Es terrible.
Más allá de un parecido físico fuerte, en varias cosas. Soy muy introspectivo,
hablo poco, me guardo muchas cosas. Al igual que mi padre, pero mucho más
rápido, estoy en un proceso de deterioro (ríe). A él le pasó a los 70 u
80 que se empezó a calentar por cosas irrelevantes. Se bañaba y gritaba:
“¡¿Quién abre la canilla?!”. Porque se le enfriaba el agua. Y era de putear al
pedo muchas veces. Eso mis hermanos y yo lo adoptamos. Es algo tan incorporado
que lo quiero cambiar y no puedo. Se me caen los lentes y es: “¡La puta que lo
parió!’”, como si fuera una tragedia. Cuando hice ese ruido con la garganta y
me vi en la mesa leyendo el diario, dije: “Yo hago esto no porque quiera, sino
porque es una imitación inconsciente de mi padre”.
¿Identifica manías o costumbres suyas en sus hijos?
No, no. A veces mi mujer como reto me dice: “Estás igual a tu padre”,
pero debe ser un lugar común. Intenté no trasladarles a mis hijos mis cargas de
interés o de pasión. A ninguno de los tres lo hice socio de Nacional ni los
llevé al estadio. A las dos que tienen edad no las mandé al instituto educativo
al que yo fui.
No los hizo socios de Nacional, pero si su hija Carmela nacía el 28 de
setiembre (día en que Peñarol festeja su cumpleaños) y no el 27, le daba algo.
Sí, eso fue terrible. El ginecólogo, que es un crack, nunca me
llegó a decir si era hincha de Peñarol. Yo quise averiguar si era una especie
de daño que quería hacerme o un chiste, pero era un profesional. Me explicaba
que en el calendario dice que una semana después de tal fecha hay que sacar al
bebé. Y caía 28. Pero increíblemente mi mujer rompió bolsa la madrugada
anterior.
Tuvo suerte.
No, fue un milagro. Ese es el único lugar donde, como mi padre, no
transo. A veces mi suegra o mi mujer, que simpatizan por Nacional pero no les
importa mucho, me joden y yo les digo: “No, no. Si alguna de las dos (hijas
mujeres) dice que es de Peñarol, yo no cocino más para ella. Si quieren elegir,
yo elijo también”. En eso soy violento e intransigente, y a mi mujer eso le
enferma, no puede entenderlo.
¿Quién le
inculcó el fanatismo por Nacional?
Mi padre y mis hermanos, que son mucho más grandes que yo. Ellos ya eran
adolescentes cuando íbamos a la cancha. El más chico de los tres me lleva 10
años. Yo tenía cuatro o cinco cuando empezaba a encarar y ellos ya iban al
liceo. Quería ir al fútbol con mi padre, pero con cinco o seis años seguramente
no miraba el partido.
¿Cómo se define como padre?
Como un padre que intenta estar presente, al que le gusta ayudar en las
tareas de la casa, que antes recaían exclusivamente en la mujer. Intento ayudar
lo más posible. Por ejemplo, en las levantadas matinales nos dividimos 50% y
50% con mi mujer. Ella prepara las viandas y yo les doy el desayuno, las visto,
las llevo al baño, les lavo los dientes, les pongo la campera, las subo al
auto. Estoy en el día a día con ellas. Claramente, a veces me preocupo tanto
por la logística domiciliaria-familiar, por haber tomado ese rol de amo de
casa, que descuido algún aspecto. Por ejemplo, juego muy poco con ellas o menos
de lo que debería y también estoy mucho más afuera que mi mujer. Después, de
noche las duermo, me acuesto con ellas, a una la llevo al baño para que no se
haga en la cama, por ejemplo. También tengo el tema de que trabajo mucho de
noche o tengo varios nichos de trabajo en horarios partidos. Eso hace que haya
días en los que no esté durante muchas horas y dificulta el vínculo, porque los
vínculos se hacen a horario nomás. Por más que pueda haber más química o menos,
se construyen con tiempo.
En las tareas propias de la casa, ¿prefiere limpiar o cocinar?
Hago las dos, en realidad.
¿Le gusta cocinar?
