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Mecha Gattás: “Proyecto una imagen que no es la real”

La figura emblemática de la sociedad puntaesteña cumplió 90 años el 3 de enero y cuenta secretos de su vida y de los años dorados del balneario
Coordinadora de Sociales

Días antes de su cumpleaños número 90 el 3 de enero, en su casa de la plaza Zabala, la gestora de arte, escritora y socialite Mecha Gattás armó valijas para irse a disfrutar —una vez más como todos los veranos de su vida— de la energía de Punta del Este y de la celebración familiar. Argentina, madre de cuatro hijos, abuela de 11 nietos y reciente bisabuela, Mecha fue protagonista de la vida cultural y social de Punta del Este y Montevideo por más de cuatro décadas. Sin embargo, al pisar enero de 2023 reconoce ser una mujer solitaria y que puede pasar un par de días sin salir de su refugio con vistas al Palacio Taranco.

Entre sus libros, pinturas y esculturas se entrelazan recuerdos de su mundo tan rico, en el que nunca para de tener proyectos. Siempre está pensando en hacer más y en seguir aprendiendo. Se impone hacer trabajo manual, tejer, bordar, pintar, “para que el cerebro no descanse demasiado”. Comenzó clases de pintura con Pedro Peralta, acaba de terminar unas artesanías en madera y zinc y hace las visitas cotidianas a la librería Puro Verso para tomar un café y pedir consejos sobre libros de ensayo para leer durante el verano.

El jopo que cae sobre los coloridos marcos de sus lentes, la sonrisa y la postura erguida la distinguen a distancia y solo al rato de la conversación murmura —casi sin percatarse— que tiene un dolor en la espalda. La enseñanza tan rígida que recibió en un colegio inglés en Buenos Aires sumada a la persistente compañía de la institutriz, grabaron a fuego esa posición de bailarina de ballet y el mandato de que quejarse y hablar de enfermedades demuestran mala educación.

Pese a esa rigidez nunca se mostró como una mujer distante, al contrario, siempre estuvo rodeada de gente. Parecería una contradicción que alguien que semanalmente aparecía en la prensa social, asistía a todas las inauguraciones de arte, presentaciones de libros o charlas, organizaba cenas en su casa y actividades culturales que se transformaron en hazañas para la época, como pedirle a Astor Piazzola que compusiera una obra en homenaje a Punta del Este, fuera una mujer solitaria.

Sin embargo, existe otra Mecha. La que a pesar de saber que es de mala educación se atreve a esbozar que tiene un problema en la espalda, la que se sincera sobre la modernidad de su Punta del Este, tan mágico y donde pasó casi toda su vida. Algunos la recordarán en su juventud en el barrio San Rafael, en encuentros artísticos en la península, José Ignacio o La Barra, y otros la pensarán con una copa de champagne entre las celebridades que visitaban aquel Punta del Este. Tal vez la encontraron en la Bienal de Venecia, en la exposición de José Gurvich en la antigua URSS, en alguna otra cobertura por el mundo enviada por el diario La Mañana, o se la cruzaron un domingo paseando por la feria de Brompton Broad, en Londres, donde encontró un anillo que se convirtió en amuleto.

“Soy muy solitaria, en el sentido de que a veces no siento la necesidad de salir a la calle. Yo proyecto una imagen que no es la real”, dice sin tapujos, sentada en una banqueta bajita de cuero verde inglés y tomando una limonada. “Digamos que las actividades culturales, los eventos sociales, todo eso también forma parte de mi vida, pero creo que cuando mi madre murió tuve ese clic, ese cambio (hacia una persona solitaria)”. La muerte de su madre, Raquel Aldao, cuando tenía siete años fue, sin duda, un gran golpe que mucho después trató de atenuar con horas de psicoanálisis.

A pesar de ser una mujer libre e independiente, siempre estuvo rodeada de amigos, escritores, músicos, artistas. Sus cumpleaños marcaban el inicio de la temporada estival y al que no estaba invitado a su cumpleaños ese verano seguramente no le iba a ir bien. En sus festejos había argentinos, uruguayos, europeos, algunos desconocidos y también aquellas celebridades que visitaban el balneario. Hoy, en una etapa de su vida en la que habla sin pelos en la lengua, rescata los mejores recuerdos de Punta del Este y critica los cambios que vinieron con el progreso, que no le gustan tanto y que podrían haberse detenido.

Mecha, única hija de Pedro Chacho Jauregui y Raquel Aldao, conoció Punta del Este cuando tenía cinco años y sus padres alquilaron una casa en la península. Pasaron algunos veranos hasta que su padre decidió instalarse en Uruguay, y desde ese momento su vida cambió completamente. Punta del Este se transformó en su hogar y los lugareños en sus amigos del corazón.

