Desde hace 35 años, cuando retornó la democracia, Luis Alberto Heber ocupa una banca en el Parlamento, algo inédito en el país; ahora hará una pausa para asumir como ministro de Transporte y Obras Públicas
Desde hace 35 años, cuando retornó la democracia, Luis Alberto Heber ocupa una banca en el Parlamento, algo inédito en el país; ahora hará una pausa para asumir como ministro de Transporte y Obras Públicas
Desde hace 35 años, cuando retornó la democracia, Luis Alberto Heber ocupa una banca en el Parlamento, algo inédito en el país; ahora hará una pausa para asumir como ministro de Transporte y Obras Públicas
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acá"Pobrecito, va a encontrar cantidad de tocayos en el interior". Luis Alberto de Herrera soltó la frase cuando Mario Heber Usher llegó hasta la quinta de Brazo Oriental con su segundo hijo, un bebé de pocos meses bautizado Luis Alberto en homenaje al líder político. Heber Usher era uno de los dirigentes más cercanos de Herrera y también los unía un vínculo familiar: su abuela Margarita Uriarte se había casado con Herrera años después de enviudar de Alberto Heber Jackson, descendiente de la familia del terrateniente Juan Jackson.
Tal como predijo el viejo caudillo, el bebé creció y se cruzó con muchos hombres que se llamaban igual que él, en especial en el interior del país, donde el herrerismo históricamente conquistó su mayor apoyo popular. Y hubo dos que fueron especiales en su vida: Luis Alberto Lacalle Herrera y Luis Alberto Lacalle Pou (nieto y bisnieto de Herrera, respectivamente), a quienes quedó ligado por razones familiares y por un intenso trabajo político de décadas.
Luis Alberto Heber era aquel bebé que en 1958 conoció a Herrera. No recuerda la anécdota, pero la escuchó hasta el cansancio de su padre, diputado, senador y hombre fuerte del Partido Nacional, que murió en 1980. Heber cuenta la historia en una charla con galería en su despacho del cuarto piso del anexo del Poder Legislativo a fines de enero. A pesar del receso parlamentario, su agenda de trabajo está desbordada, porque se prepara para convertirse en el próximo ministro de Transporte y Obras Públicas del gobierno que asumirá el 1º de marzo.
Pero el 15 de febrero, antes de integrarse al Poder Ejecutivo, asumirá como senador por el Partido Nacional, algo que lo convierte en el único parlamentario en la historia del país que accede por octava vez consecutiva a una banca legislativa. Heber tiene 62 años de edad y 35 de parlamentario. Llegó a la Cámara de Diputados en 1985, con 27 años, retuvo su banca cinco años después, y en 1995 juró por primera vez como senador, un ritual que repetirá el 15 de febrero, luciendo sobre el hombro un viejo poncho de vicuña con manchas de café y quemaduras de cigarro que perteneció a su padre.
Si bien Heber nació y vive en Montevideo, su cuna política es Rivera, por herencia de su padre. En la década del 50, la familia riverense Damboriarena le pidió a Herrera que destinara un dirigente al departamento, y Herrera optó por Heber Usher, que resultó electo diputado en 1958. "Mi padre para recorrer el departamento tenía que pedir licencia de un mes en la Cámara, porque en esa época no había Ruta 5", recordó Heber. Cuando murió, su hijo se convirtió en su sucesor.
¿Recuerda su primer discurso?
Sí, fue en 1980 en el cine de Vichadero. Fue muy malo. Me pidieron que fuera porque había confusión. Yo votaba el No (en el plebiscito del 80), mi padre había muerto y algunos estaban diciendo que si él viviera, estaría con el Sí. Entonces me pidieron, porque la dirigencia mayor estaba proscripta, que fuera a aclararlo. Tenía 22 años, me tomé un ómnibus, llegué a Rivera y me llevaron en una combi al cine de Vichadero. La gente me saludaba con mucha emoción, hacía pocos meses que había muerto el viejo, y como me veían cierto parecido se emocionaban mucho. En un momento me dice en portuñol un entrañable amigo, Delmar Pereira Paiva: "Você tem que falar". Me puse frente al micrófono y me temblaban las piernas. Tenía pánico escénico. Empecé a decir algo y la gente aplaudió por cariño. Perdimos en Rivera con el No, pero en Vichadero ganamos (risas). Fue divertido, después me llevaron a un boliche de un viejo dirigente.
