A los 76 años, el artista que conoció la fama en el exterior y un día se cansó de ser gringo y volvió por los tambores, acaba de recibir el Grammy Latino a la excelencia musical.
A los 76 años, el artista que conoció la fama en el exterior y un día se cansó de ser gringo y volvió por los tambores, acaba de recibir el Grammy Latino a la excelencia musical.
A los 76 años, el artista que conoció la fama en el exterior y un día se cansó de ser gringo y volvió por los tambores, acaba de recibir el Grammy Latino a la excelencia musical.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAl 25 de diciembre de 1992 surgían como hongos los videoclubes en Montevideo. Uno de ellos era el Eros, que funcionaba en Joaquín Requena entre Charrúa y Guaná, y que era un punto de encuentro de los gurises de la zona. Esa madrugada de Navidad, frente a ese negocio se instaló un precario escenario, corazón del baile callejero con que festejaban los vecinos del barrio, ahí donde Cordón se fusiona con el Parque Rodó. Lo que no había por entonces eran celulares con cámara; apenas sí había celulares en Uruguay. Solo así se explica por qué no hay registros del acontecimiento de esa noche, tarde, pero inolvidable para los que lo vieron.
En ese escenario tocaba una banda llamada Alcatraz. Estaba integrada por adolescentes, vecinos del barrio, un quinteto de voz, dos guitarras, batería y bajo. El cantante era un muchacho alto llamado Carlos Dornel, las guitarras eran Xavier Pereira (hoy músico profesional) y Pablo Zerboni (hoy encargado de programación de Babel FM), el baterista era Rafael Ugo (hoy miembro de La Triple Nelson) y en las cuatro cuerdas hacía sus primeras armas un niño de 13 años llamado Francisco Fattoruso. Aunque tenían unas pocas composiciones propias, el grueso de su repertorio se basaba en temas de The Beatles y Los Shakers. Ese día, este grupo de imberbes sin más público que sus propios pares y padres tuvo como invitado especial al vecino ilustre de la cuadra, al padre del bajista, uno de los mejores tecladistas del mundo. Con el sintetizador apoyado contra un amplificador por falta de atril, inclinado el instrumento e inclinado él, Hugo Fattoruso, entonces de 49 años, puso toda la onda en el solo de It's my party, uno de los hits de su vieja banda, de la que tenía, igual que hoy, un recuerdo agridulce. La audiencia -entre quienes estaba el autor de estas líneas- se vino abajo, aunque muchos seguramente no fueran capaces de apreciar lo que acababan de ver.
"Pah... me acuerdo que Francisco me invitó a tocar y tocamos casi a las siete de la mañana. Yo ya estaba un poco cansado". Hugo, que el miércoles 13 recibió el Premio Grammy Latino a la excelencia musical en Las Vegas, Estados Unidos, se ríe y la risa le ocupa toda la cara. "¡Me acuerdo que mi parte no llegaba nunca, porque estos locos tenían terribles ganas de tocar y tocaban como 50 músicas!". Hugo llama "músicas" a las canciones, recuerdo de sus ocho años en Brasil, donde terminó de cimentarse una fama de notable instrumentista y compositor, la misma que había paseado por Uruguay, Argentina y Estados Unidos, y de donde llegó para no volverse más en 1990. "Yo toqué al final, ellos se divirtieron y yo, que no tenía ni atril, también".
En ese momento, Hugo vivía en Requena entre Charrúa y Canelones con su pareja de entonces y con Francisco, al que en la barra le decían Brazuca pese a haber nacido en Estados Unidos. Tenía atrás de él la medalla de haber creado el rock uruguayo y rioplatense con Los Shakers, con su hermano Osvaldo, Roberto Pelín Capobianco y Carlos Caio Vila, dignísima versión criolla de The Beatles de la que, empero, solía y suele abjurar. También tenía el orgullo de haber sido parte de Opa, trío emblemático del jazz rock, formado de nuevo con Osvaldo y Ringo Thielmann, venerado por músicos y por quienes se precian de serlo. En Brasil había tocado con Milton Nascimento, Djavan y Chico Buarque. En Uruguay era parte del grupo soporte de Jaime Roos, La Escuelita, y había formado Los Pusilánimes, que eran algo así como dos selecciones uruguayas de músicos. Hugo se desplazaba en una moto, vivía en un apartamento de un dormitorio y con la holgura con la que un músico se permitía hacerlo en Uruguay, por más virtuoso y reconocido que fuera.