Foto: Sofía Torres Foto: Sofía Torres

¿Cuál es su primer recuerdo de Punta del Este?

La primera vez que fui tenía cinco años, mamá todavía vivía. Tengo los recuerdos tan claros... De mañana íbamos a la playa Mansa en las famosas casetas con esos trajes de baño enormes (ríe). Habíamos alquilado una casa en la península, eran tres casas de piedra contiguas haciendo cruz con el hotel de madame (Jeanne Moulia de) Pitot. Estábamos al lado de la familia Levy y a madame Pitot te la puedo dibujar: era una mujer muy severa, que estableció el Hotel British House. Mamá era una persona fantástica pero muy distante, impecable, perfecta, golfista igual que mi padre, ese estilo de argentinos. Madame Pitot tenía un estilo que para mí fue un punto de partida, fue la referente de una cultura refinada que no tiene nada que ver con la plata sino con la educación. Prácticamente todos nos conocíamos, había amistad entre los uruguayos y los argentinos, pero en la época de Perón eso cambió, los argentinos se vinieron a vivir acá en el exilio y mi papá también.

Pero sus primeros años los pasó en Buenos Aires. ¿Cómo fue su infancia?

Pasaba en Buenos Aires y en el interior con mis abuelos y mis primos. Recuerdo que una vez me mandaron a Mendoza a la casa de mis primos con mi gobernanta Miss Elizabeth y una noche me sentí mal y marché al sanatorio. Me operaron de apendicitis y cuando me desperté lo primero que pregunté fue por mi mamá. Nadie me había dicho nada pero supe que mi mamá había muerto. Desde ese día siempre tuve premoniciones.

¿Hasta ahora?

Sí, todavía las tengo, sobre situaciones insignificantes y sobre otras más importantes. Cuando murió mi madre, me mandaron a vivir con mis abuelos Aldao, en Buenos Aires. Estuve un tiempo con ellosz y después viajé a vivir con mi otra abuela en Corrientes. En ese tiempo hubo una especie de no muy buena relación entre la familia de mamá, los Aldao, y los Jauregui, entonces para mí fue una etapa bastante triste porque yo quería estar con los Aldao. Al tiempo mi padre se volvió a casar y yo marché pupila a un colegio inglés, el Northlands, donde estudió Máxima, la reina de Holanda.

Usted era hija única, ¿su padre tuvo más hijos?

Él no tuvo más hijos, mejor (ríe). A papá lo veía casi todos los sábados, recuerdo que yo iba en tren de Olivos a Retiro, él me pasaba a buscar, estábamos un rato y me devolvía al tren y al colegio, y los domingos estaba adentro del colegio.

Fue duro perder a su madre y quedar pupila.

Fueron años duros porque el colegio era tan inglés..., fantástico como educación pero tan estricto... Además, papá me había puesto una profesora de francés una vez por semana. Así me eduqué. Me pasaba el domingo entero leyendo hasta la noche, me acuerdo de que ponía dos linternas debajo del edredón y leía. Tuve la suerte de que la bibliotecaria me tomó mucho cariño y me prestaba todos los clásicos y la poesía inglesa y eso para mí era el disfrute máximo. Mi compañera de cuarto era de una familia inglesa, en el colegio estaban las argentinas nativas y las inglesas. Cuando te enfermabas te mandaban sola a la nursery. Fue muy duro pero aprendí a estar sola, a defenderme sola, y ahí es donde se forma la personalidad. Yo soy muy solitaria. Hay veces que me quedo dos días sin salir a la calle, proyecto una imagen que de verdad no es la real. Pero la soledad me gusta, nadie lo puede creer pero no me he sentido mal porque siempre tuve a mis amigos del coeur, del corazón, que fueron como mis hermanos. Entonces en ese sentido nunca me sentí sola a pesar de no haber tenido hermanos.

Pero siempre la vemos en alguna exposición, presentación de libro o vernissage rodeada de gente. ¡Mecha es la persona más sociable!

Sí, todas las actividades culturales, los eventos sociales, todo eso también soy yo, pero en el fondo soy muy solitaria. Perdí a mi madre a los siete años y de ahí en adelante tuve ese clic.

¿Y su adolescencia?

A los 15 venía a Montevideo y mi padre, que era muy muy severo, me dijo que si quería salir sería bueno que empezara a trabajar. Entonces le pedí consejo a una señora amiga, porque yo no sabía ni tomar un ómnibus, y ella me presentó a Paul Schurmann, el famoso director de la alianza americana (Uruguay-Estados Unidos). Me senté delante de él con mi flequillo y pelo lacio y me puso a dar clases, incluso allí hay una placa con mi nombre.

