¿Te tuviste que someter a algún tratamiento de fertilidad?
Sí. Yo en ese momento estaba al aire en Quedate en casa, un
programa que se emitió durante la pandemia. Ahí ya estaba en el tratamiento que
se le llama de baja complejidad, que es cuando ya está interviniendo, de alguna
forma, la ciencia. Se hace un seguimiento de la ovulación, por ejemplo, con
relaciones programadas. Después está la inseminación, que también es de baja
complejidad. Y cuando el embarazo no se concreta por esos métodos se pasa a los
de alta complejidad, donde está incluida la fecundación in vitro.
Recuerdo ir a Quedate en casa y enterarme de un resultado de embarazo
negativo, que me llegaba en un PDF a cualquier hora.
¿Tuvieron que pasar en algún momento a tratamientos de alta complejidad?
Sí, hicimos
fecundación in vitro, también con algunos intentos que no funcionaron.
Los tratamientos de fertilidad son procesos solitarios, más allá de que las
parejas los puedan vivir en unidad. Son solitarios porque no hay
configuraciones o parámetros de los que agarrarse, y son duelos. Los duelos,
por lo general, implican soltar todo. Cuando hay un resultado negativo, se vive
una soledad que no se compara con nada. Pero tampoco se encuentra mucho... No
es una temática que esté instalada en todos lados.
Alguna vez dijiste en Instagram que no te gusta el concepto de madre
añosa. ¿Sentiste en algún momento la presión del famoso “reloj biológico” a
la hora de buscar ser mamá?
Todo convivía. Capaz que por los espacios terapéuticos a los que asisto,
eso no pesó más que otras cosas. Por supuesto que cuando vas a clínicas de
fertilidad hay un librito en el que dice que los óvulos de una mujer de tanta
edad... Pero nunca me dijeron ‘madre añosa’. Desde la medicina nunca lo usaron
conmigo. A la vez, en mis espacios terapéuticos había mujeres que habían
conseguido el embarazo a otra edad mucho mayor porque habían destrabado
determinadas cosas y porque era su momento, entonces yo también confiaba mucho
en eso. Ahí sí creí que tal vez no estaba lista para hacerlo a los 35 años y a
los 41 sí. Me gusta burlarme de ese término pedorro de madre añosa, que
por suerte ya no se usa tanto en el encuadre médico, porque la medicina se ha
ido humanizando. Sí te lo advierten y te dicen: “No te descanses”, pero no te
decretan con ese término. Lo que me pasó fue que una vez que quedamos
embarazados, y también ahora que mi hijo Matías tiene casi un año, renové mis
deseos objetivos de vitalidad y salud para ser madre. Porque sí, tengo 42, pero
igual hago yoga y me gusta alimentarme bien, cuidarme.
¿Cómo fue el momento en el que te enteraste de que estabas embarazada de
Matías?
Me volví medio experta en el tema, sabía mucho sobre fertilidad. Ese día
me sentía cansada, distinta, y sabía perfectamente cuándo podía hacerme el test
para que el resultado fuera más confiable. Me hice uno a media tarde y me dio
positivo. Fue impresionante. Estábamos en una pausa del tratamiento y yo me
sentía rarísima. Estaba ensayando (para la obra de teatro infantil) Bal bom
bú con Alejandro Balbis, para estrenar a las dos o tres semanas. Fuimos a
caminar un fin de semana y yo no sentía ganas de caminar, cuando en general soy
lo opuesto. Solo tenía ganas de comer y dormir siesta, algo rarísimo en mí.
