Marzotto publicó las fotos del viaje, tomadas con el celular, en
Instagram y recibió un llamado de la curadora del Departamento Fotográfico del
Pabellón de Italia en la Bienal de Arquitectura de Venecia, del año 2021, Paola
Ruotolo, quien la invitó a exponer allí sus fotografías poéticas y
melancólicas. A partir de entonces, la exhibición Antartica Melting Beauty
se ha presentado en Madrid, Buenos Aires y ahora en Punta del Este.
¿Cuándo comenzó su amor por Uruguay?
Wow, qué
larga historia. La primera vez que llegué fue en 1994 con mis hijos, que eran
pequeños. Veníamos de Patagonia y Magallanes. No conocía Punta del Este en ese
entonces, pero ya conocía Buenos Aires. Nos quedamos poco tiempo porque fueron
unas vacaciones para cortar el invierno de Europa. Volví a Uruguay en 2003
porque una amiga de mi madre, que se llamaba Mirta Márques Seré y era la esposa
del embajador de Uruguay en Roma en ese momento, me dijo que todo en Uruguay
estaba a la venta por la crisis. Me animé a venir y recorrí en busca de un
terreno. Me compré una chacra, que no es la misma en la que vivo hoy. Fue el 12
de marzo del 2003. De a poco me radiqué en el país y ahora son casi 20 años que
estoy viviendo aquí. Cuando compré la chacra, en Europa había una situación
brava. Era la segunda guerra del Golfo. Nadie en mi familia tenía casa fuera de
Italia y eso me pareció peligrosísimo. Entonces quise encontrar un refugio
fuera de Italia. Lo hice en un lugar que yo amo desde antes de esos años:
Sudamérica. Yo amo esta parte del continente. Ya venía con un largo amor por
Argentina, que nació de chica, y desde mediados de los 90 empezó mi amor por
Uruguay.
¿Qué es lo que la enamoró de este país?
No es fácil contestar, porque Uruguay tiene un fascino (encanto en
italiano) que no todos entienden. Tiene una gran poesía. De las primeras cosas
que me encantaron fueron sus lagunas plateadas. Me acuerdo de que el estilo de
vida de aquí, cuando llegué, era parecido al de Italia en los años 70. Era una
vida muy libre, con relativa seguridad, con un estilo de vita di casa.
Eso significa que la gente invita gente a su propia casa. En Europa no pasaba
mucho eso. Aquí todavía hay mucha vida entre amigos y en las casas. Es una vida
simple e informal. Hay mucha gente diferente en un mismo lugar. Mucha gente
culta en la comunidad tanto local como internacional. También valoro muchísimo
el aspecto socialista de este país. Yo nunca podría quedarme a vivir en un país
como Santo Domingo, por ejemplo, donde hay muchísima pobreza. No quiero decir
que acá no haya.
Es un lugar con mucha naturaleza...
Me encanta
tener mi propia tierra, algo que en Italia es muy difícil de conseguir. La idea
de tener una huerta era, y sigue siendo, un lujo. Aquí tengo una hace años. El
silencio y la falta de polución, el sol, los colores, el aire, los cielos. Todo
eso de Uruguay es impagable. Porque, por culpa de la polución, en el resto del
mundo casi no se encuentran. Aquí, hasta la caminata al mar es una maravilla.
Ayer salimos a caminar con mis amigos italianos que están aquí y la luz naranja
que había por el atardecer era impresionante. Parecía África. Me encantan las
lagunas, las playas, el océano, la gente y el tenerlo todo. Porque aquí no
falta nada. Me siento mucho más de aquí que italiana. Es el país de mis sueños.
Y no soy la única, muchos amigos internacionales piensan lo mismo.
¿Cuándo comenzó con la fotografía?