A su primer marido lo conoció en Punta del Este. ¿A qué edad se casó?

Si, me casé a los 19 años con Horacio Pizzorno, que era del grupo del barrio San Rafael, de las familias de Salto. Ellos eran los dueños del Hotel San Rafael, y la casa de mi padre, de estilo canadiense, estaba en la esquina del Hotel La Capilla. Mi suegro construyó la capilla de San Rafael para nuestro casamiento. Pero éramos demasiado jóvenes. Mi casamiento fue casi un juego. Él era una excelente persona, y yo creo que también lo soy, pero éramos unas criaturas. Estuvimos casados poco tiempo, teníamos una convivencia normal pero éramos totalmente distintos, para él la parte cultural no existía y yo venía de un enorme bagaje cultural.

Con Pizzorno tuvo a su primer hijo, Alejandro, y después se separaron. Se dice que tuvo varias propuestas de matrimonio hasta que finalmente se casó con Eduardo Bocha Gattás, de una familia también con raíces en Punta del Este. ¿Por qué lo eligió a él?

Es que Bocha venía a casa y Alejandro era como su propio hijo, se llevaban muy bien y un día me propuso casamiento.

¿Fue el amor de su vida?

No, no… Bueno, es como que yo tengo una coraza, es parte de lo que te contaba de mi infancia. Un amor muy muy profundo molesta a tu soledad, te invade… Ahí está Mecha la guardiana. Con Bocha nos conocíamos de siempre, incluso fue a mi primer casamiento, pero siempre fuimos un tándem, Mecha y Bocha, Bocha y Mecha.

¿Por qué cree que Punta del Este es mágica?

Por un lado porque hay un tema energético. Hay un mineral, que también está en el mar de Escocia, que produce esta energía con gran fuerza positiva. ¿Viste que cuando venís subiendo por la Ballena te pones de buen humor? Los geólogos hablan de la unión de los continentes y esas cosas, está probado. Llegás a Punta y te cambia el humor, te sentís fantástico y es como si fuera una drogadicción. Eso por un lado, y por el otro esa carga energética atrajo a mucha gente como (Nikola) Tesla, el que descubrió la electricidad. Los primeros habitantes de Punta del Este eran gente muy amable que venía a disfrutar y a trabajar. Se abrió la primera inmobiliaria y ahí empezaron en barco a venir los argentinos.

¿Cómo era Punta del Este en esa época?

La gente era sencilla, todos nos conocíamos y nos encontrábamos en la playa y a la hora del té, que era sagrada. Llevábamos una vida como en los balnearios europeos, se andaba a caballo, se iba a la playa, se jugaba al tenis, vida simple pero muy divertida. Éramos todos amigos. La gente se vestía refinadamente sencilla, mucha alpargata y zapatos de tenis, colores blancos, celeste, muy natural. Los brillos son un espanto. Y de pronto, como todo en la vida, empieza a cambiar con la primera boite que se llamó La Fragata. Esa boite, en la punta, fue el principio del cambio.

Pero ese cambio tiene que ver con la modernidad, pasa en todos lados, ¿o no?

El estilo Punta del Este era idéntico al que se vivía en Martha’s Vineyard. Me acuerdo cuando fuimos con Bocha, ahí estaba la gente más importante de Nueva York pero todos vestidos superclásico, sencillos. El cambio muy marcado se da cuando empiezan las fiestas del Festival de Cine, entonces un poco se convirtió en un lugar de nuevos ricos. Y ahí empezó a surgir el brillo, en ese momento se decía “dejen las alpargatas y pónganse los brillos”. El único que mantiene la esencia de Punta del Este es el Club Médano, y otro era el Club La Terraza, era muy cerrado y el 80% eran argentinos.

Foto: Sofía Torres Foto: Sofía Torres

Usted siempre estuvo vinculada a la cultura en Punta del Este y en Montevideo, en la Comisión de Amigos del Museo Zorrilla, del Museo Gurvich, en el Centro Cultural de Música, en El Centro de las Artes, pero también integró la Liga de Fomento de Punta del Este.

