¿Te sentías incómodo con el formato?
Venía de un background muy distinto y no entendía de qué manera entrarle a ese tipo de dinámica, de programa. Al principio fue hostil en ese sentido. Después le fui encontrando la vuelta para pensar por dónde necesitaba prepararme. Es muy distinto. Cuesta entrarle. Al personaje uno puede tenerlo clarísimo, tener la letra y saber cómo se mueve, pero a la hora de hacerlo, en ese momento, con esos compañeros, uno tiene que echar mano a cosas que tenés que tener preparadas. Es una gimnasia distinta: las herramientas expresivas son las mismas, pero las maneras de usarlas cambian del teatro, por ejemplo.
Trabajaste en roles que van del policía infiltrado en una cárcel al papa Francisco. ¿Tenés un método en la construcción del personaje? ¿Cambia según el papel?
Más que un método es una investigación sobre cada personaje. Trato de dejarme impregnar por cada uno y de entrar en su cabeza; trato de escapar del cliché, del lugar común. Yo creo que el lugar común es el gran enemigo que tenemos los actores: es lo primero que a uno le viene, es un lenguaje que ya lo vio muchas veces, pero que no es auténtico. Hay que correrse para ir muy a fondo con el ambiente, saber qué piensa, por qué hace lo que hace. Y eso requiere mucho trabajo previo.
¿Cuáles son esos lugares comunes?
El lugar común es hacer un policía duro, un chico que se siente frágil, un médico que está seguro y un abogado que es canchero. Son estereotipos. Así, y si lo llevás al extremo, una escena de amor se hace suavemente y cuando tenés frío te movés de una forma predeterminada. Hay que correrse de los lugares comunes para mirar más la realidad. Yo lo hago: miro documentales, pienso en cómo reaccionamos los seres humanos. Hay una frase que dice que los seres humanos tratamos de esconder las emociones en vez de mostrarlas. Cuando en el cine y en la televisión las actuaciones son un poco pobres es porque las emociones están muy por delante. No hay sensaciones auténticas que indiquen que pase lo que pase voy a reaccionar así; incluso en las situaciones más extremas. Correrse del lugar común es preguntarse por qué si me dicen que alguien murió me tengo que poner a llorar, por qué si me rechazan me tengo que poner a llorar. El llanto está sobrevalorado. Por eso, a la hora de elegir proyectos, pienso en qué cuenta y cómo se cuenta. Cuando uno ve las intenciones artísticas de un artista ya no tiene sentido.
Fuera de la televisión y los escenarios, ¿te permitís reaccionar como no se espera de vos?
En mi vida trato de estar presente en el momento, trato de estar conectado.
¿Se te hace difícil?
Yo creo que es lo más difícil del mundo, pero trato de escuchar. Es muy difícil escuchar y tolerar al otro, no querer estar imponiendo una idea, estar abierto y ser permeable. Me gusta estar conectado con las historias de mis seres queridos y de las personas con las que entro en contacto. Para mí ese es el aprendizaje que tengo de acá en adelante. Ese estar conectado tiene que ver con descansar un poco el ego con eso de "mi idea es muy importante, quiero que la escuches". También requiere de pacificarse mucho con uno mismo.
También vivís en un país polarizado por la política...
Sí, pero me parece que no es solo en la Argentina. Mi papá vive en Estados Unidos hace muchos años y lo veo. También lo veo en Inglaterra y en Brasil. Hay algo que está muy polarizado, y es un momento en donde es difícil escucharse. Siempre es más fácil salir a la pelea que tratar de entender. Yo hago mucho esfuerzo para entender, inclusive en la política de mi país. Intento entender por qué hay gente que piensa tan distinto a mí.
Tus padres fueron exiliados políticos en México durante la dictadura. ¿Cómo recordás aquellos años?
Tengo muy presente a México. El primer tiempo estuvimos en Inglaterra, pero ya no me acuerdo tanto porque era muy chico. Es un país que ha sido muy generoso con los latinoamericanos de los 70 que tuvieron que escapar y refugiarse. En ese momento no tenía las dificultades del narcotráfico. Mis hermanos y yo vivimos una infancia muy linda, que también estuvo mezclada con una gran melancolía y dolor por lo que pasaba con la dictadura argentina. Habían compañeros desaparecidos, muertos. Teníamos mucha ilusión de que volviera la democracia.
Los estereotipos de las familias y el rol de la mujer mutaron mucho en las tiras argentinas. Desde tu rol de actor, ¿cómo te sentís con esos cambios?
Yo lo celebro muchísimo. El año pasado hicimos 100 días para enamorarse y hablamos de lo que estaba pasando en las casas, en los laburos y en las escuelas de una forma menos careta, más natural. Y a la vez con mucho amor, sin juzgarlo. No es un programa de televisión que juzga, que pone "lo raro" para que sea inclusivo. Es una forma de mostrar lo que pasa. ¿Por qué no vamos a hablar de esto? ¿Por qué tenemos que vender un modelo que la gente no tiene, que no existe? Cuando yo era chico la televisión era esa: una familia perfecta, con chicos rubios. Y no era lo que pasaba. Yo tenía padres separados, pero otros no, e igual tenían un montón de problemas familiares. Las familias son un lugar de conflicto, y son conflictos profundos, no esos conflictos pavotes como en la tele de antes.
Además de la comedia, estás en El Marginal. ¿Cuánta investigación hiciste para prepararte para un rol tan duro?