Entonces, ese martes, cuando me di cuenta de que también un par de personas me
habían hecho notar que me veía cansada, con sueño, rara, volví de un ensayo,
paré en una farmacia y pedí un test de embarazo. Hasta ese momento siempre los
había comprado mi pareja porque a mí me daba un poco de vergüenza por ser una
persona pública. Pero esa vez paré en una farmacia, decidida, y dije: “¡Quiero
un test de embarazo!”. Me preguntaron cuál y dije: “¡El más caro!”. No sé por
qué dije eso (se ríe). O “el mejor”, algo así dije. Me compré una bolsa
de bizcochos, llegué a mi casa y, en ese momento, a media tarde, me hice el
test. No lo podía creer, necesitaba compartirlo de inmediato con mi pareja,
porque siempre nos habíamos hecho juntos los test. Pero pensé que como era una
irresponsabilidad lo que estaba haciendo, en la mitad del día, porque capaz que
no era positivo, capaz que ni le decía, porque uno más, uno menos... Él estaba
trabajando y yo necesitaba decirle. Igual tuvimos que esperar, obviamente,
porque ya sabíamos, por toda la prudencia y la cautela del camino, que había
que hacerse un análisis de sangre y después repetirlo para confirmar. Pero una
parte de mí sentía que había algo muy afianzado, era distinto a todo. Al otro
día me hice el análisis de sangre y me dio que sí. Y a los dos días me hice de
vuelta el análisis de sangre, y también me dio que sí. Después seguí ensayando,
hice Bal bom bú con un hambre sin precedentes. Me acuerdo de que solo
quería comer muchos tallarines y milanesa. Hacía la obra con mucho cuidado,
pero también con reserva, porque no sabía nadie. No le podía decir a Alejandro
(Balbis) porque él sabía que yo lo buscaba mucho (el embarazo). Y si yo le
decía, cuando mi personaje era un niño que andaba correteando, se iba a poner
supernervioso. Yo igual estaba superatenta a mi cuerpo. Todo venía bien, en la
mitad de las funciones tuvimos la primera ecografía y todo salió bien, y todo
siguió divino.
¿Tuvo parto vaginal o cesárea?
Tuve cesárea, lo que también fue superdifícil para mí. Sucedió que me
pasé de la semana 41, y en ese momento mi padre estaba internado, bastante
grave. El día en el que le dieron el alta lo llevamos a un espacio para que lo
asistieran y ese día nació Matías, que esperó a que saliera su abuelo del
hospital. Además, justo cumplía años mi pareja, o sea, era el cumpleaños de su
papá. Ese día salimos con él a caminar, era un veranillo de mayo, y rompí
bolsa. ¡Estaba feliz! Pensaba en que lo había desencadenado él, cuando él había
querido. A mí me importaba mucho que él avisara cuando quería salir. Una cosa
que siempre me decía Alejandra Gorriti (ginecóloga), con quien hice el proceso
de acompañamiento, era que fluyera, que me preparara para eso. Ella me decía: “Creo
que el aprendizaje más lindo que puede tener una madre en el proceso de parto
es prepararse para fluir”. Y yo, desde mi creencia, venía hablándole a Mati
para que saliera. Tuve la suerte de tener a la ginecóloga que me atiende desde
que soy adolescente, conté con ella. Y ella sabía lo que yo buscaba, lo
necesario que era para mí que el bebé pasara por abajo del campo estéril si era
cesárea, que hubiera risas, que hubiera música. Cuando fuimos al hospital en la
bolsa había meconio. Entonces, no era que había muchísimo apuro, pero sí en
unos minutos cerré los ojos y me entregué. En ese momento me dije: “Humildad,
Manuela”. Porque una parte de mí quería un parto hasta acrobático, me había
preparado con yoga y todo para que el cuerpo estuviera al servicio. Y mi
aprendizaje en ese momento fue entregarme de lleno a conocerlo, a que no se
demorara más, y a estar también lo más descansada posible, porque venía con el
cuerpo muy atento a mi padre y a cómo se iban dando las energías. Escribo la
cesárea una y otra vez, me lo recomendaron, porque todavía la tengo que
trabajar. Siento que es como una herida que tengo, más allá de la cicatriz. Es
un lugar de humildad y de entender que por ahí di vida. Todavía me duele, pero
creo que también es por eso.
Cuando falleció tu padre, hiciste una publicación en Instagram que en una
parte decía: “Aprendí que cuando un mayor espera a que nazca un nuevo
integrante de la familia para irse está honrándolo”. ¿Sentiste que él esperó a
Matías?