Hugo tocaba con todos. Ya sea con monstruos consagrados como Jaime Roos o amigos de su hijo para sus vecinos. Ya lo dijo el propio Roos en el documental Fattoruso (Coralcine, 2017), cuando Opa llegó a tocar a Montevideo en el Cine Teatro Plaza, en 1981, en una noche histórica que incluyó a Rubén Rada y a Eduardo Mateo: "Contrariamente a lo que pensaban los músicos que estaban en Uruguay, que Hugo Fattoruso era un semidiós y no iba a querer tocar con nadie, Hugo demostró ser el más humilde de todos y tocó absolutamente con todo el mundo".
La percusionista Albana Barrocas (35), quien desde hace seis años es la pareja de Hugo, reafirma este punto: "Hugo toca con todo tipo de músicos, sin discriminar. Toca incluso con personas que no leen música y siempre te quedás de boca abierta, en Uruguay y en el mundo. La música es algo mundial, universal".
"Yo acepto las invitaciones por cortesía. Tocar te mantiene vivo. Es eso, nada más", resume Hugo Fattoruso (76) a galería, en una habitación devenida estudio, entre fotos, pósteres, un teclado Roland suyo y una batería de Albana. Es parte de una casona vieja que ha sabido de mejores tiempos y requiere arreglos varios, adonde el músico se mudó cuando apenas tenía 7 años. Al principio la alquilaron y luego la adquirieron, gracias al ahorro de dos años de los hermanos Hugo y Osvaldo, casi que el único jugo que le pudieron sacar a Los Shakers, banda integrada por músicos tan talentosos como despreocupados de lo que firmaban. En esa misma casa también vivía su madre, Josefina Dolce, que falleció en julio. "Tenía 98 años, hacía un año y pico que estábamos de velorio casi", Hugo se emociona. El reciente ganador del Grammy, uno de los mayores embajadores uruguayos en el mundo, quizá el mayor, recién a sus 74 años se pudo comprar su primer auto en el país, un Chevrolet Spark.
Cuna musical. Barrocas, 41 años menor que Hugo, lo conoció mientras estudiaba batería con Osvaldo Fattoruso, el hermano menor y compinche de mil aventuras musicales. Ella le hizo llegar música de su proyecto personal y él se interesó mucho, en su trabajo y en ella. "Es un músico sin límites, con sensibilidad y precisión a su manera. Es muy fuerte y sensible al mismo tiempo, se hace querer fácilmente, sabe lo que quiere y es muy caritativo". Aparte de compartir la vida, también están juntos en los proyectos Barrio Sur, un grupo de candombe tradicional, y HA Dúo (Hugo y Albana).
El teclado Roland que está en la habitación-estudio de la casa de la calle Justicia tiene inscripto "HA Dúo". Abundan en el inmueble los instrumentos, destacando un piano inglés de estudio, marca Challen, que lo acompaña desde sus diez años. A la hora de las fotos, Hugo juguetea con un tambor piano enlonjado por su mujer. "No sé cómo hace, es magia, es una locura". Aparte del jazz, el rock, la fusión y el pop, Hugo es un amante del candombe. Además de Barrio Sur (en el que además de su pareja participan Matías Silva, Wellington Silva y Guillermo Díaz Silva) también tiene un proyecto similar, pero con batería, piano y contrabajo, con el Trío Oriental (junto a Fabián Miodownik y Daniel Maza).
Ese piano lo lleva a su niñez. Hugo nació el 29 de junio de 1943 en Montevideo, en el hogar integrado por Antonio Fattoruso y su esposa Josefina. En esa casa, a la que cinco años después llegaría Osvaldo, futuro notable baterista, se respiraba todo tipo de música: clásicos, folclore, zarzuelas, ópera, opereta, canzonetta napolitana, el jazz negro a lo Louis Armstrong y el jazz blanco a lo Benny Goodman. Todo es todo: "Mi padre era un enamorado de la música y conseguía discos de 78 (RPM) de lo que hoy se llamaría world music, incluso de la Polinesia, ¿cómo cazzo lo conseguiría?", se pregunta. Su tío, que vivió con ellos un tiempo, lo volvió fan además de Carlos Gardel. "Me enamoré". Su madre estudió canto lírico; su padre, según su hijo mayor, no tocaba ningún instrumento, más allá de un contrabajo casero de una cuerda -"Era un instrumento impreciso, no te podía dar un sol o un fa"- con el que luego armaría con sus hijos el Trío Fattoruso.
