Ha dicho: “El feminismo es mi casa”. ¿Desde cuándo y cómo lo habita?
Formalmente creo que es con la salida a la luz de Mujeres que no
fueron tapa. Ahí podríamos situar el inicio de un activismo más público.
¿Cómo empezó el proyecto?
Yo quería hablar de estos temas que tienen que ver con la representación.
En ese momento me interesaba la construcción de la feminidad a través de la
gráfica y la publicidad de moda; cómo se construía una imagen de lo femenino
desvitalizada, despolitizada absolutamente; una imagen débil, frágil. Buscando
esas imágenes me encontré con las tapas de las revistas, donde había bastante
información para hablar de la construcción de lo femenino. En esa época las
tapas de las revistas ocupaban todavía un lugar importante en la construcción
de los sentidos, porque esas notas que aparecían en tapa, que eran las notas
centrales, después circulaban por todos los programas de televisión, tenían un
rebote muy grande y un peso bastante importante. O sea, las mujeres visibles,
las reconocidas, las que construían ese ideal, eran las que aparecían ahí. Hoy
podrían ser las influencers con millones de seguidores en redes
sociales.
Entonces (el proyecto surge) a partir de esas imágenes y de muchas
reflexiones que tenían que ver con mi propia vida, con cómo mi propia identidad
se había construido en relación con esos ideales, cómo muchas de las decisiones
vitales que había tomado y que tomaban muchas mujeres a mi alrededor tenían que
ver con esos discursos. Esta idea de que lo que nos hará felices es
encajar en un determinado ideal de belleza para tener una pareja heterosexual,
para formar una familia, y fin de la historia. Nosotras no crecimos expuestas a
un imaginario de mujeres representadas en la cultura masiva que se salieran de
esos modelos. Siempre hubo mujeres que estaban dando una batalla en el ámbito
político, en el ámbito social, en la ciencia, en el deporte, pero en general
ocupaban lugares muy pequeños. Una de las preguntas que creo que inspiró todo
el trabajo de MQNFT en esos primeros años era eso de: ¿cómo habría sido mi vida
si hubiera crecido mirando y escuchando a estas mujeres que no son las de las
tapas de las revistas? Seguramente hubiera tomado otras decisiones.
¿Cómo fue el crecimiento de la cuenta?
Fue superorgánico. Después de 2019 todas las cuentas activistas empezaron
a tener un baneo (bloqueo) muy importante, y ahí obviamente el
crecimiento se detuvo significativamente.
¿Un baneo en qué sentido?
En el sentido de que las redes sociales empezaron a ocultar nuestros
contenidos. Los contenidos políticos, los contenidos activistas, sobre todo,
los contenidos feministas empezaron a perder visibilidad y eso detuvo el
crecimiento de nuestras cuentas. Es una conversación que de hecho hay que dar y
que nosotras siempre intentamos abrir, porque es muy importante. En las redes
sociales hoy se da también la disputa cultural, entonces que nuestras cuentas
estén invisibilizadas y que cuentas de fascistas y ultraderechistas tengan
plena visibilidad es algo bastante significativo y muy de esta época.
¿Y ese bloqueo sigue vigente?
Sigue igual.
Mujeres que no fueron tapa tiene 460.000 seguidores en
Instagram. ¿Hay hombres en esa comunidad?
Sí, hay un porcentaje mínimo de hombres, que será de un3% o 4%.
Muy mínimo. De todas maneras, Instagram es una red bastante feminizada.
Las revistas fueron el puntapié para la cuenta por cómo retratan a las
mujeres. ¿Por qué cree que todavía persiste esa diferenciación en cómo algunos
medios eligen mostrar a hombres y a mujeres?
Es que en
realidad no hubo cambios sociales profundos reales. El movimiento de mujeres y
diversidades en nuestros países y en el mundo ha tensionado discursos, pero no
ha transformado los sentidos comunes. Los hemos transformado para muchas
personas, pero eso no ha provocado un cambio cultural de la profundidad que se
necesita para que algo de esto cambie radicalmente. Y nosotras claramente no
tenemos el poder. Hoy la batalla cultural es contra las grandes usinas de
construcción de los sentidos, que siguen estando en manos de los mismos, que
son los representantes icónicos del patriarcado: hombres blancos,
heterosexuales, adinerados, educados, propietarios de las plataformas de los
medios de comunicación. Sabemos que el poder está absolutamente concentrado,
hay ocho personas que son las dueñas de más del 50% de la riqueza en el mundo.
Son esos grandes centros de poder los que construyen los sentidos y los que
además necesitan un sistema donde las personas estemos adormecidas, donde nadie
se rebele. Hoy, en el mundo, la clase trabajadora está siendo cercada. Nos
están hambreando y seguimos en la más pasiva de las pasividades.
