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Manuela da Silveira: “El puerperio es una oportunidad creativa increíble”

A un año del nacimiento de su hijo, la comunicadora y comediante habló sobre los desafíos y satisfacciones de la maternidad y cómo la concilia con el trabajo

Les llaman bebés arcoíris a los que nacen después de la tormenta que implica la pérdida de un hijo anterior o de una vida cercana. Matías, hijo de Manuela da Silveira y Diego García Scheck, nació algunos años después de que falleciera su abuela materna, Elena Baliño, pero unos dos meses antes de que lo hiciera también su abuelo materno, Jorge Toto da Silveira. Para Manuela, su padre “esperó” a Matías. Días antes de su nacimiento, la enfermedad que terminó con su vida ya estaba avanzada, su estado de salud era grave. Sin embargo, llegaron a conocerse y entablar un vínculo “sin interferencias, de pocas palabras y mucho respeto”, contó ella. Más que “arcoíris”, la comunicadora y comediante entiende que su hijo es fruto y “reverencia” de un árbol genealógico que creció en un momento especial.

A los 41 años, tras someterse a tratamientos de fertilidad, primero de baja complejidad y después de alta, mediante fecundación in vitro­, Manuela quedó embarazada y Matías llegó a sus vidas el 17 de mayo de 2023. En entrevista con Galería, desde su rol de madre, habló sobre las dificultades y satisfacciones del puerperio, la importancia de los círculos de mujeres para compartir la crianza y cómo logra conciliar maternidad y trabajo.

En la actualidad, Manuela divide su tiempo entre las tareas de cuidado de su hijo de casi un año y su papel en la obra de teatro Segundo tiempo, dirigida por Yoni Kurlender y que se puede ver todos los jueves en el teatro Movie. Dentro del mismo rubro, también participa en Monólogos de la vagina, un espectáculo de humor dirigida por María Rosa Oña, que desde hace varios años llena distintas salas de teatro, y los próximos 31 de mayo y 1 de junio se presentará en el escenario principal del Solís. En televisión, la comunicadora forma parte del programa Veo cómo cantas (Teledoce), y además trabaja en la consultora de sustentabilidad y desarrollo humano Gemma. Entre sus proyectos a futuro destaca Oratoria lab, una propuesta de talleres de oratoria para mujeres que desarrolla con la productora televisiva María Estela Moreno.

¿Siempre quisiste ser madre o fue un deseo que surgió de adulta?

Al principio tenía ese deseo/mandato que venía en el paquete de juegos. En mi infancia jugaba a las madres con mi hermana, que es mayor que yo, y le pedía para ser su madre. En la adolescencia, era algo que ni me cuestionaba. En la primera etapa de mi vida de adulta, en la que trabajé mucho, en la que viajé, no era algo en lo que pensaba. También tuve una fase en la que pensé que capaz que no quería. Después preservé fertilidad, congelé óvulos a los 36 años. Ahí sí, no sé si del todo consciente, pero lo hice con cierta preocupación por si quería ser madre más adelante. A nivel económico podía hacerlo y lo hice. Cuando conecté con ese deseo de maternidad fue un poco antes de que mi mamá falleciera, en 2019. Ahí llegó ese duelo, después la pandemia, y viviendo esos dos procesos fue que empecé la búsqueda y a tomar determinadas acciones para concretarlo.

¿Te tuviste que someter a algún tratamiento de fertilidad?

Sí. Yo en ese momento estaba al aire en Quedate­ en casa, un programa que se emitió durante la pandemia. Ahí ya estaba en el tratamiento que se le llama de baja complejidad, que es cuando ya está interviniendo, de alguna forma, la ciencia. Se hace un seguimiento de la ovulación, por ejemplo, con relaciones programadas. Después está la inseminación, que también es de baja complejidad. Y cuando el embarazo no se concreta por esos métodos se pasa a los de alta complejidad, donde está incluida la fecundación in vitro. Recuerdo ir a Quedate en casa y enterarme de un resultado de embarazo negativo, que me llegaba en un PDF a cualquier hora.

