“Soy muy
solitaria, en el sentido de que a veces no siento la necesidad de salir a la
calle. Yo proyecto una imagen que no es la real”, dice sin tapujos, sentada en
una banqueta bajita de cuero verde inglés y tomando una limonada. “Digamos que
las actividades culturales, los eventos sociales, todo eso también forma parte
de mi vida, pero creo que cuando mi madre murió tuve ese clic, ese cambio (hacia
una persona solitaria)”. La muerte de su madre, Raquel Aldao, cuando tenía
siete años fue, sin duda, un gran golpe que mucho después trató de atenuar con
horas de psicoanálisis.
A pesar de
ser una mujer libre e independiente, siempre estuvo rodeada de amigos,
escritores, músicos, artistas. Sus cumpleaños marcaban el inicio de la
temporada estival y al que no estaba invitado a su cumpleaños ese verano
seguramente no le iba a ir bien. En sus festejos había argentinos, uruguayos,
europeos, algunos desconocidos y también aquellas celebridades que visitaban el
balneario. Hoy, en una etapa de su vida en la que habla sin pelos en la lengua,
rescata los mejores recuerdos de Punta del Este y critica los cambios que
vinieron con el progreso, que no le gustan tanto y que podrían haberse detenido.
Mecha, única
hija de Pedro Chacho Jauregui y Raquel Aldao, conoció Punta del Este
cuando tenía cinco años y sus padres alquilaron una casa en la península.
Pasaron algunos veranos hasta que su padre decidió instalarse en Uruguay, y
desde ese momento su vida cambió completamente. Punta del Este se transformó en
su hogar y los lugareños en sus amigos del corazón.
Foto: Sofía Torres
¿Cuál es su primer recuerdo de Punta del Este?
La primera
vez que fui tenía cinco años, mamá todavía vivía. Tengo los recuerdos tan
claros... De mañana íbamos a la playa Mansa en las famosas casetas con esos
trajes de baño enormes (ríe). Habíamos alquilado una casa en la
península, eran tres casas de piedra contiguas haciendo cruz con el hotel de
madame (Jeanne Moulia de) Pitot. Estábamos al lado de la familia Levy y
a madame Pitot te la puedo dibujar: era una mujer muy severa, que estableció el
Hotel British House. Mamá era una persona fantástica pero muy distante,
impecable, perfecta, golfista igual que mi padre, ese estilo de argentinos.
Madame Pitot tenía un estilo que para mí fue un punto de partida, fue la
referente de una cultura refinada que no tiene nada que ver con la plata sino
con la educación. Prácticamente todos nos conocíamos, había amistad entre los
uruguayos y los argentinos, pero en la época de Perón eso cambió, los
argentinos se vinieron a vivir acá en el exilio y mi papá también.
Pero sus primeros años los pasó en Buenos Aires. ¿Cómo fue su infancia?
Pasaba en
Buenos Aires y en el interior con mis abuelos y mis primos. Recuerdo que una
vez me mandaron a Mendoza a la casa de mis primos con mi gobernanta Miss
Elizabeth y una noche me sentí mal y marché al sanatorio. Me operaron de
apendicitis y cuando me desperté lo primero que pregunté fue por mi mamá. Nadie
me había dicho nada pero supe que mi mamá había muerto. Desde ese día siempre
tuve premoniciones.
¿Hasta ahora?
Sí, todavía
las tengo, sobre situaciones insignificantes y sobre otras más importantes.
Cuando murió mi madre, me mandaron a vivir con mis abuelos Aldao, en Buenos Aires.
Estuve un tiempo con ellosz y después viajé a vivir con mi otra abuela en
Corrientes. En ese tiempo hubo una especie de no muy buena relación entre la
familia de mamá, los Aldao, y los Jauregui, entonces para mí fue una etapa
bastante triste porque yo quería estar con los Aldao. Al tiempo mi padre se
volvió a casar y yo marché pupila a un colegio inglés, el Northlands, donde
estudió Máxima, la reina de Holanda.