¿Cómo comenzó a militar?
Por invitación de un amigo, Diego Guadalupe, a una reunión de la Juventud del partido en 1977. Conocí a Jaime Trobo, a Diego Di Lorenzo, a Gustavo Borsari, a Luis Borsari. Después vinieron los sucesos del 78 con el asesinato de mi madre, después muere mi padre. Fue todo muy repentino.
Cecilia Fontana, esposa de Mario Heber y madre de Luis Alberto, murió el 5 de setiembre de 1978 en un trágico episodio de la dictadura uruguaya conocido como el caso del vino envenenado. Unos días antes, Heber y los también dirigentes nacionalistas Alberto Lacalle Herrera y Carlos Julio Pereyra habían recibido tres botellas de vino acompañadas de una tarjeta que invitaba a "brindar por la patria nueva" y que llevaba como firma M.D.N.
Fontana fue la única que probó el vino y murió. Análisis posteriores detectaron un potente insecticida con el que se habían adulterado las botellas. Nunca se conoció quién fue el responsable del crimen, aunque distintas investigaciones señalaron a sectores de extrema derecha y a grupos militares como los autores del asesinato.
Una de las primeras leyes importantes que le tocó votar como diputado fue la "ley de caducidad". ¿Cómo fue hacerlo teniendo en cuenta el caso de su madre?
Muy traumático. Fue un proceso en el que un gran amigo, (el diputado herrerista) Martín Sturla (uno de los protagonistas de la redacción de la ley), me hizo razonar sobre la importancia de la responsabilidad del cargo. Primero, era lógico, estaba en contra de todo tipo de amnistía. Pero empecé a caer en la realidad de que no podía llevar temas de carácter personal, sino que tenía que tener una visión de país y de salida institucional. No era la salida que el Partido Nacional quería, eso fue una consecuencia de lo que se pactó en el Club Naval. Estábamos condicionados. Con Sturla y con el propio Wilson fui cambiando mi opinión, cayendo en la realidad de la responsabilidad que tenía. Y voté el voto amarillo (en el referéndum para derogarla)
¿Lo habló con sus hermanos?
Sí. Hermanas mías votaron verde, mis hermanos votaron amarillo conmigo.
¿Se arrepiente de haberlo hecho?
No.
¿Qué hizo en las consultas para derogarla?
Mantuve la posición. No fue la salida del Partido Nacional, fue condicionada por el Frente Amplio y el Partido Colorado y eso generó lo que después fue la consecuencia.
¿Recuerda el momento de la muerte de su madre?
Sí, pero no creo que sea para contar. Yo trabajaba en el Sanatorio Etchepare, en la clínica psiquiátrica. Estudiaba Medicina y era cobrador del sanatorio junto a mi tío Bernardo. Sabíamos que le había pasado algo, pero no esto.
¿Recuerda su llegada al Parlamento en 1985?
Vine a ver el Parlamento 10 o 15 días antes de la asunción y estaba todo cerrado. Vinimos con Carlos Rossi, diputado por Canelones, y Jorge Machiñena, por Montevideo. Un funcionario nos abrió la puerta, la sala. Rossi salió corriendo y dijo "acá me voy a sentar yo". Yo pregunté dónde se sentaba mi padre y me senté ahí. También en el Senado. Fue como una reivindicación, si alguien creyó que iba a matar a alguien, sigue estando su descendencia.
Heber es padre de dos hijas que si bien lo han acompañado a lo largo de su vida política, se dedican a otras actividades. La mayor es ingeniera química; la segunda, bióloga marina. Son hijas de su primer matrimonio con Beatrice Dominice, una italiana de la que enviudó en 1998. Beatrice aceptó que Heber eligiera para la primogénita, nacida en 1990, el nombre Victoria Blanca, en homenaje al triunfo nacionalista del año anterior. Como condición, pidió escoger el nombre de la segunda, a la que llamó Emilia, por Emilia Romaña, una región del norte de Italia que a la pareja le gustaba mucho. Hoy está casado con Adriana Curras.
El futuro ministro de Transporte y Obras Públicas no solo es el legislador con más años en el Parlamento, sino que a lo largo de su trayectoria se convirtió en un referente dentro y fuera de su partido. Negociador experimentado, hábil polemista y dueño de un discurso potente, en estas décadas se volvió uno de los hombres fuertes del Partido Nacional, llegando a presidir su directorio.