¿Tuvieron que pasar en algún momento a tratamientos de alta complejidad?

Sí, hicimos fecundación in vitro, también con algunos intentos que no funcionaron. Los tratamientos de fertilidad son procesos solitarios, más allá de que las parejas los puedan vivir en unidad. Son solitarios porque no hay configuraciones o parámetros de los que agarrarse, y son duelos. Los duelos, por lo general, implican soltar todo. Cuando hay un resultado negativo, se vive una soledad que no se compara con nada. Pero tampoco se encuentra mucho... No es una temática que esté instalada en todos lados.

Alguna vez dijiste en Instagram que no te gusta el concepto de madre añosa. ¿Sentiste en algún momento la presión del famoso “reloj biológico” a la hora de buscar ser mamá?

Todo convivía. Capaz que por los espacios terapéuticos a los que asisto, eso no pesó más que otras cosas. Por supuesto que cuando vas a clínicas de fertilidad hay un librito en el que dice que los óvulos de una mujer de tanta edad... Pero nunca me dijeron ‘madre añosa’. Desde la medicina nunca lo usaron conmigo. A la vez, en mis espacios terapéuticos había mujeres que habían conseguido el embarazo a otra edad mucho mayor porque habían destrabado determinadas cosas y porque era su momento, entonces yo también confiaba mucho en eso. Ahí sí creí que tal vez no estaba lista para hacerlo a los 35 años y a los 41 sí. Me gusta burlarme de ese término pedorro de madre añosa, que por suerte ya no se usa tanto en el encuadre médico, porque la medicina se ha ido humanizando. Sí te lo advierten y te dicen: “No te descanses”, pero no te decretan con ese término. Lo que me pasó fue que una vez que quedamos embarazados, y también ahora que mi hijo Matías tiene casi un año, renové mis deseos objetivos de vitalidad y salud para ser madre. Porque sí, tengo 42, pero igual hago yoga y me gusta alimentarme bien, cuidarme.

¿Cómo fue el momento en el que te enteraste de que estabas embarazada de Matías?

Me volví medio experta en el tema, sabía mucho sobre fertilidad. Ese día me sentía cansada, distinta, y sabía perfectamente cuándo podía hacerme el test para que el resultado fuera más confiable. Me hice uno a media tarde y me dio positivo. Fue impresionante. Estábamos en una pausa del tratamiento y yo me sentía rarísima. Estaba ensayando (para la obra de teatro infantil) Bal bom bú con Alejandro Balbis, para estrenar a las dos o tres semanas. Fuimos a caminar un fin de semana y yo no sentía ganas de caminar, cuando en general soy lo opuesto. Solo tenía ganas de comer y dormir siesta, algo rarísimo en mí. Entonces, ese martes, cuando me di cuenta de que también un par de personas me habían hecho notar que me veía cansada, con sueño, rara, volví de un ensayo, paré en una farmacia y pedí un test de embarazo. Hasta ese momento siempre los había comprado mi pareja porque a mí me daba un poco de vergüenza por ser una persona pública. Pero esa vez paré en una farmacia, decidida, y dije: “¡Quiero un test de embarazo!”. Me preguntaron cuál y dije: “¡El más caro!”. No sé por qué dije eso (se ríe). O “el mejor”, algo así dije. Me compré una bolsa de bizcochos, llegué a mi casa y, en ese momento, a media tarde, me hice el test. No lo podía creer, necesitaba compartirlo de inmediato con mi pareja, porque siempre nos habíamos hecho juntos los test. Pero pensé que como era una irresponsabilidad lo que estaba haciendo, en la mitad del día, porque capaz que no era positivo, capaz que ni le decía, porque uno más, uno menos... Él estaba trabajando y yo necesitaba decirle. Igual tuvimos que esperar, obviamente, porque ya sabíamos, por toda la prudencia y la cautela del camino, que había que hacerse un análisis de sangre y después repetirlo para confirmar. Pero una parte de mí sentía que había algo muy afianzado, era distinto a todo. Al otro día me hice el análisis de sangre y me dio que sí. Y a los dos días me hice de vuelta el análisis de sangre, y también me dio que sí. Después seguí ensayando, hice Bal bom bú con un hambre sin precedentes. Me acuerdo de que solo quería comer muchos tallarines y milanesa. Hacía la obra con mucho cuidado, pero también con reserva, porque no sabía nadie. No le podía decir a Alejandro­ (Balbis) porque él sabía que yo lo buscaba mucho (el embarazo). Y si yo le decía, cuando mi personaje era un niño que andaba correteando, se iba a poner supernervioso. Yo igual estaba superatenta a mi cuerpo. Todo venía bien, en la mitad de las funciones tuvimos la primera ecografía y todo salió bien, y todo siguió divino.