Claro que, para entonces, Hugo ya había pasado por las manos de Polola, una profesora de acordeón a piano que daba clases por la calle Galicia, e Iris Segundo, la docente que lo metió de lleno en el piano, instrumento que ama y que lo haría reconocido. "El piano implica contacto, manejar las dos manos, los hemisferios, los bajos, los agudos, es algo que al músico le facilita comprender todo. La flauta, por caso, es un instrumento precioso pero solo permite la melodía. El piano tiene bajos, percusión, melodía, acordes. Cualquier instrumento te enseña, pero el piano es un gran maestro", dice con amor en cada palabra. A sus 12 años llegaría el turno del Trío Fattoruso. El jazz, en su variante más swing, vendría pronto, aún menor de edad, con The Hot Blowers; ahí comenzaría a ganarse un nombre junto a colegas como Rubén Rada, Federico García Vigil, Cacho de la Cruz y Ringo Thielmann, que sería fundamental en su vida. Ahí tocaba el bajo, instrumento que domina aunque hoy pocos lo asocien con él. "El bajo está en mi alma, ¡tengo cabeza de bajista!".
Pero sería con la guitarra que alcanzaría la fama internacional.
Romper todo. "Mi primer recuerdo que tengo con Hugo Fattoruso es de niño, en el cumpleaños de una prima mayor que yo, donde estaban escuchando el disco de Los Shakers. Recuerdo tener en mis manos el disco con la foto de ellos en tapa, el paralelismo con The Beatles. Que eso se hiciera en Uruguay era impactante, sorprendente y muy disfrutable", recuerda Popo Romano. El notable bajista también fue parte de La Escuelita ("Cuando Jaime me lo plantea, más allá de la admiración que sentía por él, fue absolutamente decisivo que en el grupo estuviera Hugo") y compañero del pianista en varios proyectos. De hecho, el 3 de diciembre tocarán juntos, en un trío que completa Martín Ibarburu, en el Teatro Solís.
- Hugo, ¿Los Shakers fueron la aventura de un verano que se extendió cuatro años? ¿Qué pasó?
- Sí... -es notorio que hay mil temas que Hugo prefiere hablar antes que de Los Shakers-. Fue algo inexplicable. Cantábamos algo totalmente foráneo, de hecho yo no sabía inglés, hay cosas, verbos mal pronunciados... No sé cómo se explica el éxito del grupo, quizá sea por camiseta, porque éramos de acá...
A caballo de la beatlemanía que dominaba el mundo, Hugo y Osvaldo dejaron a los Hot Blowers y a sus instrumentos originales para tomar las guitarras y formar Los Shakers: pelo largo, flequillo, trajes y ye-ye-ye. Reclutan a Pelín y a Caio para dar una imagen acorde. Para entonces, Hugo alternaba la música con las carreras de motos en la categoría más pequeña, 50 cc. Tenía amigos en el mundo del karting y se daba maña con la mecánica. Había conocido a los genios de Liverpool a través del simple Love me do que había traído desde Londres una panadera vecina, de Justicia y Lima. La idea era hacer unos pesos en el verano de 1965 en Punta del Este, en una temporada en el pub I' Marangatú. Pero los vieron unos empresarios argentinos que, olfateando el filón, se los llevaron con ellos. Se sucedieron varios éxitos como Break it all, Never never, Too late, It's my party o Don't ask me love, repartidos en tres discos; el último de los cuales, La conferencia secreta del Toto's Bar (1968), que incluía arreglos de tango y de candombe, es una joya que remite al Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de los mismísimos Beatles. Conocieron la fama, los hoteles y los viajes y casi no vieron un peso -algo que atribuyen a su inocencia e inexperiencia-; cantaron y compusieron en un inglés dudosísimo que no los hizo sino más geniales y fueron una influencia decisiva para que se desarrollara el rock en esta parte del mundo.
Pero Hugo no termina de amigarse con ese recuerdo. "Lo que nunca me dejó en paz es que (Los Shakers) no tenían identidad, mucho menos oriental o rioplatense. Era un intento de copia, en la ropa, los gestos, la macacada, en otro idioma... Sí quedó algún tema pasable, que se salve, de dos minutos y medio que no sean... basura (sic). Pasa que era un intento de copia de algo que no tenía nada que ver... En ese entonces, acá en Uruguay estaba Alfredo Zitarrosa, que... ¡me da vergüenza incluirlo en esta conversación! Estaba El Kinto, con Eduardo Mateo, que estaba haciendo algo digno, original y local. ¡Los Shakers no tenían nada original! Bueno, salvo sus temas, que eran propios". Su hermano Osvaldo, que estudiaba inglés, era el autor de las letras, que tenían mejor intención que gramática.