Antes de las elecciones de 1989, Lacalle Herrera -en ese momento senador- contó que su candidatura presidencial se había dado antes de lo previsto por el fallecimiento imprevisto de Heber Usher en 1980, que se encontraba en plena actividad y era quien se perfilaba como líder herrerista.
Si la muerte de Heber Usher fue definitoria en la carrera política del expresidente blanco, la familia Lacalle lo fue en la vida de Luis Alberto Heber. Creció políticamente bajo el liderazgo de Lacalle Herrera y llegó a manejarse como el posible sucesor en la conducción del sector, pero la postulación de Lacalle Pou en 2014 dejó por el camino esa chance.
Fue diputado de la oposición, luego del gobierno, integró dos coaliciones en los gobiernos colorados; y luego fue un notorio opositor de los gobiernos frenteamplistas. ¿Cuáles fueron los años que más recuerda?
El proceso de salida democrática. Se generó una presión sobre el Parlamento que nunca había visto. En esa época el Parlamento no tenía custodia, salías al ambulatorio y había gente sentada en el piso esperando a los legisladores, presionando.
¿Por la ley de caducidad?
Sí. Y en la votación de ese presupuesto el Salón de los Pasos Perdidos estaba lleno. La apertura democrática fue bastante caótica porque estábamos bajo la efervescencia de que volvía la democracia. Parecía que en el Parlamento se iba a lograr todo. En la votación de las leyes de amnistía y de caducidad hubo dificultades para salir del Parlamento. Cuando salimos con Sturla nos rodearon y le destrozaron el auto. Creo que la gente no pensó que yo también era diputado, pensaban que era un secretario porque era muy joven. También fue importante la responsabilidad en el gobierno. Yo era un joven diputado de 31 años, había sido reelecto en Rivera por más del doble de los votos que en la anterior. Venía muy contento por el respaldo popular, había ganado Lacalle y además el Partido Nacional había ganado la Intendencia de Rivera con Martín Padern, que fue como un padre para mí en la actividad política. Fue un gran intendente, muy inteligente, siempre de botas y bombacha. Yo creía que todo se arreglaba, que ganaba el Partido Nacional e íbamos a transformar la pobreza en riqueza y a aumentar los salarios. Pero lo primero que pasó fue que tuvimos que votar un ajuste enorme. Les pusimos impuesto a todos los sueldos, a las jubilaciones, ¡lo que nos costó! Veníamos con una ilusión de ser generosos, de por qué no se hacía esto y lo otro. Y ahí empezamos a tener ese baño de realidad que era la administración de la escasez.
Ya tiene experiencia para lo que se viene ahora.
Totalmente. Los ajustes fueron enormes, por suerte fueron cayendo y se eliminaron muchos de los impuestos a los sueldos de esa época. Había que equilibrar las cuentas, defender al gobierno. Al poco tiempo se nos muere Sturla, que era más de la mitad del equipo, un hombre con una inteligencia asombrosa, y nos descansábamos mucho en él. Con Jaime (Trobo), que era un compañero de épocas de juventud, tuvimos que apechugar y defender al gobierno.
Tuvo un papel muy importante como negociador con el Partido Colorado durante la crisis financiera. En eso pesó su buen vínculo con Alejandro Atchugarry, que luego fue nombrado ministro de Economía.
Sí. Fue uno de los momentos más importantes. No el más, creo que esas leyes en el primer gobierno, y las leyes de reforma del Estado de Lacalle también. Pero la crisis fue muy dura. Atchugarry fue un gran piloto de tormenta. La sustitución de (Alberto) Bensión por Atchugarry dio un alivio y una comunicación con el Parlamento.
Ahí también había gente en las barras que hacía sentir la presión.
Sí, pero fue contenida y Alejandro generaba credibilidad. Votamos dos ajustes en esa época. El primero lo pidió Bensión. Lo único que le pedimos en aquel momento era que no se equivocara en los números, que no pidiera después esfuerzos extra. Y no alcanzó. Tuvimos que volver a poner más impuestos para contener la corrida. Y ahí, cuando volvió por el segundo ajuste, fue cuando pedimos su renuncia.
¿Sintió que estaba en riesgo la institucionalidad?