Usted era hija única, ¿su padre tuvo más hijos?
Él no tuvo
más hijos, mejor (ríe). A papá lo veía casi todos los sábados, recuerdo
que yo iba en tren de Olivos a Retiro, él me pasaba a buscar, estábamos un rato
y me devolvía al tren y al colegio, y los domingos estaba adentro del colegio.
Fue duro perder a su madre y quedar pupila.
Fueron años
duros porque el colegio era tan inglés..., fantástico como educación pero tan
estricto... Además, papá me había puesto una profesora de francés una vez por
semana. Así me eduqué. Me pasaba el domingo entero leyendo hasta la noche, me
acuerdo de que ponía dos linternas debajo del edredón y leía. Tuve la suerte de
que la bibliotecaria me tomó mucho cariño y me prestaba todos los clásicos y la
poesía inglesa y eso para mí era el disfrute máximo. Mi compañera de cuarto era
de una familia inglesa, en el colegio estaban las argentinas nativas y las
inglesas. Cuando te enfermabas te mandaban sola a la nursery. Fue muy duro pero
aprendí a estar sola, a defenderme sola, y ahí es donde se forma la
personalidad. Yo soy muy solitaria. Hay veces que me quedo dos días sin salir a
la calle, proyecto una imagen que de verdad no es la real. Pero la soledad me
gusta, nadie lo puede creer pero no me he sentido mal porque siempre tuve a mis
amigos del coeur, del corazón, que fueron como mis hermanos. Entonces en
ese sentido nunca me sentí sola a pesar de no haber tenido hermanos.
Pero siempre
la vemos en alguna exposición, presentación de libro o vernissage
rodeada de gente. ¡Mecha es la persona más sociable!
Sí, todas las actividades culturales, los eventos sociales, todo eso
también soy yo, pero en el fondo soy muy solitaria. Perdí a mi madre a los
siete años y de ahí en adelante tuve ese clic.
¿Y su adolescencia?
A los 15
venía a Montevideo y mi padre, que era muy muy severo, me dijo que si quería
salir sería bueno que empezara a trabajar. Entonces le pedí consejo a una
señora amiga, porque yo no sabía ni tomar un ómnibus, y ella me presentó a Paul
Schurmann, el famoso director de la alianza americana (Uruguay-Estados
Unidos). Me senté delante de él con mi flequillo y pelo lacio y me puso a
dar clases, incluso allí hay una placa con mi nombre.
A su primer marido lo conoció en Punta del Este. ¿A qué edad se casó?
Si, me casé a los 19 años con Horacio Pizzorno, que era del grupo del
barrio San Rafael, de las familias de Salto. Ellos eran los dueños del Hotel
San Rafael, y la casa de mi padre, de estilo canadiense, estaba en la esquina
del Hotel La Capilla. Mi suegro construyó la capilla de San Rafael para nuestro
casamiento. Pero éramos demasiado jóvenes. Mi casamiento fue casi un juego. Él
era una excelente persona, y yo creo que también lo soy, pero éramos unas
criaturas. Estuvimos casados poco tiempo, teníamos una convivencia normal pero
éramos totalmente distintos, para él la parte cultural no existía y yo venía de
un enorme bagaje cultural.
Con Pizzorno tuvo a su primer hijo, Alejandro, y después se separaron. Se
dice que tuvo varias propuestas de matrimonio hasta que finalmente se casó con
Eduardo Bocha Gattás, de una familia también con raíces en Punta del
Este. ¿Por qué lo eligió a él?
Es que Bocha
venía a casa y Alejandro era como su propio hijo, se llevaban muy bien y un día
me propuso casamiento.
¿Fue el amor de su vida?
