Entre ritmos que van desde el bossa nova hasta fusiones de jazz, soul, pop brasileño —y más— la voz aterciopelada de Marisa Monte irrumpe, acompaña y transporta hacia una atmósfera en donde todo parece pura serenidad, esperanza. El nuevo disco de la cantante brasileña se llama Portas (Puertas), y no podría llamarse de otra manera. Las puertas son “elementos muy simbólicos, que traen en sí la idea de apertura, transformación, elección, pasaje, opción, decisión, cierre”, define Marisa Monte a Galería en entrevista vía mail. Es la descripción más exacta de lo que transmite a través del álbum que lanzó hace poco más de un año, el 1o de julio del 2021. No hubo casi nada librado al azar. Si Portas conduce hacia lugares y estados más deseables, es porque así lo quiso su autora. Monte explica que con sus canciones buscó “crear un universo lúdico, boletos para lo imaginario”.
Las letras, las melodías, varias colaboraciones, Marisa ya tenía el repertorio pronto para ser ejecutado cuando se desató la pandemia. El disco estaba en la puerta del estudio de grabación. “Mi plan era entrar al estudio en mayo. Ya tenía un repertorio pronto, producido a lo largo de los últimos dos años con diversos compañeros, esperando el momento oportuno para grabar”, explica. Pero el virus dejó el proceso en pausa durante ocho meses, un tiempo que la cantante aprovechó para componer más canciones, como Vagalumes con Arnaldo Antunes, Sal y Você não Liga con Marcelo Camelo, quien también colaboró con Espaçonaves, que ya estaba pronta. Esos ocho meses, finalmente, lo convirtieron en el álbum con más colaboraciones internacionales —entre los que se incluyen Seu Jorge y Jorge Drexler— de sus más de 30 años de carrera.
¿Cómo grabar un disco tan colaborativo en esos tiempos? Así lo explica Monte: “Fue un gran desafío encontrar lugar para grabar. Optamos por un método de producción mixta, alternando grabaciones presenciales en Río con grabaciones remotas en Lisboa, Madrid, Barcelona, Nueva York y Los Ángeles. Para mi sorpresa, la tecnología nos posibilitó experimentar formas de relacionamiento que no hubiésemos intentado si no fuese por la necesidad extrema y funcionó muy bien. En ese sentido la conectividad digital del mundo contemporáneo fue fundamental. Portas terminó siendo el álbum que hice con más colaboraciones internacionales, y en más ciudades diferentes sin salir de Río, y sin perder el calor y el espíritu colectivo”.
La artista carioca, ganadora de cuatro premios Grammy Latino, integrante también del proyecto Tribalistas, junto con Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown —un trío con varios y enormes éxitos como Já sei namorar y Velha Infancia—, considerada por la revista Rolling Stone como la cuarta cantante brasileña más importante, y que ha vendido más de 15 millones de discos en el mundo, presentará su más reciente álbum en el Auditorio del Sodre el martes 27 y miércoles 28. La última vez que vino, en 2019, lo hizo con Tribalistas. Esta será la tercera vez que se presenta en Uruguay como solista. “Adoro Uruguay, es un país que aprendí a amarlo desde la primera vez que fui, donde hice amigos y que siempre nos reciben con los brazos abiertos. Es una alegría volver con música y poesía para reencontrarme con el público uruguayo después de esta larga espera”, confiesa Marisa.
En medio de la pandemia, con las restricciones que eso implicaba, ¿cómo fue el proceso de grabación de Portas?
En noviembre, con un equipo pequeño y comprometido, entramos en el estudio en Río de Janeiro para grabar las primeras ocho bases. Mi idea inicial, que era viajar y formar una segunda banda en Nueva York, fue imposible. Creímos que valía la pena experimentar una grabación remota. Con coproducción de Arto Lindsay, que trajo a su banda, arriesgamos grabar dos canciones: Calma y Portas; ellos en un estudio en la calle 37 y nosotros en Río vía Zoom. Para nuestra sorpresa, funcionó muy bien, nos abrió un nuevo universo de posibilidades y nos dio confianza para seguir con grabaciones remotas en otras ciudades y con otras formaciones también. Mezclamos con ingenieros en Río, Los Ángeles y Nueva York, acompañando desde aquí y después masterizamos en Nueva York.
Música mariseana. La voz mezzosoprano de Marisa —esa que está justo por debajo de la soprano pero no llega a ser contralto— parecía destinada al canto lírico, género que estudió en su adolescencia y que lució, por ejemplo, en el musical Rocky Horror Show en 1982, cuando tenía 15 años. Decidió dejar atrás su voz lírica después de estudiar canto durante 10 meses en Italia, cuando optó por salir a cantar música brasileña con amigos en bares italianos. Algunas jóvenes promesas circulan lo suficiente como para toparse un buen día con una eminencia de esas que parecen andar con el radar encendido para detectar talentos extraordinarios, únicos en su especie. Marisa giró y giró hasta que una noche, en Venecia, la escuchó Nelson Motta, músico, productor, escritor y periodista que formó parte de la segunda generación de artífices de la bossa nova. Motta produjo el primer show de Monte en 1987; la presentó al público brasileño. El éxito fue inmediato. Treinta y cinco años después de aquellos acontecimientos, y a poco más de un mes de presentar su último disco, Motta entrevistó por primera vez a la artista para Amazon Music y destacó el absoluto control y autonomía que Monte siempre tuvo sobre su carrera. ¿Fue duro conquistar todo esto?, le preguntó. “Eso del control es una cosa relativa porque no tenés realmente control de nada”, responde ella entre risas. “Pero logré construir estructuralmente una carrera de una forma en la que tuve autonomía”. La cantante lanzó su primer disco, MM, en 1988 y el segundo, Mais, en 1991, que impulsó su carrera internacional, en la que nunca otorgó concesiones a las discográficas.
