Perry contó que gastó alrededor de nueve millones de dólares en sus intentos por mantenerse sobrio, sin mencionar todo el dinero que desembolsó después en la lucha con su nueva adicción a los opioides, un grupo amplio de analgésicos que lo ayudaban a reducir el dolor de los daños intestinales causados por la bebida, pero lo dejaban “un poco deprimido”.
El actor nunca culpó a nadie más que a sí mismo de su problema. En su libro asegura no arrepentirse de haber audicionado para Friends y que volvería a hacerlo una y mil veces, pero también deja ver que su misión en la vida no se reducía a hacer reír, como siempre creyó.
Quería ser recordado por otra cosa. Aficionado al pickleball —una mezcla de pádel, tenis y bádminton—, no solo utilizaba este deporte como parte de sus esfuerzos por mantenerse sobrio, sino que llevaba a otras personas en lucha contra sus adicciones a jugarlo, convirtiendo de a poco su casa en Malibú, California, en un centro de rehabilitación.
Estaba a punto de abrir oficialmente sus puertas, pero el corazón de Perry era exageradamente más grande que su esperanza de vida. El 28 de octubre, a sus 54 años, el actor fue encontrado inconsciente en el jacuzzi de la mansión. De inmediato la Oficina Forense inició los informes toxicológicos, que apenas se conocieron la semana pasada.
No se encontraron rastros de fentanilo o metanfetamina en sangre ni ninguna sustancia en el hogar potencialmente peligrosa más que sus antidepresivos, ansiolíticos y pastillas para el EPOC con receta. Sin embargo, todavía faltan algunos estudios para constatar si alguno de esos medicamentos o sustancias no ilegales aparecen en dosis comprometidas para su organismo, resultado que podría tardar entre cuatro y seis meses más.
Perry mantuvo en secreto el contenido del libro —y por tanto su historia— hasta su publicación en 2022. En el prólogo, la actriz Lisa Kudrow (Phoebe en Friends) revela que nunca estaba del todo segura de cómo se sentía “Matty”, simplemente consideraba que “estaba bien”; “siempre era más fácil enfocarse en el Matthew que nos hacía reír por horas, ya que el problema de sus adicciones no estaba en manos de nadie más”.
Lisa Kudrow, Jennifer Aniston y Courtney Cox, las estrellas femeninas
de Friends, fueron las primeras
amigas mujeres que Matthew Perry tuvo en su vida. En la foto están en la
alfombra roja de los Golden Globe Awards de 1996.
Friends, Lovers, and the Big Terrible Thing se convirtió rápidamente en un éxito de ventas en Estados Unidos, que este último mes volvió a batir su propio récord en Amazon. En el libro, que escribió con 49 años, cuenta cómo fue su vida entre centros de rehabilitación y visitas al hospital.
El chiste que se cuenta solo. La lista de sus recuerdos más felices de la infancia estaba encabezada por largas jornadas de jugar al Monopoly con su madre. Hijo del matrimonio hegemónico entre la canadiense Suzanne Perry (secretaria del primer ministro de Canadá Pierre Trudeau) y el actor y modelo estadounidense John Bennett, sus padres se divorciaron cuando Matthew tenía 10 meses.
Con unos primeros años de vida repartidos entre Montreal y Los Ángeles, el pequeño Perry, quien en los aeropuertos respondía más a la denominación de “menor sin acompañante” que a su propio nombre, tenía un desarrollo predecible. Así se describió Perry en su autobiografía: como un niño a quien no le llegaban los pies al suelo, demasiado asustado para tomar una siesta y sin nadie que pudiera decirle que todo saldría bien. “Fueron miles de dólares en terapia”.
En esta parte del libro el actor añora la inocencia de cuando todavía no entendía por qué su compañero de viaje disfrutaba de beberse la misma bebida una y otra y otra vez. Después aprendió “todo lo que era” un old fashioned.
Los problemas de adicción de Perry en realidad se remontan a su nacimiento. Nació llorando y así siguió por semanas. Su estómago no estaba desarrollado del todo y el crecimiento le provocaba cólicos. Sus padres terminaron llevándolo al médico porque el bebé los estaba volviendo locos. Hay que tener en cuenta que el actor habla del año 1969, cuando los pediatras podían parecer “unos bárbaros“ a los ojos de hoy. Le recetaron Veronal, un sedante y somnífero del grupo de los barbitúricos con propiedades hasta hipnóticas, con apenas un mes de vida.
Sin amor propio. A los cinco años, su padre voló a Montreal, lo dejó en brazos de Suzanne, y nunca volvió. “Nada que derivara en un nuevo ataque de cólicos, o posterior problema de adicciones, o una sensación de abandono para toda la vida, o una desesperada necesidad de amor…”, ironiza Perry sobre los posibles efectos de la partida de su padre. Pero ni siquiera en eso Perry culpó a su familia. Al escribir el libro con casi 50 años entendía que su padre se hubiera ido a perseguir el sueño de ser actor y que su madre, con apenas 21, hiciera lo que podía. “Si yo hubiera tenido un hijo a esa edad hubiera intentado bebérmelo”, concluye.
