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Hace 45 años Muhammad Ali y Joe Frazier alcanzaban la gloria eterna en Filipinas

Los dos mejores pesos pesados de una época de oro de la categoría se enfrentaron por tercera vez el 1 de octubre de 1975; y fue mucho más que boxeo.

Los dos mejores pesos pesados de una época de oro de la categoría se enfrentaron por tercera vez el 1 de octubre de 1975; y fue mucho más que boxeo.

"Angelo, cortame los guantes, pará la pelea, no puedo más, me muero". Sentado en su esquina, fusilado tras 14 rounds de dar y recibir piñazos a mansalva, abrumado por los más de 40 grados de calor del estadio cerrado filipino, aturdido por el griterío infernal de 28.000 fanáticos en el Coliseo Araneta, en la zona metropolitana de Manila, Muhammad Ali estaba dispuesto a darse por vencido y ceder su título mundial. Adolorido en sus manos, decía y repetiría luego que se sentía morir. "Si te vas a morir, que sea luego del último round", le arengó su entrenador, Angelo Dundee, quizá influenciado por lo que Ferdie Pacheco, médico personal de quien aún hoy es considerado el mejor peso pesado de la historia, estaba viendo en el rincón de enfrente.

Allá estaba sentado, desplomado, el retador Joe Frazier, casi ciego por la paliza recibida. Si ya veía mal de un ojo producto de una pelea callejera que databa de muchos años atrás, del otro apenas veía sombras debido a la saña de Ali. Guapo como muy pocos, quería levantarse para el decimoquinto round. Mucho menos recordado hoy que Ali, Frazier era un tremendo boxeador en una época particularmente dorada de los pesos pesados (además de ellos dos estaban George Foreman, Ken Norton, Jerry Quarry, Buster Mathis, Jimmy Ellis y un largo etcétera que, siendo generosos, incluiría al uruguayo Alfredo Evangelista). Había sido el que le había roto el invicto a Ali en 1971, cuando nació un inmenso encono entre ambos. Esta, su tercera pelea, la definitiva, lo disiparía. "Yo quiero seguir", le repetía a su entrenador, Eddie Futch, en las antípodas de Ali. Este, a su vez en las antípodas de Dundee, le hablaba paternalmente: "Ya está, Joe, ya está. Nadie va a olvidar lo que hiciste aquí hoy".

El cruce de caminos de uno de los mayores combates de la historia del boxeo estaba sembrado. Futch le decía al árbitro que tiraban la toalla. A Ali, impulsado por sus segundos, le daban apenas las fuerzas para pararse de su banquito, darse cuenta de que era el ganador por nocaut técnico de la batalla -decirle pelea es quedarse corto- y que seguía siendo el campeón, para casi desplomarse de nuevo. Era el 1º de octubre de 1975, hace exactamente 45 años. Thrilla In Manila, como Don King promocionó el combate, entraba en la leyenda.

"Es considerada una de las peleas más tremendas de la historia del boxeo; por estar en juego el título del mundo, por ser en la categoría de peso completo, por la rivalidad que había entre ambos, por todo lo que se traían de antes y por lo que vino después", dice a galería Jorge Savia, periodista deportivo de medio siglo de trayectoria, quien estuvo 45 años en El País y que comenzó a comentar boxeo en la década de 1980, en Canal 4, cuando sucedía la explosión de Mike Tyson. Era el momento culminante de Ali y Frazier. "Y, de alguna forma, significó el inicio del declive de ambos".

Dos mundos distintos. Thrilla In Manila (Suspenso en Manila) era mucho más que el encuentro entre dos enormes boxeadores, quizá los mejores de su tiempo. También era más que "el bueno" para desempatar: Frazier, siendo campeón del mundo, le había quitado por puntos el invicto a un Ali que quería recuperar su título, en el Madison Square Garden de Nueva York, el 8 de marzo de 1971. El segundo capítulo entre ambos, esta vez sin el campeonato en juego, fue el 18 de enero de 1974 en el mismo lugar y el resultado fue inverso: ganó Ali, también por fallo del jurado.