Me gusta. Empezó siendo una necesidad, como todas las cosas que tengo que
hacer, me guste o no. Y es mejor que me guste. Los shows que hago (con
el personaje de Tío Aldo) no me gustan, pero me mentalizo y los hago con gusto.
Preferiría no hacer televisión, pero es un trabajo y lo hago con ganas, lo
disfruto. También tomé la parte de la logística, que en mi casa la hacía mi
madre. Encargarse de todos los proveedores, pagarles a todos. Por proveedores
me refiero al jardinero, el que pasea al perro, pagar las cuentas de la
intendencia, estar al día. De eso me ocupo yo. También me divido bastante con
Ingrid en la logística, si tienen piscina, clase de tal cosa, hockey, un
cumpleaños. En todo eso intento apoyar lo más posible. En algunas cosas yo
lidero y en otras lidera mi mujer. Todo es fraccionado. La parte de compras en
el supermercado y cocina, eso sí es casi 100% mío.
En la cocina, ¿tiene algún plato que sus hijas le pidan siempre o sea su
preferido?
Uno que es una maravilla porque facilita muchísimo son los “fideítos”.
Antes los pedían, ahora ya son más grandes. Milanesa con papas fritas es un
plato que les encanta. Los tres han sido siempre de buen comer, hasta el más
chico, que podría ser más jeringa, come. Le ponés una piedra laja y la come, es
impresionante. Comen lo que sea y tienen gustos raros adquiridos. Comen
pescado, carne, guisos. Con el tema de la verdura y los verdes cuesta más, pero
a la pascualina le entran. Tienen cosas raras. Hace poco fuimos a comer a
Parque del Plata, a uno de esos restoranes vieja escuela que me fascinan porque
tienen un menú amplísimo, y la del medio pidió lengua a la vinagreta.
¿Se le
ocurrió sola?
Sí, sí. La
moza quedó en shock y dijo: “Nunca un niño me había pedido lengua a la
vinagreta”. En invierno, aparte.
¿Ya había
probado?
Sí, comía
mucho en lo de sus bisabuelos. Le fascina.
Decía que una
de sus tareas es ir al supermercado.
Sí, es un
paseo que me gusta. Aparte analizo precios, voy a un súper o a otro dependiendo
de lo que quiera comprar, sé que en tal lado la manteca es más barata que en el
otro, en el otro compro papel higiénico.
¿Es de llevar
a sus hijos a acompañarlo cuando va a hacer las compras?
Sí, sí, casi
siempre. Por horarios, a veces voy de mañana y como ya las niñas están en la
escuela, no las llevo. Pero a veces me acompaña el chiquito, por ejemplo. O a
alguna de ellas le gusta ir a la feria porque la feriante, Graciela, las
compra. Les da unos chocolatines o al bebé una plantilla. En la época en que
son chiquitos está divino porque los ponés en el carro y van ahí sentados. Y el
chiquito todavía no pide, que eso es un golazo. Con las otras dos a veces es un
incordio porque tenés que negociar. A veces piden cosas que nunca probaron.
¿Le han hecho
algún berrinche en el súper o en la feria?
No. Capaz que
al principio la más grande alguna pataleta me hizo, de esas que cuando yo veía
a otros decía: “¡Qué vergüenza, qué malos padres!”. Y después cuando a uno le
pasa dice: “Bo, esto es terrible”. Pero habrá sido una vez o dos nomás, porque
después uno negocia antes de salir: “No pidan nada porque si no, no vienen más”.
Y bancan. O piden y negociás: “Este chocolatín dejando lo otro”. En general no
les compro nada, ni piden tampoco, y si piden saben que va a ser un no tajante.
¿Le cuesta
poner límites?
Sí, nos
cuesta a los dos. A veces voy corriendo tanto la piola que cuando pongo límites
se me salta la cadena y aplico una sanción excesiva para lo que fue el
“delito”. Mi mujer, que tiene una formación pedagógica que yo no tengo ni sé
manejar, me dice que les ponga castigos o sanciones que sean cumplibles. Que no
diga: “Si no hacés esto, no comés nunca más” o “no ves nunca más televisión”.
