¿Qué comunica la marca Benvenutto Studio?
Es una marca que escapa de lo ordinario. No me gusta catalogarlo como
nada, es adaptable, atemporal. Quiero que el estilo se defina según la mujer
que lo escoja. Un vestido de Benvenutto Studio te lo podés poner con unos
tacones espectaculares o descalza, que queda sexy igual, porque la mujer
libre es sexy. Mis vestidos son sexies, están pensados para que jueguen
con la silueta.
¿Con qué clase de materiales trabajás tus diseños?
Me gusta trabajar con la licra, porque se adapta a todos los cuerpos.
También trabajo con sedas que escojo especialmente durante mis viajes a la
India. Llevo cinco años yendo y encontrando quién me haga la confección y las
telas más lindas, que tienen historia, porque en su mayoría son antiguos saris
reutilizados que me sirven para hacer más sustentable mi marca. Uso patrones
cortos, de cada una de mis prendas tenés entre tres y cinco modelos, no más.
Mis colecciones son pequeñas, termino una y empiezo otra para que sea más
exclusivo. Eso explica los precios más elevados. A veces siento que el fashion
retail está muy prostituido, consumimos mucho y barato, entonces, ¿por qué
no abocarse a un lujo más silencioso? Un vestido caro, aunque no esté entre los
más caros (desde 180 dólares), que te dure toda la vida.
¿Cuáles son tus referencias?
Me encanta Gabriela Hearst, sus diseños, su manera de proponer. Me parece
una mujer exquisita, admirable, que ha instalado la moda uruguaya en Nueva York
y por qué no, si lee esta entrevista, ¡que sepa que me encantaría conocerla y
trabajar para ella!
¿Te aporta agregar el adjetivo de transgénero cada vez que se
dice que sos diseñadora?
Si, porque me hicieron ver que tengo una historia bonita que puede ayudar
a alguien más. Porque diseñadoras de moda rubias, guapas y tal hay un montón,
me decían, pero que hayan huido de su país, persiguiendo y cumpliendo un sueño,
volviéndose otra persona o mejor dicho la que realmente eran, ya no tanto. Por
eso es que lo cuento, es bueno educar, ni te digo hacer cambiar de parecer a
alguien. Antes huía de esa palabra, pensaba en mi carrera, porque la trabajé muchísimo
como diseñadora y no quería opacar eso, ahora ya no. Soy una mujer diseñadora,
empresaria, creativa, y soy una mujer transgénero. Me siento empoderada
diciéndolo.
¿Cómo partió tu carrera?
Trabajaba en Zara como dependiente, empecé acomodando ropa pero me fueron
ascendiendo. Llegué a Visual Merchandising, al Departamento Creativo. Con eso
me podía pagar la carrera y vivir en Barcelona. En ese departamento conocí la
vocación en mi carrera y aprendí lo que es trabajar en equipo. Después me
surgió otra oportunidad en Gran Canaria con TRAStornados, en diseño de
interiores. Con 24 años ya estaba trabajando para grandes diseñadores. Estuve
ahí cuando tenía que estar ahí.
¿Y cuál fue tu primera conexión con el mundo de la moda?
Monona, mi abuela. Me emociona hablar de ella, era una mujer muy
elegante, muy guapa, y yo la recuerdo con esos abrigos de visón y esas perlas.
Me quedaba embobada viendo a mi abuela. Era diseñadora también, trabajaba para
Club del Sol, hacían mallas antiguamente que hoy son las de SiSi. De pequeña
iba a su casa y veía las telas, siempre mirando desfiles los domingos en la
televisión… Y me impulsaba a que me gustara todo eso. Pienso que en el fondo
sospechaba que tenía una sensibilidad diferente para el tema. Ponía la mesa y
me enseñaba cosas como identificar una vajilla Limoges. Me inculcó la moda y el
buen gusto.
¿Por qué te llamaste Martina?
Es una historia muy bonita. La niña que jugaba conmigo a las muñecas en
su casa, mi vecina, se llamaba Martina. Me encantaban las muñecas pero en mi
casa no me dejaban jugar: si mi padre me veía, me las hacía quemar, diciéndole
a mi madre que me malcriaba mucho y que sería maricón. Yo escuchaba todo eso y
me sentía mal, le pedía perdón a mi mamá cada vez que iba a jugar. Pero en casa
de Martina su madre me dejaba jugar y no tenía que pedir perdón, era yo misma.
Cada vez que soplaba las velitas de pequeña soñaba con ser Martina. La fui a
buscar hace poco y no la encontré. Hablé con su hermano y le pedí que le dijera
que me buscara en redes sociales, pero todavía no me escribió.
¿Cuál fue el primer paso consolidado de tu transformación?
Supongo que el simple hecho de que me llamaran Martina por primera vez.
Me di la vuelta y estaba feliz. Conocí a Fernando, mi mejor amigo, en
Lanzarote. Es un actor portugués que trabaja para Antonio Banderas. Le conté
cómo me sentía, que me sentía Martina, y fue él quien me dio el empujón en la
espalda para salir a la calle como ella. Yo tenía miedo y vergüenza, pero él
simplemente me dijo: tal día te paso a buscar, quiero que estés vestida de
Martina y no va a ser por la noche. ¡Vino durante el día! Yo prefería la noche
porque en la noche todos los gatos somos pardos, pero lo hice y me sentí feliz,
libre. Comenzó una racha de disfrutarse en el espejo, de ir a la playa y
ponerme lo que quisiera, de salir a las discotecas y que los chicos me dijeran
que estaba guapa, hasta conocer a mi pareja y poder disfrutar de tener
relaciones plenas.
