¿Cómo compararía la versión de Maitena de La Pedrera con la de la
historietista exitosa de Buenos Aires?
Lo que tiene
la fama, que yo tampoco es que soy Susana Giménez, es lo que te pasa a vos como
personaje. Hay una parte tuya que se transforma en ese personaje y que te
parece que tenés que sostener. Estar siempre bien, siempre graciosa, siempre
con buen humor, buena onda, siempre arreglada. Es un poquito incómodo. A mí me
gusta llorar por la calle si tengo ganas o sentarme en la puerta a fumarme un
pucho en un escalón. Hacerme amiga de la gente, hablar con desconocidos, eso se
pierde. La gente me hablaba porque era Maitena, pero yo toda la vida había
hablado con la mina que me encontraba en el baño de un bar; mis historietas
están llenas de eso, de escuchar a la gente, es lo que más me gusta, y eso se
pierde. La fama te aleja del mundo de alguna manera, te pone en otro lugar. Y
eso no me gustó. Yo no tengo mucho que ver con eso. Y acá en La Pedrera yo me
siento cómoda, siempre. Me levanto a la mañana y me siento en la escalera con
el té, no me importa estar en pijama. La gente está relajada. La Pedrera es un
lugar donde creo que soy mi mejor versión. Más tranquila, más relajada, más
buena onda, más simple, menos graciosa tal vez, menos inteligente, menos
brillante. Tampoco tengo la idea de producir y hacer cosas. ¿Qué proyectos
tengo? Ninguno.
Hay una cultura de la productividad muy fuerte, y se asocia mucho esta
idea de mantenerse activo con la lucidez y la salud. ¿Se siente presionada por
el entorno?
Al mismo
tiempo es una idea de productividad comercial. Yo soy productiva, soy una
hormiga, no paro, hago miles de cosas. Tengo una casita que alquilo acá al lado
que era el garage de esta que la arreglé yo, la hice toda de nuevo. Tengo ahora
dos inquilinas. No paro. Trabajo en Ni una Menos, dibujo para causas sociales,
doy charlas en colegios, siempre estoy haciendo algo. Lo que no hago es algo
productivo que se venda, que se vea, entonces parece que no hiciera nada,
porque es lo que se considera hacer algo. Después de la novela (Rumble)
escribí tres novelas más que abandoné, no las terminé. Una me llevó tres años,
otra cuatro, pero a mí me sirvió el tiempo de estar escribiendo. Escribo sobre
materiales autobiográficos, entonces también fueron cosas de mi vida que estuvo
buenísimo atravesarlas, pensarlas, ponerlas en palabras. Y la cantidad de
libros que tuve que leer mientras estaba escribiendo. Con Rumble me leí
60 libros escritos en la voz de un niño o adolescente, y me encontré con niños
fabulosos. Entonces estoy reproductiva, que no lo comercialice es otro tema.
¿Sobre qué tratan las novelas que no publicó?
Una es la
continuación de Rumble, que podría trabajarla y terminarla, hay que ver
si tengo las ganas. Otra es de la época de la maternidad, que es más ficción,
de una madre con un hijo chico. Y la otra es un delirio (se ríe). Les
digo a mis hijos que ellos la van a publicar cuando yo me muera. “¡Obvio!”, me
dicen. No las publico porque no me parecen buenas, me parece que les falta
mucho trabajo. Escribo todo el tiempo, necesito escribir porque es mi manera de
entender todo. Y dibujar también. Capaz publico alguna novela en algún momento,
si está buena. Tengo dos, tres amigas editoras en las que confío mucho y si me
dicen que les falta, es que les falta. El mercado editorial es salvaje, les
importa lo que vende. Pero yo soy exigente conmigo. Hay muchos libros en el
mundo, y mucho libro de mierda. No hacen falta libros malos. Creo que cada
libro que se publica tiene que ser bueno. El año pasado lo pensé, y me agarró
la muestra y me llevó por delante, me dio vuelta la vida. Van 7.000 personas
todas las semanas. Es gratis, en un lugar donde me dieron todo lo que yo
soñaba. Yo no quería hacer esas muestras que entrás y ves 30 cuadritos con
marquitos en una sala, que te dan sueño. Dije que había que hacer un
dispositivo de lectura. Invitar a la gente a leer en 2023 es un delirio, y la
gente va y lee, se pasan tres horas leyendo, es hermoso. Nadie lo puede creer,
nos sorprendió a todos la aceptación del público, lo que sucede.
¿Qué es lo que más le sorprende de lo que pasa en la muestra?