¿Quiénes cree que sean o serán los principales agentes de cambio?
El tema es muy complejo y no es monocausal. Necesitamos un cambio radical
del orden social para que algo de esto realmente se modifique. Ayer a la tarde
(27 de febrero) en Argentina el gobierno dijo que se va a sacar la perspectiva
de género del Estado. Entonces, ni siquiera alcanza con que haya paridad y más mujeres en los
espacios, necesitamos perspectiva de género. Necesitamos perspectiva de clase.
Necesitamos un montón de cosas porque nuestra lucha es por un mundo en el que
quepamos todes, un mundo en el que no haya hambre, un mundo en el que todes
podamos educarnos, y la verdad es que por lo menos en nuestro país, eso que
hasta hace tres meses era algo que estaba dentro del orden de lo posible, hoy
para muchísimas personas es imposible. Porque las mujeres somos las más
empobrecidas. En este momento están cerrando universidades y al mismo tiempo
hay muchas compañeras que por el aumento (del precio) del transporte no van a
poder llevar a sus hijos a la escuela o ellas mismas ir a estudiar. Estamos en
un momento de muchísimo repliegue en términos de derechos, aun cuando eso no
implique en todos los casos la derogación de las normas que conquistaron esos
derechos.
¿Cree que la mirada de las nuevas generaciones ha ido cambiando,
evolucionando?
Todo lo contrario, te diría. En este momento estamos asistiendo a algo
que es muy significativo, que es cómo estas nuevas generaciones, sobre todo de
varones, están muy reactivos, queriendo de alguna manera volver a un pasado
utópico, un pasado que nunca existió, porque nosotras nunca fuimos, a lo largo
de la historia de las mujeres, mansas ovejas dóciles que no protestábamos y no
nos rebelábamos. Siempre nos hemos rebelado, de maneras más sutiles o más
manifiestas, así es como hemos conseguido los derechos que tenemos hoy. Pero
estos varones jóvenes están teniendo intención de volver a vivir con los
beneficios de la gratuidad de nuestro trabajo con que vivían sus abuelos,
probablemente, ni siquiera sus padres, y esto se ve muchísimo. Pero también se
ve en las mismas mujeres jóvenes un rebrote de cierto antifeminismo, esta idea
de que no entienden —quizás mujeres que nacieron en los 2000 o más adelante—,
que sienten que ya vivimos en igualdad y que está todo dado y que todos estos
discursos son una exageración. Creo que esto después la vida lo acomoda, pero
es muy llamativo. En muchos casos se identifica el feminismo como una
conversación y no como una práctica y una ética de vida. O sea, yo soy
feminista porque hablo de feminismo, pero después en mi casa mi madre es la
sierva del hogar y yo me beneficio de ese trabajo gratuito de mi madre. Pero
soy feminista. Esas contradicciones también se dan un montón. Acá en Argentina
lo venimos viendo, y también tiene que ver con el resultado de las elecciones.
A este presidente que tenemos, a este partido de ultraderecha, también lo
votaron personas muy jóvenes. Ahí hay algo que pasó en esta batalla cultural y
también en el pendulazo normal de todos los movimientos sociales en la
historia. Es un momento muy particular para observar y muy difícil para vivir.
¿Cree que los padres que hoy tienen hijos pequeños los están educando
diferente en este sentido?
Justamente estos días estábamos hablando de eso en las redes sociales.
Nosotras lo que vemos, sobre todo, es este feminismo más discursivo. Después,
en la crianza de los hijos, las madres siguen ocupando el mismo lugar de
cuidadoras. Hay un incipiente movimiento muy pequeño de varones que comprenden
que es un privilegio que sus hijos sean cuidados y educados, que comprenden que
es una forma de abuso usar el trabajo de otra persona de manera gratuita para
que sus hijos y sus hijas sean educados por la madre, pero no es algo masivo,
ni por casualidad. Hasta que eso no sea masivo no va a haber un cambio
cultural, porque todo lo demás son excepciones a las reglas. Hoy el ideal
materno está construido no solo en la idea de antes, de lo que eran nuestras
madres, sino que a las madres de hoy se les han sumado millones de obligaciones
que tienen que ver con estas formas de crianza que se van poniendo de moda:
ahora la madre tiene que moler el trigo orgánico con su propias manos y hacerle
el pan al niño para que se alimente de una manera. Todas esas son tareas que
recaen sobre las madres. Y esto es algo que se prolonga en la crianza. Las
madres quedan en un lugar, otra vez, de siervas del hogar, que educan a esos
hijos y esas hijas en esa idea, porque lo que aprendemos no es lo que nos dice
nuestra madre, es lo que vemos. ¿Y qué estás viendo en tu casa? Que tu mamá es
la que va, viene, hace, te lleva al turno del médico. El nene dice agua y la
madre sale corriendo y le da agua, los pibes se levantan de la mesa y no
levantan los platos, no saben barrer, no saben limpiar la casa. Quizás hace 20
años un niño de siete años sabía poner la ropa en el lavarropas, hoy eso no
sucede. Y entonces, ¿cómo aprendemos que ese no es el lugar de las mujeres, que
es el lugar de todas las personas? Eso es lo que veo hoy en la educación, que
me parece gravísimo. La educación en el feminismo se encarna, no se cuenta.