Sí, mi viejo lo reesperaba, pero a mí nunca me hablaba del tema. Sí me
preguntaba cómo estaba, pero nunca me decía nada sobre la fecha. Sin embargo, a
las demás personas les decía: “Tengo que llegar a tal día”, que era mi fecha
probable de parto. Hay un momento de la dulce espera que ya no es tan dulce,
que es exasperante, porque estás pesada, ansiosa. Yo sentía mucha ansiedad por
conocer a mi hijo, pero también sentía miedo de cómo podía salir todo. A todo
eso, que es habitual o esperable en un proceso de fin de embarazo, se me sumaba
que, en cuidados paliativos del hospital, por mi padre, estaban atentos a mi
fecha, era una variable para contemplar. Y yo al principio sentía una presión,
porque no sabía cuándo iba a nacer. Nadie me estaba presionando, pero yo sentía
eso. Lloraba en el pasillo, pensaba en que mi padre no la estaba pasando bien.
Había días que para mí eran superdifíciles. Laura Nieto, una compañera de
grupo, me dijo: “Mirá que en el árbol genealógico y transgeneracional, es una
reverencia lo que le está haciendo tu padre a tu hijo”. Me gusta estudiar o
entender mi historia desde ese lugar. Cuando empecé a darme cuenta de eso, a
trabajar en las limitaciones o lo que estaba impidiendo que nuestro árbol diera
frutos y yo fuera mamá, entendí que tal vez para mi clan o para mí había otros
planes.
¿Qué planes?
Que yo tal vez estuviera en otro rol, sin hijos, mientras mi padre
estuviera ahí... Entonces lo tomé desde ese lugar, como un recibimiento muy
lindo y una reverencia de su parte. Me costó al principio, por las fechas, la
ansiedad. Y ahí me aferré a eso. Después, por cómo mi padre se comportaba y las
cosas que decía, era muy fuerte. Yo lo veía como un canal. Las pocas palabras
que me dijo en ese tiempo que compartimos con Mati fueron muy potentes. Me
acuerdo de que siempre me decía: “Qué lindo sueño, ¿no?”.Creo que fue un gran
regalo que nos hizo. Matías nació el 17 de mayo y papá falleció el 4 de julio.
Se vieron varias veces, en un vínculo sin interferencias, de pocas palabras y
mucho respeto.
¿Qué es para vos lo más difícil del puerperio?
Cuando no pido ayuda. Tengo una tendencia a eso.
¿A creer que podés con todo sola?
Sí, y creo que eso es lo más difícil. Porque tengo la necesidad de pedir
ayuda como si fuera una niña que necesita upa. Y lo más difícil es cuando no me
lo permito. El otro día vi una publicación de (la actriz y comediante
argentina) Malena Pichot que decía: “Sí, fuiste una basura con tus amigas que
fueron madres. No preguntaste lo suficiente, no les llevaste algo rico...”. Y
es tal cual, pienso en qué poco atenta que estuve cuando vivieron esos procesos
porque necesitás todo, hasta que te den de comer. Yo necesito a mi madre,
profundamente. No puedo creer que no está, que no tengo la posibilidad de
decirle: “Tomá, voy a dar una vuelta la manzana” o “dame todo, yo voy a ir a tu
casa casi que de pijama y vos ayudame”, es esa sensación. Igual la encuentro en
muchos lados. Pero tengo que salir, decirle a mi hijo: “Vamos, Mati, a buscar
red, a hacer tribu”. Necesitamos estar en espacios donde haya gente, es
reimportante que él vea a otros, no quedarnos mano a mano cuando yo estoy
agobiada, cambiar de aire, hablar, preguntar. Estamos criando muy solos.
¿Y por qué creés que se da esa soledad en las crianzas?