¿Tuvo parto vaginal o cesárea?

Tuve cesárea, lo que también fue superdifícil para mí. Sucedió que me pasé de la semana 41, y en ese momento mi padre estaba internado, bastante grave. El día en el que le dieron el alta lo llevamos a un espacio para que lo asistieran y ese día nació Matías, que esperó a que saliera su abuelo del hospital. Además, justo cumplía años mi pareja, o sea, era el cumpleaños de su papá. Ese día salimos con él a caminar, era un veranillo de mayo, y rompí bolsa. ¡Estaba feliz! Pensaba en que lo había desencadenado él, cuando él había querido. A mí me importaba mucho que él avisara cuando quería salir. Una cosa que siempre me decía Alejandra Gorriti (ginecóloga), con quien hice el proceso de acompañamiento, era que fluyera, que me preparara para eso. Ella me decía: “Creo que el aprendizaje más lindo que puede tener una madre en el proceso de parto es prepararse para fluir”. Y yo, desde mi creencia, venía hablándole a Mati para que saliera. Tuve la suerte de tener a la ginecóloga que me atiende desde que soy adolescente, conté con ella. Y ella sabía lo que yo buscaba, lo necesario que era para mí que el bebé pasara por abajo del campo estéril si era cesárea, que hubiera risas, que hubiera música. Cuando fuimos al hospital en la bolsa había meconio. Entonces, no era que había muchísimo apuro, pero sí en unos minutos cerré los ojos y me entregué. En ese momento me dije: “Humildad, Manuela”. Porque una parte de mí quería un parto hasta acrobático, me había preparado con yoga y todo para que el cuerpo estuviera al servicio. Y mi aprendizaje en ese momento fue entregarme de lleno a conocerlo, a que no se demorara más, y a estar también lo más descansada posible, porque venía con el cuerpo muy atento a mi padre y a cómo se iban dando las energías. Escribo la cesárea una y otra vez, me lo recomendaron, porque todavía la tengo que trabajar. Siento que es como una herida que tengo, más allá de la cicatriz. Es un lugar de humildad y de entender que por ahí di vida. Todavía me duele, pero creo que también es por eso.

Cuando falleció tu padre, hiciste una publicación en Instagram que en una parte decía: “Aprendí que cuando un mayor espera a que nazca un nuevo integrante de la familia para irse está honrándolo”. ¿Sentiste que él esperó a Matías?