Varias salas
tienen murales gigantes en las paredes y una vitrina con una bajada teórica con
temáticas como patriarcado, monogamia, palabras que no están en mis
historietas, está el hecho, pero no el marco teórico. De repente ves 10 minas
alrededor de una vitrina que no están juntas y no se conocen, riendo juntas.
Eso me hace llorar. Es muy lindo lo que pasa en la muestra. Alucinante. Eso es
lo que a mí más me conmueve, las historias de vida, las cosas que me cuentan.
Veía venir que algo pasaba. Yo dejé de trabajar y no sentí que había aportado
algo importante al mundo. Nunca creí mucho en todo lo que pasaba. Siempre tuve
un poco de síndrome del impostor, hasta que vi la muestra. No entiendo cómo
pasó todo lo que me pasó, porque no terminé el secundario. No sé, pasó, me tocó
la varita. No solo tengo el síndrome del impostor, sino que reunida con
intelectuales siempre me siento idiota, que no llego.
Igual, es
verdad que mirando mi trabajo, haciendo un análisis, sí encuentro que había
algo que yo tenía que no lo veo en otros humoristas: hijos. Hay mucho humor de
mujeres, pero yo tenía un familión. Hablé mucho de la vida doméstica de las
mujeres, que creo que no está tan transitada en el humor. Como madre me parece
que está muy atravesado por esa experiencia, que es la gran experiencia de mi
vida, ser madre. Siempre quise alejarme de esa idea porque me parecía
re-Susanita decirlo, pero la verdad que fue la experiencia más importante de mi
vida, porque fui madre muy joven, después fui madre grande, y porque son mis
hijos y modificaron toda mi vida. Yo estaba acá y dejé de vivir acá porque mi
hija iba al secundario en Buenos Aires. Y ahora tengo a mi nieta y me doy
cuenta cuánto me importa. Hay algo mío muy Susanita. Me hubiera gustado ser
Mafalda pero soy Susanita, ¿qué querés que haga? No me siento Mafalda.
Montó su primera exposición 16 años después de haber dejado su trabajo
como historietista. ¿Por qué ahora?
No me la
habían ofrecido, y yo fantaseaba, era una ilusión que tenía. Y como soy una
loca obsesiva, guardé todo. Las 2.500 páginas y todos sus bocetos en cajas,
carpetas, un quilombo de estudio que mudé varias veces en mi vida. Ahora en mi
casa me hice un archivo. Acá (en La Pedrera) no hay nada porque el papel se
arruina con la humedad. Son una hermosura los originales, ahora los veo así,
antes no. Son piezas muy delicadas, muy lindas de ver. Los había guardado y
después me olvidé. Dije: “Ya está, yo me borré, no te dan más bola”. Asumí que
se había acabado. Ahora me llaman y me ofrecen esta muestra que fue genial.
Pero algo pasó antes. En los últimos años de lucha por el aborto legal que
trabajé con Ni una Menos, en todas las marchas me empecé a encontrar en la
calle con treintañeras que me decían: vos me hiciste feminista. Siempre me
emociono cuando lo cuento. Es muchísimo. Fue entender que había pasado algo.
Ahora me parece mucho todo eso que pasó. Yo nunca tuve esa intención.
¿No se consideraba feminista cuando hacía las historietas?
Me
consideraba feminista, pero mirá, justamente buscando material para la muestra
encontré una nota en la que yo decía: “Soy feminista pero no me gusta decirlo”.
Y era verdad. Me tildaban de feminista de una manera peyorativa. En España me
decían: “Su humor es muy bueno, pero un poco feminista”. Eras feminista y odiabas
a los hombres y no cogías hace seis años. Pero siempre fui feminista.
Viniendo de una familia cristiana, de derecha, ¿qué despertó el feminismo
en usted?
Mi madre,
pero indirectamente. Pobre madre. La idea de ver cómo mi madre no tenía las
mismas oportunidades que mi padre. Mi padre era ingeniero y mi madre era
arquitecta. Mi padre tuvo una carrera brillante y mi madre se dedicó a criar
siete hijos. Y terminó loca. No es difícil volverte loca si eras una persona
que quería ser arquitecta, profesional. Mi madre además era de clase
media-baja, inmigrante polaca. Para ella fue muy difícil ir a la universidad, se hizo
arquitecta, creyó que iba a cambiar de mundo y se quedó en una casa criando
siete niños. Nunca pudo trabajar, nunca pudo desarrollarse, nunca pudo tener la
vida que hubiera querido. Siempre estaba cocinando, limpiando, peleándose con
mi papá que venía tarde. De chica no me lo cuestionaba. ¿Y por qué mi papá
puede salir y ser ingeniero y tener una vida, y mi madre está acá planchando?