Ahora bien, de pequeño Perry no lo llevaba tan claro. “¿Qué carajo es un actor?”. “¿Dónde carajo está mi padre?”. Con el paso de los años y sin Bennett en la casa, rápidamente entendió que tenía un rol que ocupar: “Mi trabajo era entretener, hacer halagos, hacerlos reír, calmarlos a todos, complacerlos, ser el tonto de toda la corte”. Y si se hacía el silencio en una habitación, intentaba llenarlo “tan pronto como fuera humanamente posible”.
A lo largo de toda la serie, Chandler —que tiende a hacer bromas cuando está nervioso— asegura usar el humor como un mecanismo de defensa después de que sus padres se divorciaran. Por su parte, el pequeño Perry podía cortarse un dedo en un accidente en la escuela y perder una falange, y cuando su madre se apareciera corriendo y llorando en el hospital él le diría que no llorara, porque él no lo había hecho. Y ahí estaba “la performance”, el complacedor de personas con más oxicodona que sangre en las venas; otro fármaco para borrar el dolor y hacerlo sentir superpoderoso a la hora de cuidar de todos los demás, de mirar para afuera, de “entregarse al servicio”.
Su madre era claramente la razón por la cual era gracioso. De niño cada vez que veía un avión le preguntaba a su abuela si era Suzanne la que estaba volando, por miedo a que ella también se fuera. Y una vez que se aseguraba de que su madre no se iría, preguntaba también por Michael, o Bill, o cualquiera de sus últimas citas, que la infantil mente de Perry había convertido en su nuevo padre.
Bennett se volvió un reconocido actor de Hollywood y Perry recuerda haber visto su cara más en televisión y revistas que en la vida real antes de los 15 años, cuando decidió, muy a pesar de su madre, irse a Los Ángeles a conocerlo, y también a probar suerte como actor. “Ella no me preguntó si estaba bien volver a casarse y tener dos hijas”, además, “¿por qué alguien no querría pretender ser otra persona?”, escribía el actor.La
La aparición de Bruce Willis en Friends fue gracias a la amistad que el actor entabló con Perry durante el rodaje de la película The Whole Nine Yards.
Una tarde, leyendo las últimas noticias de Charlie Sheen, pensó: “¿A quién le importan los problemas de este tipo? ¿Es porque es famoso?”. Entonces tuvo una revelación y por fin supo qué era lo que lo completaría. Eso lo impulsó a ponerse de rodillas y pedirle por favor a Dios que lo hiciera famoso a él también. Tres semanas más tarde quedó seleccionado para el cast de Friends y audicionó sin siquiera llevar el guion, siendo sencillamente él.
Perry admite en el libro que obtener ese papel le había subido demasiado el ego, aunque fuese solamente “un tipo desesperado por la fama a quien casualmente le calzaba a la perfección un personaje”. Hablaba todo el día de Friends, hasta que la muerte de ese ego se hizo inevitable cuando el show terminó. La caída fue muy dolorosa.
En su autobiografía, Perry cuenta a los actores David Schwimmer y Matt
Le Blanc, Ross y Joey de Friends,
como parte de su familia.
“Mi mente puede matarme, yo lo sé. Estoy constantemente rodeado de una soledad acechante, de un anhelo, aferrándome a la idea de que cualquier cosa fuera de mí lo arreglará”, pero ya había recibido todo lo que el exterior podía ofrecerle.
Perry se consideraba uno de los hombres más afortunados del planeta, que supo cómo divertirse, pero no era más que un truco. “Si abandono mi juego, si suelto a mi Chandler y muestro quien soy realmente, van a notarme. Y lo que es peor, van a notarme y se van a ir”. Es por eso que el actor dejaba a sus novias primero, repitiéndose que algo había salido mal hasta creérselo.
Sí, Perry dejó a la misma Julia Roberts, que había aceptado participar como invitada especial en Friends solo si el actor le permitía entrar en su storyline, es decir, salir con él. “La única cosa más excitante que saber que ella iba a formar parte del show era que finalmente tenía una excusa para mandarle flores”, contó. Finalmente decidió terminar su relación de casi un año con ella porque él no se sentía suficiente.
La mayor de las amenazas eran esos diálogos internos al estilo de: “Julia Roberts fue mi novia. Tienes que beber por eso. Estoy haciendo un millón de dólares a la semana, ya gané, ¿cierto? ¿Te gustaría celebrarlo con una bebida? Sí, muchas gracias”.
