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Martina Benvenutto: “Para tener una tienda acá tengo que hacer un camino y que se conozca mi historia”

De probarse vestidos en secreto a crearlos y venderlos desde España, la diseñadora y activista transgénero proyecta instalar su marca en el este uruguayo
Redactora de Galería

Ella es la directora artística de la conocida oficina de diseño de interiores balear Negre Studio, diseñadora de modas con marca propia (Benvenutto Studio) e influencer que abandonó su país sintiéndose incomprendida y volvió (solo de visita) empoderada.

La uruguaya Martina Benvenutto no siempre fue Martina. Durante su infancia, aunque su cuerpo era de niño —uno que se llamaba Nicolás­—, su corazón se sentía más en sintonía con la identidad de una niña. Era afeminado, hasta había nacido sin nuez de Adán, sensible, y los psicólogos decían que sería “un gran modisto”.

Harta de una doble vida donde Nicolás salía con “noviecitas” mientras se probaba vestidos cuando su madre no estaba enw casa por la noche, dejó Uruguay muy joven, a los 19 años, para irse a España. Hoy, a sus 40, Nicolás ya no existe y es Martina también bajo la luz del día. Vivió primero en Lanzarote, con su hermano, y después en Barcelona, donde por fin se animó a someterse a las operaciones y transformaciones físicas que necesitaba para sentirse alineada con su verdadera identidad de género.

Era cierto que terminaría vinculada de buenas a primeras con el nicho del arte y la moda. Estudió diseño en Barcelona y trabajó en el departamento artístico de reconocidas marcas en España, desde Zara a TRAStornados, hasta lanzar su propia línea de ropa. Es la primera vez que trae sus prendas al país, pensando en instalar la marca en Manantiales.

Su “huida” resultó en un viaje hacia la aceptación y autoconocimiento. Ya en España, que era una mujer transgénero era un secreto a voces dentro del rubro en el que se movía, pero Martina todavía era solo un personaje. “Seguía borrando mi pasado”, cuenta, hasta que finalmente se atrevió a asumirse en una primera entrevista para un periódico español. Desde ahí le parece una buena idea incluir el adjetivo transgénero como parte de su presentación para dar un mensaje de aliento a otros “Nicolases” y, por qué no, a las personas en general: que sí se puede. Su padre pasó de quemar sus muñecas, llevarla a karate y comprarle pelotas de rugby a pagarle las operaciones, regalarle ropa interior femenina y ser su fan número uno: “Hoy soy la niña de sus ojos”.

¿Qué comunica la marca Benvenutto Studio­?

Es una marca que escapa de lo ordinario. No me gusta catalogarlo como nada, es adaptable, atemporal. Quiero que el estilo se defina según la mujer que lo escoja. Un vestido de Benvenutto Studio te lo podés poner con unos tacones espectaculares o descalza, que queda sexy igual, porque la mujer libre es sexy. Mis vestidos son sexies, están pensados para que jueguen con la silueta.

¿Con qué clase de materiales trabajás tus diseños?

Me gusta trabajar con la licra, porque se adapta a todos los cuerpos. También trabajo con sedas que escojo especialmente durante mis viajes a la India. Llevo cinco años yendo y encontrando quién me haga la confección y las telas más lindas, que tienen historia, porque en su mayoría son antiguos saris reutilizados que me sirven para hacer más sustentable mi marca. Uso patrones cortos, de cada una de mis prendas tenés entre tres y cinco modelos, no más. Mis colecciones son pequeñas, termino una y empiezo otra para que sea más exclusivo. Eso explica los precios más elevados. A veces siento que el fashion retail está muy prostituido, consumimos mucho y barato, entonces, ¿por qué no abocarse a un lujo más silencioso? Un vestido caro, aunque no esté entre los más caros (desde 180 dólares), que te dure toda la vida.

¿Cuáles son tus referencias?

Me encanta Gabriela Hearst, sus diseños, su manera de proponer. Me parece una mujer exquisita, admirable, que ha instalado la moda uruguaya en Nueva York y por qué no, si lee esta entrevista, ¡que sepa que me encantaría conocerla y trabajar para ella!

¿Te aporta agregar el adjetivo de transgénero­ cada vez que se dice que sos diseñadora?

