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Pablo Fabregat: padre superhéroe y héroe del súper

El comunicador divide las horas del día entre sus múltiples empleos —en radio, TV y shows de humor—, la paternidad de tres niños y las tareas del hogar

Siempre fue introvertido, de hablar poco y guardarse mucho. Aun así, de joven soñaba con ser periodista deportivo. Fanático del Club Nacional de Fútbol por herencia de su padre, Pablo Fabregat empezó a ir a la cancha con él de muy chico, con apenas cinco o seis años, acompañado también de sus hermanos. Es “hijo de la vejez”, según describe él mismo; el más chico de sus tres hermanos le lleva 10 años.

En el programa radial La mesa de los galanes (Del Sol FM), en el que participa como conductor, a veces expresa cierto “odio” hacia los periodistas deportivos, y admite que se debe a que ellos llegaron a donde él no. Su carrera tomó otros rumbos. Se recibió de licenciado en Comunicación en la Universidad Católica y trabajó siempre en radio y televisión como medios principales. Por otro lado, Gustavo Rey, profesor de la licenciatura, descubrió en él una veta cómica y lo alentó a desarrollar un personaje de humor. Así nació el Tío Aldo, que le dio otro de sus trabajos actuales: hacer shows de entretenimiento en fiestas, cumpleaños y hasta baby showers.

Pero entre tantas actividades laborales, Fabregat no descuida su trabajo honorario más importante: ser papá de Carmela (de seis años), Martina (cuatro) y Alfonso (un año). Con Ingrid, su mujer, se dividen las tareas del hogar mitad y mitad. Él participa del ritual nocturno de baño, cena y orden. Sobre todo de lo último, con lo que tiene casi una obsesión. También es el encargado de la cocina y las compras. Para conseguir los productos con la mejor relación calidad-precio, cada vez que hace el surtido recorre varios supermercados, tiendas y ferias. Muchas veces lleva a alguno de los niños como compañía y tiene que negociar de antemano para que no se les ocurra pedirle que le compren cosas. En general, ellos acatan.

En entrevista con Galería, Fabregat habló sobre sus múltiples empleos, su fanatismo por el fútbol, sus obsesiones y manías como padre, esposo y encargado del 50% de las tareas del hogar.

Hace un año en el programa La mesa de los galanes dijo: “Soy mi padre. Soy parecido, tanto que lo he estado imitando desde hace años sin darme cuenta”. Contó que se había encontrado haciendo un ruido de la garganta, típico gesto suyo, y además leyendo el diario en papel. ¿En qué otros aspectos se reconoce parecido a él?

Es terrible. Más allá de un parecido físico fuerte, en varias cosas. Soy muy introspectivo, hablo poco, me guardo muchas cosas. Al igual que mi padre, pero mucho más rápido, estoy en un proceso de deterioro (ríe). A él le pasó a los 70 u 80 que se empezó a calentar por cosas irrelevantes. Se bañaba y gritaba: “¡¿Quién abre la canilla?!”. Porque se le enfriaba el agua. Y era de putear al pedo muchas veces. Eso mis hermanos y yo lo adoptamos. Es algo tan incorporado que lo quiero cambiar y no puedo. Se me caen los lentes y es: “¡La puta que lo parió!’”, como si fuera una tragedia. Cuando hice ese ruido con la garganta y me vi en la mesa leyendo el diario, dije: “Yo hago esto no porque quiera, sino porque es una imitación inconsciente de mi padre”.

¿Identifica manías o costumbres suyas en sus hijos?

No, no. A veces mi mujer como reto me dice: “Estás igual a tu padre”, pero debe ser un lugar común. Intenté no trasladarles a mis hijos mis cargas de interés o de pasión. A ninguno de los tres lo hice socio de Nacional ni los llevé al estadio. A las dos que tienen edad no las mandé al instituto educativo al que yo fui.

No los hizo socios de Nacional, pero si su hija Carmela nacía el 28 de setiembre (día en que Peñarol festeja su cumpleaños) y no el 27, le daba algo.

Sí, eso fue terrible. El ginecólogo, que es un crack, nunca me llegó a decir si era hincha de Peñarol. Yo quise averiguar si era una especie de daño que quería hacerme o un chiste, pero era un profesional. Me explicaba que en el calendario dice que una semana después de tal fecha hay que sacar al bebé. Y caía 28. Pero increíblemente mi mujer rompió bolsa la madrugada anterior.

Tuvo suerte.

No, fue un milagro. Ese es el único lugar donde, como mi padre, no transo. A veces mi suegra o mi mujer, que simpatizan por Nacional pero no les importa mucho, me joden y yo les digo: “No, no. Si alguna de las dos (hijas mujeres) dice que es de Peñarol, yo no cocino más para ella. Si quieren elegir, yo elijo también”. En eso soy violento e intransigente, y a mi mujer eso le enferma, no puede entenderlo.