En la "ley de caducidad", sí. Lo que nos llevó a votarla fue el riesgo institucional, fue dicho en su época. Algunos no lo quieren recordar. Todavía siento la frase famosa del general Medicina diciendo: "Nadie entrega todo a cambio de nada".
¿En 2002 pensó que caía el presidente Jorge Batlle?
No, estábamos jugados a defenderlo. Nunca se me pasó por la cabeza. Sí que podía fracasar el plan de salida de la crisis y que podíamos caer en situaciones de default y mucho más complicadas. El camino de Batlle y de Alejandro Atchugarry no tenía riesgo institucional, porque sin perjuicio de que dejamos la coalición cuando pedimos la renuncia de Bensión, seguimos apoyando como si estuviéramos dentro y votábamos todo.
¿Le costó ser oposición en los últimos 15 años?
No, venía acostumbrado a la polémica, quizás desde otro ángulo. Pero no hay mejor defensa que un buen ataque. Había defendido al gobierno del Partido Nacional en su momento, al que se cuestionó mucho. Y en los períodos posteriores también. Hubo episodios de acusación de corrupción en el gobierno de Lacalle que fueron muy duros para nosotros, porque no teníamos capacidad de reacción. Ya había pasado el gobierno y estábamos esperando el proceso judicial. Hubo injusticias y hubo actos de gente que lamentablemente abusó de la confianza del Partido Nacional y tuvo actos de corrupción. Eso fue muy traumático y ahí fui muy polémico en la defensa. La intencionalidad que veía en ese momento era tratar de enchastrar a todo el Partido Nacional por lo que habían hecho tres o cuatro. Eso me indignaba y lo defendí con mucho énfasis.
Con ese antecedente, hay quienes consideran que el Partido Nacional fue benevolente en el Parlamento con irregularidades durante los gobiernos de izquierda. Con el caso de Raúl Sendic, por ejemplo.
La decisión de no hacer un escándalo en la Asamblea General cuando renunció fue de carácter político. Quizá lo mejor en su momento hubiera sido que hablara uno de cada lema y fundamentar la posición del Partido Nacional. Había una sensación de vergüenza muy grande, era el vicepresidente de la República que renunciaba por cuestionamientos de corrupción y por denuncias en la Justicia. En ese momento pesó más cuidar la imagen del país y la institucionalidad que pasar la factura. Pero hubo otras instancias, como la comisión investigadora de Ancap, que fue durísima. Yo intervine de forma muy dura con los responsables que estaban en sala, que eran Raúl Sendic y Leonardo De León. A veces la gente no ve todos esos episodios.
Algunos de los parlamentarios más experimentados del Partido Nacional irán al Poder Ejecutivo. ¿Cómo cree que afectará eso en un Parlamento compuesto por varios partidos?
Hay gente de mucha experiencia, (Jorge) Gandini, (Gustavo) Penadés, Gloria (Rodríguez), (Carlos) Camy, Sergio Abreu, (Sergio) Bottana. Tenemos un buen equipo y en Diputados también. Yo fui reelecto en el 90 y tuve que aprender a negociar con 31 años. Somos todos hijos del rigor, aprendemos en función de las exigencias del momento, nadie es imprescindible.
¿Cómo vivió el cambio de las campañas electorales a lo largo de estos años?
Cambió sustancialmente la forma de hacer campaña. Antes no había celulares, no había Internet, se usaban cabinas telefónicas. Uno llegaba a un pueblo y si quería hablar con dirigentes en otro departamento, tenía una hora de espera con la operadora. A veces la demora para la llamada era mayor que tomarse un ómnibus e ir directo.
¿Le costó adaptar sus discursos encendidos a la comunicación a través de redes sociales?
Totalmente. Los discursos son muchos más concretos, más directos, más contundentes, más simples. Hasta el 2000 teníamos un discurso mucho más retórico: hablaba el diputado, el intendente, el senador, y después la fórmula. Eran horas de actos, porque no había comunicación directa. Ahora es mucho más concreto, la gente iba a escuchar al presidente y a la vice. Las redes cambiaron las prácticas políticas, la gente no va a los actos porque los mira en el celular. Cambió todo, antes hacíamos la caravana de la victoria y parábamos en todos los pueblitos, el ómnibus paraba porque había gente en una portera. Eso ahora es impensable.