Freytes alguna vez estudió para ser ingeniera de Sistemas. Como a toda virginiana, dice, y “con el perdón de los y las astrólogas”, le gustan los sistemas. “Esa parte ingenieril de ser mujer, profesional, madre, esposa, hija y amiga, de gestionarlo, de equilibrarlo, tiene un poco de cabeza matemática”. Optó por la carrera difícil, sobre todo para huirle a la oficina y al formato ocho horas —de lo contrario le “agarraría la loca”—, lo que le permitió llevar su computadora a cualquier parte y trabajar donde fuera.
Era un motivo válido en otra época, pero no la convencía del todo. Todavía le hacía falta aquel lado más expresivo que siempre la había seducido. Estudió teatro con Carlos Gandolfo, aunque ni siquiera sabía si quería ser actriz. “Cuando nadie hablaba de coaching, él te hablaba de paradigmas y me hacía preguntarme desde cuál miraba yo”.
Comenzó a sentirse atraída por eso. “Como que me adoctrinaron. Volvía a casa y le decía a mamá: no, vos no entendés mi paradigma. Le hablaba de todo eso, de que mi mirada hablaba más de mí que del otro, y ella pidiéndome que me tranquilizara un poco”. Así comenzó a interesarse más por la filosofía.
Cuando los medios dejaron de divertirla “tanto”, además de no ajustarse a sus horarios completamente tomados por la maternidad, Freytes pensó en prender la cámara y hacer exactamente lo mismo que en aquella columna medio inventada, pero desde casa. Probó la muestra y terminó tirándose a la piscina de posibilidades que brindan las redes sociales, dando nacimiento a la comunidad que hoy sostiene cada Filosofanding: “Es como un juego, me encanta. Son temas superprofundos, comprometidos, que me los tomo en serio, pero sin esa parte solemne. No pierdo la alegría, lo fresco”, explicó a Galería.
Hoy, aún después de escribir su libro Fatigadas para editorial Planeta, cada cosa que le pasa es un punto de partida para la reflexión y la búsqueda personal. “Con que me pase a mí es suficiente para salir a compartirlo”, dice, y poniéndose como “conejillo de Indias” logra que sus pensamientos “resuenen” en otros. “Me emociona mucho sentir que algo que yo reflexioné en voz alta le cambió otras cosa a alguien que seguramente estaba transitando por lo mismo”.
Hija y madre. A los padres de Freytes les encantaba ver sus videos, “verme desplegando toda esa locura que tenía y yo juraba que algún día iba a tener sentido”. Su madre todavía es “un quemo” que hace maratones de fines de semana de los Filosofanding, y a su padre lo recuerda con mucho cariño.
A aquella niña exploradora y curiosa, muy tomboy, trepa árboles, nunca le faltó afecto. Lo que Freytes recuerda de sí misma hace más de 30 años era ser demasiado sensible al dolor ajeno, lo que implicaba desde muy pequeña aprender a “abrir más el corazón” y entender otras historias. A eso piensa que se debe su aversión por los prejuicios, la “jaula” de la mente, del corazón. El otro, para Freytes, tiene “un mundo inmenso que te enriquece”, como el que sus tres hijos le enseñaron años después.
La filosofía es algo que también habita en Simona, su hija, que a los 18 años ya “leyó 20 veces más” que su madre. Pero las dos son bien diferentes. “Ella está parada en su ombligo, no se pierde en otros, está muy fuerte en ella. Defiende lo que quiere, lucha por sus cosas, te deja como diciendo: mirá la Simona”. Mirá cómo un hijo también enseña.
Por otro lado, la empatía que desborda a Freytes empapó a su hijo Borja, virginiano y sensible como ella, con un gran sentido del humor; y la parte más “fogosa”, más soñadora, se la llevó toda Jaime. “Él está muy en contacto con su deseo, y nos invita a conectar con los nuestros. Cada uno trae algo muy distinto y me enseñan a respetar lo diferente”.