Si, porque me hicieron ver que tengo una historia bonita que puede ayudar a alguien más. Porque diseñadoras de moda rubias, guapas y tal hay un montón, me decían, pero que hayan huido de su país, persiguiendo y cumpliendo un sueño, volviéndose otra persona o mejor dicho la que realmente eran, ya no tanto. Por eso es que lo cuento, es bueno educar, ni te digo hacer cambiar de parecer a alguien. Antes huía de esa palabra, pensaba en mi carrera, porque la trabajé muchísimo como diseñadora y no quería opacar eso, ahora ya no. Soy una mujer diseñadora, empresaria, creativa, y soy una mujer transgénero. Me siento empoderada diciéndolo.

¿Cómo partió tu carrera?

Trabajaba en Zara como dependiente, empecé acomodando ropa pero me fueron ascendiendo. Llegué a Visual Merchandising, al Departamento Creativo. Con eso me podía pagar la carrera y vivir en Barcelona. En ese departamento conocí la vocación en mi carrera y aprendí lo que es trabajar en equipo. Después me surgió otra oportunidad en Gran Canaria con TRAStornados, en diseño de interiores. Con 24 años ya estaba trabajando para grandes diseñadores. Estuve ahí cuando tenía que estar ahí.

¿Y cuál fue tu primera conexión con el mundo de la moda?

Monona, mi abuela. Me emociona hablar de ella, era una mujer muy elegante, muy guapa, y yo la recuerdo con esos abrigos de visón y esas perlas. Me quedaba embobada viendo a mi abuela. Era diseñadora también, trabajaba para Club del Sol, hacían mallas antiguamente que hoy son las de SiSi. De pequeña iba a su casa y veía las telas, siempre mirando desfiles los domingos en la televisión… Y me impulsaba a que me gustara todo eso. Pienso que en el fondo sospechaba que tenía una sensibilidad diferente para el tema. Ponía la mesa y me enseñaba cosas como identificar una vajilla Limoges. Me inculcó la moda y el buen gusto.

¿Por qué te llamaste Martina?

Es una historia muy bonita. La niña que jugaba conmigo a las muñecas en su casa, mi vecina, se llamaba Martina. Me encantaban las muñecas pero en mi casa no me dejaban jugar: si mi padre me veía, me las hacía quemar, diciéndole a mi madre que me malcriaba mucho y que sería maricón. Yo escuchaba todo eso y me sentía mal, le pedía perdón a mi mamá cada vez que iba a jugar. Pero en casa de Martina su madre me dejaba jugar y no tenía que pedir perdón, era yo misma. Cada vez que soplaba las velitas de pequeña soñaba con ser Martina. La fui a buscar hace poco y no la encontré. Hablé con su hermano y le pedí que le dijera que me buscara en redes sociales, pero todavía no me escribió.

¿Cuál fue el primer paso consolidado de tu transformación?

Supongo que el simple hecho de que me llamaran Martina por primera vez. Me di la vuelta y estaba feliz. Conocí a Fernando, mi mejor amigo, en Lanzarote. Es un actor portugués que trabaja para Antonio Banderas. Le conté cómo me sentía, que me sentía Martina, y fue él quien me dio el empujón en la espalda para salir a la calle como ella. Yo tenía miedo y vergüenza, pero él simplemente me dijo: tal día te paso a buscar, quiero que estés vestida de Martina y no va a ser por la noche. ¡Vino durante el día! Yo prefería la noche porque en la noche todos los gatos somos pardos, pero lo hice y me sentí feliz, libre. Comenzó una racha de disfrutarse en el espejo, de ir a la playa y ponerme lo que quisiera, de salir a las discotecas y que los chicos me dijeran que estaba guapa, hasta conocer a mi pareja y poder disfrutar de tener relaciones plenas.

¿Sentís que deberías “avisar” que sos una persona transgénero antes de un encuentro?

Es una putada, lo sé, y todo un dilema. Nadie te pregunta esas cosas, pero lo cuento porque por mi físico, mi voz la gente no siempre se da cuenta. Eso es un arma de doble filo, cuando no lo hice, muchísimos hombres me reclamaron que les tendría que haber dicho e igual dejan de salir conmigo.

¿Cómo soportaste el dolor de todo el secretismo previo a ser Martina también durante el día?

