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La segunda vida de La Galatea, una imprenta a pedal

Buena parte de la obra de José Pedro Díaz y Amanda Berenguer fue impresa por ellos mismos en la vieja máquina de origen alemán
Redactora de Sociales

Desde el día en el que se conocieron, en 1938, José Pedro Díaz y Amanda Berenguer desearon editar sus propias obras. La pareja se casó el 10 de noviembre de 1944. Rimmel Berenguer, padre de la novia, rematador de profesión, como regalo les compró una vieja imprenta minerva de origen alemán, fabricada en 1880. Tuvo que viajar a Paso de los Toros a buscarla, y ya en Montevideo la instalaron en la calle Roberto Koch 3858 casi San Martín, el primer hogar del matrimonio. De esa manera la imprenta inició una historia de idas y vueltas, de abandonos y olvidos, pero también de esplendor y renacimiento. Tuvo que pasar mucha agua bajo el puente para que en junio de 2023, como celebración de los 270 años de la Biblioteca Nacional, la institución presentara la primera colección de libros de la segunda época de La Galatea, aquella vieja minerva que perteneció a Díaz y Berenguer. Los títulos elegidos fueron: la antología poética Otro 45; el ensayo La historia de La Galatea, de Alfredo Alzugarat, y un cuento, el primero de Carlos Maggi, Contra el murallón.

El texto de Alzugarat es un documento que cuenta la historia del equipo que lo imprimió, es la demostración de lo que el director de la Biblioteca Nacional, Valentín Trujillo, en ese momento describió como “una conexión con el pasado y el futuro”.

Pero retrocedamos en el tiempo. Alzugarat escribió que la primera publicación de La Galatea­ fue de 400 ejemplares de Une métamorphose­ ou l époux exemplaire (Una metamorfosis o el marido ejemplar) de Jules Supervielle, en marzo 1945. “Cuenta Díaz en su Diario: ‘Ayer hemos ido a visitarle. A tener la alegría de verle y luego de pedirle algo que pudiéramos imprimir en nuestra máquina. Tener el placer de tipografiar algo suyo (…). Buscó en su memoria y nos ofreció un cuento de título aún no definitivo, Aux temps des métamorphoses, que había dado para su publicación en español a Cuadernos de México. Quería verlo en francés”.

Después de pasar un tiempo en la primera casa de la familia Díaz-Berenguer, La Galatea fue trasladada a la calle Ñangaripe 1619, el segundo hogar del matrimonio, donde se empezaron­ a producir textos de una nueva camada de escritores jóvenes, hoy conocida como la generación del 45.

Pasaron los años, la tecnología avanzó y en un momento dejó de ser útil ese armatoste a pedal hecho de hierro y madera. En 1962, Díaz fundó, junto con Germán y Ángel Rama, la editorial Arca. La Galatea quedó relegada a ocupar un espacio en un galpón en el fondo de la casa, especialmente construido para albergarla.

“En 2009, la Academia Nacional de Letras decidió otorgar el premio anual a La Galatea. En la ocasión, la ministra de Educación y Cultura Ing. María Simon solicitó al Poder Ejecutivo el reconocimiento de La Galatea como Patrimonio Histórico”, escribe Alzugarat. Un año después y tras el fallecimiento de sus padres, Álvaro Díaz Berenguer donó la imprenta a la Biblioteca Nacional. Durante más de 10 años estuvo en exposición pero en desuso, hasta que en diciembre de 2021 cayó en las manos de Gabriel Pasarisa, quien en menos de tres meses la restauró.

Trujillo contó a Galería que La Galatea, en su primera etapa, estuvo funcionando entre 1944 y principios de la década de los 60. En 2011, la recibió en el edificio de la Biblioteca Nacional el entonces director Carlos Liscano, pero era “una máquina muerta, con un gran valor simbólico. Es un gran monumento a la edición independiente en Uruguay, pero no funcionaba”, especificó.

La máquina primero estuvo en el hall de entrada de la Biblioteca y luego fue trasladada a la entrada de la sala de materiales especiales en el tercer piso.

De los tres libros que se imprimieron en la segunda época de La Galatea se hicieron 50 ejemplares de cada uno. No están a la venta, pero sí se pueden consultar en la biblioteca o se pueden leer en la página web. “La idea es, con el correr del tiempo, ir donando los libros a las distintas bibliotecas departamentales para que puedan tener por lo menos un ejemplar”, dijo Trujillo. El director adelantó que para fines de este año y el que viene está planificada la impresión de más volúmenes, uno de ellos conmemorando el centenario de Ida Vitale. La luz de esta memoria es el título elegido para homenajearla y la idea es hacer esta segunda edición con un prólogo de la propia autora, que se publicará en las próximas semanas. El segundo proyecto, que también tiene que ver con la poesía, “se conecta con los poemas que se publicaron originalmente en La Estrella del Sur, el primer diario de Montevideo. Son textos firmados misteriosamente por una mujer llamada María Teresa. Estamos haciendo una investigación para ver si encontramos quién fue”, aseguró Trujillo.

También para el año que viene está planificado un concurso de escritores uruguayos contemporáneos, para que “La Galatea no se conecte solo con el pasado y pueda dialogar con el presente; que los autores contemporáneos puedan ingresar a esa tradición de pasar por una imprenta tan antigua y venerable”.

Uno de los misterios que envuelven a La Galatea es su nombre. ¿Por qué Díaz y Berenguer la llamaban de esa manera? Trujillo especula con que se trata de un guiño literario a la novela de Cervantes, pero “no se entiende si es un chiste interno entre el matrimonio o tiene un significado que no podemos terminar de explicar”.

