que recibí un aplauso sin poder interrumpirlo. Estaba mi mamá que nunca me puede ir a ver porque siempre cuida a mis hijos, mucha gente que yo quiero, que respeto un montón y otra que no respeto nada pero que estaban ahí, y todos aplaudiendo de pie. Ahora estoy en esa: no me creo nada nunca, pero me lo merezco. No tengo más de lo que necesito todos los días para vivir, porque no me interesa. Lo único que me interesa es ser coherente y feliz.

Habiendo estudiado arte dramático, ¿cómo terminó haciendo comedia? ¿Siempre fue graciosa?

No. Me acuerdo que María Mendive en el examen Ionesco me dijo: porque vos sos una gran actriz de comedia. Me fui con una chupadera que no te puedo explicar. En el examen de tragedia griega fui todo lo que quiere ser una actriz: mirá como te hago llorar, mirá cómo sufro. Con los años y la vida vivida, empecé a reconciliarme con su visión, muy acertada. La comedia llega de una forma muy extraña. Juan Pablo Olivera y Ernesto Muniz son los fundadores del Club de la Comedia acá en Uruguay y fueron los pioneros en generar un espectáculo al que vos querías sacar entrada para dentro de un mes y estaba agotado, era una locura. Se desató un fenómeno de comunicadores, famosillos, (famosos no existen acá porque salvo Natalia Oreiro, estamos todos en el Abitab), gente de la tele a hacer stand up y a mí me vinieron a buscar, porque era tentadora: la única que era actriz, la única mujer en un grupo de varones, que era Segunda Pelota. Dije que no. Un día empecé a encontrarme con materiales muy interesantes en Netflix, plataformas de comediantes estadounidenses que no se parecían tanto a lo que había visto acá en el Movie. Era más el actor o actriz en primera persona hablando de sus rollos sin hacer “tun tun, chiste”, porque el stand up tiene una fórmula tipo receta de cocina. Esto era la tipa sentada hablando y no necesariamente intentando ser graciosa, pero sí. Me empezó a interesar y empecé a investigar, un día con todo eso en la cabeza me encuentro de frente con Ernesto Muniz. Me había venido a buscar dos veces, y dije: bueno, es ahora. No sé qué tengo para decir pero es ahora. Nos sentamos a hablar, encontramos una manera de trabajar y escribir, y me empecé a dar cuenta de que yo era muy graciosa, casi que sin querer. Ahora lo que me pasa es al revés, tengo que decir que soy una actriz egresada de la Escuela de Arte Dramático, que estudié para hacer llorar.

¿Es más difícil hacer reír que hacer llorar?

Es mucho más difícil. Creo que más o menos todos lloramos por las mismas cosas. Si yo te presento una injusticia gigante o hecho trágico enorme y te lo cuento bien, vos te vas a conmover y yo también. Pero con la risa es distinto, lo que te hace reír a vos no me va a hacer reír a mí. Siento que hay una sucesión de decisiones del espectador que después que te eligen medio que te siguen eligiendo y funciona solo, pero al principio tenés que demostrar cuál es la música que presentás. Es más difícil aún hacer reír con inteligencia, porque intento no decir malas palabras, me río de mí. ¿Quién soy yo o en qué lugar me coloco para reírme de otro? Me parece un montón.

En su libro habla de una exigencia que recae sobre quienes hacen humor, de tener que ser siempre graciosos, en cualquier momento y situación. ¿Cómo lidia con esto?

Es difícil. No siento que pretendan que sea divertida pero siento que llego y se instala una cosa de sonrisa. Lo que he aprendido con los años es a ser honesta todo el tiempo. Creo que lo más difícil, más que no ser graciosa es esta cosa que también pasa con las redes, que como vos abrís, abrís, abrís, el otro cree que puede entrar y entrar. Entonces cerrar es difícil si habilito a entrar. Empecé a ser más cuidadosa en los contenidos y eso fue interesante porque a veces en mis contenidos ves que estoy ojerosa, comunico algo pero desde la honestidad. No hay make up. Estoy con un guacho que me salta arriba de la cabeza, enquilombada con la vida. Creo que todo pasa por la honestidad al final. Siento que en el último tiempo la gente aprendió a leerme. Soy muy accesible y eso es peligroso, porque el otro siempre quiere una tajadita de vos. Cómo conjugar eso intentando a veces decirle a la persona: “perdón, hoy estoy en un mal día”.

Cuando tuvo meningitis a los 21 se dio cuenta de que quería ser actriz. ¿La maternidad le trajo alguna revelación?

Tengo muchas amigas que me las dio la maternidad. Con la maternidad empezás a tener claridad en muchos aspectos, empatía, sabés que la otra está cansada, reventada, hormonalmente destruida. Tengo redes de apoyo que tienen que ver con esto de que todas queremos seguir siendo lo que en esencia somos. Porque cuando sos mamá históricamente todo se detiene, el mundo sigue y para nosotras que trabajamos de esto es un huevo, porque viene otro y ocupa tu lugar, es facilísimo que eso pase. La maternidad fue una gran revelación en esto de la empatía y la sororidad. Y qué estamos haciendo las mujeres que no conquistamos el mundo, porque es mucho power, y cada vez hay más. Antes había un recelo entre nosotras construido no sé desde qué lugar, y ahora me parece que hay mucha generosidad, es una ola que está creciendo que me parece muy hermosa y muy liberadora. Siento que si me voy a bailar ninguna mujer me va a preguntar dónde están tus hijos. A los hombres no les preguntan eso.