Porque ella o él sabe que no va a pasar. Y a veces es difícil porque agarrás
calentura, te hierve la temperatura y decís: “Te saco para afuera”. Y cada
tanto, por una cosa ínfima, me agarran cruzado y a las nenas les abro la puerta
y las pongo ahí afuera. Lloran, es un desastre, pero bueno... Es uno de los
problemas de este tiempo. A los padres más ausentes, que somos nosotros por no
estar tanto tiempo, se nos corren los marcos más fácil que a los padres más
presentes, que estaban todo el día ahí e iban maniobrando la jugada. Esta culpa
de no estar.
Quienes lo
conocen de cerca lo definen como una persona ordenada y metódica. ¿Cómo se
lleva con el desorden que naturalmente producen los niños?
Ah, ¡es terrible! Capaz que esa es la principal batalla que sufro, porque
tengo un nivel de enfermedad con el orden que cuando las cosas no están en su
lugar me incomodan. Pero me incomodan al punto en el que siento como un dolor
interno, no puedo aguantar. Y llego de trabajar, por ejemplo, y ellas llegaron
hace dos horas y ya está dinamitada la casa, porque están jugando, es lógico.
Todo el tiempo mi frase es “ordenen esto”. O me dicen: “Papá, ¿me bajás tal
cosa?” o “¿me das ese puzzle?”. “No, ordenen eso y les bajo el puzzle”.
Todo el tiempo luchando contra ese imposible que es el orden. Es una lucha
titánica. Es terrible, porque aparte ellos ven el malestar que te genera algo
que no está bien que te pase. No podés tener una casa de gente de 70 años cuando
hay niños de cinco que necesitan jugar. Aparte son nenas, entonces se les
ocurre armar una carpa con una sábana, usan una silla... ¡Me agarro cada
chupete!
¿Se acuerda
del nacimiento de Carmela, su primera hija? ¿Cómo vivió el parto?
Sí.Fue
muy impresionante porque tuvo todo el combo: un trabajo de parto largo,
oxitocina, epidural, llamado al ginecólogo para que vaya. Incluyó una práctica
—que al parecer hoy ya está vedada—, que es empujar el abdomen alto para, como
si fuera una pasta de dientes, hacer que la presión empuje al bebé. Ver a la
niña amostazada, con mostaza casi de Dijón. El cordón umbilical, que yo me
imaginaba una cosa más finita, es una molleja gigante, inmunda. Yo lo describo
casi como un Jurassic Park, una cosa salvaje, sangre. De repente sentí
un ruido y vi que cayó un coso, un hígado, y salpicó la pared de sangre. Yo
miré y pensé: “¿Qué carajo es eso?”. Me dijeron: “¿La placenta se la quieren
llevar?”. “¡Ni en pedo!”, dije yo. Yo había dormido poco y estaba todo el
tiempo diciendo: “¡Esto es impactante!”. Después el hornito donde tunean a los
niños, les dan calor, los visten. Todo eso con gente que tiene naturalizado
algo que es demencial. Fue tremendo. Llegamos alrededor de las 4 de la mañana y
terminó naciendo a las 3 de la tarde, por ahí.
Su mujer
contó que cuando iba a nacer su tercer hijo, Alfonso, se quedó dormido en un
sillón al lado suyo mientras ella estaba en pleno trabajo de parto, ¿lo
recuerda?
Sí, ¡me
dormí! (ríe). También rompió bolsa de madrugada. No me acuerdo de cómo
fue ese operativo. Con el primero es un bollo porque cerrás la puerta, tirás la
bomba de humo y que se prenda fuego la casa. En esta es: “¿Con quién quedaron
las niñas? ¿Cómo hicimos con el perro? ¿Cómo hicimos con las llaves?”. No me
acuerdo. Y eso que una de las pocas cosas buenas que tengo es la memoria.
Además fue en pandemia, entonces también cambió la logística, no había visitas,
tuve que estar más tiempo. Fueron muy distintos todos los nacimientos en muy
poco tiempo.
Apenas entró
a la universidad quería ser periodista deportivo, pero la vida lo llevó por
otros caminos. ¿Siente que le quedó ese pendiente?