Ya desde los primeros años —mejor dicho, desde el primer disco— Marisa abrazó un estilo ecléctico que mantiene hasta hoy, difícil de encasillar, incluso por ella misma. “Música Mariseana…”, responde al imposible intento de encontrar la etiqueta. En el año 2000 dijo al diario El País de Madrid que todos sus discos eran “coloquiales y accesibles”, características que parecen perdurar 22 años después.
¿Esa diversidad en su estilo es una forma de decir que la música brasileña es mucho más que samba y bossa nova?
Es una forma de reflejar la cultura de mi país, donde nací y me formé. Brasil es un país continental con varios estilos musicales diferentes, la cultura brasileña es diversidad, variedad y mezcla. Eso para nosotros es muy natural.
Portas es el décimo disco de Marisa Monte si se incluye el del proyecto Tribalistas, lanzado en 2003, que llevó su voz a los puestos número uno de las radios de Brasil y el mundo entero. Tribalistas, trío musical al que define no como un grupo, sino como “un proyecto colectivo de tres artistas con carreras independientes”, hizo su segundo álbum en 2018, y los tres continúan siendo socios y amigos.
Rodeada de hombres, Monte es consciente de que la industria musical es “un medio mayoritariamente masculino”. “Tal vez por el estilo de vida con muchos viajes es un poco desgarrado y atraiga a más hombres que mujeres”, dice. Al igual que con tantas otras profesiones y actividades, si Monte mira hacia atrás, la evolución es clarísima. Ahora, a diferencia de lo que pasaba hace varias décadas, es difícil encontrar cantantes brasileñas que no compongan y produzcan sus canciones. No obstante, sigue sin ser fácil dar con una mujer instrumentista, técnica o ingeniera de audio.
Como activista, la cantautora apoya varias causas, como Filhos de Aguia, una escuela mirim (o sea, para niños) de Portela, su escuela de samba, que prepara a más de mil niños cada año para un desfile de carnaval infantil con oficinas de educación y cultura enseñando ritmo, danza, música, accesorios y fantasías, con el objetivo de prepararlos para el carnaval del futuro. La artista apoya también el trabajo de ArtFio, un grupo de mujeres artesanas del sertón de Ceará, que capacita y genera ingresos para varias familias. “Estoy siempre atenta para apoyar causas que representan mis valores divulgando y potenciando acciones relevantes”.
Larga espera. El disco que presentará en pocos días en Uruguay es especial por otro motivo: es el primero que lanza en una década, después de O que você quer saber de verdade, en 2011, el album que lanzó luego de cinco años en los que se dedicó a la crianza de sus dos hijos. Esta vez no hubo ninguna razón evidente. Tampoco fue intencional. De hecho, los 10 años sin haber hecho un álbum estuvieron lejos de significar quietud o lejanía del público.
¿Por qué pasaron 10 años para que grabara un nuevo disco como solista?
Cuando terminó la última gira, hice un disco en vivo y un DVD. En esa secuencia hice una serie de proyectos colaborativos con diversos artistas y socios, en un diálogo que a mí me gusta mucho. Creé el proyecto Samba Noize para el Brooklyn Academy of Music (BAM) en Nueva York, hice una gira con Paulinho da Viola, un álbum inédito, una gira internacional y un disco en vivo con los Tribalistas. Yo ya tenía un repertorio pronto y estaba pronta para entrar en el estudio cuando vino la pandemia. Después de esa fase de colaboraciones sabía que era hora de volver a mí, y estaba con nostalgia de mi única expresión. Fue un tiempo natural. Todo tiene su tiempo.
Uno de los artistas con los que tiene una canción es Jorge Drexler. ¿Cómo surgió esta colaboración y cómo fue el trabajo conjunto con el uruguayo?
Conozco a Jorge Drexler hace algunos años y nuestra aproximación se dio a través de la música. Él es un artista genial, un compositor brillante, que admiro mucho como persona y como creador. Creo que toda camaradería comienza con una admiración mutua. Hace algunos años nos encontramos en un viaje de vacaciones en Cerdeña, y en el barco hicimos esa música Vento Sardo, que es un homenaje al viento, ese elemento que simboliza la constante mutación, la fluidez de adaptación a cualquier obstáculo, con su fuerza y ligereza simultáneamente. Me gusta mucho conversar con él y el intercambio intelectual y afectivo. n
Álbum visual
Como la industria musical es en su mayoría masculina, Marisa Monte quiso promover un equilibrio en la portada de su álbum, que fue realizada por Marcela Cantuária, una de las artistas que Marisa siguió durante la pandemia. “Sin que ella supiera, la vi pintar mujeres, animales, historias, naturaleza y su universo lleno de misterios, fantasías, símbolos, feminismo y colores me encantó y me sedujo”, cuenta. “Con su mirada y trazo virtuoso, ella creó un imaginario que potenció y dio forma a las canciones”, agrega.