No, no…
Bueno, es como que yo tengo una coraza, es parte de lo que te contaba de mi
infancia. Un amor muy muy profundo molesta a tu soledad, te invade… Ahí está
Mecha la guardiana. Con Bocha nos conocíamos de siempre, incluso fue a mi
primer casamiento, pero siempre fuimos un tándem, Mecha y Bocha, Bocha y Mecha.
¿Por qué cree que Punta del Este es mágica?
Por un lado
porque hay un tema energético. Hay un mineral, que también está en el mar de
Escocia, que produce esta energía con gran fuerza positiva. ¿Viste que cuando
venís subiendo por la Ballena te pones de buen humor? Los geólogos hablan de la
unión de los continentes y esas cosas, está probado. Llegás a Punta y te cambia
el humor, te sentís fantástico y es como si fuera una drogadicción. Eso por un
lado, y por el otro esa carga energética atrajo a mucha gente como (Nikola)
Tesla, el que descubrió la electricidad. Los primeros habitantes de Punta del
Este eran gente muy amable que venía a disfrutar y a trabajar. Se abrió la
primera inmobiliaria y ahí empezaron en barco a venir los argentinos.
¿Cómo era Punta del Este en esa época?
La gente era
sencilla, todos nos conocíamos y nos encontrábamos en la playa y a la hora del
té, que era sagrada. Llevábamos una vida como en los balnearios europeos, se
andaba a caballo, se iba a la playa, se jugaba al tenis, vida simple pero muy
divertida. Éramos todos amigos. La gente se vestía refinadamente sencilla,
mucha alpargata y zapatos de tenis, colores blancos, celeste, muy natural. Los
brillos son un espanto. Y de pronto, como todo en la vida, empieza a cambiar
con la primera boite que se llamó La Fragata. Esa boite, en la
punta, fue el principio del cambio.
Pero ese cambio tiene que ver con la modernidad, pasa en todos lados, ¿o
no?
El estilo
Punta del Este era idéntico al que se vivía en Martha’s Vineyard. Me acuerdo
cuando fuimos con Bocha, ahí estaba la gente más importante de Nueva York pero
todos vestidos superclásico, sencillos. El cambio muy marcado se da cuando
empiezan las fiestas del Festival de Cine, entonces un poco se convirtió en un
lugar de nuevos ricos. Y ahí empezó a surgir el brillo, en ese momento se decía
“dejen las alpargatas y pónganse los brillos”. El único que mantiene la esencia
de Punta del Este es el Club Médano, y otro era el Club La Terraza, era muy
cerrado y el 80% eran argentinos.
Foto: Sofía Torres
Usted siempre estuvo vinculada a la cultura en Punta del Este y en
Montevideo, en la Comisión de Amigos del Museo Zorrilla, del Museo Gurvich, en
el Centro Cultural de Música, en El Centro de las Artes, pero también integró
la Liga de Fomento de Punta del Este.
Sí, siempre.
Nosotros vivíamos todo el año en Punta del Este y con un grupo de señoras
creamos El Centro de las Artes. Pero también hacíamos obra con la gente de
Punta del Este. Me acuerdo de que con la madre de Laetitia d’Arenberg tejíamos
para los bebés del barrio Kennedy. Poupée era muy severa pero un amor de mujer,
le sobraba clase, siempre pensaba en ayudar a los demás. Bueno, en ese momento
con la guerra todas las personalidades españolas se radicaron acá, Rafael
Alberti, Margarita Xirgú, el fotógrafo Pepe Suárez, el escritor Pepe Bergamín,
se armó un grupo fantástico a nivel intelectual, yo los conocía muchísimo, y
ese sí era un grupo cerrado.
¿Por qué crearon El Centro de las Artes?
Con todo este
grupo que vivíamos todo el año nos reuníamos en casa, que la llamábamos “La
casa de las persianas amarillas”. Recuerdo que era marzo, ya hacía fresco, y
decidimos crear un lugar para reunión de actividades artísticas. Estaba Elsa
Mesa, la mujer de Alberto Ugalde, Madeliane, Zulma Abete, y después se
integraron algunas más como Vera Heller. Pero también trabajábamos con gente de
Maldonado, Pola Bonilla, que hacía las cerámicas, el pintor Manolo Lima, que
ahora están haciendo la fundación, el grupo cultural de la Azotea de Haedo.