¿Hay un mensaje reiterado, una inquietud extendida, que la comunidad de
MQNFT les haga llegar a través de las redes?
Estamos en un problema, porque todo lo que me preguntás era una cosa
hasta el 10 de diciembre, y hoy es absolutamente otra. Hasta el año pasado en
el verano podíamos hablar de (la campaña) Hermana soltá la panza.
Nuestras campañas en general tienen que ver con los estereotipos y mandatos de
género que modelan esta identidad hacia la sumisión. Porque en esta educación
que recibimos todos los mensajes que tienen que ver con la belleza son
discursos de control sobre los cuerpos de las mujeres, porque nos siembran la
vergüenza; es violencia estética. Todos estos son dispositivos cada vez más
sutiles. Cuando los vamos desnaturalizando, aparecen nuevos dispositivos de
control sobre el cuerpo. También hablamos del amor romántico, que ha sido (un
dispositivo de control) desde hace muchísimos siglos, pero ahora tiene nuevas
formas. Hablamos sobre la explotación que vivimos en el ámbito doméstico. No ya
la explotación de los trabajos, que también se da, pero la explotación en el
ámbito doméstico que vivimos las mujeres. Estas últimas semanas estuvimos
hablando de cuándo descansan las mujeres. Tenemos una construcción, un discurso,
sobre las “vacaciones”, que es un discurso construido desde la masculinidad.
Los únicos que la pasan bien en las vacaciones en familia —en general, estoy
hablando—, y sobre todo cuando hay hijes, son los varones, porque las mujeres
no descansan en esas vacaciones, tienen que producir. Producir el contento de
esta gente que se va con ellas, y que además esas vacaciones tengan estos highlights
que tienen que tener, porque es el momento de felicidad del año, donde
todos lo vamos a pasar mejor. Y la verdad que eso no les pasa a las mujeres: en
el único momento en que descansan es cuando están solas, y esa es una realidad,
porque vivimos en condiciones de explotación y de servilismo voluntario, porque
para eso nos han educado. Entonces, desmontar eso implica identificar un montón
de cosas, identificar que eso que llaman amor es trabajo no remunerado, como
dice Silvia Federici; que todo esto que nos dijeron que teníamos que hacer como
demostración de afecto para que nos quieran y nos traten bien es trabajo, y que
ese trabajo alguien lo tiene que pagar. Desmontar eso es un trabajo muy grande,
porque está en nuestro ADN ser serviciales, ser amables. Es un trabajo muy
artesanal, muy pequeño, porque lleva mucho tiempo revisar nuestras propias
prácticas, reconocer la opresión y querer salir de esa opresión, que es un gran
camino que hay que recorrer. Nosotras en general hablamos de todos esos temas
desde lo cotidiano, porque creemos que la transformación real de nuestras
condiciones tiene que ver con la familia, la vida doméstica. Es la gran escuela
de la desigualdad de género. Ahí aprendemos que unas sirven y otros son
servidos. Si no desarmamos eso todo lo demás queda, como está pasando, en el
ámbito de lo formal o de lo discursivo.
Nuestro trabajo se trata de hacer una traducción de los recursos teóricos
del feminismo para llevarlo a la vida cotidiana y entender que es algo
sistémico.
Hoy lo que nos sucede es que estamos en un momento de supervivencia de
nuestra sociedad tan grande que es muy difícil hablar de estos temas, porque
parecen menores al lado de lo que está pasando. Todos los días vemos cercados
nuestros derechos, vemos cercados nuestros cuerpos por el hambre; hay 50.000
comedores que no reciben comida; millones de niños y niñas que no están
pudiendo comer porque al Estado no se le da la gana mandarles la comida. Están
cerrando universidades en este mismo momento.
Se prohíbe la perspectiva de género, el lenguaje inclusivo, nos señalan a
las feministas como enemigas en un discurso internacional. No podemos pagar los
alquileres, el transporte. Nos están llevando a una situación de supervivencia
tal que estamos con toda nuestra energía intentando sobrevivir a este
arrasamiento. Entonces es muy difícil poder hablar de lo que hablábamos. Y ahí
también está el retroceso de nuestra agenda, porque el 8M del año pasado
estábamos disfrutando de una agenda pública de cuidados, y hoy estamos hablando
del hambre.