Es que al principio no me quedaba más remedio que mostrar mi masculinidad, que no la había por ningún lado, porque a los 16 años aquello era una jungla. El liceo era muy conservador, molaba ser un chico o una chica popular, entonces yo tenía que ponerme la máscara de Nicolás, que salía con noviecitas, pero cada vez que se miraba al espejo estaba totalmente rota, deseando probarse los vestidos de su madre por la noche o cuando no estaba. La primera persona en saber todo eso fue mi mejor amiga y yo ya estaba en Europa. Hice terapia leyendo libros, escuchando podcasts­. Como dije, estoy en pareja con un gran hombre, él es músico de flamenco y me ha inculcado mucho esta parte más espiritual del autocuidado interior. Del exterior siempre me ocupé. Es un ángel brutal, gracias a él me animé a venir sola a Uruguay.

¿Con este viaje pudiste darle un cierre a ese pasado?

De a poco voy cerrando etapas, todavía tengo mis cositas. Todos tenemos alguna parte del ayer que tenemos que aprender a querer. Yo poco a poco lo estoy abrazando, para no huir más. Ahora acepto más cosas, como que me fui siendo Nicolás pero armé la maleta de Martina­, la cerré y significó empezar una vida nueva. En Barcelona no me conocía nadie, necesitaba eso. No hace mucho volví a uno de los colegios a donde iba de pequeña, para mí los recreos eran tétricos porque nadie quería jugar conmigo, ni las niñas ni los niños. Pedí para entrar, me senté en ese patio mirando hacia el rincón donde me escondía y lloré un montón. Fue sanador.

¿Y las paces con la familia?

Eso sí. Una vez di el paso con Fernando, llamé a mi madre y le dije: “Mirá que Nicolás ya no es más Nicolás, es Martina y es lo que hay. Soy feliz”. Y pensar que me llevaban al psicólogo de pequeña porque dibujaba princesas y el tipo, un cazurro, decía que sería un gran modisto o decorador por no decir que tenía una distrofia de género. Mi madre se lo contó a mi padre, que me llamó por teléfono y me dijo: “Hola, Martina. Yo solo con eso estaba superemocionada. Él se tomó un avión desde Uruguay cuando me hice el cambio de sexo. Pero antes no me voy a olvidar nunca la primera vez que me vio como Martina. Había venido de vacaciones y lo fui a ver al hotel temblando, imaginate mi corazón, que te vea con pechos cuando su hijo se había ido sin tener pechos. Me costó volver a ver a los ojos a mis padres, me daba vergüenza, seguía con miedo a desilusionarlos, pero cuando papá me vio y me dijo “estás hermosa” me sentí liberada, feliz. A él hasta ahora se le cae la baba. Me llena el alma hablar de mis padres porque sin ellos no hubiese sido la mujer que soy hoy.

¿A qué vino Benvenutto Studio a Uruguay?

Quiero empezar a trabajar con artesanos uruguayos, quiero la lana merino de aquí, llevar esos ponchos maravillosos a Europa. Me vine con la idea de tener mi propia tienda física acá. He visto locales en Punta del Este y Manantiales, pero soy totalmente consciente de que para eso tengo que hacer un camino y que se conozca mi historia, hay que trabajar. A veces se nos llena la boca diciendo que hay que hacerlo y morimos ahí. En ese momento es donde precisamos esa historia de superación que te impulse. Quiero ser esa. Me fascina el coaching. Soy embajadora de una asociación de familias para la infancia y juventud trans en España, donde a veces doy charlas para hablarles con naturalidad y decirles que en los colores no hay femenino y masculino; en los juegos, las vocaciones, tampoco. Ellos vienen a abrazarme, me hacen dibujos, sus madres me agradecen.

¿Cómo encontraste Uruguay?

Me encontré con un país muchísimo más moderno, más abierto. Antes la palabra transgénero­ la escuchaba solo en el boliche gay, hoy las nuevas generaciones están empoderadas. ¡Las mujeres! Son mucho más arriesgadas. Cuando me fui vestían colores grises, compraban su ropa en Punta Carretas y ninguna llevaba colores, encajes o transparencias. Ahora se ven seguras de sí mismas, más auténticas. Veo muchísimas más periodistas mujeres que antes, que era un mundo muy masculino. Vi una evolución sorprendente en las mujeres. Uruguay está yendo por muy buen camino.

Producción: Sofía Miranda Montero

Vestuario: Benvenutto Studio

Maquillaje: Erik a Soca @eri _soca

Pelo: Roberto Tajes @rdepelos

Agradecemos a Tres Musas y Mansalva Café por su colaboración en esta producción