Además de su padre, su madre, la belga Sophie Kumpen, fue una reconocida corredora de karting. A los siete años Max comenzó a competir. De niño fue campeón belga de la Clase Mini. Pese a haber nacido en Bélgica, el haber vivido en Maaseik, una pequeña ciudad limítrofe con los Países Bajos, hizo que buena parte de su vida social la hiciera cruzando la frontera, por lo que ni bien pudo optó por esa nacionalidad, a la que sentía más suya.
Papá Jos y mamá Sophie se separaron cuando Max todavía era un niño. Sin embargo, ambos coincidieron en que el niño sobresalía mucho de la media en su potencial para el automovilismo. En 2006 salió campeón de su categoría ganando las 21 carreras de la temporada. Subió a la categoría Rotax Mini Max, y entre 2007 y 2008 vio la bandera a cuadros en 34 de las 36 competencias; por supuesto, salió campeón en esos dos años por una ventaja sideral sobre el resto.
Para ese entonces, Max estudiaba con una maestra particular. Sus padres —más él que ella, en este caso— habían decidido que seguir una educación “formal” —o sea: ir a la escuela— le restaba tiempo para perfeccionar su técnica. Iba una vez a la semana al centro educativo y el resto lo aprendía por su cuenta.
Jos fue su padre y maestro. Pero fue un maestro riguroso, de esos que cada tanto aparecen para caer antipáticos en las biografías de los deportistas reconocidos. Una vez, Max chocó con un rival y se despistó en una competencia por el Mundial de Karting. La bronca de su padre fue tal que de regreso a casa lo obligó a bajarse del auto en una estación de servicio. No era un abandono total, vale decir: detrás de ellos venía conduciendo la madre de Max al rescate (que ya no quería ni viajar en el mismo coche con su ex). Era común que le golpeara el casco ante una mala maniobra o que lo obligara a practicar hasta el punto que se le agarrotaran los dedos.
“Estaba intentando endurecerme”, lo justificó más de una vez Max. Hasta hoy el vínculo padre-hijo sigue firme, y él lo considera clave en su progreso hasta la máxima categoría, destacándose como pasos previos en el karting y en la Fórmula 3. Jos Verstappen —que ha sido visto en los propios boxes de Red Bull, casi como un técnico más— sigue generando polémica hasta el día de hoy con sus declaraciones públicas, como cada vez que el equipo toma una decisión que él considera favorece al mexicano Sergio Checo Pérez, compañero de escudería de su hijo.
Ya es claro que Max superó a Jos como piloto. De hecho, un nuevo fenómeno de la Fórmula 1 es la “marea naranja”: los fans de Verstappen que se visten de ese color (que es el de los Países Bajos) y conforman una hinchada que nada tiene que envidiarles a las barras de aliento del fútbol.
Claro que esta hinchada, totalmente inédita en este deporte, acostumbrado como mucho a los tifosi de Ferrari, ha merecido críticas y reproches, ya que no ahorra burlas e insultos a los rivales del campeón del mundo. Incluso han llegado a aplaudir despistes y accidentes de sus contrincantes, lo que provocó quejas en la propia organización del torneo. Quizá pueda explicarse: si bien Jos puso a lo que anteriormente era conocido como Holanda en el mapa de la F1, no fue hasta que Max comenzara a pisar fuerte que los neerlandeses tuvieron un piloto que realmente los enorgulleciera.
Fuerza, talento y madurez. Consultado por Galería, el periodista especializado en automovilismo Nelson Pelo Vicente define al actual campeón del mundo en tres palabras: fuerza, talento y madurez. “Tiene todo para ser un grande de todos los tiempos. Tiene un muy buen manejo, técnicamente es muy bueno y además es corajudo. La prueba está en cómo pudo mantener la lucha con Hamilton el año pasado y terminar ganando. Eso demostró que es muy fuerte de cabeza, que puede competir bajo presión. ¡Tenía 23, 24 años y le peleaba a un tipo de más de 30 y con siete campeonatos mundiales arriba!”.
La presión de Jos parece haber dado sus frutos. Por más insoportable que parezca haber sido la tutela de su padre, Max parece elegir siempre bien: cuando tiene que acelerar, acelera; cuando debe sobrepasar, lo hace; no se arriesga inútilmente, pero sabe jugarse la ropa si amerita la ocasión. Si tiene que ser “sucio” —algo de lo que ningún piloto de la F1 se puede jactar de estar libre y tirar la primera piedra—, lo será. Nadie puede hacer futurología ni asegurar que el récord de siete títulos de Schumacher y Hamilton corre riesgo, pero a menos que surja una tragedia, se da casi como un hecho que algún campeonato más se pintará de naranja.
Sus estadísticas ahora hablan de 26 victorias y 16 poles en 152 carreras, las que suele terminar mejor de como las inicia.
Ni bien empezó a hacer ruido en la F1 se fue a vivir a Mónaco, principado que es hogar habitual de varios pilotos, donde reside desde 2015. El apartamento en el que vive, con una espectacular vista al Mediterráneo, está valuado en 16 millones de euros. Bastante parco a la hora de hablar sobre cosas que van más allá de los circuitos, no se sabe si es propietario o inquilino de semejante inmueble. De cualquier manera, no tiene mucho tiempo para disfrutarlo. Por supuesto, no anda a pie: cuando no está corriendo en su Red Bull maneja un Aston Martin DB11, un Aston Martin DBS Superleggera o un Aston Martin DBS Walkyria. Evidentemente, le gusta esa marca. También posee un Ferrari Monza y un Renault RS 01. Asimismo es amante de las motos, las de tierra y las de agua. Pero a las carreras se dirige en su jet privado, un Dassault Falcon 900EX que compró en 2020. Según Yahoo!Sports, su patrimonio asciende a 47 millones de euros, cifra que a algunos se les hace corta.