Creo que fue
en el momento de la película Blow Up. Yo tenía alrededor de 16 años y
sacar fotos era lo que estaba de moda. Recuerdo que mi primer trabajo fue ser
asistente de una amiga de mi madre, la fotógrafa Chiara Samugheo. Ella
retrataba actrices y me llevó a fotografiar a Raffaella Carrà. A todos les caía
bien pero era antipatiquísima (ríe), era una superstar. Me trató
malísimo. En aquel entonces era normal que te trataran mal si eras joven y
estabas empezando a trabajar. Nadie te enseñaba nada, tenías que aprender todo
mirando y haciendo. En los 70 empecé a hacer fotorreportaje y viajé a Filipinas
invitada por Samugheo, que conocía bien a (Francis Ford) Coppola. Fui a
sacar fotos del set de Apocalypse Now. Estuve dos o tres meses allí, fue
una experiencia brutal. Luego de ese viaje, seguí haciendo fotorreportaje
alrededor del mundo.
¿Su trabajo como periodista siempre se relacionó con la fotografía?
Sí, siempre fui fotoperiodista freelance. Siempre hice muchas
cosas a la vez y siempre me gustó
aprender. Hice dos facultades al mismo tiempo, una americana y otra italiana.
Estudié Psicología en la italiana, y en la otra hice una mezcla de cursos, como
Antropología, Arte y Escenografía. Luego de hacer fotorreportajes, en 1982
comencé a trabajar en la televisión privada italiana. Allí hice absolutamente
de todo, porque eran los inicios. Estuve en producción, en escritura de
guiones, en conducción y secretaría. Creo que eso cambió. Si hoy le decís a un
chico que vaya a comprar paninos, te va a decir que no lo contrataron para eso.
No diría que antes éramos esclavos pero sin duda éramos la gaveta, que
significa empezar de cero. Éramos súper che pibes en esa época (ríe).
Tenía mucha independencia, podía cubrir cualquier cosa, desde moda, política o
cosas insólitas, como unos taxis que aceptaban perros (ríe). Luego
también trabajé en la RAI.
¿En qué momento su fotografía comenzó a ser artística?
Hace muy poco. Si bien siempre saqué fotos con una búsqueda personal,
hace poco que ese trabajo se volvió profesional. La verdad es que tengo
búsquedas muy raras. Por ejemplo, tengo una serie fotográfica que se llama My
Window. La desarrollo hace 10 años y son fotos desde mi ventana. La hago
para mí, no para vender. En junio de 2021 comencé My Giverny, una serie
fotográfica de la fuente de mi jardín. La contemplo todos los días y le tomo
fotos en todas las estaciones del año y horas. Todo cambió cuando Paola Ruotolo
me invitó a participar con mis fotografías de la Antártida.
¿De qué trata Eye V Gallery?
Es una
fundación de fotografía que creé en plena pandemia. Surgió mientras pensaba en
qué podía hacer para ayudar. Todos los que hemos tenido la suerte de vivir en
la naturaleza, tuvimos un baño de conciencia sobre la destrucción que existe
hoy. Durante el 2020 sentí la necesidad de encontrar un idioma diferente, que
es la fotografía, para hablar sobre la naturaleza. En Eye V Gallery queremos
hacerlo de una forma poética y emocional, no como lo hace National Geographic.
Junto con los casi 14 fotógrafos que hoy componen la fundación, queremos ser
embajadores de la naturaleza. Somos fotógrafos de todo el mundo, hay
argentinos, italianos, una portuguesa, un español, etc.
¿Qué tanto la marcó su viaje a la Antártida?
Venía de
realizar un activismo muy discreto y part-time. Ese de sacar los
plásticos y cigarrillos de la playa, de ver un plástico en la calle y
levantarlo. No usaba, ni uso, pesticidas, y ya tenía una huerta orgánica.