Sí, mi viejo lo reesperaba, pero a mí nunca me hablaba del tema. Sí me preguntaba cómo estaba, pero nunca me decía nada sobre la fecha. Sin embargo, a las demás personas les decía: “Tengo que llegar a tal día”, que era mi fecha probable de parto. Hay un momento de la dulce espera que ya no es tan dulce, que es exasperante, porque estás pesada, ansiosa. Yo sentía mucha ansiedad por conocer a mi hijo, pero también sentía miedo de cómo podía salir todo. A todo eso, que es habitual o esperable en un proceso de fin de embarazo, se me sumaba que, en cuidados paliativos del hospital, por mi padre, estaban atentos a mi fecha, era una variable para contemplar. Y yo al principio sentía una presión, porque no sabía cuándo iba a nacer. Nadie me estaba presionando, pero yo sentía eso. Lloraba en el pasillo, pensaba en que mi padre no la estaba pasando bien. Había días que para mí eran superdifíciles. Laura Nieto­, una compañera de grupo, me dijo: “Mirá que en el árbol genealógico y transgeneracional, es una reverencia lo que le está haciendo tu padre a tu hijo”. Me gusta estudiar o entender mi historia desde ese lugar. Cuando empecé a darme cuenta de eso, a trabajar en las limitaciones o lo que estaba impidiendo que nuestro árbol diera frutos y yo fuera mamá, entendí que tal vez para mi clan o para mí había otros planes.

¿Qué planes?

Que yo tal vez estuviera en otro rol, sin hijos, mientras mi padre estuviera ahí... Entonces lo tomé desde ese lugar, como un recibimiento muy lindo y una reverencia de su parte. Me costó al principio, por las fechas, la ansiedad. Y ahí me aferré a eso. Después, por cómo mi padre se comportaba y las cosas que decía, era muy fuerte. Yo lo veía como un canal. Las pocas palabras que me dijo en ese tiempo que compartimos con Mati fueron muy potentes. Me acuerdo de que siempre me decía: “Qué lindo sueño, ¿no?”.Creo que fue un gran regalo que nos hizo. Matías nació el 17 de mayo y papá falleció el 4 de julio. Se vieron varias veces, en un vínculo sin interferencias, de pocas palabras y mucho respeto.

¿Qué es para vos lo más difícil del puerperio?

Cuando no pido ayuda. Tengo una tendencia a eso.

¿A creer que podés con todo sola?

Sí, y creo que eso es lo más difícil. Porque tengo la necesidad de pedir ayuda como si fuera una niña que necesita upa. Y lo más difícil es cuando no me lo permito. El otro día vi una publicación de (la actriz y comediante argentina) Malena Pichot que decía: “Sí, fuiste una basura con tus amigas que fueron madres. No preguntaste lo suficiente, no les llevaste algo rico...”. Y es tal cual, pienso en qué poco atenta que estuve cuando vivieron esos procesos porque necesitás todo, hasta que te den de comer. Yo necesito a mi madre, profundamente. No puedo creer que no está, que no tengo la posibilidad de decirle: “Tomá, voy a dar una vuelta la manzana” o “dame todo, yo voy a ir a tu casa casi que de pijama y vos ayudame”, es esa sensación. Igual la encuentro en muchos lados. Pero tengo que salir, decirle a mi hijo: “Vamos, Mati, a buscar red, a hacer tribu”. Necesitamos estar en espacios donde haya gente, es reimportante que él vea a otros, no quedarnos mano a mano cuando yo estoy agobiada, cambiar de aire, hablar, preguntar. Estamos criando muy solos.

¿Y por qué creés que se da esa soledad en las crianzas?