El fin de semana estábamos mano a mano con Mati y fui a lo de una amiga
divina, de esas personas a las que podés decirles: “Tengo una jornada larga y
está relindo el día, ¿puedo ir a tu casa?”. Y me dijo que sí, obvio. Nos
recibió y también fue divino porque estaba su abuelo. Antes, en todos los
hogares había abuelas y abuelos de 95 años y bebés, y se daba ese vínculo
increíble, porque son edades que se tocan en algún punto. Tienen mucho en común
y vibran muy parecido. Estaba su abuelo hablando con Matías, fascinados, y yo
echada en el pasto con mi amiga. Ahí decís: “Esos son los diseños que tenemos
que buscar”. Pero pensamos: ¿qué hicimos? Todo lo contrario, nos fuimos a
apartamentos chiquitos. Porque antes —mi madre siempre lo decía — vivíamos en
casas donde había tías, abuelas, mucho más en comunidad. Y eran casas más
grandes, con más habitaciones, más espacio, capaz que con patio, de las que
salía y entraba gente. Ahora estamos en apartamentos pequeños, con un
dormitorio, agobiados, teletrabajando. Las madres tenemos mucha menos
flexibilidad para entregarnos a la crianza o a la labor no remunerada, que
antes era más común. Ahora prima la hiperexigencia, hasta incluso ¡wow!, ¡freelance,
con tus propios horarios! Gran mentira, la peor trampa del sistema. Criando,
sola. Todo al revés: cuando más necesitábamos esa comunidad, es reloco cómo
hicimos lo contrario. Estamos encerrados, sin esa red, sin ese pariente que
capaz que te podía ofrecer esa sabiduría de qué hacer cuando le pasan
determinadas cosas al niño. Eso ya no está, son como errores de diseño. Creo
que las puérperas somos víctimas de ese diseño que te deja sola.
Tomaste la decisión de no mostrar la cara de tu hijo en redes, ¿por qué?
Eso responde a un intento de dialogar con su yo del futuro. No sé bien
cómo él se siente con eso. En este momento lo siento así, abierta a que capaz
que me contradiga más adelante. Hoy siento que en algún punto estoy
compartiendo pero sin mostrarle su carita entera. Es una decisión que, en algún
punto, sé que me priva de muchas cosas, porque el algoritmo (de las redes
sociales) es fatal y querría ver infinitamente más. El ego a veces se ve
tentado y también me gusta decirme a mí misma: “Bueno, bajate del poni”. Y
cuando a veces me cruzan en la calle me dicen: “¡Ay, a verlo!”. Pero me gusta
que así sea, por ahora. Lo siento así.
Decías que desde que nació Matías sentiste mucho la falta de tu madre y
que hubo momentos en los que te hubiera gustado tenerla. ¿Sentís también que
ahora valorás más todo lo que ella hizo por vos?
Sí, ni que hablar. Y todavía no estoy ni empezando, porque imagino que
este diálogo con ella es un camino que recién empieza. Juntas hacíamos cosas de
humor en las que también compartíamos ese vínculo madre-hija. Y tengo cosas
escritas, que escribimos las dos para un espacio de talleres familiares en el
que ella hablaba de lo que era la maternidad y dejaba algunos consejos que me
quedaron grabados. Desde ahí yo ya me reía de mí misma como hija. Más todo lo
que es la entrega real del cuerpo y todo lo que deja de hacer. No hay como la
vivencia. Te lo pueden decir, te lo pueden escribir, lo podés leer. Pero
vivirlo hace que la entienda a mi madre mucho más, que la extrañe y que la
necesite. A veces digo: “¿Qué hubiera dicho de Matías?”. A veces me imagino eso,
cómo le hablaría, qué le diría. Cuando voy a lugares en los que hay muchas
mujeres, ahí siento la energía de mi madre. En esa sabiduría de juntarme con
personas de distintas edades yo encuentro a mi madre, que era una mujer que
integraba mucho. Ahí la busco y la encuentro.
¿Cómo conciliás maternidad y trabajo?
Llevo a Matías a todos lados. En la gran mayoría de los lugares lo
reciben felices. Otros no se animan a decirme lo contrario. Al teatro, a alguna
nota, voy con él. También está buenísimo y es un placer decir que para la
persona que lo lleva, que en mi caso a veces va el padre con él a su trabajo y
a veces voy yo, es un desgaste energético, una disociación agotadora. Pero está
esa posibilidad y está buenísimo plantear, por ejemplo: “Che, yo me tengo que
ir porque tengo que dar teta”. Porque, en algún punto, no es que yo sienta que
tengo un lugar asegurado en ningún lado. Siempre estoy haciéndome mi lugar, en
los medios también. Sí conozco a muchas de las personas con las que he
trabajado y trabajo, entonces también tengo esa confianza de pedir, que no pasa
mucho en las mujeres, en las parejas o en las familias. También está bueno
difundir que es común que una persona se tenga que ir porque son las siete de
la tarde y es la hora del túnel doméstico más terrible. Capaz que alguien no lo
había pensado así, y ponen algo a esa hora porque es el cierre de la jornada
laboral, aunque sea una actividad recreativa. Pero no, yo necesito mi casa.