¿Sentís que deberías “avisar” que sos una persona transgénero antes de un
encuentro?
Es una putada, lo sé, y todo un dilema. Nadie te pregunta esas cosas,
pero lo cuento porque por mi físico, mi voz la gente no siempre se da cuenta.
Eso es un arma de doble filo, cuando no lo hice, muchísimos hombres me
reclamaron que les tendría que haber dicho e igual dejan de salir conmigo.
¿Cómo soportaste el dolor de todo el secretismo previo a ser Martina
también durante el día?
Es que al principio no me quedaba más remedio que mostrar mi
masculinidad, que no la había por ningún lado, porque a los 16 años aquello era
una jungla. El liceo era muy conservador, molaba ser un chico o una chica
popular, entonces yo tenía que ponerme la máscara de Nicolás, que salía con
noviecitas, pero cada vez que se miraba al espejo estaba totalmente rota, deseando
probarse los vestidos de su madre por la noche o cuando no estaba. La primera
persona en saber todo eso fue mi mejor amiga y yo ya estaba en Europa. Hice
terapia leyendo libros, escuchando podcasts. Como dije, estoy en pareja
con un gran hombre, él es músico de flamenco y me ha inculcado mucho esta parte
más espiritual del autocuidado interior. Del exterior siempre me ocupé. Es un
ángel brutal, gracias a él me animé a venir sola a Uruguay.
¿Con este viaje pudiste darle un cierre a ese pasado?
De a poco voy cerrando etapas, todavía tengo mis cositas. Todos tenemos
alguna parte del ayer que tenemos que aprender a querer. Yo poco a poco lo
estoy abrazando, para no huir más. Ahora acepto más cosas, como que me fui
siendo Nicolás pero armé la maleta de Martina, la cerré y significó empezar
una vida nueva. En Barcelona no me conocía nadie, necesitaba eso. No hace mucho
volví a uno de los colegios a donde iba de pequeña, para mí los recreos eran
tétricos porque nadie quería jugar conmigo, ni las niñas ni los niños. Pedí
para entrar, me senté en ese patio mirando hacia el rincón donde me escondía y
lloré un montón. Fue sanador.
¿Y las paces con la familia?
Eso sí. Una
vez di el paso con Fernando, llamé a mi madre y le dije: “Mirá que Nicolás ya
no es más Nicolás, es Martina y es lo que hay. Soy feliz”. Y pensar que me
llevaban al psicólogo de pequeña porque dibujaba princesas y el tipo, un
cazurro, decía que sería un gran modisto o decorador por no decir que
tenía una distrofia de género. Mi madre se lo contó a mi padre, que me llamó
por teléfono y me dijo: “Hola, Martina. Yo solo con eso estaba superemocionada.
Él se tomó un avión desde Uruguay cuando me hice el cambio de sexo. Pero antes
no me voy a olvidar nunca la primera vez que me vio como Martina. Había venido
de vacaciones y lo fui a ver al hotel temblando, imaginate mi corazón, que te
vea con pechos cuando su hijo se había ido sin tener pechos. Me costó volver a
ver a los ojos a mis padres, me daba vergüenza, seguía con miedo a
desilusionarlos, pero cuando papá me vio y me dijo “estás hermosa” me sentí
liberada, feliz. A él hasta ahora se le cae la baba. Me llena el alma hablar de
mis padres porque sin ellos no hubiese sido la mujer que soy hoy.
¿A qué vino Benvenutto Studio a Uruguay?
Quiero empezar a trabajar con artesanos uruguayos, quiero la lana merino
de aquí, llevar esos ponchos maravillosos a Europa. Me vine con la idea de
tener mi propia tienda física acá. He visto locales en Punta del Este y
Manantiales, pero soy totalmente consciente de que para eso tengo que hacer un
camino y que se conozca mi historia, hay que trabajar. A veces se nos llena la
boca diciendo que hay que hacerlo y morimos ahí. En ese momento es donde
precisamos esa historia de superación que te impulse. Quiero ser esa. Me
fascina el coaching. Soy embajadora de una asociación de familias para
la infancia y juventud trans en España, donde a veces doy charlas para
hablarles con naturalidad y decirles que en los colores no hay femenino y
masculino; en los juegos, las vocaciones, tampoco. Ellos vienen a abrazarme, me
hacen dibujos, sus madres me agradecen.
¿Cómo encontraste Uruguay?
Me encontré con un país muchísimo más moderno, más abierto. Antes la
palabra transgénero la escuchaba solo en el boliche gay, hoy las nuevas
generaciones están empoderadas. ¡Las mujeres! Son mucho más arriesgadas. Cuando
me fui vestían colores grises, compraban su ropa en Punta Carretas y ninguna
llevaba colores, encajes o transparencias. Ahora se ven seguras de sí mismas,
más auténticas. Veo muchísimas más periodistas mujeres que antes, que era un
mundo muy masculino. Vi una evolución sorprendente en las mujeres. Uruguay está
yendo por muy buen camino.
Producción: Sofía Miranda Montero
Vestuario: Benvenutto Studio
Maquillaje: Erik a Soca @eri _soca
Pelo: Roberto Tajes @rdepelos
Agradecemos a Tres Musas y Mansalva Café por su colaboración en esta producción