El fin de semana estábamos mano a mano con Mati y fui a lo de una amiga divina, de esas personas a las que podés decirles: “Tengo una jornada larga y está relindo el día, ¿puedo ir a tu casa?”. Y me dijo que sí, obvio. Nos recibió y también fue divino porque estaba su abuelo. Antes, en todos los hogares había abuelas y abuelos de 95 años y bebés, y se daba ese vínculo increíble, porque son edades que se tocan en algún punto. Tienen mucho en común y vibran muy parecido. Estaba su abuelo hablando con Matías, fascinados, y yo echada en el pasto con mi amiga. Ahí decís: “Esos son los diseños que tenemos que buscar”. Pero pensamos: ¿qué hicimos? Todo lo contrario, nos fuimos a apartamentos chiquitos. Porque antes —mi madre siempre lo decía — vivíamos en casas donde había tías, abuelas, mucho más en comunidad. Y eran casas más grandes, con más habitaciones, más espacio, capaz que con patio, de las que salía y entraba gente. Ahora estamos en apartamentos pequeños, con un dormitorio, agobiados, teletrabajando. Las madres tenemos mucha menos flexibilidad para entregarnos a la crianza o a la labor no remunerada, que antes era más común. Ahora prima la hiperexigencia, hasta incluso ¡wow!, ¡freelance, con tus propios horarios! Gran mentira, la peor trampa del sistema. Criando, sola. Todo al revés: cuando más necesitábamos esa comunidad, es reloco cómo hicimos lo contrario. Estamos encerrados, sin esa red, sin ese pariente que capaz que te podía ofrecer esa sabiduría de qué hacer cuando le pasan determinadas cosas al niño. Eso ya no está, son como errores de diseño. Creo que las puérperas somos víctimas de ese diseño que te deja sola.

Tomaste la decisión de no mostrar la cara de tu hijo en redes, ¿por qué?

Eso responde a un intento de dialogar con su yo del futuro. No sé bien cómo él se siente con eso. En este momento lo siento así, abierta a que capaz que me contradiga más adelante. Hoy siento que en algún punto estoy compartiendo pero sin mostrarle su carita entera. Es una decisión que, en algún punto, sé que me priva de muchas cosas, porque el algoritmo (de las redes sociales) es fatal y querría ver infinitamente más. El ego a veces se ve tentado y también me gusta decirme a mí misma: “Bueno, bajate del poni”. Y cuando a veces me cruzan en la calle me dicen: “¡Ay, a verlo!”. Pero me gusta que así sea, por ahora. Lo siento así.

Decías que desde que nació Matías sentiste mucho la falta de tu madre y que hubo momentos en los que te hubiera gustado tenerla. ¿Sentís también que ahora valorás más todo lo que ella hizo por vos?

Sí, ni que hablar. Y todavía no estoy ni empezando, porque imagino que este diálogo con ella es un camino que recién empieza. Juntas hacíamos cosas de humor en las que también compartíamos ese vínculo madre-hija. Y tengo cosas escritas, que escribimos las dos para un espacio de talleres familiares en el que ella hablaba de lo que era la maternidad y dejaba algunos consejos que me quedaron grabados. Desde ahí yo ya me reía de mí misma como hija. Más todo lo que es la entrega real del cuerpo y todo lo que deja de hacer. No hay como la vivencia­. Te lo pueden decir, te lo pueden escribir, lo podés leer. Pero vivirlo hace que la entienda a mi madre mucho más, que la extrañe y que la necesite. A veces digo: “¿Qué hubiera dicho de Matías­?”. A veces me imagino eso, cómo le hablaría, qué le diría. Cuando voy a lugares en los que hay muchas mujeres, ahí siento la energía de mi madre. En esa sabiduría de juntarme con personas de distintas edades yo encuentro a mi madre, que era una mujer que integraba mucho. Ahí la busco y la encuentro.

¿Cómo conciliás maternidad y trabajo?

Llevo a Matías a todos lados. En la gran mayoría de los lugares lo reciben felices. Otros no se animan a decirme lo contrario. Al teatro, a alguna nota, voy con él. También está buenísimo y es un placer decir que para la persona que lo lleva, que en mi caso a veces va el padre con él a su trabajo y a veces voy yo, es un desgaste energético, una disociación agotadora. Pero está esa posibilidad y está buenísimo plantear, por ejemplo: “Che, yo me tengo que ir porque tengo que dar teta”. Porque, en algún punto, no es que yo sienta que tengo un lugar asegurado en ningún lado. Siempre estoy haciéndome mi lugar, en los medios también. Sí conozco a muchas de las personas con las que he trabajado y trabajo, entonces también tengo esa confianza de pedir, que no pasa mucho en las mujeres, en las parejas o en las familias. También está bueno difundir que es común que una persona se tenga que ir porque son las siete de la tarde y es la hora del túnel doméstico más terrible. Capaz que alguien no lo había pensado así, y ponen algo a esa hora porque es el cierre de la jornada laboral, aunque sea una actividad recreativa. Pero no, yo necesito mi casa. Esas cosas está bueno hablarlas, es político también.