A todas sus siguientes novias les compró un anillo, desesperado ante la sola idea de ser dejado. Arrodillarse le significaba a Perry 1.800 miligramos de hidrocodona en el cuerpo para aplacar los nervios.
No era un adicto cualquiera. Esa había empezado a ser la jugada: quejarse de un dolor intenso de estómago para que las pastillas aliviaran todo lo demás. Al fin y al cabo era actor, y si todos le creían la “cutre” escena que hacía solamente para conseguir drogas, se merecía un Oscar.
En 2005, el actor fue anfitrión de los premios ESPY del deporte, ceremonia donde se quitó los pantalones y se quedó en ropa interior para “el deleite de sus fans“.
En su autobiografía Perry dice todavía no saber si le agradan o no las personas. “La gente tiene necesidades, miente, engaña, roba o peor: quiere hablar sobre sí misma”. En cambio, el alcohol mantenía la boca cerrada. Todo lo que el actor buscaba en un mejor amigo. Sin embargo, la peor de sus adicciones fue hacia los “malditos” opioides. Llegó a tomar 55 pastillas de Vicodin por día y bajar hasta 13 kilos. En el pico de sus alucinaciones llamaba a su padre y la conversación sonaba siempre más o menos igual:
—Papá, sé que parece una locura, pero en cualquier momento una serpiente gigante va a venir a llevarme…
—Matty, si una serpiente viene y te lleva, me voy a cagar en mis pantalones.
Llegó al punto en el que los médicos se negaban a subir la dosis de OxyContin, pero mientras ellos decían que no, los dealers le decían que sí. El problema era que la oxicodona de vendedores callejeros podía estar potencialmente mezclada con fentanilo. Pero para ese entonces Perry consideraba saber más de alcoholismo y adicciones que cualquier coach o médico que se encontrara en su camino hacia la sobriedad.
Además de practicar deportes para ayudarse a mantenerse sobrio, participaba todos los años de la Racquet Rumble, un torneo de tenis de celebridades a beneficio de The Bogart Pediatric Cáncer.
El actor jamás probó drogas estimulantes, como la cocaína. No entendía por qué alguien querría sentirse “más presente”, hiperconectado. Él era de los que buscaba algo que lo hiciera fusionarse con el sillón y sentirse “maravilloso” mientras miraba documentales de prisiones que luego no lo dejarían dormir. En cuanto a la heroína, la sola palabra le daba miedo y eso, consideró, es lo que lo mantuvo con vida. Eso y la máquina a la que lo conectaron por 14 días. “A coma, damas y caballeros”, escribía Perry, introduciendo lo que fue el peor episodio de su vida. Si había algo que lo atormentaba, además de sus pensamientos, era saber que el único culpable de destruirse era él mismo.
Le explotó el colon. Literalmente, colapsó, justo después de que había acudido a emergencia en un estado delirante en el que ni siquiera reconocía el sol y por eso gritaba aterrorizado. No sabía, dice en el libro, si era un desafortunado o un afortunado, ya que justo ocurrió en la única habitación en el sur de California en la que podían hacer algo al respecto: un hospital.
Los opioides causan constipación, y Perry “estaba tan lleno de mierda” que casi se muere. Era directo y explícito al respecto. Las probabilidades de que el actor pasara de esa noche eran del 2%. “Spoiler alert: la pasé”, pudo contar. Cuando despertó del largo coma y su madre le dijo que se le había reventado el colon, puso sus ojos en blanco y se volvió a dormir. De los cinco meses que tuvo que quedarse en el hospital en recuperación, más de la mitad decidió no enterarse de lo sucedido por miedo a que fuera culpa suya.
Cuando se enteró, lloró. Y no podía parar de hacerlo. ¿Su brillante solución? Pedir más opioides. Lo único que obtuvo por parte de los médicos fue el diagnóstico de una fístula y la colocación de una bolsa de colostomía. “Queridas personas de las bolsas de colostomía: hagan bolsas que no se rompan, malditos idiotas”, es el mensaje que les dedica en el libro.
Dos palabras lo habían sacudido: “Estoy vivo”. Ahora bien, “¿por qué?”. Estaba más confundido que vivo, y la única manera que encontró para darle un sentido a esta segunda oportunidad de su organismo era volcarse a ayudar a otros con sus adicciones. Después de 14 cirugías, veía en sus cicatrices “muchos recordatorios para mantenerse sobrio”.
“Es muy raro vivir en un mundo donde si te morís shockearías a más de uno pero no sorprenderías a nadie”, reflexionó. El año pasado, curiosamente cerca de la misma fecha de su muerte, Perry contó que había tenido una experiencia religiosa en la cocina de su casa: “Había simplemente una luz, y me sentí amado y comprendido. Quizás cuando muera va a sentirse parecido y no sea el final. Espero que ese sea el caso”.