Cuando Ali volvió a ser campeón del mundo, tras noquear en el octavo round al campeón George Foreman el 30 de octubre de 1974 (en la también tremenda pelea Rumble In The Jungle, disputada en Zaire), estaba abonado el terreno para un nuevo enfrentamiento. "En lo estrictamente deportivo, Ali se quería sacar la espina que tenía con Frazier. Le había ganado bien en 1974, pero el mundo no se había olvidado de que Frazier había sido quien le había cerrado la boca ‘al bocón'", grafica Savia.

Es que más distintos no podían ser. Ali era puro desenfado, arrogancia, locuacidad, desparpajo, maestro adelantado del marketing y en enloquecer en la previa a sus rivales con burlas e insultos para tratar de sacarlos de su eje. Además, representaba a la Norteamérica más revolucionaria. Se había convertido al islamismo, abandonando su nombre de nacimiento, Cassius Clay; su "nombre de esclavo", como él decía. Se había vuelto un militante por los derechos civiles, un combatiente contra el racismo y un "objetor de conciencia" al negarse a ser reclutado para la Guerra de Vietnam. Fue la primera personalidad de fuste en declararse públicamente en contra de ese conflicto. Campeón del mundo desde 1964, a los 22 años, esa postura le valió enfrentarse al gobierno de Estados Unidos, que le suspendió en 1967 sus licencias para boxear, perdiendo el título fuera del ring por motivos políticos. Recién volvió a combatir en 1970. Uno de los que pidió por su reintegro a la actividad fue el mismísimo Joe Frazier -intercediendo ante el presidente Richard Nixon-, quien en ese mismo 1970 se había coronado monarca de los pesados.

Paradójicamente, Ali se cebaba en sus diatribas contra Frazier, llamándolo "Tío Tom", uno de los peores insultos que un negro le podía endosar a otro en Estados Unidos. Eso significaba sumisión y resignación al poder de los blancos. Frazier "era alguien que se sentía cómodo y sin ninguna rebeldía ante el stablishment", resume Savia. Por supuesto, no había dicho una palabra sobre Vietnam. Y si abajo del ring eran distintos, arriba de él tampoco había coincidencias. Ali era un estilista de una gran técnica, que bailaba el escenario de una forma jamás vista, aunque para 1975, con 33 años, ya había perdido bastante de la velocidad que lo había hecho archifamoso. Frazier, en cambio, estaba muy lejos de ser un virtuoso desde el punto de vista técnico; pero era un tremendo fajador, de gran pegada y que iba para adelante como un toro. Y, además de eso, tenía como combustible la bronca por los dichos de Ali. Él, que había intercedido para que su rival volviera a pelear, se sentía lógicamente traicionado.

En la previa a ese tercer combate, Ali echaba leña a la hoguera. "It's gonna be a thrilla, and a chilla, and a killa, when I get the Gorilla in Manila" (Va a ser emocionante, escalofriante y de morirse cuando agarre al gorila en Manila), anunciaba el campeón tan a su estilo, mientras era filmado golpeando a un gran mono de juguete. Esto también era algo particularmente insultante viniendo de alguien que era considerado un gran defensor de su etnia.

Una previa complicada. En esos negocios raros que hacía Don King, donde tanto importaba el dinero y tan poco la ética, Filipinas fue electa como sede para la pelea en detrimento de otros lugares poco tradicionales, tan en boga por entonces para un combate por el título mundial como Egipto, Venezuela o Jamaica. El autócrata que hacía de presidente, Ferdinand Marcos, se comprometió a patrocinarla, lográndose juntar una bolsa de 4,5 millones de dólares para Ali y 2,5 millones para Frazier. Savia recuerda que se lograron contratos de transmisión a 68 países, calculándose en 700 millones los televidentes que vieron el combate en directo; para la época, era un disparate.

Y si de televisión se habla, para que fuera vista en horario central en Estados Unidos, la pelea comenzó a las 10.45 de la mañana hora local. El estadio era cerrado y estaba mal acondicionado, por lo que el calor llegó a ser inhumano. Filipinas es un país insular asiático con un clima tropical marítimo.

Las sesiones de entrenamiento también tuvieron sus particularidades. Frazier, enceguecido por los insultos que le había dedicado Ali, se preparó a conciencia. Cierto también es que no le veían muchas chances: en 1973 había perdido el título frente a Foreman -un antecesor de Tyson en eso de pegar y pegar como única estrategia boxística- tras haber caído seis veces en dos rounds, y el antecedente de su anterior derrota ante Ali (por puntos, pero sin dudas) no le jugaban a favor.