Claro que no eran cuatro peludos haciéndose pasar apenas por John-Paul-George-y-Ringo. Eran cuatro tremendos músicos. Una vez, fueron invitados a un programa del Canal 9 argentino donde también iba a actuar Astor Piazzolla, que los miró con refilón y desdén. "Lo vimos y dijimos: '¿Qué vamos a tocar acá?' ¿Rompan todo?'. No, me moría de vergüenza. Nos pusimos de acuerdo y tocamos el arreglo del tango Sur que había hecho Manolo Guardia, que es complejísimo". Pelín dejó la batería y tomó el bandoneón -"Con todo respeto, nadie lo tocaba como él-, Caio agarró el bajo, Osvaldo siguió en la guitarra y Hugo se sentó al piano. Piazzolla los comenzó a mirar distinto. Aún hoy, el Quinteto Astor Piazzolla sigue invitando a Hugo a tocar.
En 1968 Los Shakers se disolvieron. "Ganaba vintenes. Hoy un grupo que llevaba esa gente tendría que estar mejor organizado. Pero no ganábamos dinero. El dinero que sí se generaba por contrato era el de la venta de discos, pero no veíamos nada". Desde Estados Unidos, Ringo Thielmann llamó a los hermanos Fattoruso a que probaran suerte allá. Hugo había vivido cinco años en Buenos Aires, donde nació el primero de sus cuatro hijos, Alexander, el Ciruela, fruto de su relación con Carlota Erhardt. En Estados Unidos, donde viviría once años, vendrían al mundo sus hijos Christian (Nueva York, 1972), nacido de su vínculo con Bett Antonopoulos y Francisco (Las Vegas, 1979), ya en pareja con Maria de Fatima Quinhoes.
Hoy Hugo es el único sobreviviente de Los Shakers, que se reunieron brevemente para un disco y unas actuaciones en 2005. Su hermano menor Osvaldo, a quien Hugo extraña mucho y califica como un "animal" de la batería, murió en 2012, Pelín en 2015 y Caio Vila en marzo de este año. Este último se había radicado en Venezuela y Hugo, muy amigo de sus amigos, lo hizo traer a fines del año pasado para tratarse acá de un cáncer terminal, ya que en aquel país el acceso a los medicamentos y tratamiento adecuados se había tornado imposible.
De otro planeta. "Para mí, es un genio. Y yo siempre pude separar eso de la relación de padre a hijo. Creo que lo puedo ver de forma neutra. Lo admiro y me enseñó mucho", dice Francisco Fattoruso, uno de los mejores bajistas uruguayos de la actualidad. Con él, Hugo y Osvaldo reflotaron el Trío Fattoruso en 2000.
Si a Popo Romano le gustaron Los Shakers, directamente define como "extraplanetario" lo que luego Hugo haría con Opa, junto con Osvaldo, Ringo Thielmann y ocasionalmente Rubén Rada. El proyecto que terminó de colocarlo en el Olimpo de los músicos no comenzó como un camino de rosas. Los hermanos Fattoruso vendieron una moto, un par de guitarras, un contrabajo, una cámara de fotos y se fueron a Brooklyn en 1969, a alojarse primero en lo de Ringo y luego asentarse cada uno en su lado. En un restaurante de la colectividad italiana llamado The Golden Charriot, en Manhattan, trabajaron durante cuatro o cinco años, limpiando los baños y recibiendo la mercadería primero y como banda estable después: Hugo en el piano, Osvaldo en batería y Ringo en bajo; originalmente, Hugo iba a ser bajista y Ringo tecladista, pero en una (muy) sabia decisión resuelven trocar sus instrumentos en Opa. Tocaban lo que se escuchaba en la radio, como Carpenters, Stevie Wonder o The Beatles, a un volumen que no interrumpiera la comida de los clientes.
"Era una cosa naif", se encoge de hombros. Lo que no era nada inocente es el ambiente. Varios habitués de la colectividad italiana en realidad integraban lo menos granado de la sociedad. "Después nos fuimos enterando de algunas cosas... Una vez que volvimos hubo gente que nos dijo: '¿Te acordás de Fulano? Lo mataron'. '¿Y Mengano? Lo mataron también'. Era algo particular. Claro, nosotros nunca tuvimos problemas, no teníamos nada que ver con nada". La mejor manera de sobrevivir a la mafia era hacer la de los Monos de Nikko.