¿Cómo se lleva con su imagen?

Estoy aprendiendo. Me criaron culposa, con esta cosa del cuerpo como tabú. En realidad mi trabajo a lo largo de este tiempo ha sido tirar paredes que han construido mis ancestros, que tienen que ver con lo que no se dice, lo que no se muestra, lo que no se hace, o qué hay que aguantar, soportar, resistir. Si me muero mañana, nadie se va a acordar de lo que aguanté, se van a acordar de mi revolución. Mi revolución en mi familia es ser la que dice, la que muestra, la que hace. El último eslabón soy yo con mi cuerpo y mis prejuicios conmigo. Porque con los demás nada, pero conmigo todo. Si me gusta alguien, creo que prefiero morir que decírselo por vergüenza al rechazo. Tengo mucha inteligencia laboral y estoy aprendiendo a tener herramientas en lo emocional. Mostrar la panza es nuevo en mi vida, empezó hace capaz que dos años. Cumplo 40 este año. Empezó la cuenta regresiva para descubrirme, para invitarme. El año pasado por primera vez fui a un concierto sola, quiero enamorarme, quiero viajar sola, quiero hacer un montón de cosas que me las tengo que habilitar yo, que son mías.

Habla en su libro de su relación con la soledad, que redescubrió sobre todo después de su separación. ¿Cómo fue?

Empecé a reconciliarme con que estar soltero no es estar solo y que estar solo no es estar triste. Hay una connotación negativa con la soledad que me parece una mierda. Pero hay que también animarse. Tengo muchas amigas jóvenes que no se animan, y las que se animan, mamita, porque también es muy difícil dejar que llegue otro, porque no es a completar, es a acompañar. Yo no tengo ninguna carencia, y el que llegue tiene que llegar a acompañar y eso es un huevo, porque ellos fueron criados para completar. En esta generación me parece que estamos todos intentando, intentando mucho.

***

Florencia Infante no se levantará de la mesa de la cafetería sin cumplir con una promesa: “Un saludo para Las Berenjenas que me están mirando” (mejor dicho, leyendo). Así se llama un grupo de WhatsApp de mujeres con las que cada tanto se junta a jugar al fútbol. Les juró —cual niño que sale por primera vez en televisión— que las nombraría durante la entrevista, aunque esto no sea la televisión, ni ella sea una niña, ni sea la primera vez que habla frente a un grabador. La mención, en realidad, no es puramente caprichosa. Las Berenjenas son un cuadro de fútbol pero también “un mapa de lo que debería ser vivir”. Unas necesitan correr, y corren; otras, tristes o colapsadas con la maternidad necesitan meter goles. Y los meten. Algunas van porque precisan esa cerveza pospartido. “Está todo representado en ese fútbol, la que llega tarde porque no tuvo con quién dejar a los chiquilines, no pasa nada. La que a veces está de mal humor, nadie le pregunta. Me parece un mapa tan hermoso”. Todo en la vida sería mucho más fácil si se pudiera leer y comprender lo que el otro necesita y siente, y actuar —o no actuar— en consecuencia; o sea, si se ejercitara un poco más la empatía, piensa la actriz y comediante. 

Los varones y el humor

Florencia se autodefine como “varonera”. Las pruebas están a la vista en su historia personal, su carrera laboral, y la entrevista con Galería no fue una excepción. “Adiós, Maxi. Adiós Diego”. Ah, ¡me muero, este momento!, ¡que divino!”, exclamó al ver por la ventana al mismo tiempo a dos amigos que caminaban en diferentes direcciones. “Esta es mi vida”, agrega, luego de sacar la mano por el ventanal para chocarla con las de sus amigos. A los pocos minutos, un tercer amigo se acerca a la mesa a saludarla, poco antes de que apareciera el cuarto, que se refiere a ella como “la reina”.

Se considera “varonera”, ¿a qué se refiere?, ¿cree que le abrió puertas?

Viste que los seres humanos tenemos energía femenina y energía masculina. Yo creo que por mis características tengo energía masculina, y repasando mis espacios de pertenencia y laborales, siempre se da que soy la mujer entre los varones. No es ni mejor ni peor, es lo que es. Cuando empecé en la radio me decían que era el ciervo que danzaba con los lobos, yo estaba ahí con toda mi feminidad nadando entre los tiburones y entendiendo cómo jugar a ese juego y lo aprendí a jugar al dedillo, porque ellos fueron grandes maestros.

¿Cree que al hombre se le permite más en el humor?

Obvio que se le permite más. Las mujeres que hacemos unipersonales cantamos, bailamos, actuamos, tenemos vestuarios impresionantes, escenografías espectaculares, equipos increíbles de productor, director, sonidista. He ido a ver shows con un tipo con ropa que parece que recién se bajó del auto, no tiene nada arriba del escenario, ni productor ni director, está improvisando con el iluminador y la entrada sale lo mismo que la mía. En mis shows hago todo, es como que necesito justificarles la entrada. Siento que nosotras todo el tiempo tenemos que demostrar todo lo que sabemos hacer. ¿Por qué soy la primera mujer en estar en el Sodre en 2022? ¿Cómo ninguna antes estuvo ahí? Les iba bien y las bajaban, porque el capocómico era el varón. Y seguramente a mucha gente le siga costando sacar una entrada para ir a ver a una mujer antes que a un hombre.

Fotos: Adrián Echeverriaga.
Maquillaje y peinado: Luna Lurenzi.
Vestimenta: Mecchi.