¿Quién le inculcó el fanatismo por Nacional?

Mi padre y mis hermanos, que son mucho más grandes que yo. Ellos ya eran adolescentes cuando íbamos a la cancha. El más chico de los tres me lleva 10 años. Yo tenía cuatro o cinco cuando empezaba a encarar y ellos ya iban al liceo. Quería ir al fútbol con mi padre, pero con cinco o seis años seguramente no miraba el partido.

¿Cómo se define como padre?

Como un padre que intenta estar presente, al que le gusta ayudar en las tareas de la casa, que antes recaían exclusivamente en la mujer. Intento ayudar lo más posible. Por ejemplo, en las levantadas matinales nos dividimos 50% y 50% con mi mujer. Ella prepara las viandas y yo les doy el desayuno, las visto, las llevo al baño, les lavo los dientes, les pongo la campera, las subo al auto. Estoy en el día a día con ellas. Claramente, a veces me preocupo tanto por la logística domiciliaria-familiar, por haber tomado ese rol de amo de casa, que descuido algún aspecto. Por ejemplo, juego muy poco con ellas o menos de lo que debería y también estoy mucho más afuera que mi mujer. Después, de noche las duermo, me acuesto con ellas, a una la llevo al baño para que no se haga en la cama, por ejemplo. También tengo el tema de que trabajo mucho de noche o tengo varios nichos de trabajo en horarios partidos. Eso hace que haya días en los que no esté durante muchas horas y dificulta el vínculo, porque los vínculos se hacen a horario nomás. Por más que pueda haber más química o menos, se construyen con tiempo.

En las tareas propias de la casa, ¿prefiere limpiar o cocinar?

Hago las dos, en realidad.

¿Le gusta cocinar?

Me gusta. Empezó siendo una necesidad, como todas las cosas que tengo que hacer, me guste o no. Y es mejor que me guste. Los shows que hago (con el personaje de Tío Aldo) no me gustan, pero me mentalizo y los hago con gusto. Preferiría no hacer televisión, pero es un trabajo y lo hago con ganas, lo disfruto. También tomé la parte de la logística, que en mi casa la hacía mi madre. Encargarse de todos los proveedores, pagarles a todos. Por proveedores me refiero al jardinero, el que pasea al perro, pagar las cuentas de la intendencia, estar al día. De eso me ocupo yo. También me divido bastante con Ingrid en la logística, si tienen piscina, clase de tal cosa, hockey, un cumpleaños. En todo eso intento apoyar lo más posible. En algunas cosas yo lidero y en otras lidera mi mujer. Todo es fraccionado. La parte de compras en el supermercado y cocina, eso sí es casi 100% mío.

En la cocina, ¿tiene algún plato que sus hijas le pidan siempre o sea su preferido?

Uno que es una maravilla porque facilita muchísimo son los “fideítos”. Antes los pedían, ahora ya son más grandes. Milanesa con papas fritas es un plato que les encanta. Los tres han sido siempre de buen comer, hasta el más chico, que podría ser más jeringa, come. Le ponés una piedra laja y la come, es impresionante. Comen lo que sea y tienen gustos raros adquiridos. Comen pescado, carne, guisos. Con el tema de la verdura y los verdes cuesta más, pero a la pascualina le entran. Tienen cosas raras. Hace poco fuimos a comer a Parque del Plata, a uno de esos restoranes vieja escuela que me fascinan porque tienen un menú amplísimo, y la del medio pidió lengua a la vinagreta.

¿Se le ocurrió sola?

Sí, sí. La moza quedó en shock y dijo: “Nunca un niño me había pedido lengua a la vinagreta”. En invierno, aparte.

¿Ya había probado?

Sí, comía mucho en lo de sus bisabuelos. Le fascina.

Decía que una de sus tareas es ir al supermercado.

Sí, es un paseo que me gusta. Aparte analizo precios, voy a un súper o a otro dependiendo de lo que quiera comprar, sé que en tal lado la manteca es más barata que en el otro, en el otro compro papel higiénico.

¿Es de llevar a sus hijos a acompañarlo cuando va a hacer las compras?

Sí, sí, casi siempre. Por horarios, a veces voy de mañana y como ya las niñas están en la escuela, no las llevo. Pero a veces me acompaña el chiquito, por ejemplo. O a alguna de ellas le gusta ir a la feria porque la feriante, Graciela, las compra. Les da unos chocolatines o al bebé una plantilla. En la época en que son chiquitos está divino porque los ponés en el carro y van ahí sentados. Y el chiquito todavía no pide, que eso es un golazo. Con las otras dos a veces es un incordio porque tenés que negociar. A veces piden cosas que nunca probaron.