Es tocando en The Golden Charriot, haciendo zapadas al cierre, invitando a otros músicos a acercarse, que entra en escena Airto Moreira. Este era un percusionista brasileño de fuste, que había sido parte de Weather Report y que había tocado con Miles Davis, Hermeto Pascoal y Chick Corea. Para Hugo también es un sinuoso personaje, ya que tanto los ayudó a trabajar, primero como banda de apoyo (en Fingers, de 1973) y luego produciendo el propio material de Opa, Goldenwings (1976) y Magic time (1977), como luego -según el músico uruguayo-, se apropió de material que él compuso.
La plata nunca sobró, pero Hugo se llenó de historias como para contarles a sus seis nietos. Varias veces cruzó el inmenso país en camioneta, del Atlántico al Pacífico. Seis días en la ruta, con la familia, los amigos y los instrumentos a cuestas. "Es algo fantástico, atravesás estados, temperaturas, luces, piedras... parás en los moteles que encontrás a comer y dormir, sale el sol y de vuelta a manejar. Mucha música en la radio, mucho country y también cosas de Uruguay". En un tocadiscos portátil sonaba, en una carretera desértica por Arizona o Nuevo México, Tótem, Eduardo Mateo o Amalia de la Vega. Cuando Opa estuvo sin trabajar, Hugo se enroló en una orquesta "de entertainment" de españoles de Navarra, Los Zara, que giraba por casinos y hoteles. "Ellos iban dos semanas a Pensilvania, dos a Ohio... Alex vivía conmigo en la camioneta y lo vivía cambiando de escuela, ¡como los artistas de circo!". En esas vueltas, nacería Francisco. Luana Fattoruso, segundo retoño de Hugo y María de Fátima, y única hija mujer de Hugo, vendría al mundo años después, ya radicados en Brasil.
En esos años, Hugo adquirió reconocimiento como tecladista en el mundo del jazz rock, destacándose sus guiños a la música uruguaya y latina. Hermeto Pascoal aportó la flauta en un disco de Opa. Hugo incluso hizo de asador en una reunión de luminarias en la casa de Herbie Hancock, en Beverly Hills. Estaban Jaco Pastorius y Alphonso Johnson. "Yo llevé mi parrillada portátil, que enderezaba con ladrillos. Pero cuando llego resulta que es terrible mansión, me tuve que ir corriendo a comprar una nueva porque la que tenía me daba vergüenza". Cuenta Hugo que el mismísimo Hancock (un tecladista que tocó con todos los grandes, de Miles Davis para abajo) sostenía "encarnizadas peleas" con el Ciruela Fattoruso, un niño, jugando un videojuego de fútbol americano. En esa reunión, Opa sonaba de fondo una y otra vez. Si bien estaba entre sus pares, a él le daba vergüenza estar ahí. Le sigue dando.
- Yo sé bien lo que es madera y lo que es lata.
- ¿Pero usted qué es?
- En el medio, aire... ¡ni fu, ni fa! - responde Hugo y lanza la carcajada.
"Me acuerdo que una vez, de chico, papá me llevó a Nueva York con él, que estaba tocando con Milton Nascimento. Tocó también Ron Carter en el contrabajo y estaba Pat Metheny. Y yo le pedí una púa a Pat Metheny, ¡y no sabía quién era, solo quería una púa!", cuenta hoy Francisco, hijo de Hugo, ahijado de Milton.
Brasil y volver. Hugo "es un maestro en todo sentido", resume Popo Romano. Y asegura que tocar con él es estar en la mejor escuela y en el mejor ambiente. "Yo destaco mucho cómo estimula al músico que está con él compartiendo trabajo. Cuando uno toca con músicos referentes, a los que admira, está con miedo a tocar algo equivocado, sabiendo que él está escuchando. Y él es alguien que te mira y te hace una guiñada si tocás bien y se muestra distraído si tocás lo que no corresponde".
Para Hugo, el ambiente es algo fundamental, al punto que la mala onda se traduce en la música. "Esto es algo que se suda... ¡si hay mar de fondo yo me tomo los vientos, no me importa nada, me doy media vuelta y me voy! ¿Qué estoy haciendo acá? ¿Qué voy a hacer yo corrigiendo a músicos?".
