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Maestro Stefan Lano: "Acá la gente toca bien, está atenta, y siempre quiere tocar mejor"

Nombre: Stefan Lano • Edad: 69 • Ocupación: Compositor, director de orquesta, actual director de la Orquesta Sinfónica del Sodre • Señas particulares: nació en Boston, llegó a cinturón verde en karate, hace 300 lagartijas al día, le encanta dar largos paseos por la ciudad.

Nombre: Stefan Lano • Edad: 69 • Ocupación: Compositor, director de orquesta, actual director de la Orquesta Sinfónica del Sodre • Señas particulares: nació en Boston, llegó a cinturón verde en karate, hace 300 lagartijas al día, le encanta dar largos paseos por la ciudad.

¿Cómo es que hace 300 lagartijas al día? En grupos de 50 (30, pequeña pausa, y luego 20). Las hago con barras. Son buenas para el piano y para la postura. Es un hábito que empecé en la universidad. Hice karate durante mucho tiempo, llegué a cinturón verde. Tuve un profesor muy bueno en Pittsburg y otro en Basilea. En karate siempre empezábamos calentando con lagartijas. No seguí con karate, pero el hábito de las lagartijas lo mantengo.

¿Cómo fue su acercamiento al karate? Siempre practiqué deportes. Mi papá no quería que estuviera solamente con el piano. Quiso que practicara béisbol y fútbol americano, gracias al que me partí unos dientes. Más adelante, cuando estudiaba dirección orquestal, hice un poquito de tai chi. Es muy lindo, muy suave, tranquilo, pero yo quería algo más activo. Pensé que iba a ser mejor el karate, sobre todo si iba a estar viajando mucho. Aunque solo tuve que usarlo una vez en mi vida, en Barcelona. Tres tipos quisieron quedarse con un reloj de oro de bolsillo que llevaba, pero yo tenía otra idea. Dos de ellos se escaparon, pero uno no. Y yo conservé el reloj.

Además de que le permitió conservar el reloj, ¿qué siente que le aportó esta práctica? Disciplina corporal. En el karate hay que memorizar katas, que son una especie de ballet, son lagartijas para el cerebro y para el cuerpo.

También le gusta mucho caminar. Mucho. He llegado a caminar desde Carrasco a Ciudad Vieja. Mi señora tuvo que viajar a Chicago, estaba solo y hacía un día precioso. Así que con mi pipa y mi iPhone cargado con Wagner y Bach, salí a caminar por la rambla. Una vez, en Río de Janeiro, recién había llegado, tenía jet lag, y a las seis de la mañana salí caminando desde Copacabana, donde estaba el hotel, rumbo al teatro. Caminé tres horas. Cuando llegué la gente me estaba esperando, nadie sabía dónde me había metido, porque había un coche en el hotel pero yo no me había enterado.

¿Sigue fumando pipa? Sí. Mi propio médico me dijo: "Tu pipa te hace más bien que mal". Es un buen médico. Empecé cuando estudiaba instrumentación en Boston. Un profesor me preguntó una vez: "¿Tú fumas?". Le dije que no. Que mi papá sí fumaba cigarrillos pero que a mí no me gustaba. "Un día tendrás que fumar, tal vez pipa". Le pregunté por qué. "Porque vas a pasar mucho tiempo con partituras en tu vida". Tenía razón. Y aunque no puedo fumar en la habitación, sí la tengo conmigo mientras estudio. También tomo mate, que es como fumar de manera líquida. Me sirven para enfocar la concentración. Fumo desde hace más de 50 años y no puedo imaginar hacer mis paseos sin pipa y sin música.

¿Cuándo y cómo adquirió el hábito de tomar mate? Cuando estuve en Buenos Aires. La primera vez, Virginia Correa Dupuy, una excelente cantante del Teatro Colón (donde hice mucho de repertorio desde 1993 hasta 2010), me cebó un mate. Pero realmente aprendí a tomar y a cebar en un asado con la familia de Carlos Bengolea cuando hicimos Salomé. En ese asado también puse yerba en la pipa e intenté fumar mate (risas).

¿Qué otro hábito o gusto rioplatense adquirió en estos años? El gusto por el bife de lomo, abierto, a punto. Algunos vinos: antes malbec, ahora tannat. Y el tango. Me gusta el tango.

En su adolescencia tenía algunos trucos para asistir a los conciertos de la Boston Symphony Orchestra. Sí. Iba a la entrada de los músicos con mi viola y mi clarinete y me presentaba como músico sustituto, y así entraba sin pagar. Es que no podía pedirles dinero a mis padres cada vez que quería ver a la Sinfónica de Boston. En esa época la dirección era de Erich Leinsdorf. Nunca pensé que tiempo después iba a tocar para él en Viena. Leinsdorf se puso chocho cuando se lo conté. Estaba encantado.

¿Qué lo motivó a presentarse al concurso internacional del Sodre para el puesto de director de la Orquesta? Me gusta el ambiente acá para vivir. Me gusta la Orquesta (fue su director entre 2012 y 2015). Siendo director de orquesta no solamente vas a tener colegas, también vas a tener amigos. Acá la gente toca bien, está atenta y siempre quiere tocar mejor y mejor. En Alemania me ha tocado estar frente a orquestas que creen que no necesitan ningún director. Y un director es alguien con capacidad de analizar una partitura y enseñarle a la gente la mejor forma de representarla. Si uno no tiene la fuerza interna para sostener un concepto artístico, cada orquesta va a sonar como cualquier otra. Y eso, al comienzo, es más una ciencia que un arte. El arte llega después. Los primeros ensayos son científicos. Requieren investigación, precisión, búsqueda. Es como el trabajo de un cirujano, tiene que tener buenas manos, pero también necesita un corazón.

Su esposa, Mariko, es japonesa. ¿Cómo se conocieron? En el Festival de Salzburgo, en 1984. Fue con la Filarmónica de Viena. Esa mañana se había suspendido el ensayo, pero yo estaba en el foso practicando. De repente llegó Mariko, preguntó por el ensayo y le conté que se había suspendido. Cuando se estaba por ir la invité a tomar el té. Lo hice en japonés. Después de cada ensayo salía a pasear en bicicleta hacia las montañas. Un día Mariko alquiló una bicicleta y salimos juntos. Desde entonces estamos juntos, desde hace casi 40 años. Ella es una excelente cantante, clase mundial.