¿Le han hecho algún berrinche en el súper o en la feria?

No. Capaz que al principio la más grande alguna pataleta me hizo, de esas que cuando yo veía a otros decía: “¡Qué vergüenza, qué malos padres!”. Y después cuando a uno le pasa dice: “Bo, esto es terrible”. Pero habrá sido una vez o dos nomás, porque después uno negocia antes de salir: “No pidan nada porque si no, no vienen más”. Y bancan. O piden y negociás: “Este chocolatín dejando lo otro”. En general no les compro nada, ni piden tampoco, y si piden saben que va a ser un no tajante.

¿Le cuesta poner límites?

Sí, nos cuesta a los dos. A veces voy corriendo tanto la piola que cuando pongo límites se me salta la cadena y aplico una sanción excesiva para lo que fue el “delito”. Mi mujer, que tiene una formación pedagógica que yo no tengo ni sé manejar, me dice que les ponga castigos o sanciones que sean cumplibles. Que no diga: “Si no hacés esto, no comés nunca más” o “no ves nunca más televisión”. Porque ella o él sabe que no va a pasar. Y a veces es difícil porque agarrás calentura, te hierve la temperatura y decís: “Te saco para afuera”. Y cada tanto, por una cosa ínfima, me agarran cruzado y a las nenas les abro la puerta y las pongo ahí afuera. Lloran, es un desastre, pero bueno... Es uno de los problemas de este tiempo. A los padres más ausentes, que somos nosotros por no estar tanto tiempo, se nos corren los marcos más fácil que a los padres más presentes, que estaban todo el día ahí e iban maniobrando la jugada. Esta culpa de no estar.

Quienes lo conocen de cerca lo definen como una persona ordenada y metódica. ¿Cómo se lleva con el desorden que naturalmente producen los niños?

Ah, ¡es terrible! Capaz que esa es la principal batalla que sufro, porque tengo un nivel de enfermedad con el orden que cuando las cosas no están en su lugar me incomodan. Pero me incomodan al punto en el que siento como un dolor interno, no puedo aguantar. Y llego de trabajar, por ejemplo, y ellas llegaron hace dos horas y ya está dinamitada la casa, porque están jugando, es lógico. Todo el tiempo mi frase es “ordenen esto”. O me dicen: “Papá, ¿me bajás tal cosa?” o “¿me das ese puzzle?”. “No, ordenen eso y les bajo el puzzle”. Todo el tiempo luchando contra ese imposible que es el orden. Es una lucha titánica. Es terrible, porque aparte ellos ven el malestar que te genera algo que no está bien que te pase. No podés tener una casa de gente de 70 años cuando hay niños de cinco que necesitan jugar. Aparte son nenas, entonces se les ocurre armar una carpa con una sábana, usan una silla... ¡Me agarro cada chupete!

¿Se acuerda del nacimiento de Carmela, su primera hija? ¿Cómo vivió el parto?

Sí.Fue muy impresionante porque tuvo todo el combo: un trabajo de parto largo, oxitocina, epidural, llamado al ginecólogo para que vaya. Incluyó una práctica —que al parecer hoy ya está vedada—, que es empujar el abdomen alto para, como si fuera una pasta de dientes, hacer que la presión empuje al bebé. Ver a la niña amostazada, con mostaza casi de Dijón. El cordón umbilical, que yo me imaginaba una cosa más finita, es una molleja gigante, inmunda. Yo lo describo casi como un Jurassic Park, una cosa salvaje, sangre. De repente sentí un ruido y vi que cayó un coso, un hígado, y salpicó la pared de sangre. Yo miré y pensé: “¿Qué carajo es eso?”. Me dijeron: “¿La placenta se la quieren llevar?”. “¡Ni en pedo!”, dije yo. Yo había dormido poco y estaba todo el tiempo diciendo: “¡Esto es impactante!”. Después el hornito donde tunean a los niños, les dan calor, los visten. Todo eso con gente que tiene naturalizado algo que es demencial. Fue tremendo. Llegamos alrededor de las 4 de la mañana y terminó naciendo a las 3 de la tarde, por ahí.

Su mujer contó que cuando iba a nacer su tercer hijo, Alfonso, se quedó dormido en un sillón al lado suyo mientras ella estaba en pleno trabajo de parto, ¿lo recuerda?