Esas cosas está bueno hablarlas, es político también.
¿Y qué es lo más lindo del puerperio y la maternidad?
El puerperio es una oportunidad creativa increíble. Por mi metabolismo o
mi persona, capaz que es para crear humor. Pero creo que, en general, en ese
período de la vida a muchas mapaternidades les pasa que cambian de rumbo.
Muchos empiezan algo o dejan determinado espacio que no iba en armonía con su
ser. Pasa pila eso, y creo que tiene que ver con ese proceso del puerperio, de
soltar. La que eras deja de estar, y en eso tal vez una dice: “Pero me puedo
agarrar de esto otro o de esta otra parte de mí”, y ahí encontrás otro camino.
Considero que hay muchas personas que no quieren ser madres y para las que la
vitalidad o la decencia o el cambio de vida no va por ahí. Puede ser una
búsqueda del alma que todavía no tiene ni palabras. Pero lo que sí siento es que,
en mi caso, hay una fuerza de decir :“¡Wow! ¿Todo esto sucedió? ¿Está
sucediendo?”. Y voy, hago esto, vuelvo, y el público que más me importa está en
casa. El eje se corre de lugar. En las cuatro paredes de mi casa no está el rating,
ni la risa ni el aplauso. Está otra cosa muy genuina que descubro, y a la vez
es una fuerza nueva que conozco de mí. Eso también lo vinculo con el puerperio
y con este inicio que… No me gusta decir pero, me gusta integrar: es
maravilloso, emocionante, siniestro, demoledor, aterrador, único.
¿Qué oportunidades creativas te despertó a vos el puerperio? ¿Tenés algún
proyecto pensado?
Sí. Tengo una
propuesta editorial para hacer algo. También hay otra cosa en la que Emilia
Díaz es superguardiana del proceso, me acompaña y me alienta a hacerlo. Me
encantaría que sea algo que pueda acompañar en la etapa de puerperio también.
Entonces, para eso tengo que ver qué tipo de formato, si tiene que ser extenso,
si no. Me cuestan mucho los horarios, me cuesta mucho crear porque, por lo
general, en una convención que no nos ayuda, uno guarda esos espacios para
horarios nocturnos, laterales, no para la jornada productiva. Quedarme
escribiendo de noche no está siendo una posibilidad ahora, me voy a dormir.
Irme a un cafecito hasta ahora no he podido, pero capaz que puedo empezar a
irme a dar una vuelta manzana y en un ratito escribo, empiezo. Sé que está todo
sucediendo igual, todo lo estoy creando, aunque no lo esté ejecutando o
bajando. Me encantaría hacer cualquiera de las dos cosas.
Además
tengo muchas ganas de hacer un proyecto que se llame Mapa, de mapaternidad,
porque en el último tiempo mi historia se vio impactada por la partida de mi
madre y mi padre, es todo muy reciente y transformador. Creo que en los últimos
seis años me pasaron cosas que en la vida adulta capaz que pasan un poco más
adelante y me pasaron todas juntas. Eso también me abre a una transformación
increíble. Cuando una persona pierde a sus papás en este plano también entra
en... No tiene nombre, creo que sería horfandad, pero tiene una carga rara.
Carlos Vignone, el terapeuta, habla de que se va un techo. Quedás sin ese
techo, lo que también abre un potencial increíble. Es redoloroso, superdifícil,
hay un montón de problemáticas que entran a pasar, pero también hay como una
apertura de decir: “¿Quién sos sin ese techo?”, sin esa autoridad a la que tal
vez le rendías cuentas o esa lealtad a la que en el día a día, en este plano,
querías agradarle más que a nadie. Y ahí entra otro gran capítulo. Me
encantaría hacer algo así. No este año, quizás el que viene, ir creando desde
esos lugares.