Sí. A veces siento latente ese deseo y a veces me joden en la radio, al
aire, que yo manifiesto como un odio al periodista deportivo y hablo pestes de
ellos... Hay una cosa sublimada en eso de hablar mal del que llegó. Desde los
seis años hasta los 20, siempre me preparé para ser periodista deportivo, y
hasta elegí la Licenciatura en Comunicación para eso. Pero después en la
carrera ningún docente sabía lo que yo quería ser. Ahí me surgieron ofertas de
trabajo de otras cosas, y yo que soy muy tímido, muy introvertido, pero a su
vez muy lanzado, acepté eso y empezó a fluir por otro lado. Escribí algunas
notas de deportes freelance para El Observador en su momento, fui
columnista en joda de una revista de deportes también. Pero nunca se armó. Ojo,
después terminé yendo a dos mundiales, estuve sentado en un panel de traje
disfrazado de periodista deportivo con (Alberto) Kesman, (Diego) Forlán, (José
Carlos) Álvarez de Ron, (Federico) Buysan y (Sebastián) el Loco Abreu, hablando
como si fuera ellos, con una vergüenza como pensando: “¿A quién se le ocurrió
que yo esté acá?”. Y capaz que podía hablar ahí porque tengo 40 años de fútbol,
viéndolo como un subnormal, pagando por ver, que es más grave. Porque ellos por
lo menos hacen dinero viendo fútbol. Pero por hincha o seguidor me han dado
mucho más de lo que yo merezco, porque nunca busqué esa cosa de estar
conduciendo una previa de Uruguay-Portugal en Catar, por ejemplo. Es demencial.
Al comienzo
de esta entrevista dijo que preferiría no hacer televisión, pero lo terminó
haciendo, lo mismo con los shows de Tío Aldo...
Sí, bueno,
radio capaz que tampoco.
Cuando uno lo
ve en la tele o lo escucha en la radio, no parece que fuera algo que no le
gustara hacer.
Sí, hoy me
gusta, disfruto haciéndolo, no paso mal haciendo ninguna cosa. Pero televisión
es lo que más cuesta, porque hay toda una preparación estética que a mí me
aburre muchísimo. Tampoco hacer radio... Al principio me cansaba, no me gusta
hablar, soy de hablar muy poco. Después de entrenado y de hacer eventos me dicen:
“¡Pah! ¡Cómo hablás!”. Sí, pero es una necesidad laboral. Mi idea era ser
periodista deportivo o de prensa escrita. A veces la vida te lleva a lugares en
los que te encasillan como bueno, o sos bueno en algo y le das por ahí. Hay
gente que cambia. Yo en estos tiempos probé, estuve en un periodístico poniendo
esa cosa acartonada, nefasta que hay, entrevistando a políticos en Desayunos
informales. He intentado tener otros nichos como para decir: “También puedo
hacer esto”. Creo estar capacitado para hacer un programa más serio o de
cultura o de información general. No solo la guarangada, la pavada.
Al ser
conocido por interpretar a un personaje cómico, ¿siente la presión de ser “el
gracioso” en las reuniones sociales?
No, eso nunca.
También fue algo casual. Me enteré de que supuestamente era gracioso o
divertido cuando fui a un campamento y el adscripto me preguntó con qué los iba
a divertir. Y yo pensaba: “¡Pero yo no soy divertido!”. Yo no era de hablar
mucho, era más de la mecha corta, del dardo ácido o irónico. Y un profesor de
la facultad, Gustavo Rey, fue el que tuvo la idea de que yo hiciera un
personaje gracioso. No pretendía ser ni comediante ni humorista, no miro stand
up. Sí me río de muchas cosas y claramente miro contenidos humorísticos o
pseudohumorísticos. Pero no tenía esa intención. Un día me llamó uno para hacer
un evento y empecé a hacer eventos. Muchos de los que hacen esto sueñan con
presentarse en el Movie, llegar al Sodre, hacer una presentación en el Solís,
actuar en Argentina. Yo sigo yendo a casas de familias con ocho personas,
manteniendo lo mismo, porque nunca tuve una ínfula de crecimiento. Se armó eso,
ya está, funciona y no lo toco, no aspiro a más. Hay una alta cuota de
inseguridad y de mediocridad en la decisión, claramente (se ríe).
Agradecemos a Supermercado Don Esteban por su
colaboración en esta producción.