En 1981, la llegada de Opa a Montevideo trajo consigo la idea de volver a radicarse en su país. Llegó con María de Fátima, con el pequeño Francisco y con 2.000 dólares en el bolsillo. Como aquella vez en Brooklyn, hacía doce años, se quedó en la casa de un amigo, Marcos Spiro, a la espera de conseguir trabajo y casa para alquilar. Pero una cosa era conseguir trabajo como músico en EE.UU. y otra muy distinta en Uruguay, para peor en dictadura. "En diez meses no conseguí un puto trabajo pago, ¡no había! Y yo ya venía de correr la coneja en Estados Unidos, sin conexiones adecuadas, viviendo vida de hippie... sin ser hippie". Quiso la fortuna que llegaran a Uruguay artistas brasileños como Joyce Moreno y Geraldo Acevedo, que le ofrecieron ayuda para que se tomara de nuevo el avión. La suerte, ahí sí, comenzó a cambiar: "En un año y medio fui entrando en contacto y me fue muy bien, ahí sí conseguí trabajos, muy buenos trabajos. Podía pagar el alquiler, llenar la heladera, ir al dentista, comprarles ropa a mis hijos...". Recién entrando en su cuarta década de vida, uno de los mayores músicos uruguayos conseguía la estabilidad deseada, colaborando con los mayores nombres de la música popular brasileña (MPB), como Chico, Djavan o Caetano Veloso.
Es en Río de Janeiro, ya sea en la playa o tocando el piano eléctrico, que Francisco tiene el primer recuerdo de su padre. También ahí fue la iniciación musical del hoy reconocido bajista, cuando le enseñó a tocar en el piano la canción Asa Branca de Luiz Gonzaga, que era una tarea de la escuela.
Pero en 1990 Hugo volvió a Uruguay. El documental Fattoruso muestra una bienvenida a puro candombe entre quienes se destacaban Fernando Lobo Núñez y Urbano Moraes. "Yo necesito los tambores. La voz y el canto de los tambores para el candombe son un alfiler que en el globo terráqueo se clava solo en Montevideo. Y yo preciso un grupo para eso, primero fue Rey Tambor y ahora Barrio Sur. El pulso africano es el pulso madre".
-Luego de vivir 25 años en el exterior, ¿por qué decidió volver a Uruguay?
- Porque me cansé de ser gringo, ¡me llenó las pelotas ser gringo! Ojo, puedo vivir en cualquier lado, pero yo soy de acá. Estos árboles -señala a la calle Justicia- me vieron pasar, también los de la calle Requena, Colonia...
Reconocimiento. "La gente con él reacciona con respeto y admiración", dice Albana Barrocas. "No me acuerdo sinceramente qué me dijo cuando se enteró que le daban el Grammy... Es que este año fue y viene siendo muy activo, a veces no terminás de disfrutar algo o solucionar algo que ya tenés que poner la cabeza en lo que sigue". Hugo estuvo ocho días en Uruguay antes de irse a Estados Unidos a recibir el Grammy, luego de pasar siete semanas en Japón junto a Tomohiro Yahiro, con quien integra Dos Orientales, otro de sus quioscos musicales abiertos.
"Hoy Hugo es superreconocido. Capaz que la complejidad de su música hace que carezca de la difusión necesaria, pero los músicos lo queremos, lo veneramos y lo cuidamos", afirma por su lado Popo Romano. "Uruguay tiene la particularidad de hacerles pagar a los músicos un precio muy alto. Recuerdo haber acompañado a Jorge Drexler cuando presentó Llueve (1997) en el Teatro Solís y su tristeza porque los noticieros no lo entrevistaban. Eso cambió cuando ganó el Oscar (2005). Con Hugo pasa ahora algo similar, está teniendo un reconocimiento internacional importantísimo y eso se proyecta en el público uruguayo. No somos muy nacionalistas, ser mucho no es bueno, pero serlo poco tampoco".
Francisco Fattoruso, hijo y colega, cree también que en los últimos años la gente empezó a valorar y a arropar más a su padre. "Quizá en una época no se lo valoró tanto, pero ahora es distinto". Conocedor del ambiente, cree que en Uruguay hubo un cambio luego de la muerte de Eduardo Mateo, en 1990, cuya fama y reconocimiento póstumos inspiraron la frase "qué sponsor la muerte", de Horacio Buscaglia. "La gente está cuidando que eso no pase más. Está bueno que un artista tenga un reconocimiento en vida".