Sí, ¡me dormí! (ríe). También rompió bolsa de madrugada. No me acuerdo de cómo fue ese operativo. Con el primero es un bollo porque cerrás la puerta, tirás la bomba de humo y que se prenda fuego la casa. En esta es: “¿Con quién quedaron las niñas? ¿Cómo hicimos con el perro? ¿Cómo hicimos con las llaves?”. No me acuerdo. Y eso que una de las pocas cosas buenas que tengo es la memoria. Además fue en pandemia, entonces también cambió la logística, no había visitas, tuve que estar más tiempo. Fueron muy distintos todos los nacimientos en muy poco tiempo.

Apenas entró a la universidad quería ser periodista deportivo, pero la vida lo llevó por otros caminos. ¿Siente que le quedó ese pendiente?

Sí. A veces siento latente ese deseo y a veces me joden en la radio, al aire, que yo manifiesto como un odio al periodista deportivo y hablo pestes de ellos... Hay una cosa sublimada en eso de hablar mal del que llegó. Desde los seis años hasta los 20, siempre me preparé para ser periodista deportivo, y hasta elegí la Licenciatura en Comunicación para eso. Pero después en la carrera ningún docente sabía lo que yo quería ser. Ahí me surgieron ofertas de trabajo de otras cosas, y yo que soy muy tímido, muy introvertido, pero a su vez muy lanzado, acepté eso y empezó a fluir por otro lado. Escribí algunas notas de deportes freelance para El Observador en su momento, fui columnista en joda de una revista de deportes también. Pero nunca se armó. Ojo, después terminé yendo a dos mundiales, estuve sentado en un panel de traje disfrazado de periodista deportivo con (Alberto) Kesman, (Diego) Forlán, (José Carlos) Álvarez de Ron, (Federico) Buysan y (Sebastián) el Loco Abreu, hablando como si fuera ellos, con una vergüenza como pensando: “¿A quién se le ocurrió que yo esté acá?”. Y capaz que podía hablar ahí porque tengo 40 años de fútbol, viéndolo como un subnormal, pagando por ver, que es más grave. Porque ellos por lo menos hacen dinero viendo fútbol. Pero por hincha o seguidor me han dado mucho más de lo que yo merezco, porque nunca busqué esa cosa de estar conduciendo una previa de Uruguay-Portugal en Catar, por ejemplo. Es demencial.

Al comienzo de esta entrevista dijo que preferiría no hacer televisión, pero lo terminó haciendo, lo mismo con los shows de Tío Aldo...

Sí, bueno, radio capaz que tampoco.

Cuando uno lo ve en la tele o lo escucha en la radio, no parece que fuera algo que no le gustara hacer.

Sí, hoy me gusta, disfruto haciéndolo, no paso mal haciendo ninguna cosa. Pero televisión es lo que más cuesta, porque hay toda una preparación estética que a mí me aburre muchísimo. Tampoco hacer radio... Al principio me cansaba, no me gusta hablar, soy de hablar muy poco. Después de entrenado y de hacer eventos me dicen: “¡Pah! ¡Cómo hablás!”. Sí, pero es una necesidad laboral. Mi idea era ser periodista deportivo o de prensa escrita. A veces la vida te lleva a lugares en los que te encasillan como bueno, o sos bueno en algo y le das por ahí. Hay gente que cambia. Yo en estos tiempos probé, estuve en un periodístico poniendo esa cosa acartonada, nefasta que hay, entrevistando a políticos en Desayunos informales. He intentado tener otros nichos como para decir: “También puedo hacer esto”. Creo estar capacitado para hacer un programa más serio o de cultura o de información general. No solo la guarangada, la pavada.

Al ser conocido por interpretar a un personaje cómico, ¿siente la presión de ser “el gracioso” en las reuniones sociales?

No, eso nunca. También fue algo casual. Me enteré de que supuestamente era gracioso o divertido cuando fui a un campamento y el adscripto me preguntó con qué los iba a divertir. Y yo pensaba: “¡Pero yo no soy divertido!”. Yo no era de hablar mucho, era más de la mecha corta, del dardo ácido o irónico. Y un profesor de la facultad, Gustavo Rey, fue el que tuvo la idea de que yo hiciera un personaje gracioso. No pretendía ser ni comediante ni humorista, no miro stand up. Sí me río de muchas cosas y claramente miro contenidos humorísticos o pseudohumorísticos. Pero no tenía esa intención. Un día me llamó uno para hacer un evento y empecé a hacer eventos. Muchos de los que hacen esto sueñan con presentarse en el Movie, llegar al Sodre, hacer una presentación en el Solís, actuar en Argentina. Yo sigo yendo a casas de familias con ocho personas, manteniendo lo mismo, porque nunca tuve una ínfula de crecimiento. Se armó eso, ya está, funciona y no lo toco, no aspiro a más. Hay una alta cuota de inseguridad y de mediocridad en la decisión, claramente (se ríe).

Agradecemos a Supermercado Don Esteban por su colaboración en esta producción.