¿Cuándo se lo empezó a cuestionar?
Cuando fui
madre, a los 17 años, que además mi madre me dijo: “No vas a hacer nada, te
arruinaste la vida”. Estaba en la secundaria. Me dijo: “No vas a poder
estudiar, no vas a poder trabajar, y nadie se va a querer casar con vos, te
arruinaste la vida”. Un poco pensando en ella dije no, yo voy a hacer todo lo
que se me dé la gana. No me quedo con eso que me estás diciendo. Y no me quedé.
Curadores Liliana Viola y Alejandro Ros
¿Qué tanto hubo de querer desmarcarse de su familia? Su padre fue
ministro durante la dictadura argentina y usted a los pocos años estaba
dibujando historietas eróticas.
Siempre me
desmarqué de mi familia. Desde la adolescencia. Como yo soy la sexta de siete
hermanos, tuve la suerte de que no me educaran. Porque educan a los más
grandes. Los mayores están llenos de fotos, ropa divina. Los siguientes
aparecen de casualidad en brazos de alguien en una foto grupal.
¿Qué le pasó al reencontrarse con sus 30 años de obra para montar la
muestra?
Una cosa que
pasó fue ver trabajos míos de hace 35 años y darme cuenta de la coherencia
intelectual. El arco de intereses siempre era el mismo. Las mujeres, la
injusticia de las mujeres, la diferencia que hay entre la vida de los hombres y
las mujeres. Lo vi muy chica porque tenía una hija a mi cargo y veía cómo los demás
estudiaban y yo tenía que ocuparme de todo, era mucho más difícil. Pero el
mundo era así. No es que lo tenía tan claro. Yo también aceptaba que el mundo
era así. Que todos los directores de las revistas eran hombres, que todos los
dibujantes eran hombres, que todas las historietas que había leído en mi vida
eran dibujadas por hombres. Nunca se me había ocurrido dibujar historietas
porque no me sentía habilitada.
Después me
pasó también, mirando mi trabajo de hace 30, 20 años, de darme cuenta de que el
mundo cambió y que ideológicamente había cosas mías que hoy atrasan. Hoy Mujeres
alteradas atrasa. Jamás hago publicidad de mi libro. Tengo un Instagram y
jamás subo “comprá mi libro”. Atrasa. Comprate otro, algo nuevo. Es una cuenta
de fans y de feminismo.
Todo esto que dice que atrasa, ¿se descartó de la muestra?
No, eso fue
interesante. Yo enseguida dije: esto no va, esto tampoco, y empecé a sacar
páginas. Hablando con Liliana Viola (curadora de la muestra), lo que ella dijo
fue que para entender dónde estamos, está bueno saber de dónde venimos. Es
parte del desarrollo de las cosas. Leo ahora Mujeres alteradas y hay
gordofobia cultural. Están las mujeres hartas de hacer dieta, criticando la
dieta, pero con una postura de que hay que hacer dieta, hay que disimular la
panza. Hay que... Enojadas con esa idea, pero sin dar el paso siguiente, el de
ahora, que es: soy gorda, ¿cuál es tu problema?
Entre la cultura de la cancelación y la corrección política, no parece
fácil hoy en día poner eso en perspectiva.
A mí
culturalmente me chupa un huevo, para decírtelo de manera fina. Me parece que
mirar el pasado con anteojos del presente es de un tamaño mental… Parate ahora
y esperá 30 años, y de lo que estás haciendo y diciendo ahora te van a decir:
¿cómo estás diciendo eso, mirá lo que hacías? Creo que yo tiré muy buena onda,
cosas para pensar, que estaban buenas. Incluso del cuerpo. Mostraba a la mina
harta de depilarse. ¿Y cuándo se van a usar los pelos? Ya se usan, pero eso
pasaba en los 90. Si vas a cancelar mi trabajo porque es de los 90, bueno, no
tengo más para decirte. No podés ver cine tampoco. Obvio que hubo gente
brillante que lo tuvo claro siempre. Felisberto Hernández, sin ir más lejos. El
año pasado, en pandemia, me compré sus obras completas y me las leí enteras,
todas juntas. Es extraordinario, me voló la cabeza. Pero tiene un cuento, del
40, del 50, donde habla de una profesora de piano que tenía que era gorda.
Dice: para todos es la Gorda, es lo primero que se dice de ella. Y quedan
anuladas otras características de ella porque es gorda, cuando es una persona
con un montón de cualidades. Eso es un pensamiento muy moderno para alguien del
40, porque la mayoría de los autores que leemos de esa época eran gordofóbicos.