Si algo se destaca en Hugo es la risa y la sonrisa. Estas le iluminan todo el rostro cuando afloran, y afloran seguido. La sonrisa es pícara si se le menciona que sus últimas parejas han sido varias décadas más jóvenes. Se pone más reflexivo cuando comenta que su verdadero vicio, el cigarrillo, lo acompañó durante cincuenta años; hace tres que dejó el pucho. Y se pone serio, casi solemne, cuando habla de la música, la que ha desarrollado como solista o en sus innumerables proyectos y colaboraciones; la que lo trajo hasta acá.
"Mi música fluye naturalmente, ya sea concentrado en el trabajo o simplemente surge. Puede ser en el ómnibus, a veces anoto cuatro garabatos en la palma de la mano. A veces pasa una semana y no toco una sola nota. Y a veces estoy muchas horas porque tengo que estudiar, porque mis manos tienen que estar practicando y mi alma tiene que estar creando. Eso es lo que me mantiene vivo: estudiar lo que tengo que encarar, ya sea con Albana, con el Trío Oriental, con Barrio Sur, con el Popo y con Ibarburu... ¡antes que ustedes vinieran estaba estudiando y cuando se vayan voy a seguir estudiando!", simula rezongar y enseguida se ríe.
- ¿Hoy se siente realizado? ¿Le falta algo?
- Me falta mucho, tengo que mejorar en lo que hago. Yo trato de mejorar siempre, ¡las milanesas me tienen que salir cada vez más ricas! Pero agradar debe ser el premio más grande.
- ¿Y se siente profeta en su tierra?
- No sé... yo estoy inmiscuido en mi labor, yo recibo mucho cariño en la calle. Me reconocen, ¡aunque no sé si saben lo que hago! Pero mi rostro y mi apellido lo reconocen, me tocan bocina en el ómnibus.
- Y eso lo tiene conforme.
- Sí, sí. Yo siempre fui muy honesto al entregarme. Y uno emboca o erra.
- ¿Y qué hizo más? ¿Embocarle o errarle?
- Para ser bueno con la situación, lo mío fue 50-50 (ríe).
- Ahora, ¿no le gustaría que una canción suya sea tarareada en un asado, en una cantarola de amigos?
- Sí... sería una alegría. A lo mejor hay alguna que se adapte a esa situación, pero no sé si eso sería mi fuerte. Yo compongo canciones que están en mi alma. Hay temas más filosos, más instrumentales, para un concierto de jazz. Eso por supuesto que lo puedo hacer. Pero también hago canciones, boleros, rancheras, ¡yo soy un romántico empedernido! La canción vive en mí. No sé, quizá algún candombe... pero nunca lo pensé.
DEMASIADA CONFIANZA
La fama y el prestigio que Hugo Fattoruso y los suyos adquirieron con Los Shakers y Opa tienen otro común denominador: las ganancias adquiridas no guardan relación con el éxito logrado en un caso y la calidad musical desplegada en el otro.?"Es un proceder mío particular... no soy muy organizado. Yo confío en las personas. Si me doy vuelta y la persona se lleva un cenicero, es cosa de ella. ¡Yo no voy a andar con una cámara a cuestas! Mucho menos voy a leer un contrato porque... ¡está lleno de estupideces que ni los propios abogados entienden! Yo preguntaba: ¿esto es un contrato normal? Sí, sí, me decían. Listo, se firmó y se terminó".
Así, en su cara, otros gozaron de la casi totalidad de las regalías de los miles de discos vendidos por el grupo que mejor honró a The Beatles en el mundo. Un grupo made in Uruguay. A Hugo y Osvaldo apenas les dio para comprar la casa de Justicia y Miguelete tras ahorrar dos años. "Estaba barata...".
Más compleja fue la situación que involucró a Airto Moreira. En 1973, los músicos de Opa participaron en el disco Fingers, del percusionista brasileño. Tal fue su influencia, que el tema que le da título al trabajo es una versión de Dedos, del grupo Tótem, compuesta por Rubén Rada y Eduardo Useta. Para el tema Tombo in 7/4, Hugo dice haber compuesto un puente musical de ocho compases, titulado Samba de Janeiro, que Moreira no le acreditó. El tema de ese puente (pa-pa-pará, parará-ra-ra) se hizo ultraconocido en el mundo, casi una sinécdoque de la música brasileña. Archiconocida, tuvo un revival previo al Mundial de Brasil 2014, para gran bronca de Fattoruso, que analizó iniciar acciones legales.