Ali, en cambio, tuvo sesiones mucho más laxas. Para peor, se lo vio públicamente con la modelo Veronica Porsche, quien era parte de su comitiva. Su rol era un secreto a voces: era su amante. El problema es que en uno de los eventos previos a la pelea, el presidente Marcos la presentó como "la esposa" del boxeador. La verdadera esposa, Belinda Boyd, que además era madre de sus cuatro hijos, y estaba en Estados Unidos, tomó de inmediato un avión a Filipinas. "Se armó un escándalo brutal", recuerda Savia. "Y no fueron pocos los que pensaron que ese escándalo lo podía terminar perjudicando".

Un artículo de The Manila Times del 16 de setiembre de 2017 asegura que previo al 1º de octubre de 1975, se hablaba tanto de la pelea Belinda-Veronica como de Ali-Frazier.

Gladiadores en la arena. A la hora de la pelea, el trámite fue muy intenso y cambiante, en épocas de combates a 15 rounds. A la inversa de su legendaria actuación con Foreman, donde básicamente hizo cansar por siete rounds a su rival para luego matarlo en el octavo, el campeón defensor empezó con todo, queriendo un trámite rápido. Pero Frazier, muy bien entrenado y más sólido mentalmente que lo que Ali pensaba, soportó el castigo.

Viendo que sus golpes no daban el efecto deseado, Ali comenzó en el cuarto round a intentar minar su espíritu "hablando" a su rival, buscando un efecto psicológico. "No te sirve, chico lindo", le respondía, burlón, Frazier, que tomó la delantera hasta el décimo round. Para ese momento, la pelea estaba pareja e incluso podría decirse que el retador -dos años más joven que el campeón- estaba arriba por los puntos.

Pero Ali fue Ali no solo por bailotear y ser un jetón. Sacando fuerzas de su interior, los rounds 11, 12, 13 y 14 fueron todos suyos. Era el campeón y estaba dispuesto a seguir siéndolo, aun ante el tipo que más lo complicó en toda su carrera. El ojo izquierdo de Frazier -su ojo bueno, digamos- había sido cerrado a trompada limpia; ergo, el retador no podía ver los golpes que venían de ese flanco. La mandíbula la tenía a un tris de la quebradura también. En YouTube puede verse lo dramático de esos asaltos. Pero Frazier no caía.

Y Frazier no cayó. Aun cuando su cara era un guiñapo, aun cuando no estaba en condiciones de defenderse, aun cuando no supiera que Ali estaba muerto de tanto golpear. Frazier perdió porque su entrenador pensó que ir al último round equivalía a matarlo. "No podía permitir que Joe acabara como un vegetal", diría después. Dicen, pero esto no hubo quien lo confirmara, y ya no están los protagonistas vivos como para hacerlo, que Frazier, que quería morir en su ley, nunca le perdonó esta decisión.

"Fue lo más cerca que estuve nunca de la muerte", afirmó Ali en una entrevista posterior al combate. Su trato hacia su némesis cambió radicalmente. "Sos un gran rival, sacaste lo mejor de mí, Dios te bendiga" y "sos el mejor boxeador del mundo, luego de mí" fueron las frases que reemplazaron a los hirientes "Tío Tom" o "Gorila" que le había dedicado antes.

Jorge Savia sostiene que a partir de ese día comenzó el declive de ambos. Cierto es que Ali siguió peleando y defendiendo su título con éxito seis veces más (de las cuales solo un Ken Norton también en decadencia podía generar algo de miedo; Bichuchi Evangelista, que no era rival, le aguantó de pie todos los rounds), hasta perderlo y recuperarlo en 1978 ante Leon Spinks. Pero ya no era el mismo. En 1984 se le diagnosticó Parkinson, que podría haber sido generado por los golpes recibidos a lo largo de su carrera. Frazier quedó con secuelas físicas y en el habla. La gloria para ambos, en la derrota de uno y la victoria de otro, se eternizó hace 45 años, en un caluroso estadio cerrado de Manila.