Me llevó mucho trabajo previo. Fui a cárceles, pero en lo que me concentré fue en el background policial porque el tipo era un extranjero en esa cárcel, no necesitaba tener demasiada vivencia ahí. Por un lado, estuvo el entrenamiento físico, el manejo del arma, y por el otro empaparme un poco de la vida policial. Es medio inaccesible, salvo que tengas un familiar policía. También hice un montón de entrevistas hasta que llegué a un policía que me pareció que me iba a ayudar muchísimo y trabé una relación, hasta ahora nos tenemos en WhatsApp. Intenté entender cómo funciona su cabeza, que es lo más difícil de todo.
También vas a estrenar Los dos papas, una película sobre el papa Francisco producida por Netflix. Ahí tuviste más material y trabajaste sobre un personaje que está vivo. Imagino que fue bien distinto.
Fue bien distinto sí. Es la primera vez que hago un personaje vivo y público. Ahí ya había otro condimento: tenía acceso a material real de él en YouTube y pude ver horas y horas y horas de Bergoglio, su voz, su forma de pensar. Me entrevisté con gente que trabajó con él y trabajé con un padre jesuita porque Bergoglio tenía esa formación y yo no tengo una formación religiosa. Tenía que entender cómo funciona una orden jesuita, cuáles son las dinastías y la dimensión de la fe. Es algo muy, muy fuerte. A mí me da mucha envidia.
¿Vos en qué creés?
En ciertas cosas de energía, pero no tengo un protocolo ni una religión. Creo en una dimensión espiritual de la vida. Es muy intuitivo y desorganizado. No profeso ninguna religión ni tengo una práctica. Me imagino que en el futuro estaré más cerca de poder conectar con otras cosas.
En ese conectarse imagino que también estarán tus hijas. ¿Cuáles son los mayores desafíos de su crianza?
Escucharlas y conectar, que sientan que tienen a alguien que las escucha y no simplemente a un padre tratando de explicarles o limitarles cosas. Puede parecer un lugar común pero aprendo porque tienen una mirada distinta; una tiene 10 y la otra 13. Mi desafío es tratar de pensar en cómo era yo a ese edad, cómo percibía a los adultos. Es difícil porque uno lidia con tantas cosas cotidianas que eso queda relegado. Este año tuve mucho tiempo disponible porque estaba haciendo teatro y algunos viajes pero fueron cortos. Durante el día tuve mucho tiempo para estar con ellas a la mañana y a la tarde. Fue un año importante para mí en ese sentido porque les dediqué mucho tiempo y me reconecté con ellas.
Qué relación tenés con tu cuerpo? En la obra de teatro La verdad hasta te quedás en colaless.
(Risas) Eso surgió de nosotros mismos, de las improvisaciones, no fue a partir del texto. Son dos amantes que se van un fin de semana para afuera y se llevan todas las fantasías posibles, y él se pone un gorro de marinero y la colaless. Es divertido: yo no tengo problemas con el cuerpo ni con la desnudez. Siempre lo he usado desde el humor. Para mí cuadra bien.
¿Qué quedó del joven que estuvo viviendo una temporada como estatua viviente en Londres?
Es que me divertía más eso que trabajar de mozo, y sentía que lo podía hacer. Si uno le encuentra la dimensión lúdica al trabajo de la actuación, es muy divertido. También es muy sufrido, muy expuesto, estás muy en función del deseo de los otros. Tiene toda una parte que es padecer, padecer y padecer; sentirte rechazado.
¿Lo viviste?
Muchísimas más veces que las que me sentí aceptado, pero por algo lo seguimos haciendo. No es que me fue mal y no lo hice nunca más. Hay algo de esa expresión, del actuar, que me da placer. A otro le pasará y encontrará su camino expresivo por otro lado.
Los críticos y los medios argentinos dicen que estás en el mejor momento de tu carrera. ¿Cómo te sentís?
Espero sigan viniendo momentos mejores (risas). No lo pienso desde ese lugar, pero sí estoy muy contento con muchas de las cosas que estoy haciendo. Tengo una gran suerte de poder elegir los trabajos que hago. En gran medida siento que es suerte y no otra cosa.
Y el talento...
El talento también influye pero es la fortuna. Suerte no quiere decir "ah, justo me llamó alguien". Tuve suerte por los padres que me criaron, por nacer en una familia de clase media. No tuve que salir a trabajar a los 12 años, no tuve que cuidar a mis hermanitos. Tuve padres que a su vez tuvieron padres que les dieron confianza. Son las carambolas de la vida. Para mí el talento -y no es por hacerme el canchero- está en el amor por estudiar, en la perseverancia.
¿Cómo te llevás con el mundo del espectáculo? ¿Sos de consumir los programas de farándula?
No, eso nunca lo hice ni lo hago ahora tampoco. De hecho, para mí, el ingreso de la televisión fue un largo proceso para vencer un montón de prejuicios que tenía. La televisión en mi casa y en mi formación no estaba. Mi mamá es socióloga, mi papá es matemático y no tienen nada que ver con el arte y mucho menos con el mundo del espectáculo. Lo que estaba valorado en mi casa era la pintura, la poesía.
También estaba la influencia de tu tía Marta, la famosa artista plástica...
Sí, por mi tía pero también por su consumo. En mi casa yo escuchaba discos de García Lorca, íbamos a museos. Siempre se consumió mucha cultura y el mundo del espectáculo siempre fue bastante despreciado. Estar ahí fue como decir: bueno, tal vez puedo caer en esto y seguir haciendo un trabajo que a mí me gusta y me representa.
¿Le tenés miedo al paso de los años?
Miedo no. Es complejo, pero no siento miedo; miedo le tengo a los problemas de salud. Será que voy buscando modelos hacia adelante. Veo a personas de 60 y 70 años con vidas superplenas. Ahora estaba trabajando con Jonathan Pryce (en Los dos papas) y es un tipo que está en un buen momento de su carrera. Ojalá a mí también me acompañen la salud y la curiosidad.