"Hay un colmo. Yo ya desistí. Insistí en su momento pero ta... Insistí cuando hubo maroma por el Mundial. Este señor, que ayudó en cierta forma a Opa a grabar, por un lado ayudó y por otro lado realizó estas maniobras estrafalarias. Esto, que generó muchas ganancias, ¡no es de esa persona! ¡Es mío! ¡Me lo tenía que reconocer! Yo no le pedí el 100%, en un momento le pedí el 25%... y me mandó una carta su abogado, que no moleste a su cliente, yo qué sé... Y existe, lo tengo y se lo muestro a quien quiera, esa música, esas notas escritas en el pentagrama, están registradas con otro nombre. Es una maniobra que habla de una falta de decencia... ¿qué voy a decir yo?".
EL GRAMMY QUE SE POSPUSO UN AÑO
Saber que iba a recibir el Grammy significó para Hugo Fattoruso "una gran sorpresa y una alegría". Pero hace un año. Entre risas, dice que el premio que obtuvo el pasado miércoles 13 en realidad lo debería haber recogido el año anterior. Como tenía un evento fijado para esa fecha de 2018 no podía asistir, pidió que se lo postergaran un año y la organización, por más que resulte difícil creerlo, accedió.
Aquí, el relato de Hugo: "El año pasado me contactó (el presidente y CEO de la Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación) Gabriel Abaroa. Pasa que el año pasado se celebraron los 50 años de Toyota en Uruguay y Ayax organizó para esa misma fecha un recital con Tomohiro Yahiro y conmigo, Dos Orientales, Japón y Uruguay, a sugerencia de Hugo Burel. Se cerró el Teatro Solís para ese espectáculo. Me llama el hombre del Grammy: ‘Tengo el agrado de comunicarle, papapapa, tal fecha'. ‘Ah, pero en esa fecha no puedo ir'. ‘¿Cómo que no puede ir?'. ‘Sí, tengo un compromiso en Uruguay'. ‘¡Pero esto es muy importante!'. ‘Sí, dígamelo a mí'. Le empecé a explicar los detalles: 50 años de Toyota en Uruguay, Tomohiro Yahiro, se consiguió la visa, se alquiló el Teatro Solís, diez lucas... Y el hombre en una me dice: ‘¿Y qué va a hacer?'. ‘¿Y por qué no me lo da el año que viene?'. ‘¡Eso no se puede hacer!'. ‘Y bueno... si usted hace otra fecha para la premiación, yo voy'. ‘¡Yo no puedo cambiar de fecha!'. ‘Yo tampoco'".
Según Hugo, el CEO simplemente respondió: "Voy a hablar acá". Este 2019, el músico recibió su merecidísimo galardón. Fattoruso se guardó esta historia durante un año.
DE JAPÓN AL SOLÍS
Llegado hace pocos días de Estados Unidos, Hugo Fattoruso está ensayando el espectáculo que dará en el Teatro Solís el martes 3, a las 20 horas, junto a Popo Romano (bajo) y Martín Ibarburu (batería). Con él al piano, incursionarán en el jazz, el funk, el candombe, el tango y el blues, incluyendo temas propios y composiciones creadas especialmente para esta fecha. Albana Barrocas, Fede Vaz y Julieta Taramasso serán los artistas invitados.
Hace casi un mes, Hugo volvió de la que fue su decimotercera gira por Japón con el dúo Dos Orientales, creado en 2006 con Yahiro Tomohiro, y que ya ha editado tres discos. El último, Tercer viaje, fue nominado al Grammy Latino a mejor álbum de jazz.
"¡Yo tengo un culo más grande que un estadio!", se ríe Hugo. Esta yunta y la música le han permitido conocer realmente el milenario país. "Yo ya había ido con Djavan a Japón. Si vos sos músico y vas acompañando a un ‘grande', vas del aeropuerto al hotel, de ahí a la prueba de sonido, al hotel, al recital, al hotel, al aeropuerto y te vas. ¡Pero con Yahiro ando por todo Japón". En la pared de la habitación hace la silueta de la isla: "Me recorro todo hasta el sur, hasta Okinawa, fuera de la piedra". Se ríe de la complicidad con el japonés -"Él habla bien español porque fue criado en Palma de Mallorca, ¡igual yo le enseño malas palabras!"- y se congratula de su buena suerte: "El tener cuatro o cinco proyectos a la vez hace que siempre esté activo".