Sí, siempre. Nosotros vivíamos todo el año en Punta del Este y con un grupo de señoras creamos El Centro de las Artes. Pero también hacíamos obra con la gente de Punta del Este. Me acuerdo de que con la madre de Laetitia d’Arenberg tejíamos para los bebés del barrio Kennedy. Poupée era muy severa pero un amor de mujer, le sobraba clase, siempre pensaba en ayudar a los demás. Bueno, en ese momento con la guerra todas las personalidades españolas se radicaron acá, Rafael Alberti, Margarita Xirgú, el fotógrafo Pepe Suárez, el escritor Pepe Bergamín, se armó un grupo fantástico a nivel intelectual, yo los conocía muchísimo, y ese sí era un grupo cerrado.

¿Por qué crearon El Centro de las Artes?

Con todo este grupo que vivíamos todo el año nos reuníamos en casa, que la llamábamos “La casa de las persianas amarillas”. Recuerdo que era marzo, ya hacía fresco, y decidimos crear un lugar para reunión de actividades artísticas. Estaba Elsa Mesa, la mujer de Alberto Ugalde, Madeliane, Zulma Abete, y después se integraron algunas más como Vera Heller. Pero también trabajábamos con gente de Maldonado, Pola Bonilla, que hacía las cerámicas, el pintor Manolo Lima, que ahora están haciendo la fundación, el grupo cultural de la Azotea de Haedo. Graciela Querejazu era superactiva y estaba en el grupo inicial, era la más hippie. Y con Elsa veníamos mucho a Montevideo en mi auto a vernissages. Al principio nos llamaban “las damas cultas”.

Un poco despectivo... ¿A ustedes les molestaba?

Nos decían así al principio pero después se dieron cuenta de que nada que ver, nosotras trabajábamos mucho, invitamos a Manucho Mujica Láinez, a (Pablo) Neruda, a (Ernesto) Sábato a dar conferencias. A casa venían a comer escritores como (Jorge Luis) Borges o músicos como (Astor) Piazzola con su mujer. Y ahí estaba nuestra inocencia sobre la importancia de lo que hacíamos, la sencillez, la autenticidad. Un día se me ocurrió pedirle a Piazzola que escribiera una obra para Punta del Este, y así escribió Suite Punta del Este, mundialmente famosa.

Y así fue que su cumpleaños, el 3 de enero, se transformó en una celebración de apertura de temporada. ¿Qué otras celebridades iban?

A mí siempre me gustó recibir. Me gusta más recibir que ir a reuniones. Empezó siendo un cumpleaños familiar con el grupo de invierno, hasta que cada uno de mis amigos venía con otros amigos y algunos famosos, escritores, artistas. Por ejemplo, Mirtha Legrand venía a comer a casa. Un día vino vestida toda de dorado, hay fotos conmigo. Mirtha no es una mujer simpática. Me acuerdo de que una vez en una comida estábamos sentados y cuando ella llegó no me saludó… Después me dijo que no me había visto. Cuando la entrevisté para el diario La Mañana me cayó mal, sentí como que no era una buena persona. Ahí me contó que su marido le pegaba y aflojó, como que entró en otra sintonía. Mis cumpleaños fueron sumamente divertidos, hasta hubo fiestas de disfraces. Por ejemplo, una vez recreamos un casamiento hippie, todos llevaban trajes fantásticos, y el que era marido de Laetitia fue con uniforme militar, parecía una película de Fellini. China Zorrilla también venía a casa; una vez dio una conferencia en el jardín después de mi cumpleaños.

¿Por qué dejó de ir a Punta del Este hace unos años por dos temporadas?

De repente sentí que había una invasión, que no era mi refugio. ¿Qué es eso que quieren hacer frente a la plaza de los Artesanos? ¿Por qué no hacen ese edificio un kilómetro hacia La Barra? Eso me saca… Tampoco estoy de acuerdo con el edificio Cipriani. Estuve un minuto con Cipriani y me bastó para detestarlo. Me lo crucé una vez pero fue horrible. La culpa de todo la tiene Yolanda Merlo (expropietaria del Hotel San Rafael). Ahora solo vale… money, money, money. Tampoco puedo pretender que el lugar no crezca, pero en Europa todavía hay tantos balnearios chiquitos... Se debería mantener y cuidar, pero todo está regido por la plata.

¿Por eso se fue de Punta del Este?

Por dos veranos fui a La Pedrera, a la posada de una amiga y cuando me sacaron una foto con la actriz Mercedes Morán la gente de Punta del Este se ofendió conmigo, como si los hubiera traicionado, pero solamente fui a la casa de una amiga.

Y este año, ¿cómo celebró su cumpleaños?

Estuve con mis hijos en Punta del Este. Y en Punta Colorada conocí a mi primer bisnieto, Benicio, es una delicia. ¡Festejé con mi familia y con tanta felicidad! Muy agradecida a la vida.