El proyecto se ha expandido y hoy tienen un club que funciona con sistema
de membresía. También dan charlas, talleres y hasta tienen una tienda. ¿Ven una
respuesta de la gente? ¿Una voluntad de invertir en esta iniciativa?
Es una decisión política nuestra sostener nuestro trabajo a través de un
financiamiento colectivo atomizado, es decir, una forma de financiamiento que
nos permita no quedar cautivas de ningún decisor. Entonces, no recibimos
financiamientos de corporaciones y tampoco del Estado, y eso nos permite una
libertad de discurso que no nos la daría otra cosa. Tenemos una comunidad de
muchísimas mujeres que aportan a nuestro proyecto. Obviamente, no es algo
masivo. Todo el tiempo tenemos que estar haciendo un trabajo para reclutar el
apoyo de las compañeras, porque no está dentro de nuestra educación la
educación política, de sostener proyectos activistas para vivir mejor. Nuestra
educación es que nos tenemos que gastar la plata en nuestro aspecto físico,
ropa, maquillaje, tratamientos, uñas, cejas, pestañas, y si no, en les hijes;
es en lo que gastan las mujeres en general, las que tienen un manguito de más.
Y esa educación es imprescindible, son estereotipos que hay que romper que
tienen que ver con nuestros consumos y con la dependencia económica en la que
somos educadas. Somos educadas en un vínculo con el dinero que es nefasto,
donde ganar dinero nos avergüenza, nos da culpa; donde ser ingenuas y de alguna
manera exponernos al aprovechamiento es algo en lo que nos educan. La mujer
ingenua es muchísimo mejor valorada y ubicada socialmente que la mujer
perspicaz, que la mujer autónoma, que la mujer que está dispuesta a leer entre
líneas, a identificar las dualidades del mundo. La idea del desinterés en las
mujeres es algo que nos inoculan desde el nacimiento, sin ese desinterés no
lograrían que trabajáramos gratis en nuestras casas horas y horas sin que ese trabajo
sea reconocido como trabajo.
Es muy complejo desmontar todo eso, pero nosotras hemos logrado que
sea nuestra comunidad la que sostiene nuestro trabajo y nuestros proyectos. Con
muchísimo esfuerzo, pero es algo que nos enorgullece porque es una forma de
financiamiento que nos permite una independencia en el discurso que no es
común.
Hace poco la incluyeron en la lista de BBC de las 100 mujeres más
inspiradoras e influyentes del mundo (en la categoría Cultura y educación) por
su lucha contra los estereotipos y mandatos sociales. ¿Qué significó ese
reconocimiento? ¿Siente que su voz tiene más peso ahora?
No, la verdad que no. Sí, fue un momento muy lindo porque los
reconocimientos no abundan en el feminismo. Siempre son más los palos que
recibimos que los reconocimientos. Estuvieron buenísimos los saludos que
recibimos, las felicitaciones y la visibilidad. Pero después no es que haya
tenido, por lo menos para mí, otros significados. Es que me llega en un momento
donde yo ya soy grande. Tengo 48 años y ubico las cosas donde las tengo que
ubicar. No siento que mi voz tenga más peso o que lo que yo digo tenga más
verdad porque me haya reconocido la BBC, aunque es algo que agradezco y
agradezco a las compañeras que me nominaron. Pero en términos de mi propio
recorrido de deconstrucción he logrado reconocerme la autoridad que todas
debemos reconocernos simplemente por ser quienes somos y porque nuestras ideas
son nuestras y valen como las de cualquiera. Eso es un trabajo que ojalá todas
pudiéramos hacer.
Siempre están compartiendo fotos y testimonios de mujeres que cuentan
cómo la cuenta de MQNFT las ayudó a liberarse de diferentes mandatos o formas
de opresión. ¿Qué le genera tener ese efecto en algunas mujeres?
Eso
es lo que le da sentido al trabajo que hacemos. Cuando tenemos ganas de largar
todo, porque la verdad es que los contextos son difíciles a veces, porque
recibimos mucha violencia, son esas historias las que nos hacen seguir haciendo
lo que hacemos. Y también ese movimiento de mujeres que nos abraza y nos
sostiene.Pero fundamentalmente leer esos testimonios que cuentan cómo
estas mujeres, miles, muchos miles, han transformado sus vidas cotidianas, han
mejorado sus condiciones de existencia simplemente por leer a otras; porque no
solo se comparten los pesares, también se comparten las estrategias de
liberación. Eso es muy potente, porque es como nos transformamos. Es lo que ha
hecho el feminismo a lo largo de los siglos siempre: nos sentamos, nos contamos
lo que nos pasa y vemos cómo podemos transformarlo.