Volviendo a la vida. Gabriel Pasarisa, restaurador de La Galatea e imprentero de profesión, relató a Galería cómo fue el proceso que lo llevó a la vieja máquina. Él sabía de la existencia del sello editorial La Galatea, pero no sabía que esa máquina estaba en la Biblioteca Nacional. “Un día la fui a ver. Tuve ganas de proponer una restauración, me pareció que estaba como olvidada, como un mueble más y en términos generales se veía bien”. Explicó que son aparatos que si están bajo techo y no son golpeados es muy raro que se rompan, puesto que están hechos de hierro fundido. Después de hablar con una amiga que trabaja en el Instituto de Letras, ella le dio el contacto de Trujillo. Tras una reunión, el director de la biblioteca aceptó hacer la restauración, pero empezaron a correr los largos tiempos del Estado: se debió presentar un proyecto y abrir una licitación. Cuando salió, empezaron a trabajar.

Todo se realizó en el edificio de la biblioteca, ya que la logística de mover la vieja imprenta iba a costar más que restaurarla. Hay dos formas de trasladarla: desarmada, o entera. De hacerlo en una pieza, se corre el riesgo de romper alguno de sus componentes. Al ser de hierro fundido son piezas de molde, por lo que si algo se parte no se puede arreglar soldándola. Si bien hoy hay tecnologías que lo pueden hacer, no quedan con la misma fuerza. Desarmarla requiere tiempo, por lo que el presupuesto se disparaba.

Pasarisa contó que de la casa de Díaz-Berenguer hacia la biblioteca se movió armada, pero luego se subió del primer piso al tercero y allí sí hubo cambios. “No tengo la versión oficial, pero uno de los integrantes de la cuadrilla que trabaja en la parte de mantenimiento me dijo que el movimiento hacia el tercer piso lo hicieron ellos desarmando algunas partes. Puede haber sido así porque me di cuenta de que algunas piezas estaban al revés”, recordó.

Pasado el proceso de la licitación, y con el trabajo ya en marcha, lo primero que debieron mandar a hacer fueron los rodillos de goma. La máquina es tan vieja que no tenía elementos de caucho, sino una espacie de pasta de alquitrán con hilos dentro como para que no se desarme. Incluso algún mecánico le dijo al restaurador que en la fórmula le ponían miel, y “puede ser porque cuando toqué los rodillos se deshacían como si fuera caramelo”. Se hicieron tres rodillos­ grandes y uno chico, que es el entintador. Cuando desarmó una parte, Pasarisa encontró un fileteado a mano en tinta de oro a modo de decoración, por lo que también hubo una reconstrucción estética.

Antes de solucionar algunos problemas mecánicos, hubo que hacer una limpieza y quitar toda la grasa vieja. “Uno de los trabajos más grandes fue de lubricación, ya que era una máquina que hacía 50 años que estaba parada, y en la época en la que se construyó no existían los rulemanes. Para que el metal no se desgaste requiere ser engrasado casi todos los días o día por medio”.

La mecánica tenía algunos problemas. Uno era de presión: la matriz nunca tocaba el papel. “Ese fue todo un desafío, porque no sabíamos lo que había pasado”. El restaurador llevó un tornero para trabajar con él y descubrir lo que estaba sucediendo. Pasarisa tiene en su casa una minerva de 1885, cuyo manejo hizo que ganara experiencia en la reparación de este tipo de imprentas, pero necesitaba una segunda opinión experta.

Entre los dos encontraron que una pieza estaba doblada, un eje en el mecanismo de la presión que impedía que funcionara. Se enderezó y se volvió a colocar. “Era más difícil descubrir el problema que solucionarlo”, sostuvo. Cuando se puso a andar descubrieron otros inconvenientes. Había mecanismos que no funcionaban, como la rotación del plato que lleva la tinta. Además, las varillas que separan el papel quedaban fijas y no se movían. “Ahí lo que hice fue buscar planos en internet. Es una máquina inventada por un alemán en Nueva York, en 1880. En ese momento en Estados Unidos y Europa estaba el furor de inventar imprentas. En la búsqueda di con un sitio de dos coleccionistas que registran todas las máquinas de ese modelo que hay en el mundo, imprentas minerva con un sistema de funcionamiento que fue el primero que se inventó”.

La particularidad de La Galatea es que cuando se le da pedal se abre por completo, casi en 180 grados. En este caso los rodillos de tinta quedan fijos y lo que se desplaza es la matriz. “La Galatea es de los primeros modelos que se fabricaron, lo que la hace algo único. Es el primer diseño que se realizó con un sistema que no prosperó. Estas máquinas llevan por nombre Liberty”, aclaró Pasarisa.

A pesar de que el banco de datos con el que tuvo contacto tenía planos similares, ninguno coincidía con La Galatea. Un coleccionista de Italia se comunicó con él porque creía tener el mismo modelo, le mandó fotos y con ellas logró solucionar los problemas de las piezas que no estaban para poder empezar a imprimir.

Si bien en la época de Díaz y Berenguer se producían cientos de ejemplares, en la actualidad no resulta rentable por el tiempo que lleva. Para la edición de los primeros tres libros, se hizo un tiraje de 50 copias por libro.

“Antes los tiempos eran muy largos, sobre todo en la etapa del armado de las matrices escritas en espejo (para que cuando toquen el papel queden al derecho). Hoy estas máquinas se resignificaron y los libros son ediciones más cuidadas. De alguna forma son como un fetiche”, dijo el restaurador. En general no se superan los 100 ejemplares, incluso entre los que imprimen para coleccionistas.

Hoy, en un mundo en el que todo es descartable, La Galatea vive una segunda vida en la que las impresiones artesanales han cobrado un nuevo significado, en el que el contenido es tan apreciado como lo que lo contiene.