El odio que tiene a las arañas y a los tiburones contrasta con su amor a los koalas. Max incluso ha donado dinero a una fundación que resguarda a estos simpáticos mamíferos australianos tan parecidos a peluches de los incendios forestales. Se sabe que es católico prácticamente, pero su fe cristiana la deja fuera de las pistas: la imagen de la rueda derecha trasera de su Red Bull rozando el casco de Hamilton, durante el Gran Premio de Monza de setiembre pasado, fue una muestra de su ferocidad y ya quedó en la historia de los accidentes de la F1, como la muerte de Ayrton Senna en 1994, el vuelo fatal de Gilles Villeneuve en 1982 o Niki Lauda prendido (literalmente) fuego en 1976. La tecnología aplicada a los chasis de hoy impidió que el todavía campeón defensor, Hamilton, muriera decapitado. Un sistema de seguridad llamado Halo de tres barras flexibles de titanio sobre el casco evitó la tragedia. Aun así, no quedó claro quién de los dos fue el responsable de esa maniobra. Gracias a la lucha encarnizada entre ambos en 2021 es que así como tiene una barra brava vestida de naranja en su país, tiene a una enorme comunidad de haters en Inglaterra.
Para esta temporada, Hamilton parece no ser un riesgo para una nueva coronación del neerlandés. Su mayor rival es el monegasco Charles Leclerc, quien tiene además el respaldo de la escudería Ferrari, con todo lo que eso implica en el espíritu de la Fórmula 1. “Verstappen y Leclerc son de la misma generación y han competido en casi todas las categorías. Ambos se conocen desde las ‘formativas’, se podría decir. Leclerc es muy buen rival aunque depende mucho de la fiabilidad que le pueda dar el coche de Ferrari”, dice Vicente.
A diferencia de Hamilton, con quien se sacó chispas, con Leclerc la relación hasta el momento es cordial. O, como precisa el especialista, todo lo cordial que puede ser en la Fórmula 1, mundo donde un roce o una maniobra obstructiva de más puede tirar abajo la mejor de las amistades.
En ese mundo las dificultades también pueden venir entre compañeros de escudería (basta recordar el encono que Ayrton Senna y Alain Prost tuvieron el uno por el otro cuando corrieron para McLaren), pero con Checo Pérez está claro quién es la vedette y quién el lugarteniente. “Para Red Bull, Checo es el segundo piloto. Además, su butaca la paga Carlos Slim”, señala Vicente. Esa manera esponsoreada de competir, más ligada al respaldo económico que al talento deportivo (que igualmente el mexicano lo tiene), es muy común en el automovilismo. Además, Red Bull considera al neerlandés casi como de la casa, a diferencia de Pérez, quien llegó a la escudería en 2021 y podría no estar la temporada siguiente. Según las últimas novedades de la F1, Red Bull está considerando rescindir con el mexicano —un tipo no conflictivo, capaz de entender su rol en el equipo y llevarlo con solvencia, pero de 32 años y más pasado que futuro— para sustituirlo por Mick Schumacher. De cualquier forma, en la Fórmula 1 se asegura que ningún piloto le tiene tanta bronca a Verstappen como el ruso Daniil Kvyat.
Rápido fuera de la pista. Otra cosa en la que el hijo puede superar al padre es en el prontuario amoroso: va en ese camino. Jos Verstappen fue un mediocre piloto de Fórmula 1, un padre tan influyente como severo, un hombre bastante intratable según las crónicas y bastante mujeriego. Se casó tres veces —la primera de ellas con la madre de Max— además de haber tenido otros romances más o menos sonados. Fruto de estas relaciones tiene tres hijas y dos hijos.
Max todavía no tiene descendencia, pero no se ha quedado quieto. Su prontuario es largo, más considerando sus 24 años: las pilotas Sabré Cook y Mikaela Ahlin-Kottulinsky, la profesora de educación física Maxime Pourquie, la modelo Joyce Godefridi, la bloguera Roos Van Der Aa y una estudiante universitaria llamada Dilara Sanlik. Poco se sabe de estas relaciones, ya que más allá de alguna foto en su cuenta de Instagram, Max es muy reservado con su vida privada.
Pese a ello, su actual relación de pareja ha dado mucho que hablar. Cuando Max Verstappen llegó a Red Bull en 2016, con los muy buenos antecedentes que terminó confirmando, lo hizo para suplantar al ruso Daniil Kvyat. Este es un piloto de 28 años que apenas sobresale de la media, con tres podios como máximos logros en 112 carreras. Sí, si hay que compararlo con un Verstappen definitivamente sería con Jos; Max está en otra liga. Pese a ello, Max y Daniil comenzaron su vínculo como amigos. Por esos años, Daniil estaba comenzando a salir con Kelly Piquet, hija del astro brasileño de la F1 Nelson Piquet.
Las cosas a veces suceden rápido, como en una Fórmula 1. En 2019, Daniil y Kelly fueron padres de una niña. En 2020, Daniil y Kelly se separaron. En 2021, se hizo oficial que Kelly y Max eran pareja. Siempre se elogió la capacidad del Verstappen chico de saber cuándo poner primera y acelerar.