También llegué a hacer proyectos didácticos sobre el cuidado del medio ambiente
en los 90. Era mi granito de arena. El viaje cambió todo. En 2013 mi hijo se
fue de luna de miel a la Antártida y me dijo que tenía que ir, porque las
ballenas nadaban al lado tuyo, que era una maravilla. Que caminabas en el hielo
entre los pingüinos. Me insistió mucho y en ese momento yo era muy viajera. Hoy
soy casi non-flyer. Viajo solo un par de veces al año a visitar a mi
familia, pero tampoco soy muy estricta, soy la más pecadora de todas. Nadie
vino conmigo a la Antártida. Aprendí de chica que, si querés viajar, no tenés
que esperar a nadie, porque si no no viajás o terminás haciendo programas
banales. La desilusión que sentí cuando llegué al lugar fue gigante. Casi no
había animales ni hielo. Tuve un shock por la falta de vida en la
Antártida. Luego del viaje fui a una charla sobre el cambio climático y allí
dijeron que si el mundo parara hoy, tendríamos cinco años para salvar el
planeta. Empecé a tener esta sensación terrible.
¿Cómo evolucionó su activismo?
Las pocas
ballenas que vi casi que no tenían fuerza, no saltaban, yo ya había visto
ballenas saltar. Pero me explicaron que ahora no lo hacen porque pueden
provocar que el hielo se rompa, por lo derretido que está, y se marean con el
ruido que eso genera. Nunca nos acercamos a las ballenas porque no hay que
molestarlas. Luego del viaje llegó el Covid. Empecé a relacionar lo que había
visto en la Antártida con el peligro para la raza humana: el cambio climático y
los virus. Empecé a ver todo relacionado, a ver el colapso de una civilización.
Estamos como en un apocalipsis. Empecé a hacer listados de problemas y
soluciones. Llegué a la conclusión de que lo único que nos puede salvar es la
utopía, solución total no hay. Lo que no quiero es quedarme con el sentimiento
de culpabilidad, que ya lo tengo. Pero la única forma de convivir conmigo misma
a esta altura de la vida es ser una hiperactivista. Ya venía de hacer activismo
de todo tipo, no solo ambiental. Me di cuenta de que no es el momento del
granito de arena, sino de palas enteras de arena, sin tocar las dunas, que acá
las tocan mucho (ríe). Cuando volví del viaje, le dedicaba 30 minutos
del día a firmar peticiones. Ahora lo hago menos porque elijo hacer otras cosas
en cuanto al medio ambiente y estoy dedicándome a Eye V Gallery.
¿De qué manera cree que el arte aporta a la lucha contra el cambio
climático?
El arte es un idioma muy eficaz cuando es sincero. En este momento hay
que volver a lo bello, a la armonía, la perfección y la magia de la naturaleza.
Y el arte puede mostrar eso. Cada vez que nace una planta, por ejemplo, es un
milagro. Hay que observar esos milagros. En Eye V Gallery busco gente que tenga
una conexión profunda con la naturaleza, con la parte mística de la naturaleza.
Manuela Cacciaguerra, fotógrafa de la fundación, se queda horas y horas entre
los árboles y hasta se mete entre los caimanes para tomar fotos.
¿De qué trata la serie fotográfica Antartica Melting Beauty?
Sobre lo que vi allí. Son fotos que saqué con mi iPhone, porque la realidad
es que no fui con el propósito de sacar fotos ni con la idea de ser testigo de
nada. Esta es la cuarta edición de la exposición. Antes de llegar a Uruguay, se
exhibió en la Cumbre Mundial de Alcaldes de C-40 sobre ciudades y cambio
climático. En mi opinión, ninguna cumbre del mundo sirve de algo. Sentí el
llamado de Ruotolo como uno muy raro. Sentí que fui un testigo
involuntario.
La exposición viaja por el mundo. ¿Dónde la esperan luego de Uruguay?
Por ahora no tengo nada
cerrado. Pero estoy hablando con Brasil y México. También estoy intentando ir a
la Antártida de vuelta. Esta vez con dos fotógrafos de Eye V Gallery. Con la
argentina Vicky Aguirre y el italiano Lorenzo Poli aplicamos a un programa de
las Naciones Unidas, y si nos lo conceden, nos vamos 45 días desde enero hasta
marzo. Wow.