¿Ha estado peleada con su obra?
Sí, estuve
peleada hasta que hice la muestra. Decía: no, mirá las cosas que hacía, todas
desesperadas por una dieta, preocupadas por si tienen el brazo gordo, qué
pelotudez. Bueno, venimos de ahí. Algunas quedaron en la muestra pero
enmarcadas dentro de cómo cambió el mundo, como un desarrollo de ideas que
fueron cambiando.
Maitena junto al equipo de artes visuales del Centro Cultural Kirchner
¿Qué lugar ocupa hoy el humor en su vida?
Es mi manera
de ser, no sé qué lugar ocupa. Siempre prefiero tomarme todo con humor, no lo
logro siempre, pero para mí es fundamental. Y en esta época lo que más extraño
es reírme. Hace mucho que no me río mucho. Hubo épocas de mi vida en que me
reía más. Me río menos, incluso cuando estoy entre amigas.
Es curioso porque dice que esta es su mejor versión.
Sí, pero viste eso de reírte con tus amigas, cagarte de risa. Me río
menos, y lo extraño. Y esas veces que pasa que hay un reencuentro y nos reímos
mucho, me siento bendecida, como si hubiera tomado una droga maravillosa. Eso
lo extraño. Quino decía que los humoristas con el tiempo nos ponemos menos graciosos
y más reflexivos. Y es verdad. Yo soy más reflexiva ahora que de tomarme las
cosas con humor. Y esa frase que él me dijo hace muchísimos años también la
tomé en cuenta cuando dejé de trabajar, porque noté que mi trabajo era menos
gracioso y más reflexivo. Superadas, que salía en La Nación, era
menos gracioso que Mujeres alteradas. En Superadas había humor,
pero era más duro, con más ironía, más reflexivo. Tenía razón el viejo, en
todo. Para mí el humor tiene que ser divertido, a mí me gusta que me haga reír.
¿Encuentra humoristas mujeres que sean una especie de actualización de su
obra?
Me encanta
Flavita Banana, o Catalina Bu. Todas abrevaron de mí, y me da una emoción. Les
escribo los prólogos para los libros. Todas me piden prólogos. En el caso de Flavita,
me parece extraordinario, su humor es diferente al mío, pero cuando tuve que
analizarlo para hacerle el prólogo, me di cuenta de que tenemos el mismo
sistema de pensamiento. Y me dice: claro, mami, si fuiste mi madre. Lo de ella
es gracioso pero durísimo, oscuro.
Si hoy
tuviera 20, ¿le gustaría hacer humor?
Por suerte no
tengo. Creo que la mayor dificultad de hacer humor hoy con 20 años es la
corrección política, enemiga del humor. Y con esto no quiero defender la idea
de que te podes reír de cualquier cosa, pero escribir chistes pensando en no
hablar mal de nada es imposible. Yo creo que, como dice (el escritor francés)
Raymond Quenau, el humor es una tentativa de limpiar de estupideces a los
grandes sentimientos. La segunda dificultad son las redes sociales, que
habilitan a que cualquiera te insulte por pensar diferente. Entiendo que no
todo el mundo va a pensar como vos, pero de ahí a que te escriban en el feed
‘ojalá te mueras’, como me pasó en la época de la ley del aborto, hay un camino
muy grande.
En sus historietas retrató mucho la disconformidad de las mujeres con su
imagen con el paso del tiempo. ¿Cómo lo vive?
En este
momento estoy muy contenta, muy amiga de mi imagen y de cómo estoy. Hace 10
años todavía me importaba que estaba dejando de ser joven, me ponía un poquito
de botox, y alguna cosita, y la peluquería. Estaba enamorada de alguien muy
joven. Muy joven, pero pasó (risas). Ahora la verdad me siento bien,
tengo 60 años, estoy vieja, cuando tenía 20 me decías alguien de 60 y te decía
vieja, cuando tenía 30 me decías alguien de 60 y te decía vieja. Y ahora que
tengo 60, bueno, soy vieja, ya está. Yo creo que el paso del tiempo cuando
tenés hijos lo ves más claro. Ves cómo crecen ellos, te das cuenta de cómo es
la juventud. Tengo hijos de 40 años, y me gusta. Desde hace un par de años me
da alivio ser vieja, como que no tengo que ser joven. Llegó un momento en que
ser joven ya era un esfuerzo. Te estás armando para parecer joven, un trabajo.