¿Y qué es lo más lindo del puerperio y la maternidad?

El puerperio es una oportunidad creativa increíble. Por mi metabolismo o mi persona, capaz que es para crear humor. Pero creo que, en general, en ese período de la vida a muchas mapaternidades les pasa que cambian de rumbo. Muchos empiezan algo o dejan determinado espacio que no iba en armonía con su ser. Pasa pila eso, y creo que tiene que ver con ese proceso del puerperio, de soltar. La que eras deja de estar, y en eso tal vez una dice: “Pero me puedo agarrar de esto otro o de esta otra parte de mí”, y ahí encontrás otro camino. Considero que hay muchas personas que no quieren ser madres y para las que la vitalidad o la decencia o el cambio de vida no va por ahí. Puede ser una búsqueda del alma que todavía no tiene ni palabras. Pero lo que sí siento es que, en mi caso, hay una fuerza de decir :“¡Wow! ¿Todo esto sucedió? ¿Está sucediendo?”. Y voy, hago esto, vuelvo, y el público que más me importa está en casa. El eje se corre de lugar. En las cuatro paredes de mi casa no está el rating, ni la risa ni el aplauso. Está otra cosa muy genuina que descubro, y a la vez es una fuerza nueva que conozco de mí. Eso también lo vinculo con el puerperio y con este inicio que… No me gusta decir pero, me gusta integrar: es maravilloso, emocionante, siniestro, demoledor, aterrador, único.

¿Qué oportunidades creativas te despertó a vos el puerperio? ¿Tenés algún proyecto pensado?

Sí. Tengo una propuesta editorial para hacer algo. También hay otra cosa en la que Emilia­ Díaz es superguardiana del proceso, me acompaña y me alienta a hacerlo. Me encantaría que sea algo que pueda acompañar en la etapa de puerperio también. Entonces, para eso tengo que ver qué tipo de formato, si tiene que ser extenso, si no. Me cuestan mucho los horarios, me cuesta mucho crear porque, por lo general, en una convención que no nos ayuda, uno guarda esos espacios para horarios nocturnos, laterales, no para la jornada productiva. Quedarme escribiendo de noche no está siendo una posibilidad ahora, me voy a dormir. Irme a un cafecito hasta ahora no he podido, pero capaz que puedo empezar a irme a dar una vuelta manzana y en un ratito escribo, empiezo. Sé que está todo sucediendo igual, todo lo estoy creando, aunque no lo esté ejecutando o bajando. Me encantaría hacer cualquiera de las dos cosas.

Además tengo muchas ganas de hacer un proyecto que se llame Mapa, de mapaternidad, porque en el último tiempo mi historia se vio impactada por la partida de mi madre y mi padre, es todo muy reciente y transformador. Creo que en los últimos seis años me pasaron cosas que en la vida adulta capaz que pasan un poco más adelante y me pasaron todas juntas. Eso también me abre a una transformación increíble. Cuando una persona pierde a sus papás en este plano también entra en... No tiene nombre, creo que sería horfandad, pero tiene una carga rara. Carlos Vignone, el terapeuta, habla de que se va un techo. Quedás sin ese techo, lo que también abre un potencial increíble. Es redoloroso, superdifícil, hay un montón de problemáticas que entran a pasar, pero también hay como una apertura de decir: “¿Quién sos sin ese techo?”, sin esa autoridad a la que tal vez le rendías cuentas o esa lealtad a la que en el día a día, en este plano, querías agradarle más que a nadie. Y ahí entra otro gran capítulo. Me encantaría hacer algo así. No este año, quizás el que viene, ir creando desde esos lugares.