En cada Filosofanding Freytes dice separar “peras de bananas”. Una de sus ideas fuertes es la de que la mayoría de las oposiciones son impuestas: “La vida es pivotar entre los opuestos. Soy madre, soy de mi hijo, pero también soy mujer. Tendemos a ponerlo como dos cosas contrarias, pero en realidad habría que imaginarnos como una arandela que se mueve entre un punto y otro”, explicó. “No hay un punto justo, un punto medio, el lugar es dónde encontrás el equilibrio y volvés dos cosas que son opuestas complementarias”.
Cuando se es madre, para Freytes, “entrás como en el caos”. Lo importante es “no pelearse con el jogging” y aceptar los “pelos revolados” por un tiempo. “Yo estaba feliz perdida, entonces ahí te dejás perder. Y si tu ombligo quiere aparecer, bueno, también dale cabida porque no hay una cosa o la otra. Hay un sistema que hay que equilibrar y está bueno pensarte y sentirte en cada proceso”.
Conectada con el ombligo de todo. Freytes es “recontra” vaso lleno y ve abundancia de lugares fértiles donde “algo” puede crecer. Para ella, en la naturaleza está la simbología por excelencia, sobre todo en la parte más “lúdica” del género femenino, que es aquella que da vida. “No es un milagro que algo en tu interior se siembre, forme, lo acunes y hagas crecer hasta el momento de soltarlo. Tenés que dar un montón de amor para eso”.
Con todo este planteo la comunicadora asegura que también alcanza a un público masculino. Aunque el género femenino es mayoría entre su seguidores, porque además “se fijan en el pelo, la ropa…”, algunos hombres también se hacen las mismas preguntas que Freytes, y pueden encontrar “en el viento, el mar, el sol, los árboles… inmensos” las mismas u otras referencias que las que ella usa.
Freytes utiliza las cuatro estaciones para ilustrar que ni ella ni nadie es “la eterna primavera”, que el enojo y la tristeza también forman parte de la felicidad, y que si se les encuentra el sentido “pesan menos”. “El ideal es lo peor que nos pasó en la vida. Hay que amigarse con la tristeza porque no creo en esto de ser todo el tiempo pimpollo; a veces sos flor, te toca desplegar hasta que te volvés para adentro de vuelta buscando alguna otra cosa para volver a salir”.
Freytes dice que ya “desplegó”, y el “desplume” fue total. Ahora está en una etapa más guardada, “como la cola del pavo, que se queda moviendo un poco cerradita hasta que la vuelve a abrir”.
Le costó reconocerlo, pero al fin de cuentas, considera que un filósofo “de verdad”, de los de antes, le diría que sí, que lo suyo es filosofía, que en definitiva se trata de pensar. “Es una actitud, la de salir a la búsqueda”, asegura, y más allá de los contextos “Sócrates y nosotros nos preguntamos por las mismas cosas”.
Freytes reconoce que a la gran mayoría de las personas todavía les hace falta ser más “misericordiosas” consigo mismas, menos exigentes, y que no deben perder “el regocijo” de hacer lo que a cada uno le guste, con entrega. “Hacer algo que para vos sea importante y soltarlo al universo”. Más allá del contenido, y por más que “los Silicon Valley” quieran asesinarla por el desatino, eso es lo que termina funcionando y acomodando el algoritmo, asegura. “No hay nada peor que hacer las cosas por un like”.
La comunicadora tiene las cosas claras naturalmente; no va a terapia y dice no necesitar otra catarsis que el rato de grabación. Lo que sí ha estado reflexionando últimamente es sobre el tiempo, el cronológico y el otro, que es más circular. “Estoy viviendo más en ese otro, como en un tiempo que no tiene tiempo”, cuenta, y dice que se siente “superjoven”, recibiendo en agosto sus 50 años, espléndida. “Me agarran bien, porque me agarran honesta, honesta conmigo misma”.