Cuando dejás ese trabajo, ya está, y es un alivio enorme verte como sos,
levantarte de mañana, lavarte la cara un poquito. Por más que hagas lo que
hagas, la batalla contra el tiempo es una batalla perdida. Tendrás la cara
bien, ¿y el culo? Tendrás el culo bien, ¿y el codo? Siempre habrá alguien que
diga: ah, pero mirá el codo. Mi nieta me pregunta si tengo espejo largo y no,
¿para que? Tengo hace 15 años esta pollera, ya sé que me queda bien, no
necesito verla.
Esa idea de
la no seducción. Yo no seduzco a nadie, si cae alguien en la red, vemos, pero
no hago el menor esfuerzo por gustar a nadie, y la verdad que es muy cómodo. Me
siento muy bien con la edad. No quisiera ser más joven, está bien. Es bastante
sabia la vida. Las cosas van pasando y cuando pasan, ya no querés que pasen de
vuelta, ya las agotaste, ya están. Ya no tengo ganas de comerme el mundo. Tengo
ganas de pasar lindo, es lo único que me importa. Sobre todo si no tengo la
exigencia de trabajar, de conseguir dinero. Soy una persona sencilla, voy a
estar bien con lo que tengo. El amor para mí es eso, esto que pasa a esta edad
donde cobran otro valor los amigos, la familia. Hay gente que dice: “Yo a mis
hijos siempre los amé”. Yo también, pero los amo más ahora. Los veo más como
personas, como adultos. Tenés que tener tiempo para entrar en la vida del otro
y ayudarlo, no es comer juntos cada 20 días. También hay una sensación de ser
la vieja sabia de la tribu, porque me piden consejos, me cuentan cosas, y me
gusta. Me parece que es una etapa superlinda la de poder aconsejar con toda la visión
de todo lo que has visto, también desde lo profesional.
Después de haber tenido tantas parejas, ¿se resignificó su idea del amor?
Me enamoré
seis veces. Que me parece un montón. Las seis veces me convertí en una boluda,
cambié mi cabeza. La idea de la pareja hace tiempo se resignificó. Sobre todo
después de mi última pareja, después de 19 años, que es un montón. Y así es
como está el mundo: no convivencia, no monogamia es el secreto de una pareja si
querés que sea duradera, larga, madura, estable.
Fidelidad,
monogamia, no funciona ese formato, realmente no funciona. La gente que
defiende la monogamia me parece hipócrita, ¡porque alguno de los dos tiene
amante! Además es algo que te puede pasar (tener un amante), y puede ser que no
se destruya tu pareja, ni el amor, pero si te tiene que pasar que te pase, qué
sé yo, ya está. No por eso destruir toda una pareja que venía bien, y la
familia, porque tuviste un amante, tampoco es tan importante. A mí me gustaría
pensar en el amor sin demandas, en el amor sin exigencias, pero es muy difícil,
las dos personas tienen que estar en el mismo eje, entendiendo el amor como
algo que pasa entre dos personas, que las hace especiales y que están para el
otro sin condiciones, ¿cuál es la condición?, ¿vivir juntos?, ¿ser fieles?
¿Cómo hacés 30 años de tu vida? ¡Un disparate! Hay gente que le pasa y lo vive
bien. No es mi carácter.
***
Durante la
entrevista alguien llama a Maitena desde la puerta con un golpeteo de manos. La
dibujante y escritora avisa que está “reocupada”. Al rato, su nieta y una amiga
entran a la casa a buscar algo y salen a las corridas. El perro de Maitena, tan
inquieto como su dueña, pasa sus días deambulando por el pueblo, con el justo y
necesario acto de presencia: comida, mimos y a seguir callejeando.
Hace tres años,
cuando se independizó su hija menor, empezó a vivir sola por primera vez, y le
encanta. “Siempre hijes, pareja, casas grandes con mucha gente, mucho ruido. Sé
que parece una boludez, pero vivir sola ¡es lo más! Estoy en llamas. ¿Sabés lo
que es el invierno acá? Prendo la estufa, veo el amanecer, me voy a la cama un
rato, prendo la pava, te ponés a leer a cualquier hora, es la vida más linda
del mundo”. Igual, dice que vive a las corridas. “¿Cuándo es la edad en que uno
está tranquilo? No paro nunca”. Aunque no tiene proyectos, asegura que le
encantaría escribir un libro sobre su madre, una reflexión feminista a partir
de los hechos, de su vida. Ahora, disfruta del mes entero con su nieta. Más
adelante, habrá que encontrarle un nuevo sentido a la rutina: “La vida no tiene
sentido, hay que inventar uno nuevo cuando se acaba. Tal vez inventando sentido
en algún momento, toque hacer el libro de mi madre”.