Graciela Querejazu era superactiva y estaba en el grupo inicial, era la más hippie.
Y con Elsa veníamos mucho a Montevideo en mi auto a vernissages. Al
principio nos llamaban “las damas cultas”.
Un poco despectivo... ¿A ustedes les molestaba?
Nos decían así al principio pero después se dieron cuenta de que nada que
ver, nosotras trabajábamos mucho, invitamos a Manucho Mujica Láinez, a (Pablo)
Neruda, a (Ernesto) Sábato a dar conferencias. A casa venían a comer
escritores como (Jorge Luis) Borges o músicos como (Astor)
Piazzola con su mujer. Y ahí estaba nuestra inocencia sobre la importancia de
lo que hacíamos, la sencillez, la autenticidad. Un día se me ocurrió pedirle a
Piazzola que escribiera una obra para Punta del Este, y así escribió Suite
Punta del Este, mundialmente famosa.
Y así fue que su cumpleaños, el 3 de enero, se transformó en una
celebración de apertura de temporada. ¿Qué otras celebridades iban?
A mí siempre me gustó recibir. Me gusta más recibir que ir a reuniones.
Empezó siendo un cumpleaños familiar con el grupo de invierno, hasta que cada
uno de mis amigos venía con otros amigos y algunos famosos, escritores,
artistas. Por ejemplo, Mirtha Legrand venía a comer a casa. Un día vino vestida
toda de dorado, hay fotos conmigo. Mirtha no es una mujer simpática. Me acuerdo
de que una vez en una comida estábamos sentados y cuando ella llegó no me
saludó… Después me dijo que no me había visto. Cuando la entrevisté para el
diario La Mañana me cayó mal, sentí como que no era una buena persona.
Ahí me contó que su marido le pegaba y aflojó, como que entró en otra sintonía.
Mis cumpleaños fueron sumamente divertidos, hasta hubo fiestas de disfraces.
Por ejemplo, una vez recreamos un casamiento hippie, todos llevaban
trajes fantásticos, y el que era marido de Laetitia fue con uniforme militar,
parecía una película de Fellini. China Zorrilla también venía a casa; una vez
dio una conferencia en el jardín después de mi cumpleaños.
¿Por qué dejó
de ir a Punta del Este hace unos años por dos temporadas?
De repente
sentí que había una invasión, que no era mi refugio. ¿Qué es eso que quieren
hacer frente a la plaza de los Artesanos? ¿Por qué no hacen ese edificio un
kilómetro hacia La Barra? Eso me saca… Tampoco estoy de acuerdo con el edificio
Cipriani. Estuve un minuto con Cipriani y me bastó para detestarlo. Me lo crucé
una vez pero fue horrible. La culpa de todo la tiene Yolanda Merlo (expropietaria
del Hotel San Rafael). Ahora solo vale… money, money,
money. Tampoco puedo pretender que el lugar no crezca, pero en Europa
todavía hay tantos balnearios chiquitos... Se debería mantener y cuidar, pero
todo está regido por la plata.
¿Por eso se fue de Punta del Este?
Por dos veranos fui a La Pedrera, a la posada de una amiga y cuando me
sacaron una foto con la actriz Mercedes Morán la gente de Punta del Este se
ofendió conmigo, como si los hubiera traicionado, pero solamente fui a la casa
de una amiga.
Y este año, ¿cómo celebró su cumpleaños?
Estuve
con mis hijos en Punta del Este. Y en Punta Colorada conocí a mi primer bisnieto,
Benicio, es una delicia. ¡Festejé con mi familia y con tanta felicidad! Muy
agradecida a la vida.